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martes, 28 de septiembre de 2010

JESÚS Y EL HUMOR

Por Dolores Aleixandre RSCJ
HUMANIZAR

En un espectáculo teatral maravilloso “El Evangelio de San Juan” de Rafael Álvarez, El Brujo, se pregunta si tenía Jesús sentido del humor y, después de darle vueltas al asunto, se me ha ocurrido aproximarme a una realidad tan compleja como el humor descomponiéndola, como la luz blanca, en los distintos “colores” que la forman y que podrían llamarse lucidez, distancia, capacidad de relativizar, manejo de lo incongruente y lo paradójico, algo de juego y una chispa de locura…

Desde ahí quizá sea posible responder a la pregunta sobre si Jesús tenía sentido del humor.

Es evidente que poseía esa lucidez, esencial en el humor, que facilita el descubrimiento de la verdad, despoja a las cosas de sus ropajes y apariencias y las muestra tal y como son.

Cuando contemplaba un día cómo muchos echaban muchos donativos en el templo, vio que una pobre viuda echaba dos moneditas y afirmó con rotundidad: “Os aseguro que esta viuda pobre ha echado más que todos...” (Mc 14,9). Para él, la espléndida, la generosa, la digna de admiración era ella y sus dos cuartos merecían a sus ojos el valor de una fortuna; los donativos de los otros no valían gran cosa, sólo habían entregado las migajas sobrantes de su banquete.

La viuda nunca llegaría o saberlo, pero su conducta había desencadenado una reflexión paradójica en el hombre que la observaba y que quizá estaba pensando algo parecido a lo que dirá más tarde ante el gesto de derroche de otra mujer:

- “Os aseguro que, allá donde se predique el Evangelio, se recordará lo que ella ha hecho: ha conseguido que las categorías más y menos estén ya para siempre vueltas del revés” (Cf Mc 14,9).

Jesús se ha situado desde otra perspectiva, ha mirado las cosas desde una lucidez atípica y ha descubierto en la realidad una fisura por la que introducir la sospecha: ¿Y si las cosas no fueran lo que parecen? La respuesta que propone encierra la pretensión de decir algo sobre cómo es la realidad vista desde Dios.

¿Cuál sería la "garita de lucidez" de Jesús? ¿Dónde se situaba para ver las cosas tan distorsionadas?

Con sus gafas de efectos especiales, a los que claramente están lejos y fuera (sinvergüenzas varios y gentuza del margen), él los ve cerca y dentro; y los de arriba (VIPS, JASP, otros pobladores de la High y del papel couché, y nosotros en cuanto damos rienda suelta a nuestra suficiencia congénita...), resultan estar abajo. Y aquellos que a nuestros ojos son menos para él son los más importantes.

El humor crea una distancia que permite mirar las cosas desde un ángulo distinto del habitual y cuestionar la interpretación dominante de la realidad.

Para quien lo posee, lo normal, natural e incuestionablemente establecido se sale de sus quicios y comienza a emitir señales en otro lenguaje totalmente nuevo y diferente. Jesús se situaba en ángulos desde los que las cosas cambiaban de dimensiones: por eso hablaba de filtros que retienen un mosquito pero dejan colarse a un camello (Mt 23,24); de vigas que se alojan en la niña de los ojos (Mt 7,5), de camellos que intentan pasar por el ojo de una aguja... (Lc 18,25).

Él se salía del terreno de lo conocido y proponía “no reclinar la cabeza” únicamente en lo que se cree saber, controlar o dominar.

Era capaz de relativizar las cosas y de restablecer las auténticas dimensiones de lo humano y de sus problemas. Concedía a cada cosa la importancia que se merecía, como si anticipara la distancia que otorga el paso del tiempo y con eso planteaba los problemas en su justo término y ponía cada cosa en su lugar.

Cuando decía: “El Hijo del hombre es señor del sábado” (Mc 2,26), o “No hay nada fuera del hombre que pueda hacerle impuro” ( Mc 7,15), saltaban por los aires las normativas asfixiantes del descanso sabático junto con todo el sistema de prescripciones alimentarias.

Cuando proponía como modelo a un fariseo a una mujer pecadora pública (Lc 7,34) o cuando afirmaba: “Las prostitutas os precederán” (Mt 21,31), estaba poniendo patas arriba convicciones incuestionables sobre la dignidad o indignidad de las personas.

Cuando descalificaba a la gente del ámbito sacral (el sacerdote y el levita de la parábola) y agigantaba la figura de un samaritano, hacia estremecer los cimientos de una sociedad fosilizada.

Como cuando decía a Nicodemo: "Y tú que eres un maestro de Israel ¿no entiendes estas cosas? No se trata de entrar en el vientre, sino de entrar en el Reino y esa es una novedad absoluta, ¡no intentes poner remiendos! Eres un espléndido cumplidor de mandamientos, Nicodemo, pero te falta una cosa: Ve, vende toda tu perfección y tus saberes y consiente que la locura del Reino ocupe el lugar de tu vieja sabiduría..." (Cf Jn 3)

“La íntima relación del humor con la fe, decía P. Berger, procede del hecho de que ambos se ocupan de las incongruencias de nuestra existencia. El humor se ocupa de las incongruencias inmediatas de la vida y la fe de las incongruencias últimas.

