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sábado, 4 de diciembre de 2010

Apoyo para la Homilía y la Reflexión personal:II Domingo de Adviento (Mt 3, 1-12) - Ciclo A



TEMAS Y CONTEXTOS

EL TEXTO DE ISAÍAS.
El profeta Isaías pronuncia este oráculo como advertencia al rey de Judá, explicando cómo ha de ser el Rey. El Rey es para el pueblo de Israel ( en este caso se trata del reino de Judá, el reino del Sur) mucho más que un jefe político. Está por encima de los sacerdotes, es el conductor del pueblo, una especial presencia del Señor. De su fidelidad al Señor depende la prosperidad del pueblo y el mantenimiento de la promesa. Pero el rey, Ajaz, se ha apartado del Señor, es idólatra, se ha sometido a los dioses asirios.... Isaías lanza un oráculo soñando con el verdadero Rey... y trasciende el tiempo para hablar del definitivo rey, el nuevo David, el nuevo Moisés, que cumplirá enteramente la Promesa. Jesé es el padre de David. El texto dice, por tanto, que surgirá en Israel "un nuevo David", un nuevo rey y profeta, es decir, "el mesías".
Es un texto "mesiánico", que anuncia al mesías. Pero ¡qué mesías! No es un rey sin más, no habla de poder político ni militar. Lleno del espíritu de Dios, que es sabiduría, fortaleza, justicia, respeto a los débiles. Nosotros encontramos aquí un anuncio de Jesús. Jesús es así: lleno del espíritu de Dios, lleno de sabiduría y fuerza y respeto por los débiles. Es también un anuncio de la humanidad: eso es el ser humano. No es riqueza, poder, dominio del fuerte, codicia, placer inmediato... sino ley de Dios, que es sabiduría. Y eso es Jesús. Ley viva, Sabiduría viva, Palabra viva, espíritu de Dios visible en un ser humano. Así podrá hacerse una humanidad nueva, en la que reine la paz: a esto se refieren las últimas imágenes del texto, tan expresivas, tan poéticas.
Maravilloso Isaías. Siglos antes de Jesús adivinó ya el camino verdadero. Rodeado de personas que creían que Dios servía para que Israel fuera poderoso, sabía ya que Dios sirve para que todos los humanos tengan ese Espíritu. Sí, el Espíritu del Señor soplaba en aquellos Profetas.

LA CARTA A LOS ROMANOS
Pablo entiende muy bien quién es Jesús, y lo que significa para los de su tiempo. Con la llegada de Jesús, el viejo vaso de Israel se desborda. Ya no cabe en él el Espíritu de Dios. Israel ve, atónito, que el Dios de Israel no es propiedad de Israel. Israel ha sido sólo - y a veces muy mal - su mensajero. En esta carta Pablo se dirige a los cristianos de Roma, comunidad nacida de la colonia judía residente en Roma, a la que se van incorporando gentiles, es decir, paganos. Y hace un anuncio revolucionario. La Biblia no se escribió para los judíos, sino para todos los hombres.
La Palabra de Dios no está encadenada al pueblo de Israel: es para la salvación del mundo. Es el primer sentimiento que nace de Jesús: aceptaos unos a otros como Dios acepta a todos.

EL EVANGELIO DE MATEO
Juan es un profeta, el típico profeta. No es sólo lo que dice, es él mismo, su modo de vivir, lo que es palabra de Dios. Hijo de buena familia, un sacerdote del Templo de Jerusalén, ha renunciado a todo, incluso a su rango sacerdotal, vive en el desierto, viste de piel de camello, come langostas... y les grita a todos que no pierdan la vida, que está a las puertas "EL REINO DE DIOS", que hay que preparar el camino. Y entonces llegan "los buenos", los que se creen algo por ser hijos de Abraham, israelitas cumplidores de la Ley.... No es eso: es convertirse de corazón y dar frutos.
Y ya viene "El Definitivo", el que pondrá en la tierra el Espíritu de Dios. Delante de él lo que es oro reluce y lo que es paja desaparece... ¡Qué figura la de Juan!. El último de la Antigua Ley, el heraldo de Jesús, la puerta del Reino. Se nos ocurre que Mateo ha hecho, sutilmente, una comparación con Moisés. Moisés ha sacado al pueblo de Egipto, le ha dado la Ley en el Sinaí, lo ha llevado cuarenta años por el desierto, ha llegado a las puertas de la Tierra Prometida. Y un día, el Este del Jordán, enfrente de Jericó, Dios le lleva a la punta del monte Nebo para que pueda ver la Tierra Prometida... antes de morir. Todo el Antiguo Testamento es un camino hacia Jesús.
Al final del camino, en la cumbre, Juan Bautista señala a Jesús: ¡Ahí está!... y desaparece de la historia.


