NO DEJES DE VISITAR
GIF animations generator gifup.com www.misionerosencamino.blogspot.com
El Blog donde encontrarás abundante material de formación, dinámicas, catequesis, charlas, videos, música y variados recursos litúrgicos y pastorales para la actividad de los grupos misioneros.
Fireworks Text - http://www.fireworkstext.com
BREVE COMENTARIO, REFLEXIÓN U ORACIÓN CON EL EVANGELIO DEL DÍA, DESDE LA VIVENCIA MISIONERA
SI DESEAS RECIBIR EL EVANGELIO MISIONERO DEL DÍA EN TU MAIL, DEBES SUSCRIBIRTE EN EL RECUADRO HABILITADO EN LA COLUMNA DE LA DERECHA

sábado, 6 de noviembre de 2010

Dom 7-X-10. Siete hombres para una mujer. La trampa saducea


Publicado por El Blog de X. Pikaza

Domingo 32 del tiempo ordinario. Lc 20, 27-38. El evangelio de este domingo plantea el tema de la resurrección, vinculándolo al caso de una mujer que tuvo siete maridos. El tema lo plantean los saduceos como una trampa, para ridiculizar la resurrección, es decir, el cambio de vida, diciendo que es imposible:

Ellos piensan que "las cosas" han de estar controladas por una ley fuerte, y así funcionan, al menos de un modo aceptable;
de lo contrario, si es que hubiera libertad (si es que hubiera cielo), tendríamos siempre a siete hombres luchando por una mujer.

Ésta es la trampa saducea

Ciertamente, los saduceos del tiempo de Jesús tenían otros tenían otros posibles valores de eficiencia y organización, pero:



-- Ellos controlaban el culto y la vida social a través del sacrificio de los otros; decían además que su labor y su "sacrificio" a favor de los demás era imprescindible.

-- Ellos eran hombres de pactos, no de alianza humana... De pactos con el poder (es decir, con los romanos), para mantener el orden por la fuerza, con sacrificios y ejército, con mucho "dios" (templo) y poca humanidad. Por el contrario, Jesús era hombre de humanidad, de alianza de amor, no de pactos de poder.

-- Ellos defendían el sometimiento de las mujeres, al servicio de sus hijos (los de ellos, los de su clan) y de sus intereses; ellas mismas, en sí, como personas, no les importaban.

-- Ellos (¡Grandes sacerdotes!) planearon la muerte de Jesús, y la consiguieron, porque Jesús promovía una libertad personal y social que iba en contra de sus intereses.

-- Ellos, en fin, pensaban que las cosas no pueden cambiar, que están bien así, que ha llegado el "fin de la historia", la era de la plenitud, controlada por ellos (por su dinero, por su orden sagrado). Ellos iban en la línea de los que hoy piensan que todo debe mantenerse, bajo el control de lo poderosos, en contra de Jesús, que era el hombre de la utopía mesiánica, del cambio en amor, de la libertad para todos.

La cuestión ha sido bien pensada, pues lo que buscan los judíos (y los cristianos) no es una mera supervivencia espiritual del alma, sino la realización integral de la persona y de sus relacione humanas y afectivas tras la muerte. Pues bien, en algún sentido, al plantear este problema, los saduceos tienen razón: es evidente que una mujer, concebida como propiedad del varón, no tiene cabida en un Reino entendido de forma social, repitiendo las estructuras matrimoniales de este tiempo (pues los siete maridos celosos lucharían por apoderarse de la única mujer, para tenerla como propia).

Ésta es la trampa saducea, que el texto de hoy ha concretado en el riesgo que representan siete hombres para una mujer. En la imagen les he presentado como siete tipos normales, casi ridículos... frente a una mujer "de fantasía" (más soñada que real). Quería haber puesto siete sacerdotes, o grandes funcionarios (como sería el caso, partiendo de la lectura), pero me he contenido. Quiero que todos nos podamos ver en ese equipo de siete y de una.

