La película De dioses y hombres me ha hecho reflexionar sobre la violencia que desatan las religiones tanto entre las diversas confesiones, como dentro de su seno. La historia nos provee de innumerables ejemplos de persecuciones religiosas contra judíos, contra protestantes, contra musulmanes… hoy los que están padeciendo esta lacra con mayor virulencia son los cristianos.
Pero mi interés se va a centrar en las discusiones que tenemos a nivel interno los católicos, para intentar dilucidar sus motivos y si es posible que convivamos en paz. En estos momentos la Iglesia se divide en dos a la hora de analizar la oportunidad de hacer beato a Juan Pablo II. Pocos dudan de su buena fe y entrega personal pero, dentro de un pontificado tan largo, hay necesariamente manchas oscuras que hubieran aconsejado la demora hasta que hayan desaparecido todas las personas que le conocieron y la historia se pueda analizar con perspectiva. No parece que va a ser así y, los que están en contra, aluden toda una serie de razones que nada tienen que ver con la santidad del Papa, sino con una forma de ejercerla que se quiere perpetuar.
Menos conocido es un hecho que está dividiendo a la comunidad católica de los EEUU. Se trata de la decisión del obispo de Phoenix, Thomas Olmsted, de excomulgar a todos los que habían participado en el comité ético del hospital católico de St. Joseph, que decidió hacer abortar a una mujer en su tercer mes de embarazo porque, si seguía su curso, morirían la madre y el hijo, una decisión que aplaudió la Catholic Health Association. Su siguiente orden fue cerrar la capilla del centro, abierto desde hacía 150 años, con lo que negaba el consuelo de la fe a los enfermos y familiares.
Nadie cuestiona el derecho del obispo a tomar esas decisiones sino la forma de ejercer la autoridad dentro de la Iglesia. Para algunos las decisiones de este prelado eran la única manera de parar la agresiva cultura secular que se está infiltrando por todos los huecos. Otros, en cambio, apuestan por la persuasión y el diálogo antes que la coerción.
Parece claro que se está produciendo una desregulación de la religión, que otros llaman des – tradicionalización que supone vivir la fe en términos personales y escoger lo que importa en lo que respecta a las verdades y a su práctica. Esta es la senda que algunos obispos tratan de frenar pero que otros defienden. Un ejemplo de nuestro suelo es el libro de Pagola que tenía el nihil obstat y que algunos prelados romanos han recomendado. Siguiendo en los EEUU la conferencia de religiosas apoyó la reforma de la sanidad de Obama, que permitía que muchos millones ciudadanos pudieran ser atendidos de sus enfermedades crónicas, contra algunos obispos que consideraban que podía incrementar el número de abortos.
No podemos olvidar que la abolición de la esclavitud o la segregación se consiguieron gracias a voces que salieron de la cultura dominante y no de la Iglesia Católica con lo que no hay siempre que cerrar la puerta al mundo en el que vivimos. Puede pasar lo mismo con todo lo que rodea la medicina moderna porque lo que está claro es que las decisiones que se tomaron en el hospital de Phoenix, no fueron a la ligera, sino siguiendo la conciencia de sus directivos.
Esta reflexión me lleva a hacerme varias preguntas ¿Estas opiniones encontradas son la evolución de una Iglesia que ha madurado? ¿Se abre el peligro de al seguir la conciencia que todo el mundo pueda pensar lo que supone ser católico? ¿Los católicos debemos encerrarnos en un gueto separado de la cultura que nos envuelve? ¿Deben imponer los obispos su autoridad o buscar un camino distinto? De las respuestas que demos, unos y otros, dependerá la vida futura de la Iglesia.
Pero mi interés se va a centrar en las discusiones que tenemos a nivel interno los católicos, para intentar dilucidar sus motivos y si es posible que convivamos en paz. En estos momentos la Iglesia se divide en dos a la hora de analizar la oportunidad de hacer beato a Juan Pablo II. Pocos dudan de su buena fe y entrega personal pero, dentro de un pontificado tan largo, hay necesariamente manchas oscuras que hubieran aconsejado la demora hasta que hayan desaparecido todas las personas que le conocieron y la historia se pueda analizar con perspectiva. No parece que va a ser así y, los que están en contra, aluden toda una serie de razones que nada tienen que ver con la santidad del Papa, sino con una forma de ejercerla que se quiere perpetuar.
Menos conocido es un hecho que está dividiendo a la comunidad católica de los EEUU. Se trata de la decisión del obispo de Phoenix, Thomas Olmsted, de excomulgar a todos los que habían participado en el comité ético del hospital católico de St. Joseph, que decidió hacer abortar a una mujer en su tercer mes de embarazo porque, si seguía su curso, morirían la madre y el hijo, una decisión que aplaudió la Catholic Health Association. Su siguiente orden fue cerrar la capilla del centro, abierto desde hacía 150 años, con lo que negaba el consuelo de la fe a los enfermos y familiares.
Nadie cuestiona el derecho del obispo a tomar esas decisiones sino la forma de ejercer la autoridad dentro de la Iglesia. Para algunos las decisiones de este prelado eran la única manera de parar la agresiva cultura secular que se está infiltrando por todos los huecos. Otros, en cambio, apuestan por la persuasión y el diálogo antes que la coerción.
Parece claro que se está produciendo una desregulación de la religión, que otros llaman des – tradicionalización que supone vivir la fe en términos personales y escoger lo que importa en lo que respecta a las verdades y a su práctica. Esta es la senda que algunos obispos tratan de frenar pero que otros defienden. Un ejemplo de nuestro suelo es el libro de Pagola que tenía el nihil obstat y que algunos prelados romanos han recomendado. Siguiendo en los EEUU la conferencia de religiosas apoyó la reforma de la sanidad de Obama, que permitía que muchos millones ciudadanos pudieran ser atendidos de sus enfermedades crónicas, contra algunos obispos que consideraban que podía incrementar el número de abortos.
No podemos olvidar que la abolición de la esclavitud o la segregación se consiguieron gracias a voces que salieron de la cultura dominante y no de la Iglesia Católica con lo que no hay siempre que cerrar la puerta al mundo en el que vivimos. Puede pasar lo mismo con todo lo que rodea la medicina moderna porque lo que está claro es que las decisiones que se tomaron en el hospital de Phoenix, no fueron a la ligera, sino siguiendo la conciencia de sus directivos.
Esta reflexión me lleva a hacerme varias preguntas ¿Estas opiniones encontradas son la evolución de una Iglesia que ha madurado? ¿Se abre el peligro de al seguir la conciencia que todo el mundo pueda pensar lo que supone ser católico? ¿Los católicos debemos encerrarnos en un gueto separado de la cultura que nos envuelve? ¿Deben imponer los obispos su autoridad o buscar un camino distinto? De las respuestas que demos, unos y otros, dependerá la vida futura de la Iglesia.
Por Isabel Gómez Acebo
Artículo publicado en 21rs
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