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domingo, 24 de octubre de 2010

Domingo XXX del Tiempo Ordinario: Nuestra propia novela

Publicado por Entra y Verás

A veces la forma más sencilla de creernos que somos muy buenos es la de compararnos con los demás. Pero, como siempre, la forma de actuar de Dios es bastante diferente. Para Él todos somos igualmente valiosos. De nada sirve creernos más que nadie. Tenemos que escribir cada día la página de nuestra vida sabiéndonos queridos y aceptados por Dios tal y como somos.

En un certamen literario el jurado fue incapaz de resolver a favor de quien se iba a fallar el primer premio. Para unos la obra presentada por uno de lo más prestigiosos novelistas era la que debía llevarse el premio. Otros, en cambio, consideraban que la otra novela, obra de un escritor novel, era la que debía llevarse galardón. Como no había manera de ponerse de acuerdo, ni presupuesto para premiar a los dos, decidieron convocar a ambos para ver cuales fueron sus motivaciones, cómo habían concebido la obra, etc. El joven escritor apenas podía articular palabra ante las incisivas preguntas del jurado. Expuso como pudo sus motivaciones y reconoció que jamás hubiera pensado que podría ganar ese galardón. Por su parte, el prestigioso novelista se sorprendió por las preguntas del jurado y, eludiendo en todo momento la respuesta, se dedicó a repasar su carrera, su honradez frente a los abundantes plagios y su contribución a las causas benéficas con los galardones que recibía. Manifestó que él era el justo ganador. Vistas las actitudes de ambos, el jurado decidió otorgar el galardón al joven pues era el único que había respondido a sus preguntas.

Este ejemplo, que puede perfectamente responder a la realidad, puede servirnos, salvando las distancias, para entender la contraposición entre el fariseo y el publicano que nos ofrece hoy el evangelio. El fariseo se presenta como una persona segura, que se fía de sí mismo y de nadie más; esa confianza le viene ni más ni menos de que hace lo que Dios manda, esa es la norma de su actuación y su vara de medir frente a los otros, a quienes no tiene escrúpulo en tratar con desprecio. Otro detalle bien curioso es que nos dice el texto que el fariseo entró al templo a orar pero sin embargo, su oración consiste en darle gracias a Dios porque no es como los demás. Frente a este comportamiento, la actitud del publicano es la de la sencillez de quien se sabe limitado, como todos los mortales, y confía en que, como nos ha dicho el libro del Eclesiástico, la oración del pobre atraviesa las nubes.

A partir de esta contraposición bueno será que analicemos nuestra relación con Dios. A veces pensamos que los fariseos se quedaron en tiempos de Jesús, pero no es así, por desgracia. Actualmente son muchos los que se comportan de igual manera. Caminan erguidos, con la mirada fija, embelesados por la suave música de la doctrina y adornados por puñados de buenas obras, atravesando el estrecho pasillo de mármol reluciente e impoluto, al que llaman mundo, su mundo, rumbo a la compañía de Dios, de su Dios, a quien piensan tener en el bolsillo. Otros, la mayoría, caminamos normalmente por caminos de tierra con baches y más de una piedra, intentando llevar nuestro ser cristianos de la mejor manera posible, cayendo y levantándonos, dudando y preguntándonos, sin creernos todo a pies juntillas; preocupados por los demás pero no para compararnos, sino para ver si podemos ayudarlos. Esa es la diferencia.

Los seguidores de Jesús escribimos cada día una página en la novela de nuestra vida. Unas páginas en las que están permitidos los tachones y las faltas de ortografía. Para Dios siempre será nuestra novela, la que hemos ido escribiendo juntos cada día. Si pensamos que el guión ya nos viene dado y que todo hay que escribirlo en blanco y negro, porque es el color oficial, desde luego que nos quedaremos sin premio, aunque creamos habernos ganado o comprado la fama ante Dios. Dudar, preguntarse es necesario, tanto como la actitud que muestra el publicano de ponerse en manos de Dios. Los que van sacando pecho y el único golpe que reciben es el de sus medallas, caminan en la dirección contraria a la del evangelio, donde se encuentran aquellos a quienes desprecian.

El jurado de nuestra vida está en empate. Nosotros hemos de ver qué clase de premio merecemos. Si el primero o el de consolación. Si nuestra novela es original o es un plagio, o simplemente un pulcro dictado de lo que otros dicen que hay que hacer, creer y vivir.

Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)

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