Tanto el humor como la fe son expresiones de la libertad del espíritu humano, de su capacidad para distanciarse de la vida y de sí mismo y contemplar el panorama en su conjunto”.

Al empujar a la razón un poco más allá de lo que se considera razonable, el humor se adentra en el terreno de una incongruencia de la que participan muchas propuestas evangélicas: ¿a quién puede ocurrírsele que la mejor manera de descansar sea cargar con un yugo...(Mt 11,29)? ¿Quién se subiría a un burro para entrar solemnemente en la ciudad a la que quería atraer (Mc 11,7)?

"El humor es la dicha que ha embargado al mundo" decía Kierkegaard. Es el modo alternativo de reaccionar y de comportarse que eligió Jesús la noche en que iba a ser entregado, el camino que eligió a la hora de estar ante lo sucio de sus amigos, ante sus defectos, rencillas, resistencias y ambiciones. En vez de elegir la huida, la severidad o el reproche, se acercó a cada uno y se puso de rodillas para lavarle y devolverle la posibilidad de continuar caminando (Jn 13). Esa fue su peculiar manera de llegar hasta el final en un amor que iba más allá de las fronteras del cálculo hasta adentrarle en la tierra del derroche, la pérdida y la loca desmesura.

La paradoja, una idea extraña y opuesta a la opinión común, es otra de las características del humor y Jesús entra en el mundo bajo su signo: nada más paradójico que la señal que recibieron los pastores en la noche de Belén: “Estos os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre” (Lc 2, 12). Extraña señal para dar a conocer al Mesías, al Señor, al Hijo del Altísimo.

Y cuando afirma el Evangelio que “se llenaba de alegría en el Espíritu Santo” (Lc 10,21), esa alegría escondía una profunda contradicción: la de que el Padre oculte a los sabios y entendidos lo que revela a los pequeños e ignorantes.

Sus afirmaciones y las de los que continuarán después anunciando su palabra, se salen de los patrones políticamente correctos y resultan incomprensibles y rompedoras: existe una dicha que es propiedad sólo de los pobres, hambrientos y perseguidos (Lc 6,20-26); “hay más alegría en dar que en recibir” (He 20,35); la locura de Dios es precisamente su sabiduría (Cf 1 Cor 1,25); es la pobreza lo que en realidad enriquece (2 Cor 8,9).

"Jugar, dice Hugo Rahner, es entregarse a una suerte de magia, representar el papel de otro absoluto, adelantarse al futuro, dejar de lado el mundo incómodo de los hechos. En el juego (...) la mente está dispuesta a aceptar lo inimaginado y lo increíble, a adentrarse en un mundo regido por una leyes distintas, a desembarazarse de todos los pesos que le abruman, a ser libre, majestuosa, sin nada que la coarte, y divina. El hombre, cuando juega, intenta alcanzar esa desenvoltura superlativa en la que incluso el cuerpo, libre de su carga terrenal, se mueve sin esfuerzo al compás de una danza divina. (…) Adentrarse en un mundo regido por una leyes distintas..."

Todo el lenguaje del Evangelio es una memoria viva de esas "leyes distintas", de algo que podríamos llamar "juego pascual" desde que la afirmación del Maestro está formulada con el lenguaje del juego y de las apuestas: “El que quiera salvar su vida, la perderá pero el que la pierda por mí y por el evangelio, la ganará” (Mc 8,35). Qué insensata su pretensión la suya de que quien quiera ser su discípulo, tenga que hacerse "ludópata" de ese mismo juego.

Extraño poder el del humor, capaz de llevarnos de la mano como un humilde pedagogo al encuentro de esa dimensión teologal de nuestra existencia que aparece ya en el primer documento del NT: "Damos siempre gracias a Dios por todos vosotros, mencionándoos en nuestras súplicas a Dios nuestro Padre, recordando vuestra fe activa, vuestra caridad solícita y vuestra esperanza perseverante en el Señor nuestro Jesucristo" (1Tes 1,2-3).

Se diría que el humor participa de esa actividad de la fe, capaz de aventurarse en lo desconocido, encajando la dureza y la opacidad de la realidad sin perder la ternura; está también contagiado de esa forma persistente de locura que es la esperanza cristiana y comparte con la caridad su capacidad de recrear nuestra vida con un nuevo comienzo, de someterlo todo al imprevisible impulso del amor.

Por eso puede ser un instrumento modesto y eficaz como el aceite para esa acción flexibilizadora (tan olvidada hoy en nuestra rígida Iglesia) que suplicamos al Espíritu: "Flecte quod est rigidum".

Bienvenidas sean a nuestra vida esas formas peculiares de humor de aquel a quien llamamos Maestro y que hoy nos diría:

Donde esté vuestro gozo, allí estará vuestro corazón
Vosotros sois la alegría del mundo, pero si la alegría se pone triste ¿con qué la alegrarán?
Esto os mando: que os alegréis unos a otros.

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