El resto de la explicación del post es un poco "acadèmica",pero creo que puede ayudr a los lectores y amigos de mi blog. Buen fin de semana. Mañana estaremos con el Papa... y seguiremos después con "sucumbíos" (como alguien ha dicho), sin querer que "sucumba" nadie, pues hay sitio para todos (pero procurando rechazar las pretensiones saduceas de estos sacerdotes, como hizo Jesús)..

La ley del Levirato (Antiguo Testamento)

Éste es un tema que está vinculado a la ley del levirato del Antiguo Testamento, a la que apelan los saduceos. Pero Jesus les responde, planteando de otra forma el tema de la vida humana y de la libertad (igualdad) de varones y mujeres, esa ley del levirato carece de sentido, pues el esposo no puede concebirse como dueño de la esposa. Desde ese fondo se entiende el tema de la resurrección, que sólo tiene sentido es que Dios es “Dios de vivos”, de manera que los muertos permanecen en su vida (es decir, en su memoria creadora).

Según eso, la resurrección, vinculada al recuerdo y presencia de Abrahám, Isaac y Jacob, forma parte de la “memoria” de Dios, en que todos los hombres viven, en plena libertad, en comunión de amor, sin dominio de unos sobre otros, sin patriarcalismo.

Si unos hermanos viven juntos y muere uno de ellos sin dejar hijo, la mujer del difunto no se casará fuera de la familia con un hombre extraño. Su cuñado se unirá a ella y la tomará como su mujer, y consumará con ella el matrimonio levirático. El primer hijo que ella dé a luz llevará el nombre del hermano muerto, para que el nombre de éste no sea eliminado de Israel. Si tal hombre no quiere tomar a su cuñada, entonces su cuñada irá a los ancianos, a la puerta de la ciudad, y dirá: 'Mi cuñado rehúsa levantar nombre en Israel a su hermano; él no quiere cumplir el matrimonio levirático conmigo. Entonces los ancianos de su ciudad lo llamarán y hablarán con él. Si él se pone de pie y dice: 'No quiero tomarla', entonces su cuñada se acercará a él delante de los ancianos, quitará el calzado del pie de él, le escupirá en la cara y le dirá: '¡Así se haga al hombre que no edifica la casa de su hermano!'. Y se llamará su nombre en Israel Casa del Descalzado (Dt 25, 5-10) ((cf. Sobre el levirato cf. D. A. Leggett, The Levirate and Goel. Institution in the Old Testament with special Attention to the Book of Ruth, Mack P. C., New Jersey 1974; R. de Vaux, Instituciones del Antiguo Testamento, Herder, Barcelona 1985, 71-73)).

Texto del evangelio. Lucas 20, 27-38

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: "Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella."
Jesús les contestó: "En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección.
Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos."

La ley del Levirato

puede aplicarse de un modo humanitario, como en el caso de Rut y de su matrimonio, al servicio de continuidad de la tierra y la familia. En ella se supone que cada varón, fundador de estirpe, posee una tierra y que debe legarla a sus descendientes, dentro de una “federación” de familias libres. Si uno muere sin dejar herencia, su tierra podría convertirse en propiedad de otros (que la usurpen, dentro del clan) o pasar a otro claro (si la viuda se casara otra vez y entregara la tierra del difunto marido a un marido nuevo, de otra procedencia). Por eso, la viuda debe casarse de nuevo, dentro de la familia.

También se puede afirmar que está ley ha sido formulada a favor de las viudas… que corren el riesgo de quedar desamparadas, en el caso de que pierdan al marido y no tengan hijos (como saben las leyes de Éxodo y Deuteronomio, que mandan proteger a las viudas). En esa línea, una forma de “proteger” a la viuda parece haber sido la de exigir que se case con ella el pariente más próximo (para protegerla y darse un descendiente a su difunto marido. Por otra parte, esa ley ha sido normalmente onerosa para el levir o cuñado, que así debe cuidar de dos mujeres y casas (de la suya y de la de su hermano). Ese “levir”, así casado, no debía trabajar sólo para sí (para su mujer y sus hijos), sino para la mujer y el heredero de su hermano, engendrado y cuidando de esa forma un hijo que no iba a ser suyo, sino de su hermano. Por eso, el texto antes citado insiste en que cumpla su obligación y que, si no lo hace, “caiga en vergüenza”. Pero en el fondo de esa “ley” se esconde también un gran problema para las mujeres, como seguiremos viendo.