R E F L E X I Ó N

El tema de fondo de este domingo nos obliga a repensar quiénes somos, como Juan el Bautista y Jesús les obligó a los judíos a preguntárselo. "Somos hijos de Abraham", decían orgullosamente aquellos "justos" judíos. Y pensaban quizá que con esto podían quedarse satisfechos. Pero Juan el Bautista proclama que esto no vale nada. Lo que valen son las buenas obras, los frutos.
Esto nos proporciona la oportunidad de pensar en nosotros mismos. El viejo catecismo empezaba preguntando : ¿Eres cristiano?. Y respondíamos: "Soy cristiano por la gracia de Dios". Y aquí empiezan los matices. "Por la gracia de Dios" quizá significa para nosotros que nos creemos afortunados, agraciados, distinguidos... que somos más que otros que no han recibido esa gracia. Quizá pensemos que nuestra salvación es segura, puesto que conocemos a Dios.
Pero no es así. Conocer a Jesús, más aún que una enorme gracia, es un enorme compromiso. Ser cristiano es, por encima de todo, haber aceptado una misión, y una misión dura: ser como Jesús, trabajar por El Reino, vivir para el Reino. Esos son los frutos que se esperan de los que hemos recibido la gracia de la fe en Jesús. Fue precisamente esto lo que más le costó entender a Israel, si es que lo entendió. Israel pensó siempre que él era "el pueblo elegido", preferido de Yahvé, que le hacía triunfar sobre los demás pueblos... los cuales no eran "el pueblo de Yahvé". Tan profunda era esta convicción que los primeros cristianos, los discípulos inmediatos de Jesús todavía tenían este problema. Por este problema tuvieron serias discusiones Pablo, Bernabé, Pedro y Santiago. ¿Hay que ser judío para ser cristiano? ¿Hay que circuncidarse y dar culto en el Templo de Jerusalén?. El mensaje de Jesús ¿es para los judíos o para todos?. Y es que Israel tuvo siempre la tentación de pensar que Dios era para él. Pero es al revés. Y esta es la esencia de nuestra reflexión. Ser cristiano es aceptar la novedad de Jesús, la Gran Noticia, lo que Jesús llama "el Reino". La Gran Noticia del Reino es, simplemente: Dios, mi Padre, cuenta conmigo para trabajar por sus hijos. Esto es, a la vez, una enorme suerte y un enorme compromiso. Ser cristiano es haber sido elegido para un trabajo, y haberlo aceptado.
La verdad es que hemos recibido mucho. Nos han dado la fe, el conocimiento de Jesús, hemos recibido la Palabra de Dios a espuertas, hemos celebrado miles de veces la Eucaristía, tenemos a nuestra disposición los formidables ejemplos de los santos, de tantos santos como hemos conocido y conocemos... Todo eso nos lo han dado, sin mérito alguno por nuestra parte. ¿De qué podemos presumir? ¿De haber recibido mucho?. Es más sensato preguntarnos para qué nos lo han dado y para qué lo tenemos.
Y es que sentimos la tentación de considerar que lo que tenemos es mérito nuestro, y considerarlo como un seguro ante Dios: soy cristiano, cumplo los mandamientos, voy a misa... estoy en paz con Dios. Es exactamente lo que pensaban los fariseos y saduceos del evangelio de hoy: "Somos hijos de Abraham". Jesús desmontó esta mentalidad con la famosa parábola del fariseo y el publicano (Lucas 18) El fariseo era "justo": conocía a Dios, conocía la Ley y la cumplía: se sentía en paz con Dios y le daba gracias: ¿qué hay de malo en ello?. ¿Por qué es rechazado?. Muy sencillo: pensaba que todo eso, el conocimiento de Dios y de la Ley, y su cumplimiento de la
Ley eran sus méritos. Y no era así: todas esas cosas son los regalos que había recibido de Dios: no eran su haber sino su debe, un capital prestado, esperando que produjera intereses.
Aquí está la clave de "la elección". Elegidos para trabajar, hemos recibido medios para trabajar. Tenemos una viña, unas cepas, unos instrumentos de labranza... Y sonreímos felices pensando en la suerte que tenemos. Pero se espera de nosotros un buen trabajo, una buena cosecha. El evangelio de hoy es tajante: viene Jesús, a ponerlo todo en su sitio: viene a "limpiar la era", a aventar, para que la paja se la lleve el viento, para que quede el grano.
Pero esto, una vez más, es una fiesta, una liberación. Si nos sentimos justos ante Dios por ser cristianos y cumplir estrictamente todos los preceptos, nuestra religión se hace legal: cumplir y recibir premios - no cumplir y temer el castigo. No. Jesús ha ido mucho más lejos. Él nos trae "El Espíritu y el fuego", la revelación plena de quiénes somos: somos los hijos, que hemos aceptado voluntariamente, entusiasmados, el trabajo de nuestro Padre: sacar al mundo del pecado y del mal.
Nuestro motor es el fuego, el amor de Dios. Hemos recibido el gran mensaje: Dios te quiere. Y eso lo cambia todo. Estoy comprometido en un gran proyecto, sé que Dios cuenta conmigo para ese trabajo, y que me da salud o enfermedad, o ciencia o habilidad o fe o capacidad de consolar... o lo que sea, para que me ponga a trabajar por el Reino.
"Soy hijo de Abraham, soy cristiano" ya se puede decir sin petulancia, sin orgullo ninguno; solamente diciendo que sé para qué vivo y qué se espera de mí y que procuro esforzarme en responder a la confianza que han puesto en mí. Una liberación, y un compromiso, voluntario y apremiante. Es otra religión, lo de Jesús. El Pueblo elegido no es el pueblo preferido, sino el pueblo al que se exige más. La Ley no es una penosa obligación sino la luz para no errar, para poder ser libres. La Libertad no es poder hacer lo que me dé la gana, sino no ser esclavo del pecado, que me impide ser más.... Jesús lo cambia todo. Esto es lo que se divisa en las formidables palabras de Isaías, que sabía ya, setecientos años antes de Cristo, que lo de Dios era algo muy muy diferente.


