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jueves, 14 de octubre de 2010

Comentario Bíblico y Pautas para la Homilía: XXIX Domingo del Tiempo Ordinario (17/10/2010)


"Desde lo hondo a ti Grito Señor"
Publicado por Dominicos.org

Introducción

El pueblo de Dios marcha por el desierto. Es un camino difícil en el que se pone a prueba la relación con Yahveh, su Dios, pero Moisés intercede durante la lucha y el ejercito vence al enemigo.
El Evangelio nos brinda un tema muy propio de Lucas: La importancia y el valor de la oración.
En medio de todo, nos recuerda S. Pablo en la segunda lectura, que la vigilancia y la fortaleza se asientan en la esperanza de la manifestación gloriosa de Cristo Jesús.


Comentario bíblico

La perseverancia en la oración mantiene la fe en el mundo

Iª Lectura: Éxodo (17,8-13): la victoria no está en las armas, sino en Dios

I.1. Esta lectura puede resultar demasiado extraña para los tiempos que vivimos. La historia, en este caso, salta por los aires en cuanto que la victoria del pueblo en el desierto, contra las tribus beduinas de los amalequitas, depende de un gesto casi mágico en que el caudillo Moisés levantaba su brazo bendiciendo sus tropas para que la consigan. Sabemos que Dios no entregó la tierra prometida a Israel de esa manera, sería absurdo. Pero las leyendas y los mitos se fundamentan en algo extraño o extraordinario que sucede de vez en cuando. Israel no hace simplemente historia, sino historia sagrada, y en ésta el protagonista principal es Dios.

I.2. Nuestra visión, pues, de estos acontecimientos no debe ser fundamentalista, como puede dar a entender el texto de la Escritura. Lo que se quiere resaltar es que los objetivos del pueblo de la Alianza no se consiguen con la fuerza, las armas y la guerra. Aquí sí que deberíamos escuchar la Escritura con reverencia. A veces la victoria y la salida de lo imposible dependen de valores de confianza en el bien y en Dios. Es verdad que se trata de un texto a purificar en lo que se refiere a la unión entre religión y guerra; pero también es verdad que es una tradición en la que se pone de manifiesto que si el pueblo no hubiera contado con Dios, en su paso por el desierto, nunca habría llegado a la tierra prometida.



IIª Lectura: IIª Timoteo (3,14-4,2): El Espíritu inspira nuestra vida

II.1. Este es un texto bien explícito que muestra una de las afirmaciones más importantes en lo que se refiere a la Sagrada Escritura. Es un texto clásico que siempre se ha tenido en cuenta para hablar de la "inspiración divina" de la Biblia, de las Escrituras. Esto es verdad, tanto para los judíos como para los cristianos. Pero volviendo sobre el fundamentalismo, esa inspiración no se entiende como si Dios o el Espíritu hubieran “dictado” el texto. Se trata del resultado de unas experiencias religiosas, personales o comunitarias, que se han plasmado en la Biblia. Conviene que tengamos una idea lógica y moderna de la inspiración, sin negar algo fundamental: la inspiración de Dios se hace en la vida y en la historia de los hombres o de las comunidades y ellos las plasman en su texto. Ahí es donde Dios, por el Espíritu, actúa. No en pergaminos o pellejos muertos, aunque esos libros merecen respeto.

II.2. Esas experiencias de inspiración divina se han vivido en la historia del pueblo de Israel y de las comunidades cristianas primitivas. El autor de la carta a Timoteo (que según la tradición es Pablo, aunque hoy ya no hay ninguna razón para unir inspiración y autenticidad de un texto) exhorta para que al leer las Escrituras se vea en ellas la mano de Dios con objeto de exhortar, educar y conducir a la salvación que nos ha manifestado Jesucristo. Esta exhortación de la epístola de hoy es una llamada para que todos los predicadores, catequistas y educadores cristianos tengan como base de su acción y compromiso la Sagrada Escritura.



Evangelio: Lucas (18,1-8): Dios sí escucha a los desvalidos

III.1. El evangelio de Lucas sigue mostrando su sensibilidad con los problemas de los pobres y los sencillos. En el Antiguo Testamento, las historias entre jueces y viudas, especialmente en los planteamientos de los profetas, se multiplican incesantemente. Son bien conocidos los jueces injustos y las viudas desvalidas (Am 5,7.10-13; Is 1,23; 5,7-23; Jer 5,28; Is 1,17; Jer 22,3). El mismo Lucas es el evangelista que más se ha permitido hablar de mujeres viudas en su evangelio (Lc 2,36-38;4,25-26;7,11-17;20,47; 21,1-4). En lo que se refiere a la parábola que nos propone, no hay por qué pensar que se tratara de una viuda vieja. Eran muchas las que se quedaban solas en edad muy joven. Su futuro, pues, lo debían resolver luchando. Si a ello añadimos que la mujer no tenía posibilidades en aquella sociedad judía, entenderemos mejor los propósitos de Lucas, que es el evangelista que mejor ha plasmado el papel de la mujer en la vida de la comunidad cristiana primitiva y de la misma sociedad.

