Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 21, 28-32
Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: "Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña". Él respondió: "No quiero". Pero después se arrepintió y fue.
Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y éste le respondió: "Voy, Señor", pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?»
«El primero», le respondieron.
Jesús les dijo: «Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios.
En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él».
Antes de concentrarnos en los relatos evangélicos relacionados con el nacimiento de Jesús, leamos hoy la última de la serie de profecías que nos colocan ante el esplendor de la venida del Señor, la que ocurre discretamente en todos los momentos de la historia y la que se consumará al final de los tiempos. Las profecías que hemos venido leyendo desde el primero de diciembre nos han colocado frente a las grandes acciones salvíficas pero también nos han mostrado lo que nos corresponde hacer.
Vale la pena que la leamos cuidadosamente la profecía de hoy y alimentemos con ella en este día de oración. Mientras mucha gente está agitada estos días por las fiestas, a nosotros nos corresponde escrutar amorosamente, por los caminos de la Palabra, los motivos de la fiesta.
El texto tiene tres partes: (1) el pecado (Sofonías 3,1-2); (2) la salvación (vv.9-10); (3) el nuevo pueblo (vv.11-13).
1. De espaldas a Dios (vv.1-2)
El ¡Ay! inicial tiene el sabor de una lamentación. El dolor interno es profundo. Están a punto de asomarse las lágrimas de Dios en los ojos del profeta que contempla la ruina de la ciudad.
El tejido urbano de Jerusalén, llamado a ser modelo de las relaciones de justicia, ha sido descompuesto por la corrupción de sus líderes. El profeta describe ―desde la óptica de Dios― la dolorosa situación de la ciudad con tres calificativos (ver el v.1):
• “Rebelde”: Como una persona inmadura que se mueve al vaivén de los impulsos, el criterio de acción es el capricho y no el proyecto de Dios; en el fondo hay una tremenda arrogancia humana.
• “Manchada”: Su distanciamiento de Dios coloca al pueblo en situación de impureza, apta para cualquier tipo de pecado.
• “Opresora”: El pecado se manifiesta en diversas formas de egoísmo y niega el caminar comunitario, predominan los intereses de los que detentan el poder y la fraternidad se trueca en dominación de unos sobre otros.
Detrás de estos calificativos hay una realidad más profunda que la origina: el rechazo a Dios. El profeta la expresa con los dos frases, cada una con dos negativos:
• “No ha escuchado... no ha aceptado”: Se trata del “no” a la Palabra de Dios, no hay apertura ni docilidad.
• “No ha puesto su confianza... no se ha acercado”. Se trata del “no” a la Persona de Dios, se establece con él una distancia para no involucrarlo en la propia vida.
Este es el panorama inicial sobre el cual el profeta Sofonías, después de asegurar el juicio de Dios (ver los vv.3-8), proclama la obra salvífica de Dios.
2. Dios restaura a su Pueblo (vv.9-10)
A pesar de su pecado, Dios no abandona a los que ha llamado y ama. El profeta acentúa tres iniciativas de Dios que le dan un giro a la situación inicialmente descrita: (1) Dios “purifica” (v.9); (2) Dios “extirpa” las causas de la rebeldía (v.11) ; y (3) Dios “deja” en medio de la ciudad a “un pueblo humilde y pobre” a partir del cual se realiza el proyecto de comunidad (v.12).
La primera acción positiva de Dios es el núcleo de la segunda parte de la profecía: “Volveré puro el labio de los pueblos” (v.9). Se trata de una obra realmente restauradora porque de la purificación resulta un pueblo justo. Leyendo muy despacio los versículos 9 y 10 se nota cómo se reconstruye el pueblo de Dios:
• “Invocan el nombre de Yahveh”: El pueblo antaño orgulloso ahora confiesa la fe, los labios purificados reconocen la Persona de Dios, lo confiesan como su Dios y le suplican con confianza.
• “Le sirven bajo un mismo yugo”: como consecuencia de la aceptación del señorío de Dios, aceptan su proyecto. Ya no priman los intereses de unos sobre otros, sino que hay “comunión” de intereses en Dios.
• “De la dispersión me traerán ofrendas”: La “dispersión” se vuelve congregación en Jerusalén; en este movimiento los dispersos no regresan solos sino que atraen con ellos a los pueblos paganos. La conversión del pueblo atrae a todos los que le rodean. “La ofrenda” es señal externa de la comunión de todos en torno a Dios.
