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miércoles, 20 de octubre de 2010

XXX Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 18, 9-14) - Ciclo C: FARISEOS DE TODOS LOS TIEMPOS


1.- Ser bueno, es bueno… naturalmente. Pero ser bueno, saberlo y regodearse de ello es el peor de los pecados. Por eso Jesús nos dejó la parábola de hoy. Cuando volváis a casa buscar en el diccionario de la Lengua –aun el antiguo vale—y veréis que una de las acepciones de “jesuita” es “hipócrita”. No sé si nosotros los jesuitas lo fuimos o seguimos siéndolo. Pero se pregunta uno si no habrá recibido alguno de nosotros la misma sensación que recibió Jesús de los fariseos.

Porque los fariseos no eran mala gente. Al contrario, eran exactos cumplidores de toda regla y norma. Digo, iban más allá de toda obligación, ayunando dos veces a la semana cuando estaban obligados a ayunar una vez al año, dando el diezmo de todo cuando tampoco estaban obligados. Si este fariseo ora de pie es porque así estaba mandado. Eran santos, rígidos cumplidores de toda las leyes, de las que se imbuían como quien se pone un uniforme, que iguala en el exterior, pero tiene el peligro de ahogar la personalidad y el corazón.

Eran buenos, pero para su desgracia lo sabían, tan seguros estaban de si mismos que se consideraban y se llamaban “los separados”… del pueblo, de los pecadores, de los ignorantes. Porque todo el que es bueno y lo sabe tiende a compararse a los demás: “Te doy gracias porque no soy como los demás hombres”.

Esta parábola esta dirigida a los fariseos de todos los tiempos, porque en la Iglesia siempre han existido y existen hoy guetos, grupos eclesiásticos que se presentan como los poseedores de la verdad y de toda la verdad: ellos son los únicos hijos fieles de la Iglesia y del Papa, los que están con ellos son los elegidos, los santos… Los demás son ya leña preparada para las calderas de Pedro Botero. Tan seguros de poseer toda la verdad que no necesitan de conversión. Su camino es el único que lleva a la salvación.

2.- Pero el Señor no quiere gente segura, no quiere dedos que señalen a los demás, sino manos que golpeen el propio pecho con ánimo de propia conversión… “Ten compasión de mi que soy pecador”.

No nos dejemos envolver de un falso romanticismo religioso. Este publicano que se nos hace simpático era una mala persona, era un indeseable. No hacía comedia cuando se daba golpes de pecho. Había extorsionado a mucha gente. Muchas viudas habían llorado por no poder devolverle sus créditos usurarios y se había valido de su prepotencia, apoyada en la fuerza del ejército invasor para el que él recogía los impuestos.

Para este publicano lo único que valía era el dinero, como para tantos publicanos de nuestros tiempos que en ese dinero se sientes seguros. Pero Dios, que es buena dinamitero, hizo explotar dentro de él toda la columna de sus seguridades. Y se encontró de pronto ante una imagen propia que le dio horror y comprendió que tanta maldad sólo Dios la puede perdonar. Y pidió perdón. Y consiguió perdón.

Porque el Señor no ha venido a salvar a los que se saben justos (y no necesitan salvación), sino a los que se sienten pecadores. No ha venido a buscar a las noventa y nueve ovejas que se encuentran tan a gusto en su redil, sino a los que se saben enfermos.

3.- Todos son palabras del Señor dichas contra los fariseos de todos los tiempos. Pues Dios nos libre de ser como esos jesuitas del diccionario de la Lengua. Y, al respecto, si me permitís voy a contaros algo: dicen que un Padre antiguo de esta Casa de Jesuitas de Madrid tomó un taxi porque llegaba tarde a tomar el tren en la Estación de Chamartín. Pero tuvo la desgracia de que su taxi rozó a otro en el camino y ambos conductores se enzarzaron en una gran discusión. Y ya en el colmo de los insultos el otro taxista le espetó al conductor que llevaba al Padre. Y entonces éste sacando la cabeza por la ventanilla dijo: “Miren el único jesuita soy yo y si no acaban su discusión voy a llegar tarde al tren".

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