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sábado, 4 de septiembre de 2010

XXIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 14. 25-33) - Ciclo C: EXIGENCIAS MÍNIMAS PARA TODOS



Según algunos, hay dos clases de cristianos: la mayoría -la clase de tropa, que dijo uno que conocía poco el evangelio, que se limitan a ser buenas personas, no matan, no roban, van los domingos a misa... y hacen alguna que otra obra de caridad, y los selectos, los que aspiran a la perfección y deciden cumplir las exigencias más duras del evangelio, los llamados consejos evangélicos. Pero esta distinción, ¿está basada en el evangelio mismo?


LO MAS IMPORTANTE

Si uno quiere venirse conmigo y no me prefiere a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

Jesús va de camino (a enfrentarse con Jerusalén, lo ha dicho el evangelista un poco antes, 9,51) y lo acompañan grandes multitudes; no se trata de un grupo selecto de discí pulos, sino de una gran cantidad de personas que seguramente tenían motivos muy diversos para seguir a Jesús. A ellos se dirige Jesús, a todos, sin diferencias, sin ofrecer diversos nive les de exigencias.

«Si uno quiere»... Jesús habla a la multitud toda, pero sus palabras se dirigen a cada uno de los oyentes en particular. Hace a todos la misma invitación, pero espera una respuesta personal de cada uno. El ser cristiano es una propuesta, una llamada, una vocación («la» vocación) que nos llega a todos. Y a esa llamada corresponde una respuesta persona¡, respon sable, adulta. Una respuesta que tiene que ser ejercicio prác tico de libertad personal. No podía ser de otra manera, puesto que se trata de una invitación a vivir y a construir la libertad:

«A vosotros, hermanos, os han llamado a la libertad» (Gál 5,13).

«... venirse conmigo». Y es una llamada para todo el que quiera ser discípulo de Jesús. No se trata de exigencias espe ciales para grupos selectos; Jesús no propone un camino de perfección, sino que plantea las exigencias mínimas para todo el que decida irse con él, seguirlo, ser cristiano.

«...y no me prefiere...» La exigencia fundamental es que lo principal para quien decide ser cristiano es... ser cristiano. Ni siquiera algo tan grande como el amor al compañero o a la compañera, el amor a los padres o el amor a los hijos pueden ser considerados como valores más importantes que el ser cristiano. Atención: Jesús no está diciendo que para seguirlo a él hay que renunciar al amor o a la familia; lo que está diciendo es que, en caso de conflicto entre el compromiso cristiano y alguno de estos amores, deberá vencer la fidelidad al compromiso cristiano; incluso sobre los propios intereses, incluso sobre uno mismo.


LOS RIESGOS

Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío.

El compromiso cristiano, seguir a Jesús, consiste en poner se de su parte y aceptar que la razón de nuestra vida sea contribuir a la realización de un proyecto: transformar este mundo y convertirlo en un mundo de hermanos. Este proyec to va a encontrar muchas resistencias (véanse comentarios núms. 48 y 49) y hay que estar dispuesto a todo, incluso a ser considerado reo de muerte: «Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío». Lo de cargar con la cruz no es aceptar pasivamente las injusticias (ni siquiera el dolor inevitable, como es el de la enfermedad, debe aceptarse pasivamente). Dios no quiere que sus hijos sufran. No es cierto que el dolor, por ser dolor, nos acerque a Dios. Dios es Padre bueno y quiere la felicidad para sus hijos. Por eso nos anima a luchar contra la injusticia, que tanto sufrimiento causa, y nos invita a incorporarnos a la tarea de construir un mundo en el que sea posible la felicidad para todos. Pero ese compromiso de lucha contra el dolor que unos hombres causan a otros nos enfrentará, como enfrentó a Jesús, con los injustos, con los opresores, con los explotado res... y con sus consejeros espirituales. Y eso nos puede llevar a la cruz, o a la hoguera, o al descrédito... Este sufrimiento, por lo que tiene de amor, sí es agradable a Dios.



CALCULAR LAS FUERZAS

Ahora bien: si uno de vosotros quiere construir una casa, ¿no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? Para evitar que, si echa los cimientos y no puede acabarla, los mirones se pongan a burlarse de él...

La fidelidad a Jesús, por tanto, puede llevarnos al enfren tamiento con el poder de Jerusalén, el del imperio y el de sus colaboradores, el político y el religioso, el económico y el militar... Y a quien no utiliza en su lucha más armas que el amor le resultará difícil soportar la persecución de tantos poderes. Por eso hay que calcular las fuerzas.

Primer dato a tener en cuenta: el dinero no sirve, estorba: «todo aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene no puede ser discípulo mío». No se puede anunciar el evan gelio a golpe de millones. El capital y la fraternidad son incom patibles, y los servidores del capital no pueden ser seguidores de Jesús. La fuerza del dinero es nuestra debilidad.

Segundo dato: hay que calcular las propias fuerzas o, quizá más bien, la propia generosidad, porque las fuerzas las suplirá, si es necesario, el Espíritu de Jesús. En cualquier caso, el que decida ser cristiano ya sabe a lo que se arriesga.

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