Por Jesús Peláez
La situación de persecución, injusticia y opresión en que vivían los primeros cristianos les hará anhelar con toda el alma el fin del mundo y la consiguiente venida del Mesías. Tales eran las expectativas a este respecto en las primitivas comunidades cristianas, que Pablo tuvo que ponerse serio con algunos miembros de ellas. Así escribía a los Tesalonicenses: «A propósito de la venida de nuestro Señor, Jesús el Mesías, y de nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis con supuestas reve laciones, dichos o cartas nuestras, como si afirmásemos que el día del Señor está encima» (2 Tes 2,1-2). Hasta tal punto esta ban convencidos muchos cristianos de la inminente llegada del fin del mundo, que incluso habían dejado de trabajar para esperarla. Pablo, por su parte, los invita a «retraerse de todo hermano que lleve una vida ociosa», y afirma tajantemente:
«El que no quiera trabajar, que no coma» (2 Tes 3,6ss). Esto sucedía el año 51 de nuestra era.
El fin del mundo no llegó, y los cristianos se vieron obli gados por las circunstancias a aplazar su llegada. En el evan gelio de Lucas -escrito después del año 70 de nuestra era, fecha de la destrucción del templo de Jerusalén por las legio nes de Tito- aparece clara la actitud que deben adoptar los cristianos ante este tema: «Como algunos comentaban la be lleza del templo por la calidad de la piedra y los exvotos, Jesús dijo: -Eso que contempláis llegará un día en que lo derribarán hasta que no quede piedra sobre piedra. Los discí pulos le preguntaron: Maestro, y ¿ cuándo va a ocurrir esto?> y ¿cuál es la señal de que está para suceder?» Según la men talidad judía, el mundo se acabaría el día en que el templo de Jerusalén fuese destruido; preguntar por la destrucción del templo equivalía a indagar sobre el fin del mundo.
Jesús no respondió directamente a la pregunta de los dis cípulos. Dijo: «Cuidado con no dejarse extraviar; porque van a venir muchos usando mi titulo, diciendo "ése soy yo", y que el momento está cerca; no los sigáis. Cuando oigáis estruendo de batallas y revoluciones, no tengáis pánico, porque esto tiene que suceder primero, pero el final no será inmediato... Se alzará nación contra nación y reino contra reino, y habrá gran des terremotos, en diversos lugares, hambre y epidemias; sucederán cosas espantosas y se verán portentos grandes en el cielo.» Ni las guerras, ni las revoluciones, ni las catástrofes naturales, ni los falsos mesianismos de cualquier clase anun cian el fin del mundo, cuya fecha de caducidad desconocemos.
Más aún, antes de este final, el cristiano habrá de padecer mucho: «Os perseguirán, os echarán mano, llevándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os conducirán ante reyes y goberna dores por causa mía, pero no perderéis ni un pelo de la ca beza; con vuestro aguante conseguiréis la vida» (Lc 21,1-19).
En lugar de satisfacer la curiosidad de los discípulos sobre la fecha de la destrucción del templo y consiguiente fin del mundo, Jesús los invita a no desanimarse ante todo lo que tendrán que sufrir antes de que llegue el fin. Ni siquiera la destrucción del templo de Jerusalén será anuncio de la venida inmediata del Mesías (Lc 21,20-24). La tarea del discípulo en este mundo es dar testimonio de Jesús, en medio de persecu ciones de todo tipo, apuntando con su estilo de vida a otro mundo y otro orden de cosas que acabe con este desorden de odios, guerras y luchas fratricidas. Las restantes indagaciones sobre el fin del mundo son embrollos que a nada conducen. Pura pérdida de tiempo.
«El que no quiera trabajar, que no coma» (2 Tes 3,6ss). Esto sucedía el año 51 de nuestra era.
El fin del mundo no llegó, y los cristianos se vieron obli gados por las circunstancias a aplazar su llegada. En el evan gelio de Lucas -escrito después del año 70 de nuestra era, fecha de la destrucción del templo de Jerusalén por las legio nes de Tito- aparece clara la actitud que deben adoptar los cristianos ante este tema: «Como algunos comentaban la be lleza del templo por la calidad de la piedra y los exvotos, Jesús dijo: -Eso que contempláis llegará un día en que lo derribarán hasta que no quede piedra sobre piedra. Los discí pulos le preguntaron: Maestro, y ¿ cuándo va a ocurrir esto?> y ¿cuál es la señal de que está para suceder?» Según la men talidad judía, el mundo se acabaría el día en que el templo de Jerusalén fuese destruido; preguntar por la destrucción del templo equivalía a indagar sobre el fin del mundo.
Jesús no respondió directamente a la pregunta de los dis cípulos. Dijo: «Cuidado con no dejarse extraviar; porque van a venir muchos usando mi titulo, diciendo "ése soy yo", y que el momento está cerca; no los sigáis. Cuando oigáis estruendo de batallas y revoluciones, no tengáis pánico, porque esto tiene que suceder primero, pero el final no será inmediato... Se alzará nación contra nación y reino contra reino, y habrá gran des terremotos, en diversos lugares, hambre y epidemias; sucederán cosas espantosas y se verán portentos grandes en el cielo.» Ni las guerras, ni las revoluciones, ni las catástrofes naturales, ni los falsos mesianismos de cualquier clase anun cian el fin del mundo, cuya fecha de caducidad desconocemos.
Más aún, antes de este final, el cristiano habrá de padecer mucho: «Os perseguirán, os echarán mano, llevándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os conducirán ante reyes y goberna dores por causa mía, pero no perderéis ni un pelo de la ca beza; con vuestro aguante conseguiréis la vida» (Lc 21,1-19).
En lugar de satisfacer la curiosidad de los discípulos sobre la fecha de la destrucción del templo y consiguiente fin del mundo, Jesús los invita a no desanimarse ante todo lo que tendrán que sufrir antes de que llegue el fin. Ni siquiera la destrucción del templo de Jerusalén será anuncio de la venida inmediata del Mesías (Lc 21,20-24). La tarea del discípulo en este mundo es dar testimonio de Jesús, en medio de persecu ciones de todo tipo, apuntando con su estilo de vida a otro mundo y otro orden de cosas que acabe con este desorden de odios, guerras y luchas fratricidas. Las restantes indagaciones sobre el fin del mundo son embrollos que a nada conducen. Pura pérdida de tiempo.
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