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viernes, 5 de noviembre de 2010

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 20, 27-38) - Ciclo C: No es Dios de muertos



La fe en la resurrección fue haciéndose camino en el pueblo de Israel poco a poco. Para los cristianos es fundamental. San Pablo lo afirma: “Si Cristo no ha resucitado, si no vamos a resucitar vana es nuestra fe”.
Me pongo en presencia de Dios, del Dios de vivos, del Dios que nos ha creado para la vida. Le pido a Dios que me ilumine y me haga comprender la Buena Noticia que hoy me ofrece.

● El texto de hoy es un texto de conflicto, a través del cual aparece la luz, Jesús pone luz. ¿Hago de este mundo mi cielo, pongo todas mis ilusiones y mis metas en este mundo?
● ¿Vivo sólo o sobre todo para lo de aquí abajo?
● ¿Se nota en mi vida que creo en la resurrección, en el encuentro definitivo con Dios Padre? ¿Cómo lo manifiesto?
● ¿Qué consecuencias tiene la resurrección en mi vida?
● Llamadas.

Oro al Señor. Le doy gracias por la resurrección. Le pido fe en la resurrección y sobre todo que esa fe tenga sus debidas repercusiones en mi vida concreta.
“ANUNCIAMOS TU MUERTE, PROCLAMAMOS TU RESURRECCIÓN”


VER

Con motivo de la celebración de la fiesta de Todos los Santos y de la conmemoración de los Fieles Difuntos, me comentaba una persona que hacía más de 25 años que no iba al cementerio a “visitar las tumbas” de sus familiares. Argumentaba: “Es que allí no hay nada. Yo para tener presentes a mis seres queridos, celebro la Eucaristía por ellos, porque ahí es donde celebramos la muerte y resurrección de Cristo, y por tanto la de todos los que han muerto en Cristo”. Otra de las personas con las que hablábamos no dio importancia a esto, sino que seguía escandalizada porque la otra “no iba al cementerio”.


JUZGAR

Es lógico que, humanamente, guardemos el debido respeto a los difuntos, sobre todo a aquellos que han significado algo para nosotros, bien por formar parte de la familia o porque han sido personajes que han influido positivamente en la sociedad. Solemos construir monumentos, mausoleos, tumbas... que son visitados por muchas personas y que mantienen el recuerdo.

Pero nosotros no nos debemos quedar en el plano humano, con el simple recuerdo hacia los difuntos. Nosotros creemos lo que ha dijo Jesús en el Evangelio: «No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos». Y esto lo creemos por la muerte y resurrección de Cristo, que ha abierto las puertas de la Vida a todos los que estén unidos a Él. Por eso, ante «unos saduceos que niegan la resurrección, Jesús les contestó: son hijos de Dios, porque participan en la resurrección».

En la muerte y la resurrección de Jesús tenemos la prueba de lo que decía san Pablo en la 2ª lectura: «Dios nuestro Padre... nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza». Un consuelo y esperanza que dan «fuerza para toda clase de palabras y obras buenas»; que permiten afrontar las dificultades, a «los hombres perversos y malvados».

Un consuelo y esperanza, una fuerza que encuentra su fundamento en la resurrección, que ya era esperada por quienes, a lo largo de la historia, han vivido su fe como una relación personal con Dios, por lo que han adquirido un mayor conocimiento de cuál es su plan salvador. Así lo hemos escuchado repetidamente en la 1ª lectura, cuando, ante las torturas sufridas por siete hermanos y su madre, van respondiendo: «cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna.... Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará...». No es que se desprecie la vida presente, sino que por la fe sabemos que estamos llamados a la auténtica Vida, y por eso en la muerte física no vemos el final de todo, sino un paso que nos permite entrar en la eternidad. Y esa certeza nos hace relativizar lo que ahora tenemos y vivimos, porque queremos y esperamos ser «juzgados dignos de la vida futura».


ACTUAR

«No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos». ¿Cómo he vivido las pasadas celebraciones de Todos los Santos y Fieles Difuntos? ¿Qué ha predominado más, el simple recuerdo o la esperanza en la resurrección? ¿Cómo es mi fe en la resurrección? ¿Esta fe me da fuerza para afrontar la certeza de mi propia muerte? ¿Me ayuda a dar el justo valor a las cosas de este mundo, también las situaciones dolorosas, sin caer en la desesperación?

La Eucaristía es el momento cumbre de nuestra comunión con Cristo Resucitado. Cada vez que la celebramos, tras la consagración, decimos: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección”. Y al proclamar su resurrección, también proclamamos la de todos los que han muerto en Cristo, y a los que también nos unimos en la comunión de los santos.

Por eso, lo mejor que podemos hacer por ellos es celebrar la Eucaristía. No nos quedemos en el simple respeto a su memoria, en el recuerdo: vivamos la Eucaristía como encuentro con el Señor Resucitado y, por Él, sintámonos unidos a nuestros difuntos. Y que esta certeza nos dé fuerza en la vida presente para toda clase de palabras y obras buenas, que a pesar de los momentos dolorosos sigamos esperando en Cristo, y con Él y por Él participemos de la Resurrección.

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