III.2. Nos podemos preguntar: ¿quién es más importante aquí, el juez o la viuda? Por una parte la mujer que no se atemoriza e insiste para que se le haga justicia. Pero también es verdad que este juez, a diferencia de los que se presentan en el Antiguo Testamento, llega a convencerse que esta mujer, con su insistencia, puede llegar a hacerle la vida muy incómoda o casi imposible. Lo hace desde sus armas: su palabra y su constancia o perseverancia; no usa métodos violentos, pero sí convicción de que tiene derechos a los que no puede renunciar. Por eso al final, sin convencimiento personal, el juez decide hacerle justicia. La comparación es más o menos como en la parábola del amigo inoportuno de medianoche (Lc 11, 5-8): la perseverancia puede conseguir lo que parece imposible. Pero si eso lo hacen los hombres injustos, como el juez, ¿qué no hará Dios, el más justo de todos los seres, cuando se pide con perseverancia? Es esa perseverancia lo que mantiene la fe en este mundo hasta que sea consumada la historia.

III.3. Lo que busca la parábola, pues, es comparar al juez con Dios. El juez, en este caso, no representa simbólicamente a Dios, sería absurdo. Pero es de Dios de quien se quiere hablar como co-protagonista con la viuda. Indirectamente se hace una crítica de los que tienen en sus manos las leyes y las ponen al amparo de los poderosos e insaciables. De esto sabe mucho la historia. Dios, a diferencia del juez, es más padre que otra cosa; no tiene oficio de juez, ni ha estudiado una carrera, ni tiene unas leyes que cumplir a rajatabla. Dios es juez, si queremos, de nombre, pero es padre y tiene corazón. De esa manera se entiende que reaccionará de otra forma, más sensible a la actitud de confianza y perseverancia de los que le piden, y especialmente de los que han sido desposeídos de su dignidad, de su verdad y de su felicidad.

III.4. ¿Tiene que ver algo en este texto el tema de la plegaria, de la oración perseverante? Todo depende del tipo de lectura que se haga y habrá variantes de ello. La verdad es que no podemos reducir el texto y la parábola a una cuestión reivindicativa de justicia. El final del texto es sintomático: “Dios hará prontamente justicia a los que le piden” (v.8). Dios no dilatará el concedernos lo que le pedimos, Dios sí tendrá el corazón abierto a ello. Es una parábola para inculcar la “confianza” en Dios más que en los hombres y sus leyes. ¿Se puede ir por el mundo con esa confianza en Dios? ¡Claro que sí! La respuesta debemos ofrecerla desde nuestra experiencia personal, desde nuestra experiencia cristiana. Y tendrá pleno sentido esta acción de Dios frente a muchas situaciones que debemos vivir en la más íntimo, sabiendo que mientras otros nos despojan de nuestra justicia, de nuestra dignidad y de nuestros derechos, Dios está con nosotros. A muchos es posible que no les valga esta experiencia personal en la que Dios “nos hace justicia”, pero en otros muchos casos será una victoria interior y dinámica de la verdad que buscamos.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura



Pautas para la homilía

La intercesión es un grito del que ama al Dios que nos ama. Es un acto de fe en su amor.

Todo acto educativo, más aún si se trata de una educación cristiana, que tiene como base la revelación de Dios manifestada en Cristo, tiene como fin procurar que el hombre se libere de todo aquello que le impide amar.

Dios escucha siempre nuestra oración pero normalmente no sabemos qué pedimos ni cómo lo pedimos y por eso nuestra oración debe ser continua, no porque debamos dar la tabarra a nadie, sino porque necesitamos saber qué es lo que realmente necesitamos.

Pero ello requiere fe ¿está viva nuestra fe? ¿estoy convencido de que no hay noche sin alba?

Que nada ni menos aún el mal, sofoque nuestra oración continua y constante.

Nuestra fe está viva o languidece según sea nuestra oración. Esta es escucha de la palabra, pero también intercesión por los demás. La oración es así un grito que pide al Padre su justicia. Es decir, que intervenga en la historia para liberar del mal a sus hijos y para hacer que todos reconozcan en Jesús su hijo, al Salvador del hombre.

Este grito, no debe de cesar nunca en nosotros para lo cual necesitamos unirnos a Jesucristo que se inmola por nosotros y que habiendo extendido sus brazos en la cruz sigue estando siempre vivo para interceder por nosotros ante el Padre.

La Eucaristía es, en este sentido, la mejor manera de configurarnos con nuestro Señor y maestro.

Pidamos pues al Señor que nos enseñe a orar de forma perseverante sin ceder a cansancios y a desánimos, que no se turbe ante el aparente silencio de Dios, ante su inadmisible indiferencia.

No olvidemos que Dios es Padre cuya ternura no tiene límites y juez al que siempre conmueven nuestras súplicas y quiere que le insistamos para estar seguro de nuestro amor.

Por tanto, toda oración que sea verdaderamente tal se sostiene, fatigosa y delicadamente, entre la desesperación y la esperanza. A largo plazo, por ser una oración verdadera, se confundirá con la espera humilde, paciente, vacilante, pero a corto plazo la oración verdadera es como una herida de la que brota la súplica y Dios es el que espera que el hombre luche con él, desea la confrontación entre la pobreza y la gracia puesto que desea dejarse vencer por la oración.

Cuando un hombre grita su desconsuelo ante Dios, el propio y el del mundo, Dios escucha atentamente esta oración y el mundo es como un niño adormecido en los brazos de Dios y a punto de despertarse bajo su mirada, al rumor de
su propia respiración.

Fray José A. Heredia Otero
Casa San Alberto Magno (Valencia)

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