La soberbia se cambia por humildad, por entrega total a Dios. La dispersión causada por el conflicto de intereses se cambia por comunión, gracias a la purificación profunda que remueve todos los distanciamientos.
3. El nuevo pueblo cuyo modelo son los humildes y los pobres que aprenden el proyecto de Dios (vv.11-13)
Las iniciativas de Dios continúan, según lo indicamos arriba. Pero en la tercera parte de esta profecía el énfasis se pone en la nueva situación del pueblo restaurado por Dios; el profeta retrata “Aquel día” (v.11ª).
La frase principal es “Ya no tendrás que avergonzarte de todos los delitos que cometiste contra mí” (v.11b). La “vergüenza” de que se habla aquí es como lo que siente un padre o madre de familia cuando un hijo comete una falta grave y pública, convirtiéndose en motivo de señalamiento y comentario por parte de quienes los conocen.
Según esta palabra profética, “Aquel día” ―el día esperado― no hay lugar para la vergüenza ni para la confusión en el pueblo de Dios. No debe haber motivo de queja ni lamentación de nadie contra nadie, ni señalamiento de oscuros y humillantes cuadros de pecado.
El profeta Sofonías profundiza enseguida. Hay dos “porque” en los que el oyente de la Palabra de Dios debe reparar:
• “Porque quitaré” (v.11c)
• “Porque dejaré” (v.12)
Observemos sobre todo la contraposición de los verbos. El primer verbo, “quitaré”, en realidad es “extirparé”, porque no se trata tanto del quitar de en medio a alguien (la Biblia de Jerusalén traduce: “quitaré a tus alegres orgullosos”) sino de un ir a las causas de los comportamientos dañinos para la sociedad (“extirparé tus soberbias bravatas”, como suena literalmente en hebreo).
Según esto, no hay más motivo de “vergüenza”, porque ha habido “perdón” real. Detrás de esta afirmación profética está la noción bíblica del perdón, que no consiste en la disculpa por una falla cometida sino en una transformación de fondo en aquello que la origina, en una purificación del mal. Por lo tanto, no hay lamentación sencillamente porque no hay pecado.
El segundo verbo, “dejaré”, describe la acción creadora de Dios, quien saca luz en medio de la oscuridad, quien reconstruye la comunidad y le restaura su vitalidad a partir de un “grupo semilla” que es modelo y al mismo tiempo fuerza de transformación.
El profeta lo llama “el Resto de Israel” (v.13ª). Se trata del pueblo humilde que ―por encima de todo― se mantiene firme en su fe, que encuentra en Yahveh su refugio. Su fe tiene más fuerza que el poder de los líderes que, apoyados en la roca firme del “monte santo” (v.11d) de Dios, encontraban fuerza para cometer sus delitos. Al contrario de los que se aferran al poder que detentan en el “monte santo”, el “Resto de Israel” se apoya en el mismo “nombre de Yahveh”, lo cual indica una apertura a sus exigencias éticas.
A partir del ejemplo de este “pueblo humilde y pobre” (v.12b), todo el pueblo está llamado a cambiar su conducta. Al comienza de esta profecía, precisamente por su orgullo, el pueblo no aceptaba la corrección (vv.1-2). Ahora en tres “no” finales se describe la comunión con el querer de Dios, que es la vida y la comunidad fraterna:
• “No cometerán más injusticia”
• “No dirán mentiras”
• “No más se encontrará en su boca lengua embustera”
El énfasis en la eliminación de la mentira hace referencia a los “labios purificados” (v.9), lo cual tiene una traducción en la vida social: (1) desde el punto de vista negativo: no hay proyectos ocultos que favorecen los intereses de pocos; (2) desde el punto de vista positivo: la trasparencia de la comunicación edifica la comunidad (ver lo contrario en el relato de la torre de Babel, Génesis 11,1-9, y el revés en Pentecostés, Hch 2,1-13). La comunidad se forma en el aprendizaje del un lenguaje común.
Al ser purificado de su soberbia, el pueblo aprenderá un lenguaje común (=proyecto de vida compartido) vivirá caminos de crecimiento comunitario sin encontrar obstáculos en su realización histórica: “Se apacentarán y reposarán, sin que nadie los turbe” (v.13c).
JUAN BAUTISTA Y EL RESTO DE ISRAEL
El Evangelio de hoy (ver Mateo 21,28-32) le hace eco a la profecía de Sofonías. Jesús dice que “Vino Juan por camino de Justicia” (v.32).