((¿Qué pasa con la viuda? ¿Cómo se siente ella? Esta ley no lo dice, pero, en principio, parece que intenta favorecer a la viuda: darle una casa, asegurarle una herencia (un hijo), permitir que su hijo sea su heredero, dentro de una sociedad donde se acepta la “poligamia”, al menos temporal, pues no se dice si el “levir” (el cuñado que se casa con la mujer de su difunto hermano) está casado o no, aunque se supone que sí. Ésta es una ley de “cuñados-hermanos”, que aparecen como garantes de la continuidad familiar (como en otras culturas han sido los tíos, es decir, los hermanos de la madre). Sobre el texto y la visión de Dios que está en su fondo, además de comentarios, cf. M. Fander, Die Stellung der Frau im Markusevangelium (MThA 8), Altenberge 1990; J. Schlosser, El Dios de Jesús (BEB 82), Sígueme, Salamanca 1995, 79-94; O. Schwankl, Die Sadduzäerfrage (Mk 12, 18-27 par), BBB, Bonn 1987)).

Primer tema: ¿De quién de los siete maridos será la mujer?

Ésta es, como he dicho, una ley que se ha cumplido algunas veces para bien, aunque con reticencias, como en el caso de Rut, y otras veces con “sagacidad”, en contra de la voluntad del padre de familia, como en el caso de Tamar (Gen 38, 6-29), una ley que ha levantado amplias sospechas, como en el caso de aquella de la que se dice que “mató” a siete maridos (o que sus siete maridos murieron), como en el caso de la mujer de Tobías,

Sucedió aquel mismo día, que también Sarra, hija de Ragüel, el de Ecbátana de Media, fue injuriada por una de las esclavas de su padre, porque había sido dada en matrimonio a siete hombres, pero el malvado demonio Asmodeo los había matado antes de que se unieran a ella como casados. La esclava le decía: «¡Eres tú la que matas a tus maridos!... Entonces Sarra, con el alma llena de tristeza, se echó a llorar y subió al aposento de su padre con intención de ahorcarse (Tob 3, 7-8).

La “solución” del libro de Tobías pasa a través de la intervención del ángel Rafael, que expulsa al demonio perverso, que mataba a los maridos de Sarra, de manera que ella pudo casarse, al fin, en matrimonio fecundo, con Tobías, dentro de este mundo: tras siete maridos frustrados, llegó el octavo, el duradero. Pues bien, los saduceos, que tientan a Jesús, están planteando una cuestión distinta, que ni libro de Rut, ni el de Tobías (ni el caso de Tamar) han previsto: Si los muertos resucitan (como se está diciendo ya en tiempo de Jesús): ¿de quién de los maridos será la mujer? Imaginemos una que, por ley de levirato (cf. Dt 25, 5-10), ha tenido siete maridos hermanos, muertos después de haberla poseído, sin lograr descendencia. ¿De quién de ellos será al final, si existe resurrección, como se dice? (12, 23).

Si la mujer hubiera tenido descendencia quedaría en manos del padre legal de su hijo (que sería el primer marido). Pero, al no tenerla, habrán de disputar por ella eternamente los citados siete hermanos. La resurrección confirmaría sobre el cielo la ley terrena de la envidia y competencia, elevando hasta un nivel grotesco la lucha de Herodes con su hermano, por motivos esponsales (cf. 6, 18). La ley del levirato podía resultar provechosa en este mundo y no planteaba una cuestión de competencia, pues los siete maridos poseyeron a la esposa de forma sucesiva. Pero en la resurrección el tiempo cesa y volverían a la vida, a la vez, los siete maridos, presentando cada uno su derecho y luchando todos ellos por apoderarse de la única mujer que todos han tenido por un tiempo.