PARA NUESTRA ORACIÓN

1. CONTEMPLACIÓN
Orilla del Jordán. Juan, demacrado y poderoso, predicando a gritos la conversión.
Mucha gente escuchando, aceptando la palabra, conmovidos, arrepentidos de su mala vida, reconociendo sus errores. Un grupo de sabios y justos curiosea, un poco aparte, haciéndose una idea de quién es ese Juan, si es de confianza.... Llego yo al Jordán, escucho sus palabras: "Convertíos, que está cerca el reino de Dios"...
¿Qué siento? ¿Me siento movido a cambiar mi vida? ¿Siento quizá que el mensaje es para otros, que yo no necesito conversión, que ya me sé todo esto, que ya estoy convertido, que ya me bautizaron?
2. MEDITACIÓN
Ser cristiano, ¿me tranquiliza o me inquieta? Soy cristiano, gracias Dios mío, qué tranquilo puedo estar... ¿me estoy quedando con lo que Dios me da, sin pensar para qué me lo da? ¿Qué espera Dios de mí?. Miro a mi alrededor: gente sin fe, gente sin cultura, gente sin principios morales.... ¿me creo más que ellos?
Todo lo que yo he recibido son semillas. Tengo una enorme cantidad de semillas...
¿qué enorme cantidad de frutos se espera de mí?
Los santos. Todos los santos han pensado de sí mismos que son los últimos, los más pecadores. Nosotros creemos que esto es humildad, incluso sospechamos que es "falsa humildad". No es así: es que han descubierto la verdad: que han recibido muchísimo y están más obligados que nadie.
3. PETICIÓN
Pedir a Dios por la iglesia, para que sea humilde, para que ofrezca al mundo la Palabra sin creerse más que nadie.
Por los "importantes" de la iglesia: el Papa, los Obispos, los Teólogos.... Lo tienen difícil, porque han recibido mucho, muchas cualidades, mucha ciencia, mucha fe. Pedimos por ellos para que respondan a todo lo que han recibido, en servicio del Pueblo de Dios.
Por los que han recibido muchas cosas materiales, dinero, poder, influencia, talento... Lo tienen más difícil aún; es muy fácil disfrutar de todo eso sin sacarle rendimiento, sin ponerlo a rendir para el Reino. Es muy fácil que defrauden la confianza del que les dio todo eso.