El evangelista Mateo, en sintonía con el pensamiento del Antiguo Testamento, entiende por “justicia” la comunión de voluntad con Dios, de donde se desprende todo comportamiento “justo” en las relaciones sociales y en el uso de los bienes de la tierra.
Juan se encontró con la pared infranqueable del orgullo de las autoridades religiosas, quienes se sostuvieron en su soberbia (apoyada en la religión) y no se abrieron a la conversión. El rechazo del profeta ―“ni viéndolo os arrepentisteis después, para creer en él”― fue la manera de esquivar el llamado al cambio de comportamiento que les era exigido.
Por el contrario, un pueblo nuevo que recorre caminos de justicia, abierto a la venida del Mesías predicada por el Bautista, surge como creación de Dios. Se trata de un pueblo cuya “semilla” son “publicanos y rameras” que dejaron su orgullo a un lado para entrar humildemente en un camino de conversión y vivir según el querer de Dios.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:
1. ¿Cuáles son los motivos de “vergüenza” en mi vida personal, en mi comunidad y en mi país? ¿Cuál es el cuadro oscuro del pecado que emerge de la soberbia humana?
2. ¿En qué consiste el “orgullo” y en qué consiste la “humildad” en la profecía de Sofonías? ¿Cómo somete Dios al “orgulloso” y puerexalta al “humilde”?
3. ¿En este Adviento qué cambios profundos esperamos que obre la venida del Señor? ¿Qué esperamos poder vivir en nuestra familia, en nuestra comunidad eclesial y en nuestra sociedad?
4. ¿Cómo entender el “Resto de Israel” hoy? ¿Qué pista nos dan los Evangelios? ¿Hay alguna luz al respecto en los relatos de la navidad?
5. ¿Qué interpelación me hacen los “humildes y pobres” cuya fuerza es la fe, y también los “publicados y rameras” que le dieron su “sí” a la Palabra de Dios? ¿Cuál es el primer paso para participar de la obra de Dios en el mundo?
«¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: "Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña". Él respondió: "No quiero". Pero después se arrepintió y fue.
Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y éste le respondió: "Voy, Señor", pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?»
«El primero», le respondieron.
Jesús les dijo: «Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios.
En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él».
Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL
Una gran transformación en el mundo a partir de los humildes
Sofonías 3,1-2.9-13
“Yo dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre,
y en el nombre de Yahveh se cobijará”
Por CELAM - CEBIPAL
Una gran transformación en el mundo a partir de los humildes
Sofonías 3,1-2.9-13
“Yo dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre,
y en el nombre de Yahveh se cobijará”
Antes de concentrarnos en los relatos evangélicos relacionados con el nacimiento de Jesús, leamos hoy la última de la serie de profecías que nos colocan ante el esplendor de la venida del Señor, la que ocurre discretamente en todos los momentos de la historia y la que se consumará al final de los tiempos. Las profecías que hemos venido leyendo desde el primero de diciembre nos han colocado frente a las grandes acciones salvíficas pero también nos han mostrado lo que nos corresponde hacer.
Vale la pena que la leamos cuidadosamente la profecía de hoy y alimentemos con ella en este día de oración. Mientras mucha gente está agitada estos días por las fiestas, a nosotros nos corresponde escrutar amorosamente, por los caminos de la Palabra, los motivos de la fiesta.
El texto tiene tres partes: (1) el pecado (Sofonías 3,1-2); (2) la salvación (vv.9-10); (3) el nuevo pueblo (vv.11-13).
1. De espaldas a Dios (vv.1-2)
El ¡Ay! inicial tiene el sabor de una lamentación. El dolor interno es profundo. Están a punto de asomarse las lágrimas de Dios en los ojos del profeta que contempla la ruina de la ciudad.
El tejido urbano de Jerusalén, llamado a ser modelo de las relaciones de justicia, ha sido descompuesto por la corrupción de sus líderes. El profeta describe ―desde la óptica de Dios― la dolorosa situación de la ciudad con tres calificativos (ver el v.1):
• “Rebelde”: Como una persona inmadura que se mueve al vaivén de los impulsos, el criterio de acción es el capricho y no el proyecto de Dios; en el fondo hay una tremenda arrogancia humana.
• “Manchada”: Su distanciamiento de Dios coloca al pueblo en situación de impureza, apta para cualquier tipo de pecado.