Desde ese fondo, los saduceos (que en este caso no tienen problema, pues niegan la resurrección), critican a los fariseos y a otros, que creen en la resurrección, y, de un modo especial, a Jesús y a los cristianos, que no sólo creen en ella, sino que la toman como fundamento de su experiencia religiosa. Para los fariseos el problema no sería quizá tan importante, pues ellos pueden afirmar que la Ley se encuentra por encima de la resurrección. Para los cristianos, en cambio, éste es un problema de vida o muerte: si no existe resurrección, todo lo que se dice de Jesús carece de sentido .

Segundo tema: Cuando resuciten los muertos…

Los saduceos aplicaban a los resucitados el mismo esquema de vida que se aplican a los hombres y mujeres de este mundo. En contra de eso, Jesús afirma que la resurrección nos lleva a un plano más alto, donde ya no existe lucha por la posesión de otros, ni hay egoísmo particular, pues en ese nivel la vida se vuelve libertad, de manera que varones y mujeres aparecen como seres personales y perfectos, sin que tengan que mantenerse en clave de batalla y dominio permanente.

Los resucitados no se casan al estilo antiguo y por eso carece de sentido la pregunta sobre quién de los siete maridos “tendrá” a la viuda común sobre el cielo (12, 25). Ni ellos serán dueños, ni ella esclava. Habrá acabado el tiempo en que la esposa sin marido y prole puede ser utilizada por esposos que la emplean para asegurar la herencia patriarcal de la familia. Ella será por fin persona, en el sentido radical de la palabra: responsable y dueña de sí misma, independiente ante Dios y ante los otros, como los ángeles del cielo .

En principio, Jesús no discute sobre la ley del levirato en este mundo (ni critica, por tanto, la probable o posible poligamia que ella implica), pero niega que ella puede aplicarse en la resurrección, pues en ella los siete maridos muertos no retornan a una forma de vida anterior, para así “poseer” otra vez a la mujer que antes tuvieron y luchar por ella.

En la resurrección ni los varones se casan (gamousin), ni las mujeres son tomadas en matrimonio (gamidsontai), sino que son como ángeles del cielo. Habrá acabado el tiempo en que una viuda con tierra, pero sin descendencia, puede ser “utilizada” por “levires” para asegurar la herencia patriarcal de la familia. La mujer será por fin persona en el sentido radical de la palabra: responsable y dueña de sí misma, independiente ante Dios y ante los otros. Eso significa que no estará al servicio de una heredad que debe mantenerse, ni de una descendencia del marido. Será libre, como el esposo, podrá vivir una vida personal…

Éste es el tema de fondo de la respuesta de Jesús y de su interpretación de la Biblia, un tema que se aplica para el “más allá” de la resurrección, pero que influye de un modo decisivo en la forma de entender la vida en este mundo. Para que se cumpla aquí lo que Jesús pide para la resurrección es necesaria una gran revolución no sólo económica (en el plano de la posesión de campos o bienes), sino también familiar (en el plano de la relación de hombres y mujeres). Jesús proyecta esa revolución para el “fin” (para el tiempo de la resurrección). Pero es claro que su palabra se aplica al presente, pues el Reino está comenzando ya.

Jesús responde así en un plano antropológico. En este la mujer ha solido estar sometida al marido, como objeto de su propiedad. Si este esquema de sometimiento (propio de los saduceos) se aplicara a la visión del cielo, la resurrección sería imposible: siete varones celosos y fieros seguirían disputando eternamente la propiedad sobre una misma mujer, los varones luchando, la mujer sufriendo. Pues bien, en contra de ese modelo, que es ya malo para el mundo, Jesús viene a presentar-aplicar para el cielo la antropología de la gratuidad y universalidad. No habrá dominio de unos sobre otros; la existencia será fiesta de vida perdurable y compartida, como indica el signo de los ángeles. Varón y mujer serán libres y plenamente iguales, en transparencia comunicativa (sin hallarse sometido uno al otro).

