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lunes, 20 de septiembre de 2010

Humildad


Por Nathan Stone, S.J.
Todo el que se eleva será humillado,
y el que se humilla será elevado (Lucas 14:10).

Cualquier peregrino por la senda de Cristo Jesús tiende a perder la huella cuando se obsesiona por la recompensa eterna. Lejos de ser el tema principal en el mensaje de Jesús, el cielo se ha transformado en protagonista solitario de una obra trágica para muchos.
Si tu religión es un sistema que te permite postergar tu plenitud como hijo de Dios para un más allá indefinido, vives sin ver el mundo real que te rodea. Al igual que las modernas ciencias políticas y sociales, Jesús te invita a mirar el mundo, escuchar su clamor y conmoverte.

El más allá no es el tema principal del, por lo demás. La Buena Noticia del amor incondicional de Dios, sí. El amor al prójimo, sí. La inclusión del excluido, sí. El rescate del atrapado, sí. Recibir al forastero como a un hermano, sí. Perdonar, sí. El Reino que promete Jesús es el retorno del Paraíso perdido, con creces, en el presente y en el futuro.

La recompensa eterna se menciona en el Evangelio a propósito de la persecución. ¿Qué pasa si un hermano en Cristo sufre injuria, exclusión o la muerte, por causa del Reino? Tranquilo, nos dice, pues, el amor es más fuerte. Ni la muerte ni la vida nos separa del amor de Dios. El cristiano puede confiar, pase lo que pase. Por lo demás, olvida tu recompensa, dice.

La distorsión de los recompensados es que, no solamente se inhabilitan para centrar sus vidas en los demás, sino también, se sienten con derecho a la túnica blanca y la corona de los justos en el más allá, y por consiguiente, con derecho a un régimen de privilegio en el más acá. Se vuelven soberbios. Creen que el mundo entero debe compensarlos por su servicio al Reino.

En el plano humano, existe el derecho a un salario justo, para que el trabajador y su familia puedan subsistir con dignidad. Antes Dios, no hay derechos, pues todo es don. Dios ama porque quiere. Todo es gracia. Dios regala la dignidad, la imagen y semejanza, el sustento, la misma vida.

La oración de los que se creen justos es un pleito contra el Todopoderoso. Se quejan por incumplimiento de supuestas obligaciones divinas. Los recompensados colonizan los espacios y las enseñanzas. Viven buscando cómo sacarle provecho, cómo ser los primeros. Sin humildad, no logran conectar con el Señor que se humilla por solidaridad con el género humano. Tampoco logran dar testimonio de su compasión gratuita. La Buena Noticia queda a un lado.

En cambio, el que recibe el amor inmerecido como don gratuito queda descolocado por el acontecimiento. Su vida se simplifica. Se colma de humildad dignificante que lo vincula con el Señor. Cuenta con Él por todo lo que tiene, por todo lo que es. Su humildad es ganancia, pues, vivir conectado con el autor de la vida y el amor llena de gozo, confianza y seguridad.

La humildad no es sometimiento. No se trata de vivir alienado, atropellado por una divinidad aplastadora que viene a quitarte toda iniciativa, autonomía y personalidad. Todo lo contrario, la humildad de los santos es una propuesta liberadora. Cristo no viene a quitarte nada, sino a darte todo.

La santidad consiste en reconocer que uno pertenece a Cristo. Ya no busca la fama, la recompensa ni los aplausos, sino trasparentar en todo al autor de la gracia, la vida y el amor. Los santos humildes aman más y mejor, porque dan todo sin esperar nada a cambio. En eso consiste el amor cristiano, el Reino y la Buena Noticia.
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Nathan Stone, S.J. Sacerdote jesuita, magíster en literatura y teólogo.

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