• “Opresora”: El pecado se manifiesta en diversas formas de egoísmo y niega el caminar comunitario, predominan los intereses de los que detentan el poder y la fraternidad se trueca en dominación de unos sobre otros.
Detrás de estos calificativos hay una realidad más profunda que la origina: el rechazo a Dios. El profeta la expresa con los dos frases, cada una con dos negativos:
• “No ha escuchado... no ha aceptado”: Se trata del “no” a la Palabra de Dios, no hay apertura ni docilidad.
• “No ha puesto su confianza... no se ha acercado”. Se trata del “no” a la Persona de Dios, se establece con él una distancia para no involucrarlo en la propia vida.
Este es el panorama inicial sobre el cual el profeta Sofonías, después de asegurar el juicio de Dios (ver los vv.3-8), proclama la obra salvífica de Dios.
2. Dios restaura a su Pueblo (vv.9-10)
A pesar de su pecado, Dios no abandona a los que ha llamado y ama. El profeta acentúa tres iniciativas de Dios que le dan un giro a la situación inicialmente descrita: (1) Dios “purifica” (v.9); (2) Dios “extirpa” las causas de la rebeldía (v.11) ; y (3) Dios “deja” en medio de la ciudad a “un pueblo humilde y pobre” a partir del cual se realiza el proyecto de comunidad (v.12).
La primera acción positiva de Dios es el núcleo de la segunda parte de la profecía: “Volveré puro el labio de los pueblos” (v.9). Se trata de una obra realmente restauradora porque de la purificación resulta un pueblo justo. Leyendo muy despacio los versículos 9 y 10 se nota cómo se reconstruye el pueblo de Dios:
• “Invocan el nombre de Yahveh”: El pueblo antaño orgulloso ahora confiesa la fe, los labios purificados reconocen la Persona de Dios, lo confiesan como su Dios y le suplican con confianza.
• “Le sirven bajo un mismo yugo”: como consecuencia de la aceptación del señorío de Dios, aceptan su proyecto. Ya no priman los intereses de unos sobre otros, sino que hay “comunión” de intereses en Dios.
• “De la dispersión me traerán ofrendas”: La “dispersión” se vuelve congregación en Jerusalén; en este movimiento los dispersos no regresan solos sino que atraen con ellos a los pueblos paganos. La conversión del pueblo atrae a todos los que le rodean. “La ofrenda” es señal externa de la comunión de todos en torno a Dios.
La soberbia se cambia por humildad, por entrega total a Dios. La dispersión causada por el conflicto de intereses se cambia por comunión, gracias a la purificación profunda que remueve todos los distanciamientos.
3. El nuevo pueblo cuyo modelo son los humildes y los pobres que aprenden el proyecto de Dios (vv.11-13)
Las iniciativas de Dios continúan, según lo indicamos arriba. Pero en la tercera parte de esta profecía el énfasis se pone en la nueva situación del pueblo restaurado por Dios; el profeta retrata “Aquel día” (v.11ª).
La frase principal es “Ya no tendrás que avergonzarte de todos los delitos que cometiste contra mí” (v.11b). La “vergüenza” de que se habla aquí es como lo que siente un padre o madre de familia cuando un hijo comete una falta grave y pública, convirtiéndose en motivo de señalamiento y comentario por parte de quienes los conocen.
Según esta palabra profética, “Aquel día” ―el día esperado― no hay lugar para la vergüenza ni para la confusión en el pueblo de Dios. No debe haber motivo de queja ni lamentación de nadie contra nadie, ni señalamiento de oscuros y humillantes cuadros de pecado.
El profeta Sofonías profundiza enseguida. Hay dos “porque” en los que el oyente de la Palabra de Dios debe reparar:
• “Porque quitaré” (v.11c)
• “Porque dejaré” (v.12)
Observemos sobre todo la contraposición de los verbos. El primer verbo, “quitaré”, en realidad es “extirparé”, porque no se trata tanto del quitar de en medio a alguien (la Biblia de Jerusalén traduce: “quitaré a tus alegres orgullosos”) sino de un ir a las causas de los comportamientos dañinos para la sociedad (“extirparé tus soberbias bravatas”, como suena literalmente en hebreo).
Según esto, no hay más motivo de “vergüenza”, porque ha habido “perdón” real. Detrás de esta afirmación profética está la noción bíblica del perdón, que no consiste en la disculpa por una falla cometida sino en una transformación de fondo en aquello que la origina, en una purificación del mal. Por lo tanto, no hay lamentación sencillamente porque no hay pecado.
