Publicado por Alandar
Vivimos en una verdadera emergencia social: son ya más de cuatro millones y medio los parados que viven entre nosotros, según la Encuesta de Población Activa. Los jóvenes en edad de trabajar soportan una tasa de desempleo que llega al 40,2%. Hay más de un millón de parados que no recibe ninguna ayuda pública. Tras la crisis financiera e industrial, estalla la social: no habrá recuperación de los niveles de empleo hasta dentro de muchos años –con unos o con otros en el poder–, lo que equivale a decir que la pobreza y la desigualdad seguirán aumentando, mientras el planeta agoniza y el bienestar tan desigualmente alcanzado se deteriora cada vez más. Pero apenas nadie se rasga las vestiduras y las sociedades siguen funcionando como si nada.
La opción preferencial por los pobres nos ha de interpelar a los que nos confesamos cristianos siempre con fuerza y en todo lugar: “Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber…” (Mt. 25, 31-35). Pero el Reinado de Dios que predicó Jesús exige algo más que practicar el asistencialismo. El Evangelio hace una permanente conversión personal al transparentar el rostro amoroso del Dios cristiano en la entrega al prójimo más desvalido, como principio de un orden nuevo en el que prime la comunión entre hermanos.
Economistas cristianos como Enrique Lluch insisten en que “debe haber un compromiso social y una acción económica que reflejen el amor al hermano. El cristianismo o es social o no es cristianismo. No es algo que esté fuera de su naturaleza, al contrario: no podemos evangelizar sin acción social, no podemos transmitir nuestro mensaje sin compromiso social. Se ha pensado que la Doctrina Social de la Iglesia, por no ser un dogma de fe, no tenía la misma importancia. Debemos hacer fuerza para cambiar esta situación”.
Para este profesor de Economía en la Universidad Cardenal Herrera de Valencia y colaborador de la Fundación Foessa, cuatro serían los mandamientos económicos que el cristiano debería practicar: “Primero, debemos limitar nuestros deseos y apetencias. No hay que ir a por más. Podemos vivir muy bien y ser muy felices cubriendo nuestras necesidades básicas y con apetencias limitadas. Segundo, apuesto por una parquedad en nuestro consumo y con un consumo responsable porque, como dice Benedicto XVI, el consumo siempre es un acto moral y por lo tanto debemos entender que va más allá de la satisfacción de las necesidades y deseos. Con el consumo hago vivir a otros, que ganan un salario con lo que venden, y puedo colaborar en la construcción de un mundo mejor. Tercero, el ahorro debe ser moderado, prudente y, además, pensando en el destino final que dan las entidades financieras a nuestro dinero. Y cuarto, debemos entender el trabajo, no sólo como un medio para ganarnos la vida, sino como un instrumento para lograr el Reinado de Dios en la tierra y también de crecimiento personal. El trabajo es una de las maneras importantes de colaborar para que la sociedad sea mejor”.
Sin embargo, “a veces nos faltan en algún momento signos y gestos visibles de lo que predicamos”, como reconocía no hace mucho el propio obispo de Cádiz, Antonio Ceballos. Lo mismo valdría para católicos de sacristía, preocupados por fomentar una espiritualidad autista –o en su defecto entregados al éxito de macroeventos religiosos– que para los cristianos de tertulia, capaces de cambiar el mundo y cantar las cuarenta a sus obispos sin abandonar el calor de sus mesas camilla.
El compromiso episcopal
Los obispos españoles no han sido capaces, por ahora, de ponerse de acuerdo para elevar la voz ante las crisis. Para ser justos hay que hablar de dos iniciativas episcopales –más allá de los donativos de los prelados o las contrataciones puntuales de parados que puedan hacer– que intentan ir más allá del asistencialismo y apuestan por otro funcionamiento de las empresas. Una de ellas es el Fondo Diocesano por el Empleo creado a instancias del obispo de Ciudad Real, Antonio Algora, para financiar, con la aportación de los fieles de la diócesis, mediante microcréditos proyectos de autoempleo y pequeños empresas. El otro es la Fundación de Lucha contra el Paro Cardenal Spínola de la archidiócesis de Sevilla, que data de los años 90 y fue muy querida por el ahora cardenal emérito Carlos Amigo. También su objetivo es apoyar económicamente la creación de puestos de trabajo viables para trabajadores en paro.
Dar trigo
En la Parroquia de San José Obrero de Elda (Alicante) han querido ir más allá de la atención de urgencia. El párroco, Ignacio García, junto otras siete personas, impulsa la creación de una empresa para dar trabajo a parados de larga duración de la localidad y la vecina Petrel. Por el momento, la idea es crear cuatro puestos de trabajo directos, dos en un taller de costura que ofrecerá sus servicios a las peñas de “Moros y Cristianos” y dos para un catering social que a bajo precio atendería a los ancianos que se quedan fuera de los servicios sociales al uso por sus bajos niveles de renta. La idea se inspira en la “Economía de Comunión” que persigue que las empresas ofrezcan un bien social a la sociedad, más que crear valor o beneficios para sus propietarios.
La denuncia profética
La Pastoral Obrera, apenas conocida y por lo general postergada, no ha cesado de denunciar las consecuencias de la crisis y de buscar propuestas operativas inspiradas en la doctrina social de la Iglesia que puedan abrir nuevos horizontes. Los grupos y movimientos que en torno a ella trabajan cuentan con una trayectoria irreprochable (criticaron la injusticia de una bonanza económica que no reducía la pobreza, sino que extendía la precariedad; alertaron de las primeras víctimas de la crisis actual –inmigrantes, mujeres, jóvenes– y hoy en día siguen clamando para que la salida del momento actual no sea el regreso al mismo camino que nos condujo hasta aquí), si bien silenciada, cuando no imprudentemente desautorizada. Junto con grupos como “Cristianismo y Justicia” e infinidad de pequeñas comunidades de laicos y religiosos, conforman hoy el grupo de profetas que no calla ante las injusticias.