S A L M O 4 0

Oramos al Señor juntos, como iglesia; recitamos este salmo pidiendo al Señor que Él nos convierta, que no nos deje alejarnos de su Palabra..

En Dios pongo toda mi esperanza.
Él se inclina hacia mí y escucha mi oración.
El salva mi vida de la oscuridad,
afirma mis pies sobre roca
y asegura mis pasos.
Mi boca entona un cántico nuevo
de alabanza al Señor.
Dichoso el que pone en Dios su confianza.
No quieres sacrificios ni oblaciones
pero me has abierto los ojos,
no exiges cultos ni holocaustos,
y yo te digo : aquí me tienes,
para hacer, Señor, tu voluntad.
Tú, Señor, hazme sentir tu cariño,
que tu amor y tu verdad me guarden siempre.
Porque mi errores recaen sobre mí
y no me dejan ver.
¡Socórreme, Señor, ven en mi ayuda!
Que sientan tu alegría los que te buscan.
Yo soy pobre, Señor, socórreme,
Tú, mi Salvador, mi Dios, no tardes.


MIS PALABRAS PARA TI

Suelo asistir a Misa los Domingos, gracias a Dios,
y siento la alegría
de escuchar la Palabra
de conocer a Dios
de creer en Jesús
de vivir en la Iglesia la Palabra.
Gracias a Dios, por tantas, tantas cosas.
Porque, si he de decir verdad,
yo no soy como tantos
que dedican la mañana del domingo a dormir
la juerga de la noche del sábado.
Gracias a Dios,
yo he recibido de mis padres
la fe, que me asegura, y da sentido
a todo lo que hago.
Gracias a Dios,
yo respeto la Ley, los mandamientos,
y procuro cumplir, y me arrepiento
cuando me alejo, pues mi carne es débil.
No tengo miedo a Dios, sé que perdona
y espero que al final
recibiré el perdón, el premio y el descanso,
gracias a Dios, mi Salvador.
Vivo en la viña del Señor, porque así lo ha querido
el Señor. Me ha elegido
para vivir así de bien, y conocerle.
Vivo en la Santa Iglesia, que es el pueblo
que el Señor ha elegido y preferido.
Puedo decir aquello de Jesús, tan admirable:
"Aquí el ciento por uno, y el futuro
asegurado en Dios: la Vida Eterna".
(Y por las noches me revuelvo, inquieto
en mi cómodo lecho de creyente
y me pregunto por qué Dios es injusto
y me regala a mí y no a otros, y por qué me han dicho
que no se salvarán, pues no conocen
a Dios ni cumplen sus mandatos. Me pregunto
por qué todo es tan fácil: ser creyente
cumplir, arrepentirse, confesarse.....)
En el día del Juicio estaremos de pie ante el trono de Dios, pero mirando a la gente.
Doscientos mil millones de desconocidos nos señalarán con el dedo y gritarán a Dios:
“¡A ésos les regalaste la luz y la palabra,
y no a nosotros!
¿De qué nos pides cuentas, si eres justo?
¡Pregúntales a ellos, a ver qué hicieron
con tu Luz y tu Palabra !".

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