El segundo verbo, “dejaré”, describe la acción creadora de Dios, quien saca luz en medio de la oscuridad, quien reconstruye la comunidad y le restaura su vitalidad a partir de un “grupo semilla” que es modelo y al mismo tiempo fuerza de transformación.
El profeta lo llama “el Resto de Israel” (v.13ª). Se trata del pueblo humilde que ―por encima de todo― se mantiene firme en su fe, que encuentra en Yahveh su refugio. Su fe tiene más fuerza que el poder de los líderes que, apoyados en la roca firme del “monte santo” (v.11d) de Dios, encontraban fuerza para cometer sus delitos. Al contrario de los que se aferran al poder que detentan en el “monte santo”, el “Resto de Israel” se apoya en el mismo “nombre de Yahveh”, lo cual indica una apertura a sus exigencias éticas.
A partir del ejemplo de este “pueblo humilde y pobre” (v.12b), todo el pueblo está llamado a cambiar su conducta. Al comienza de esta profecía, precisamente por su orgullo, el pueblo no aceptaba la corrección (vv.1-2). Ahora en tres “no” finales se describe la comunión con el querer de Dios, que es la vida y la comunidad fraterna:
• “No cometerán más injusticia”
• “No dirán mentiras”
• “No más se encontrará en su boca lengua embustera”
El énfasis en la eliminación de la mentira hace referencia a los “labios purificados” (v.9), lo cual tiene una traducción en la vida social: (1) desde el punto de vista negativo: no hay proyectos ocultos que favorecen los intereses de pocos; (2) desde el punto de vista positivo: la trasparencia de la comunicación edifica la comunidad (ver lo contrario en el relato de la torre de Babel, Génesis 11,1-9, y el revés en Pentecostés, Hch 2,1-13). La comunidad se forma en el aprendizaje del un lenguaje común.
Al ser purificado de su soberbia, el pueblo aprenderá un lenguaje común (=proyecto de vida compartido) vivirá caminos de crecimiento comunitario sin encontrar obstáculos en su realización histórica: “Se apacentarán y reposarán, sin que nadie los turbe” (v.13c).
JUAN BAUTISTA Y EL RESTO DE ISRAEL
El Evangelio de hoy (ver Mateo 21,28-32) le hace eco a la profecía de Sofonías. Jesús dice que “Vino Juan por camino de Justicia” (v.32).
El evangelista Mateo, en sintonía con el pensamiento del Antiguo Testamento, entiende por “justicia” la comunión de voluntad con Dios, de donde se desprende todo comportamiento “justo” en las relaciones sociales y en el uso de los bienes de la tierra.
Juan se encontró con la pared infranqueable del orgullo de las autoridades religiosas, quienes se sostuvieron en su soberbia (apoyada en la religión) y no se abrieron a la conversión. El rechazo del profeta ―“ni viéndolo os arrepentisteis después, para creer en él”― fue la manera de esquivar el llamado al cambio de comportamiento que les era exigido.
Por el contrario, un pueblo nuevo que recorre caminos de justicia, abierto a la venida del Mesías predicada por el Bautista, surge como creación de Dios. Se trata de un pueblo cuya “semilla” son “publicanos y rameras” que dejaron su orgullo a un lado para entrar humildemente en un camino de conversión y vivir según el querer de Dios.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:
1. ¿Cuáles son los motivos de “vergüenza” en mi vida personal, en mi comunidad y en mi país? ¿Cuál es el cuadro oscuro del pecado que emerge de la soberbia humana?
2. ¿En qué consiste el “orgullo” y en qué consiste la “humildad” en la profecía de Sofonías? ¿Cómo somete Dios al “orgulloso” y puerexalta al “humilde”?
3. ¿En este Adviento qué cambios profundos esperamos que obre la venida del Señor? ¿Qué esperamos poder vivir en nuestra familia, en nuestra comunidad eclesial y en nuestra sociedad?
4. ¿Cómo entender el “Resto de Israel” hoy? ¿Qué pista nos dan los Evangelios? ¿Hay alguna luz al respecto en los relatos de la navidad?
5. ¿Qué interpelación me hacen los “humildes y pobres” cuya fuerza es la fe, y también los “publicados y rameras” que le dieron su “sí” a la Palabra de Dios? ¿Cuál es el primer paso para participar de la obra de Dios en el mundo?
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