Profundización: como ángeles

Según el evangelio, lo que vale para el Reino (resurrección) ha de aplicarse (anticiparse) aquí en la tierra. Eso significa que la ley del levirato, con lo que está en su fondo, debe revisarse: la mujer no es un “objeto procreador” al servicio de la herencia del marido, pues cesa la familia patriarcal y el modo de posesión de tierras que ella implica. Eso supone que los hijos tampoco están al servicio del mantenimiento de la “herencia”, ni las mujeres al servicio de los hijos del varón-patriarca. La mujer no es objeto de placer, ni medio para dar hijos al marido y para asegurar de esa manera que su herencia se perpetúa. Ella vale por sí misma, igual que el marido, “como los ángeles del cielo”.

Mirada así la pregunta (y la objeción) de los saduceos pierde su sentido. Ellos están argumentando desde una “ley vieja” de posesión, que no puede aplicarse a la vida nueva de los resucitados; piensan que las condiciones actuales de vida no pueden cambiar, suponiendo así que no hay Reino, ni resurrección, pues si la hubiera implicaría una “eternización de la injusticia”. En esa línea, el budismo clásico niega la posibilidad de un cielo donde siguen imperando los deseos de este mundo; por eso pide nirvana total, la plena negación de los deseos. Pues bien, en contra de eso, Jesús afirma que existe un orden de vida distinto, que puede empezar ya aquí, donde los deseos pueden entenderse como fuente de amor y libertad.

Las leyes de este viejo mundo nacen del miedo de la muerte, de manera que allí donde los hombres y mujeres no tengan miedo a morir ellos podrán vivir con gozo y compartir la vida, en fecundidad. Al comparar a los resucitados con ángeles, Jesús no está indicando que “serán asexuados”, sino “sexuados de un modo distinto”, no al modo actual de dominio de unos sobre otros y de lucha por la herencia, sino en gratuidad, en un tipo de comunicación y transparencia que en este mundo (en este tiempo) no logramos realizar ni imaginar.

En esa línea de esperanza de resurrección, el matrimonio no puede concebirse como institución de dominio, que se perpetuará en la resurrección, sino como experiencia de gracia y transparencia que culminará al final, pero que está empezando a darse ya en este mundo. Es evidente que Jesús se está refiriendo a los ángeles buenos, pues la tradición bíblica conoce ángeles de sexo perverso, casi siempre masculinos, como sabía la historia de Asmodeo y sobre todo la invasión de los ángeles violadores, que aparece en Gen 6 en 1 Henoc.

Cesará el tipo actual de vida, en la que se engendra para la muerte, en lucha por la posesión de tierras y campos, y surgirá una vida para el amor y el despliegue de la Vida. Eso significa que en la resurrección los hombres y mujeres ya no pueden morir, y por eso no se casarán al modo antiguo, sino que serán como los ángeles. El miedo a la muerte había conducido a la ruptura y a la lucha. La experiencia de la resurrección nos hará superar las injusticias de una historia donde los varones habían convertido a muchas mujeres en esclavas al servicio de su deseo y poder genealógico.

Superar el matrimonio saduceo.

Esto significa que, según Jesús, la misma pregunta de lo saduceos carece de sentido, porque absolutiza un tipo de vida actual y porque cierra así las puertas del Reino, es decir, de la esperanza de futuro, que aparece definida por el signo de la resurrección. Ellos han puesto la objeción de un cielo con siete hombre “para una mujer”, luchando por ella. Pues bien, Jesús les pide que cambien esa imagen, esa forma de entender a la mujer como una sierva al servicio de una vida administrada por varones, sin importar su libertad, ni sus sentimientos. La mujer, lo mismo que el varón, está llamada a ser “como los ángeles del cielo”, es decir, una persona con autonomía, valiosa por sí misma.