La opción preferencial por los pobres nos ha de interpelar a los que nos confesamos cristianos siempre con fuerza y en todo lugar: “Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber…” (Mt. 25, 31-35). Pero el Reinado de Dios que predicó Jesús exige algo más que practicar el asistencialismo. El Evangelio hace una permanente conversión personal al transparentar el rostro amoroso del Dios cristiano en la entrega al prójimo más desvalido, como principio de un orden nuevo en el que prime la comunión entre hermanos.
Economistas cristianos como Enrique Lluch insisten en que “debe haber un compromiso social y una acción económica que reflejen el amor al hermano. El cristianismo o es social o no es cristianismo. No es algo que esté fuera de su naturaleza, al contrario: no podemos evangelizar sin acción social, no podemos transmitir nuestro mensaje sin compromiso social. Se ha pensado que la Doctrina Social de la Iglesia, por no ser un dogma de fe, no tenía la misma importancia. Debemos hacer fuerza para cambiar esta situación”.
Para este profesor de Economía en la Universidad Cardenal Herrera de Valencia y colaborador de la Fundación Foessa, cuatro serían los mandamientos económicos que el cristiano debería practicar: “Primero, debemos limitar nuestros deseos y apetencias. No hay que ir a por más. Podemos vivir muy bien y ser muy felices cubriendo nuestras necesidades básicas y con apetencias limitadas. Segundo, apuesto por una parquedad en nuestro consumo y con un consumo responsable porque, como dice Benedicto XVI, el consumo siempre es un acto moral y por lo tanto debemos entender que va más allá de la satisfacción de las necesidades y deseos. Con el consumo hago vivir a otros, que ganan un salario con lo que venden, y puedo colaborar en la construcción de un mundo mejor. Tercero, el ahorro debe ser moderado, prudente y, además, pensando en el destino final que dan las entidades financieras a nuestro dinero. Y cuarto, debemos entender el trabajo, no sólo como un medio para ganarnos la vida, sino como un instrumento para lograr el Reinado de Dios en la tierra y también de crecimiento personal. El trabajo es una de las maneras importantes de colaborar para que la sociedad sea mejor”.
Sin embargo, “a veces nos faltan en algún momento signos y gestos visibles de lo que predicamos”, como reconocía no hace mucho el propio obispo de Cádiz, Antonio Ceballos. Lo mismo valdría para católicos de sacristía, preocupados por fomentar una espiritualidad autista –o en su defecto entregados al éxito de macroeventos religiosos– que para los cristianos de tertulia, capaces de cambiar el mundo y cantar las cuarenta a sus obispos sin abandonar el calor de sus mesas camilla.
El compromiso episcopal
Los obispos españoles no han sido capaces, por ahora, de ponerse de acuerdo para elevar la voz ante las crisis. Para ser justos hay que hablar de dos iniciativas episcopales –más allá de los donativos de los prelados o las contrataciones puntuales de parados que puedan hacer– que intentan ir más allá del asistencialismo y apuestan por otro funcionamiento de las empresas. Una de ellas es el Fondo Diocesano por el Empleo creado a instancias del obispo de Ciudad Real, Antonio Algora, para financiar, con la aportación de los fieles de la diócesis, mediante microcréditos proyectos de autoempleo y pequeños empresas. El otro es la Fundación de Lucha contra el Paro Cardenal Spínola de la archidiócesis de Sevilla, que data de los años 90 y fue muy querida por el ahora cardenal emérito Carlos Amigo. También su objetivo es apoyar económicamente la creación de puestos de trabajo viables para trabajadores en paro.
Dar trigo
En la Parroquia de San José Obrero de Elda (Alicante) han querido ir más allá de la atención de urgencia. El párroco, Ignacio García, junto otras siete personas, impulsa la creación de una empresa para dar trabajo a parados de larga duración de la localidad y la vecina Petrel. Por el momento, la idea es crear cuatro puestos de trabajo directos, dos en un taller de costura que ofrecerá sus servicios a las peñas de “Moros y Cristianos” y dos para un catering social que a bajo precio atendería a los ancianos que se quedan fuera de los servicios sociales al uso por sus bajos niveles de renta. La idea se inspira en la “Economía de Comunión” que persigue que las empresas ofrezcan un bien social a la sociedad, más que crear valor o beneficios para sus propietarios.
La denuncia profética
La Pastoral Obrera, apenas conocida y por lo general postergada, no ha cesado de denunciar las consecuencias de la crisis y de buscar propuestas operativas inspiradas en la doctrina social de la Iglesia que puedan abrir nuevos horizontes. Los grupos y movimientos que en torno a ella trabajan cuentan con una trayectoria irreprochable (criticaron la injusticia de una bonanza económica que no reducía la pobreza, sino que extendía la precariedad; alertaron de las primeras víctimas de la crisis actual –inmigrantes, mujeres, jóvenes– y hoy en día siguen clamando para que la salida del momento actual no sea el regreso al mismo camino que nos condujo hasta aquí), si bien silenciada, cuando no imprudentemente desautorizada. Junto con grupos como “Cristianismo y Justicia” e infinidad de pequeñas comunidades de laicos y religiosos, conforman hoy el grupo de profetas que no calla ante las injusticias.
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