En los tiempos de transición o de cambio para unos se camina muy deprisa con peligro de desintegración y para otros se avanza muy despacio, con peligro de fosilización.
Surge la tentación del nerviosismo, de la impaciencia tanto en unos como en otros. Consideremos el ejemplo de un grupo en marcha por la montaña. Si unos van muy lentos y otros muy deprisa, todos se impacientan.
Puede suceder también que se formen estas posturas:
• Actitud de apatía y, al final, abandono. Porque no me siguen o porque no me esperan.
• Actitud de “rompe y rasga”. Yo sigo a mi paso caiga quien caiga. Se toman resoluciones precipitadas y teniendo en poca consideración a los demás.
En estas situaciones se requiere la virtud de la PACIENCIA.
La paciencia no es pasividad sino que es energía, acción que persevera aún en medio de dificultades y pruebas. La paciencia es la energía suficiente para iniciar y la energía suficiente para no claudicar en las oposiciones y resistencias que esa energía, hecha acción, encuentra. La paciencia no se deja vencer por la oposición sino que aguanta y soporta el peso de la prueba.
La paciencia no es crispación ni tensión. La paciencia es serena y sosegada. Paz y sosiego de quien, sin ahorrar esfuerzo, confía a fondo en Dios, fundamento de toda realidad y fidelidad en toda promesa y compromiso.
La persona paciente mantiene una gran libertad de espíritu, una amplitud de mirada, una perspectiva correcta para colocar en su debido sitio y dar la adecuada importancia a los fines, a las dificultades, a las intenciones y a los logros.
La paciencia es aún una forma de “egocentrismo”. La paciencia expresa una actitud de “teocentrismo”. El impaciente aún está muy vuelto sobre sí mismo, sobre su imagen, su control, su éxito. Los santos son el mejor testimonio de esta síntesis: acción y paz, energía y serenidad, paciencia y resistencia.
La paciencia sabe acompañarse de la alegría. Hasta en el rostro se nos nota. El impaciente tiene el rostro tenso, el paciente irradia alegría serena.
Se advierte con frecuencia, aún en personas religiosas, cierto aire de tristeza, de aburrimiento, como si estuvieran decepcionados de sí mismos, de los demás o de Dios. Había puesto tantas ilusiones en los cambios presentidos, en los proyectos palmo a palmo acariciados, en los propósitos generosamente formulados,… que al no verlos satisfactoriamente realizados se impacientan y terminan por dejarse invadir por la tristeza.
Y sin embargo la tristeza y el aburrimiento es un sentimiento ajeno al Evangelio. Los maestros espirituales la consideran como uno de los enemigos del alma porque:
• Lleva la hipersensibilidad sobre los propios derechos.
• Conduce a la inhibición, al abandono de los medios que mantiene las fidelidades esenciales.
• Produce ironía y acritud en la relación con los demás. La tristeza, ante la alegría de los demás, segrega ironía que ridiculiza y acritud que hiere.
Hay suficientes motivos para mantener y acrecentar la alegría en el corazón. La alegría, en nuestra condición histórica sometida a la prueba, es la tentación de tristeza superada por la presencia del gozo y consuelo que proviene de la fe en Jesucristo.
La alegría relativiza el dramatismo, pone un poco de humor en las escenas de la vida y no da más importancia de la debida a los fallos, problemas y pruebas.
La paciencia enérgica, serena y gozosa nos lleva por el camino de la bienaventuranza.
+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula
Surge la tentación del nerviosismo, de la impaciencia tanto en unos como en otros. Consideremos el ejemplo de un grupo en marcha por la montaña. Si unos van muy lentos y otros muy deprisa, todos se impacientan.
Puede suceder también que se formen estas posturas:
• Actitud de apatía y, al final, abandono. Porque no me siguen o porque no me esperan.
• Actitud de “rompe y rasga”. Yo sigo a mi paso caiga quien caiga. Se toman resoluciones precipitadas y teniendo en poca consideración a los demás.
En estas situaciones se requiere la virtud de la PACIENCIA.
La paciencia no es pasividad sino que es energía, acción que persevera aún en medio de dificultades y pruebas. La paciencia es la energía suficiente para iniciar y la energía suficiente para no claudicar en las oposiciones y resistencias que esa energía, hecha acción, encuentra. La paciencia no se deja vencer por la oposición sino que aguanta y soporta el peso de la prueba.
La paciencia no es crispación ni tensión. La paciencia es serena y sosegada. Paz y sosiego de quien, sin ahorrar esfuerzo, confía a fondo en Dios, fundamento de toda realidad y fidelidad en toda promesa y compromiso.
La persona paciente mantiene una gran libertad de espíritu, una amplitud de mirada, una perspectiva correcta para colocar en su debido sitio y dar la adecuada importancia a los fines, a las dificultades, a las intenciones y a los logros.
La paciencia es aún una forma de “egocentrismo”. La paciencia expresa una actitud de “teocentrismo”. El impaciente aún está muy vuelto sobre sí mismo, sobre su imagen, su control, su éxito. Los santos son el mejor testimonio de esta síntesis: acción y paz, energía y serenidad, paciencia y resistencia.
La paciencia sabe acompañarse de la alegría. Hasta en el rostro se nos nota. El impaciente tiene el rostro tenso, el paciente irradia alegría serena.
Se advierte con frecuencia, aún en personas religiosas, cierto aire de tristeza, de aburrimiento, como si estuvieran decepcionados de sí mismos, de los demás o de Dios. Había puesto tantas ilusiones en los cambios presentidos, en los proyectos palmo a palmo acariciados, en los propósitos generosamente formulados,… que al no verlos satisfactoriamente realizados se impacientan y terminan por dejarse invadir por la tristeza.
Y sin embargo la tristeza y el aburrimiento es un sentimiento ajeno al Evangelio. Los maestros espirituales la consideran como uno de los enemigos del alma porque:
• Lleva la hipersensibilidad sobre los propios derechos.
• Conduce a la inhibición, al abandono de los medios que mantiene las fidelidades esenciales.
• Produce ironía y acritud en la relación con los demás. La tristeza, ante la alegría de los demás, segrega ironía que ridiculiza y acritud que hiere.
Hay suficientes motivos para mantener y acrecentar la alegría en el corazón. La alegría, en nuestra condición histórica sometida a la prueba, es la tentación de tristeza superada por la presencia del gozo y consuelo que proviene de la fe en Jesucristo.
La alegría relativiza el dramatismo, pone un poco de humor en las escenas de la vida y no da más importancia de la debida a los fallos, problemas y pruebas.
La paciencia enérgica, serena y gozosa nos lleva por el camino de la bienaventuranza.
+ Ángel Garachana Pérez, CMF
Obispo de San Pedro Sula
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