Eso significa que, de un modo indirecto, debe superarse el matrimonio saduceo, inmerso en las leyes de dominio y lucha de este mundo, un matrimonio que se encuentra dominado por la urgencia de la reproducción, la búsqueda de seguridad (dominio del varón sobre la mujer), el mantenimiento de la herencia en la familia y el dominio final de la muerte sobre todos), para inaugurar un matrimonio evangélico, que es comunión de amor para la vida, vinculación en gratuidad, que podrá culminar y culminará en la resurrección. El matrimonio así entendido tiene una historia en este mundo (con hijos o sin hijos) y una culminación en la Pascua Plena de Jesús, cuando la vida sea tal que ya no sean necesarios más hijos, en transparencia angélica

Según eso, la ley del levirato, donde la mujer pasaba de un marido a otro, como posesión al servicio de la herencia y de la descendencia, pierde su sentido (aunque Jesús no la critica aquí, en plano de ley). Por eso, desde su perspectiva, los saduceos deben negar la resurrección, pues las estructuras que han hecho a una mujer objeto de siete maridos no pueden perdurar, ni son dignas del reino. Ellos utilizan la resurrección para perpetuar el orden “injustos” (clasista) de este mundo, no para buscan y adelantar el mundo nuevo (la resurrección).

Ciertamente, para que las cosas continúen como han sido (con una mujer de siete maricos) no merece la pena la resurrección, al menos en perspectiva de mujeres. Pero, si hay resurrección (¡que la hay, pues Dios es Señor de vivos!) las cosas de este mundo tienen que cambiar y de esa forma ha de cambiar el matrimonio, como quiere Jesús, poniéndolo al servicio de la vida, sin miedo a la muerte… Se tratará de un matrimonio que no es para “engendrar” herederos que aseguren la posesión familiar de la tierra, en un contexto de disputa económica, sino para expandir y compartir la Vida, en un contexto donde cada uno de los hombres y mujeres son, según Jesús, como “ángeles”, seres individuales, seres inmortales.

Según eso, cada ser humano, hombre o mujer, tiene un valor individual, de manera que cada uno es perfecto en sí mismo, sin necesidad de estar al servicio de los otros, ni siquiera para el matrimonio entendido como imposición. Según eso, el matrimonio deja de ser una necesidad al servicio del mantenimiento de la herencia, de manera que puede y debe concebirse como unión de seres libres. Sólo en este contexto se puede afirmar que los hijos valen en sí mismo, como hijos de Dios y de la resurrección.

De esa manera, la fe en la resurrección aparece como protesta contra la injusticia social de un mundo controlado por varones, al servicio de la posesión. Este Jesús de Marcos nos sitúa ante un matri-monio sin patri-monio, como supone ya 3, 31-35, donde, como hemos visto, se habla de madres, hermanos e hijos sin padres (en sentido patriarcal o levirático).

No es un Dios de muertos, sino de vivos

Jesús responde así elevando el nivel de la pregunta, retomando el sentido del “Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob” (Ex 3, 6.15). Esto significa que los patriarcas están vivos, pues Dios no puede recibir su nombre de unos seres que han muerto (ya no existen). Esto significa que la inmortalidad o, mejor dicho, la vida más allá de la muerte no es un tema genérico (sobre la esencia humana), sino que está vinculado al mismo despliegue de la vida (al matrimonio y a los hijos), desde una perspectiva de revelación de Dios.

En esa línea, Jesus apela a un argumento teológico: al poder de Dios, a su fuerza y presencia creadora, tal como se manifiesta en los “padres” del pueblo (Abrahán, Isaak, Jacob). Según eso, por encima de las debilidades e injusticias humanas (siete varones, una mujer), viene a revelarse el misterio de un Dios que mantiene la memoria de los “patriarcas”, un Dios que mantiene y transforma la vida de los hombres. De esa forma, este pasaje debe completarse (interpretarse) desde el final de Mc 16, 6-7: sólo en la pascua de Jesús veremos lo que es vida tras la muerte y podremos descubrir el verdadero poder (dynamis) de Dios.

