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jueves, 18 de noviembre de 2010

XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 23, 35-43) - Ciclo C: Jesucristo, Rey del Universo - Haciendo la paz entre el cielo y la tierra


Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

Érase una vez un terrateniente que deseaba convertirse en caballero.
Quería servir a su rey y ser el más noble y más leal caballero que jamás hubiera existido. El día de su investidura, abrumado por el honor, hizo un voto solemne. Prometió no arrodillarse ni levantar sus brazos en homenaje para nadie más que su rey.
Y se le encomendó la guardia de una ciudad en la frontera del reino. Cada día vigilaba la entrada enfundado en su armadura.
Pasaron los años. Un día, desde su puesto de guardia vio pasar por delante una campesina con su carro lleno de verduras y frutas. Éste volcó y todo se derramó por el suelo.
Nuestro caballero, para no romper su voto, no se movió.
Otro día pasaba un señor que tenía sólo una pierna y su muleta se rompió. "Buen caballero, ayúdeme a levantarme". Pero el caballero no dobló las rodillas ni levantó las manos para ayudarle.
Pasaron los años y nuestro caballero ya anciano recibió la visita de su nieto que le dijo: "Abuelo cógeme en tus brazos y llévame a la feria". Pero no se agachó para no quebrantar su voto.
Finalmente, el rey vino a inspeccionar la ciudad y visitó al caballero que estaba rígido guardando la entrada. El rey lo inspeccionó y observó que estaba llorando.
Eres uno de mis más nobles caballeros, ¿por qué lloras?
Majestad, hice voto de no inclinarme ni levantar mis brazos en homenaje más que para usted, pero ahora soy incapaz de cumplir mi voto. El paso de los años ha producido su efecto y hasta las junturas de la armadura se han oxidado. Ya no puedo levantar los brazos ni doblar las rodillas.
El rey, como un buen padre, le dijo: "Si te hubieras arrodillado para ayudar a todos los que pasaban y hubieras levantado tus brazos para abrazar a todos que acudían a ti, hoy, podrías haber cumplido tu voto dándome el homenaje que juraste no rendir más que a tu rey.
Estamos celebrando el último domingo del calendario de la Iglesia, el calendario litúrgico. Termina el año de gracia del Señor. El próximo domingo estrenaremos nuestro calendario con el tiempo litúrgico del Adviento.
A lo largo del año Lucas nos ha ido contando todo lo que Jesús hizo y dijo a lo largo de su vida. Pero nunca nos dijo cómo era Jesús. ¿Era alto o bajo? ¿De qué color eran sus ojos y su pelo? Detalles que nosotros siempre incluimos en la descripción de las personas para los evangelistas carecían de importancia. Lo esencial es siempre invisible para los ojos. Los evangelios nos hablan de las cualidades de Jesús: su compasión, su servicio, su generosidad, su obediencia, su fidelidad al proyecto de Dios, sus convicciones profundas que le hacen vivir y dar la vida de una determinada manera.
San Pablo nos dice que Jesús es "la imagen visible del Dios invisible".
Ver a Jesús, sentir a Jesús, es ver a Dios y experimentarlo presente en la vida de cada día.
En el último día de su vida, al que en vida quisieron hacer Rey y aclamaron como Rey el domingo de Ramos, en el Calvario su epitafio rezaba: INRI, Jesús Nazareno Rey de los Judíos. Pilatos tuvo el privilegio de escucharlo de los labios del mismo Jesús.
Aquel día nadie reconoció a Jesús como Rey. Se burlan de él y hacen su trabajo, cumplen sus órdenes.
La cruz es el símbolo de todo lo que había enseñado y vivido. Es su última lección. El último servicio por toda la humanidad.
Jesús es el Rey que no aparenta ser Rey pero para nosotros los creyentes este Rey que sirve, que muere, que es objeto de burla, es el que nos sana, nos perdona, nos redime, nos libera del enemigo, nos abre las puertas de la vida y del reino presente y futuro.
Mi reino no es de este mundo pero, un día, el mundo entero, la creación entera, será su reino.
Como el buen ladrón, los cristianos tenemos que reconocer en el crucificado al que tiene poder para introducirnos en el reino de la vida, en su reino. El único pecado que podemos cometer es mirar a la cruz y ver un hombre, sólo un hombre, y no reconocerlo como nuestro Dios y Salvador.
¿Vale todo esto para nuestro hoy?
El misterio es que el estilo de vida de Jesús no es sólo para el futuro. Está anclado en el presente. La salvación no es sólo una promesa para el mundo futuro. Es también para el mundo presente. Es en los momentos más oscuros de nuestra vida cuando debemos ver lo que el buen ladrón vio y como él llamar a Jesús para que sane nuestras heridas.
Dios estaba muy presente en Cristo, el Rey, reconciliando toda la creación con el creador; pagando el precio personalmente en la sangre derramada en la cruz, haciendo la paz entre el cielo y la tierra.

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