1 - Merece la pena pronunciar despacio las dos siguientes frases que hemos escuchado en las lecturas de hoy. La primera procede de la profecía de Isaías: "La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará". La segunda, del Libro de los Hechos de los Apóstoles: "Jesús de Nazaret, ungido por Dios con el Espíritu Santo, que paso haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él". Ambas narran la forma de ser y actuar de Cristo, porque, no quebrar la caña cascada, ni apagar el rescoldo débil, curar a los oprimidos… todo ello contiene un mensaje de paz, con suavidad física y espiritual y mucho consuelo. Pueden éstas ser, sin duda, las frases más hermosas del Nuevo Testamento y que reflejan bien la actividad de Jesús. Hay mucha paz, suavidad, humildad y servicio a los demás en el cristianismo y ello debería ser reflejado más por todos y, sobre todo en este tiempo de violencias.
2.- Se nos ocurre decir que la liturgia de la Misa tiene una enorme fuerza descriptiva que afianza aun más los textos que leemos. El relato de Isaías en este día del bautismo del Señor contiene uno de los párrafos –tal como ya hemos citado-- más hermosos de toda la Escritura dedicada al Señor Jesús: "La caña cascada no la quebrará, el pábilo (el rescoldo) vacilante no lo apagará". Y también: "No gritará, no clamará, no voceará por las calles". Es, como decíamos, la imagen de la suavidad de Cristo, de su mansedumbre, de su talante siempre afable. Luego, San Pedro va a decir en los Hechos que "pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él". Pedro con una sencillez impresionante resume en muy pocas palabras la misión de Jesús y su naturaleza. Es, por supuesto, otro texto magnífico.
3. - Cristo se va a bautizar como uno más, pero entonces se oye la voz poderosa del Padre que lo declara desde el cielo "su hijo amado, su predilecto." Es el mismo Padre quien no quiere en ese momento el anonimato producido por la modestia de Jesús. Es necesario conocer que la fuerza de Dios también está en el Señor. Lo dice Mateo en su texto. Hace unos días, al celebrar la Epifanía, se mostraba lo mismo: la presencia pública y jubilosa del Niño Dios al mundo, representado por los Reyes Sabios de Oriente. El Dios omnipotente presenta a su Hijo con dimensión humana, con la “medida” que todos los hombres deberíamos tener: la de la paz y la suavidad.
4.- Hay muchas ocasiones en la vida del cristiano en que pretendemos tomar el megáfono y a cristazo limpio –como dijo Miguel de Unamuno-- imponer creencias a gritos, con el máximo ruido posible. Pero, no es lógico; ni adecuado, si somos coherentes con la verdadera condición de cristianos, porque enseguida “nos enfrentamos” a un Señor Jesús afable, silencioso, sonriente, que no rompe la caña quebrada, ni su ímpetu apaga la poca lumbre que todavía queda en la vieja hoguera. Y es que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos. Hizo de la quietud y serenidad la demostración del enorme amor que sentía por los hermanos que le rodeaban. En su Bautismo el Espíritu Santo unge a Jesús para la misión redentora, pero la magnificencia de Dios queda --en ese momento—en lo alto. Abajo en la tierra comienza el Reinado de la paz y del amor. En ese equilibrio entre fuerza y suavidad está lo mejor que podemos aprender nosotros de nuestro Dios.
5. - Con la solemnidad del Bautismo del Señor termina el tiempo de Navidad e iniciamos el Tiempo Ordinario. La escena del Jordán es el principio de la vida pública del Salvador. A nosotros se nos abre también un tiempo “normal”, de camino corriente, tras la maravilla que hemos celebrado en Navidad. Pero también es tiempo de espera y de conversión. Esta primera parte del Tiempo Ordinario terminará en el Miércoles de Ceniza y con ella se inicia la Cuaresma, el ascenso hasta la Pascua gloriosa. Todos los tiempos y los momentos sirven para nuestra conversión. Y una característica de nuestro cambio –de la búsqueda del hombre nuevo—ha de ser el de la paz y la afabilidad. Jesús es afable y pacifico. Y así debemos ser nosotros. Recomendamos muy sinceramente, leer y releer esta semana los textos de la Misa. Y meditarlos en el silencio de nuestros cuartos y en la --deseable-- paz de nuestras almas.
2.- Se nos ocurre decir que la liturgia de la Misa tiene una enorme fuerza descriptiva que afianza aun más los textos que leemos. El relato de Isaías en este día del bautismo del Señor contiene uno de los párrafos –tal como ya hemos citado-- más hermosos de toda la Escritura dedicada al Señor Jesús: "La caña cascada no la quebrará, el pábilo (el rescoldo) vacilante no lo apagará". Y también: "No gritará, no clamará, no voceará por las calles". Es, como decíamos, la imagen de la suavidad de Cristo, de su mansedumbre, de su talante siempre afable. Luego, San Pedro va a decir en los Hechos que "pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él". Pedro con una sencillez impresionante resume en muy pocas palabras la misión de Jesús y su naturaleza. Es, por supuesto, otro texto magnífico.
3. - Cristo se va a bautizar como uno más, pero entonces se oye la voz poderosa del Padre que lo declara desde el cielo "su hijo amado, su predilecto." Es el mismo Padre quien no quiere en ese momento el anonimato producido por la modestia de Jesús. Es necesario conocer que la fuerza de Dios también está en el Señor. Lo dice Mateo en su texto. Hace unos días, al celebrar la Epifanía, se mostraba lo mismo: la presencia pública y jubilosa del Niño Dios al mundo, representado por los Reyes Sabios de Oriente. El Dios omnipotente presenta a su Hijo con dimensión humana, con la “medida” que todos los hombres deberíamos tener: la de la paz y la suavidad.
4.- Hay muchas ocasiones en la vida del cristiano en que pretendemos tomar el megáfono y a cristazo limpio –como dijo Miguel de Unamuno-- imponer creencias a gritos, con el máximo ruido posible. Pero, no es lógico; ni adecuado, si somos coherentes con la verdadera condición de cristianos, porque enseguida “nos enfrentamos” a un Señor Jesús afable, silencioso, sonriente, que no rompe la caña quebrada, ni su ímpetu apaga la poca lumbre que todavía queda en la vieja hoguera. Y es que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos. Hizo de la quietud y serenidad la demostración del enorme amor que sentía por los hermanos que le rodeaban. En su Bautismo el Espíritu Santo unge a Jesús para la misión redentora, pero la magnificencia de Dios queda --en ese momento—en lo alto. Abajo en la tierra comienza el Reinado de la paz y del amor. En ese equilibrio entre fuerza y suavidad está lo mejor que podemos aprender nosotros de nuestro Dios.
5. - Con la solemnidad del Bautismo del Señor termina el tiempo de Navidad e iniciamos el Tiempo Ordinario. La escena del Jordán es el principio de la vida pública del Salvador. A nosotros se nos abre también un tiempo “normal”, de camino corriente, tras la maravilla que hemos celebrado en Navidad. Pero también es tiempo de espera y de conversión. Esta primera parte del Tiempo Ordinario terminará en el Miércoles de Ceniza y con ella se inicia la Cuaresma, el ascenso hasta la Pascua gloriosa. Todos los tiempos y los momentos sirven para nuestra conversión. Y una característica de nuestro cambio –de la búsqueda del hombre nuevo—ha de ser el de la paz y la afabilidad. Jesús es afable y pacifico. Y así debemos ser nosotros. Recomendamos muy sinceramente, leer y releer esta semana los textos de la Misa. Y meditarlos en el silencio de nuestros cuartos y en la --deseable-- paz de nuestras almas.
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