La autonomía personal de hombres y mujeres se encuentra vinculada al Dios de la resurrección, que es el Dios de la historia que se conserva y plenifica en el presente, de Abrahán, Isaac y Jacob (cf. Ex 3, 6). Según eso, la fuente de la resurrección se identifica con el mismo Dios, que se llama Yahvé (¡Soy el que Soy/Estoy presente!) y se define a sí mismo como Dios de los patriarcas, que aparecen así como vivos en él (cf. 3, 14-15). Todos los hombres y mujeres vienen a mostrarse de esa forma vinculados en Dios, pues en él no mueren, sino que viven siempre en plenitud.

Así aparecen llenos de valor, en manos de un mismo Dios de los que viven, tanto en este mundo como en el futuro. Por eso, esclavizar a la mujer o utilizarla para asegurar la herencia (por ley de levirato), va contra la más honda libertad personal que brota de ese Dios, que es fuente y presencia de Vida de aquellos que viven aún en este mundo y de aquellos que ya han muerto.

El Jesús de Marcos identifica de esa forma al Dios de los patriarcas (Abrahán, Isaac y Jacob) con el Dios que vive y está presente (Soy el que Soy: Ex 3, 14-15). El mismo Señor, que aparecía vinculado a la tierra sagrada (que se manifiesta en la zarza ardiendo: Ex 3, 3-4), es Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, que viven en él, de forma que la “prueba” de la resurrección es la experiencia de su Vida.

Por eso, en realidad el tema de fondo de la pregunta de los saduceos no es sólo la resurrección futura (de quién será una mujer que ha tenido siete maridos), sino la dignidad y plenitud de vida en este mundo. Como he dicho, Jesús utiliza aquí un argumento básicamente fariseo (que puede ser aceptado por un escriba, como dirá 12, 18). De todas formas, este argumento deja abierto el tema más específicamente cristiana de la “resurrección de Jesús” (cf. 16, 1-8) y de su vinculación con el mensaje del Reino (1, 14-15).

Conclusión

Jesús nos sitúa así ante un problema esencial. Más que el dinero del César oprime a los humanos (especialmente a las mujeres) el poder patriarcal, una ley de dominio masculino. Pues bien, superando ese nivel de imposición, y oponiéndose al grupo saduceo y fariseo), Jesús se ha atrevido a proyectar sobre la mujer y la familia un modelo de la libertad angélica (o escatológica) que iguala a varones y mujeres. La mujer que está en el fondo de la pregunta de los saduceos parecía hallarse al servicio de la estirpe, como portadora y garante de una vida administrada por varones. No importaba su libertad, no contaban sus sentimientos. Sólo un marido que velase por ella, dándole hijos, podía ofrecerle dignidad (como muestra incluso la historia conmovedora de Rut). Pues bien, la mujer del evangelio no necesita protecciones particulares de varones, ni cláusulas de herencia patriarcal, pues ella vale igual que los varones.

Lógicamente, el evangelio no incluye una ley especial para mujeres, pues ellas se encuentran incluidas, con iguales derechos, en la comunidad mesiánica. Dueño de sí es el esposo; dueña igualmente la esposa. Por eso, de hecho, en el fondo (sin necesitad de afirmarlo de manera expresa), pierde su sentido la ley del levirato, según la cual la mujer pasaba de un marido a otro, como posesión al servicio de la herencia y de los hijos.

En la perspectiva antigua no tenía sentido la resurrección: para que las viejas estructuras se repitan no merece la pena la resurrección, al menos en perspectiva de mujeres. Pero el argumento se puede invertir, y Jesús comienza a hacerlo: desde el poder de Dios y su esperanza de resurrección cambia la suerte de varones y mujeres, de modo que todos reciben la misma dignidad, como ángeles del cielo, , superando así las estructuras opresoras, para avanzar en un camino de fidelidad esponsal y gratuidad comunitaria, en la línea de 10, 1-12.28-30.

No hay comentarios: