Por Jesús Peláez
Tener muchos hijos en Palestina era una bendición del cielo; morir sin hijos, la mayor de las desgracias, el peor de los castigos celestiales... Para evitar esto último, el libro del Deuteronomio prescribía lo siguiente: «Si dos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin hijos, la viuda no saldrá de casa para casarse con un extraño; su cuñado se casará con ella y cumplirá con ella los deberes legales de cuñado; el primogénito que nazca continuará el nombre del hermano muerto, y así no se extinguirá su nombre en Israel» (Dt 25,5-7). Es la conocida ley del "levirato" (palabra derivada del latín (evir: cuñado).
Pues bien, refiere el evangelio de Lucas que se acercaron a Jesús unos del partido saduceo y «le propusieron esto: -Maestro, Moisés nos dejó escrito: 'Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano'. Bueno, pues había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. El segundo, el terce ro y así hasta el séptimo se casaron con la viuda, y murieron también sin dejar hijos. Finalmente murió también la mujer. Pues bien, esa mujer, cuando llegue la resurrección, ¿ de cuál de ellos va a ser mujer, si ha sido mujer de los siete?»
Pregunta capciosa que trataba de poner en ridículo la doc trina de la resurrección y el más allá, en la que los afiliados al partido saduceo no creían. Este partido estaba formado por sumos sacerdotes y senadores, la aristocracia religiosa y seglar de la época, conocidos por su riqueza. Por ser ricos admitían como palabra de Dios sólo los cinco primeros libros de la Bi blia, considerando sospechosos de herejía los escritos de los profetas, que atacaban sin piedad a los ricos propugnando una mayor justicia social. Los saduceos, como ricos, pensaban que Dios premia a los buenos y castiga a los malos en este mundo; en consecuencia, se consideraban buenos y justos, pues goza ban de riqueza y poder, signos claros del favor divino. Nega ban la resurrección y el más allá: aceptar la posibilidad de un juicio de Dios tras la muerte suponía para ellos perder la se guridad de una vida basada en el poder y en el dinero.
Sus oponentes, los fariseos, creían en el más allá, que ima ginaban como una continuación de la vida terrena, aunque más perfecta, hasta el punto de hablar de una fecundidad fantás tica del matrimonio en la otra vida.
A la pregunta de los saduceos, Jesús respondió: «-En esta vida, los hombres y las mujeres se casan; en cambio, los que sean dignos de la vida futura y de la resurrección, sean hombres o mujeres, no se casarán; porque ya no pueden mo rir, puesto que serán como ángeles, y, por haber nacido de la resurrección, serán hijos de Dios. Y que resucitan los muertos lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: 'El Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob.' Y Dios no lo es de muertos, sino de vivos: es decir, que para él todos ellos están vivos» (Lc 20,27-38).
En contra de los saduceos, Jesús afirma la existencia de otra vida, tras la muerte. Pero la vida que perdura, en contra de lo que imaginaban los fariseos, no es una mera prolonga ción de la vida orgánica, porque no está sujeta a la muerte. La ausencia de muerte en el más allá quita sentido, por tanto, a la perpetuación de la vida por medio de las relaciones sexuales.
Quienes ya lo tienen todo en este mundo, como los sadu ceos, se incomodan también hoy con la aventura de un más allá inquietante y desestabilizador. Tal vez por esto lo nieguen o vivan como si no existiera.
Pues bien, refiere el evangelio de Lucas que se acercaron a Jesús unos del partido saduceo y «le propusieron esto: -Maestro, Moisés nos dejó escrito: 'Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano'. Bueno, pues había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. El segundo, el terce ro y así hasta el séptimo se casaron con la viuda, y murieron también sin dejar hijos. Finalmente murió también la mujer. Pues bien, esa mujer, cuando llegue la resurrección, ¿ de cuál de ellos va a ser mujer, si ha sido mujer de los siete?»
Pregunta capciosa que trataba de poner en ridículo la doc trina de la resurrección y el más allá, en la que los afiliados al partido saduceo no creían. Este partido estaba formado por sumos sacerdotes y senadores, la aristocracia religiosa y seglar de la época, conocidos por su riqueza. Por ser ricos admitían como palabra de Dios sólo los cinco primeros libros de la Bi blia, considerando sospechosos de herejía los escritos de los profetas, que atacaban sin piedad a los ricos propugnando una mayor justicia social. Los saduceos, como ricos, pensaban que Dios premia a los buenos y castiga a los malos en este mundo; en consecuencia, se consideraban buenos y justos, pues goza ban de riqueza y poder, signos claros del favor divino. Nega ban la resurrección y el más allá: aceptar la posibilidad de un juicio de Dios tras la muerte suponía para ellos perder la se guridad de una vida basada en el poder y en el dinero.
Sus oponentes, los fariseos, creían en el más allá, que ima ginaban como una continuación de la vida terrena, aunque más perfecta, hasta el punto de hablar de una fecundidad fantás tica del matrimonio en la otra vida.
A la pregunta de los saduceos, Jesús respondió: «-En esta vida, los hombres y las mujeres se casan; en cambio, los que sean dignos de la vida futura y de la resurrección, sean hombres o mujeres, no se casarán; porque ya no pueden mo rir, puesto que serán como ángeles, y, por haber nacido de la resurrección, serán hijos de Dios. Y que resucitan los muertos lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: 'El Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob.' Y Dios no lo es de muertos, sino de vivos: es decir, que para él todos ellos están vivos» (Lc 20,27-38).
En contra de los saduceos, Jesús afirma la existencia de otra vida, tras la muerte. Pero la vida que perdura, en contra de lo que imaginaban los fariseos, no es una mera prolonga ción de la vida orgánica, porque no está sujeta a la muerte. La ausencia de muerte en el más allá quita sentido, por tanto, a la perpetuación de la vida por medio de las relaciones sexuales.
Quienes ya lo tienen todo en este mundo, como los sadu ceos, se incomodan también hoy con la aventura de un más allá inquietante y desestabilizador. Tal vez por esto lo nieguen o vivan como si no existiera.
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