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sábado, 4 de diciembre de 2010

EL CAMBIO ES HIJO DE LA COMPRENSIÓN


Por Enrique Martínez Lozano
II Domingo de Adviento (Mt 3, 1-12) - Ciclo A

En la predicación que Mateo pone en boca de Juan destaca un doble elemento: por un lado, la continuidad; por otro la diferencia.
El Bautista parece un predicador cristiano, que se adelanta a proclamar el mismo mensaje que anunciará Jesús:
“convertíos porque está cerca el reino de los cielos” (Mateo, como buen judío, no usará el nombre de “Dios”, que sustituirá por “los cielos”) es la proclamación con la que el Maestro de Nazaret iniciará su misión (4,17);
la durísima recriminación “raza de víboras”, dirigida a la autoridad religiosa y a los teólogos oficiales, aparecerá también en labios de Jesús, en 12,34 y en 23,33.
(Digamos, entre paréntesis, que es probable que esta expresión no fuera usada por Jesús, sino que surgiera en la aguda controversia de los fariseos y las primeras comunidades cristianas, después del año 70).

Sin embargo, por más que es notorio el interés del evangelista por acentuar la continuidad, no es menos evidente la diferencia entre ambos mensajes. La imagen del hacha puesta a la base de los árboles no encuentra parecido en el mensaje de Jesús. Y ciertamente la imagen de Dios que se desprende en uno y otro caso es bien diferente.

Con Juan, nos parece estar escuchando aún el mensaje del Antiguo Testamento, cuando pone el acento en la venganza de Dios contra el pueblo infiel; Jesús, por el contrario, mostrará el rostro de Dios como fuente de confianza incondicional.

Si todos los evangelistas recurren constantemente a textos del Antiguo Testamento para hacer ver que se “cumplen” en Jesús, este interés es todavía mucho más acusado en Mateo, manifiestamente empeñado en mostrar que en Jesús todo el camino de Israel ha llegado a su plenitud. De hecho, para él, la comunidad de los seguidores de Jesús constituirá el verdadero Israel.

Para este evangelio, Jesús será el “nuevo Moisés” que, en el “nuevo monte”, proclamará la “nueva ley” (el Sermón de la montaña). Pues bien, todo eso va a empezar, como antiguamente, en el desierto, donde Juan se presenta, vestido como el gran Elías (Libro 2º de los Reyes 1,8) y alimentándose como un nómada, para preparar el camino al Señor que viene.

En las palabras del Bautista, por lo demás, parecen destacarse tres aspectos peculiares de Mateo:

§ el bautismo no es un rito mágico para “escapar de la ira inminente”;

§ lo fundamental es “dar fruto” –será una insistencia a lo largo de todo su evangelio-, que consiste en hacer la voluntad de Dios, lo que él espera de los humanos, la “justicia mayor que la de los escribas y fariseos” (5,20);

§ en cualquier caso, el bautismo de Juan –se advierte, entre líneas, la polémica que mantenían las comunidades cristianas con los círculos bautistas- no obtiene el perdón; sólo Jesús bautizará “con Espíritu Santo y fuego”, es decir, comunicando la misma vida y fuerza divina.

Desde nuestra perspectiva, podemos valorar la radicalidad del mensaje de Juan, e incluso su lucidez, para denunciar la falsa religiosidad de quienes ponían su seguridad y su motivo de superioridad en el hecho de ser “hijos de Abraham”.

Sin embargo, en su conjunto, nos rechina, por el tono moralizante y amenazador. Aparte de que nos hemos hecho desconfiados ante las “verdades” de pretendidos mesías y valoramos más la búsqueda de la verdad en el diálogo compartido, hemos crecido especialmente en sensibilidad ante las “formas” en que se nos presenta cualquier mensaje.

Más aún. A pesar de que nuestros comportamientos y actitudes se hallen demasiadas veces marcados por la inconsciencia o la superficialidad, estamos aprendiendo que las transformaciones eficaces no van a venir de la mano del moralismo o del voluntarismo. Las personas no cambiamos porque nos lo impongan desde fuera ni porque hagamos buenos propósitos. El cambio es hijo de la comprensión.

Si todo el mal que existe en el mundo es consecuencia de la ignorancia, en el sentido más profundo del término –“sólo existe un perpetrador de maldad en el planeta: la inconsciencia humana” (Tolle)-el bien siempre viene de la mano de la comprensión.

Permanecemos en la ignorancia mientras nos percibimos como egos aislados y separados, que giran forzosamente de una manera egocentrada. Tomar al yo como si fuera nuestra verdadera identidad es la causa de todo el sufrimiento que nos infligimos a nosotros mismos y a los demás.

La comprensión aparece cuando logramos tomar distancia del yo. Pero eso requiere algo a lo que no estamos acostumbrados: acallar la mente y venir al presente.

Ego es igual a pensamiento no observado y a pasado/futuro. Por eso, mientras no silenciemos la mente, no podremos salir de él ni podremos dejar de vivir de un modo egocéntrico.

Sin embargo, en los momentos en que venimos al presente –si realmente estamos completamente “volcados” en el aquí y ahora-, notaremos hasta qué punto se modifica nuestro modo habitual de percibir.

Se habrá modificado, incluso, la percepción de nuestra propia identidad. Cuando estás en el presente sin pensamientos, tú no puedes encontrarte a ti mismo como “yo”; te percibes en lo que eres, la Conciencia que está detrás de los pensamientos, la Presencia que, sencillamente, es.

Justamente entonces –porque has comprendido- se producirá la transformación. Dejarás de vivir para el ego, girando en torno a él, y permitirás que la Vida fluya a través de ti, confiando en su propia Sabiduría.

Este parece ser nuestro aprendizaje. Porque cualquiera de nosotros es capaz de acallar los pensamientos y estar en presente en una fracción de segundo. Nos cuesta mucho más, sin embargo, permanecer en la presencia continuada, de la que no nos saquen ni nuestros recuerdos incontrolados ni nuestras proyecciones imaginarias.

Aprender a vivir en presente – silenciar la mente – tomar distancia del ego (o yo) – comprender quienes somos… es un arte, al alcance de todo ser humano, pero que requiere motivación y práctica. No porque sea difícil, sino porque estamos tan identificados con el otro modo de funcionar, que nos incapacita justamente para lo más simple: sólo estar, sólo ser.

Ese “estar” o “ser” es también la comprensión que nos plenifica y nos transforma. Porque no es un “estar” como nuestra mente podría imaginarlo, sino que se trata nada menos que una plenitud de Presencia, en la que no falta nada. Al “hacernos amigos” del momento presente, se nos regala la paz y se nos desvela nuestra identidad más profunda.

Y esa identidad es Paz y Gozo. Desde la No-dualidad, percibimos que lo Real es un Darse permanente en infinidad de formas, Dios mismo viviéndose en cada una de ellas, en cada uno de nosotros/as.

Por eso, quiero terminar este comentario con un texto precioso de Javier Melloni, que me hace llegar una amiga:

“Nuestra existencia es el éxtasis de Dios, la joya infinita de Dios. ¿Qué me priva de gozar de lo mismo que Dios goza y es para él joya?”.

Os deseo de corazón la experiencia inefable de ese Gozo permanente.


www.enriquemartinezlozano.com

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