Publicado por Fundación Epsilón
UN PAÍS CRISTIANO
Vivimos en un país en el que la mayoría de la población está bautizada. Ese dato, que a muchos puede llenar de orgullo ¿qué representa a la hora de los hechos? Si la religión tiene algo que ver con la vida de los pueblos, ese dato debería notarse en algo más que en los resultados de las estadísticas. ¿En qué se nota?
UN PAIS DE BAUTIZADOS
Un país de bautizados. Un país, el nuestro, en el que no estar bautizado se consideraba no hace tanto tiempo no sólo un pecado que ponía en peligro la salvación eterna del sujeto en cuestión, sino también un delito político que cerraba el paso al ejercicio de determinadas funciones en la sociedad.
Hace veinte siglos, en otro país ribereño del Mediterráneo en el que también se practicaba el rito del bautismo, un Hombre, entonces no se bautizaba a los niños, sino a las personas mayores) llenó de sentido ese gesto.
UN SIGNO DE MUERTE/VIDA
..... llegó Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara».
El bautismo era un signo que simbolizaba la muerte y la nueva vida: los que se acercaban a recibirlo querían indicar con el gesto de sumergirse bajo el agua (se bautizaban en un río o en una piscina, que allí quedaba sepultada toda su vida de injusticia y de pecado; querían significar la muerte del estilo de vida que llevaban hasta ese momento y que estaban dispuestos a abandonar. Salir del agua significaba el compromiso de un comportamiento nuevo basado en la justicia y la solidaridad.
Aquel Hombre, sin embargo, estaba totalmente limpio y no tenía nada de qué arrepentirse; así lo entendía Juan, el bautizador, que se resistía a dejar que Jesús se bautizara: «Soy yo quien necesita que tú me bautices, y ¿tú acudes a mí?» Pero el plan de Dios era otro (a propósito, ¿por qué el plan de Dios contradice tan a menudo los planes de los hombres?), y el hombre Jesús estaba dispuesto a cumplirlo fielmente hasta el final.
SOLIDARIDAD
Por un lado, y al contrario que los buenos de aquel tiempo, quiso mezclarse con los pecadores («Acudía en masa la gente... y él los bautizaba en el río Jordán, a medida que confesaban sus pecados», ponerse al lado de la gente de mal vivir. Su gesto solidario se repetirá en adelante, cada día, hasta su muerte: vivirá y morirá acompañado de ladrones, prostitutas, marginados..., que veían en su mensaje el camino para construir una sociedad en la que nadie tuviera que robar ni poner su cuerpo a la venta, en la que nadie fuera excluido de la convivencia. (Que no se asusten los buenos de nuestros días. No es que Jesús sea solidario del pecado, no. Su solidaridad es con la persona humana, en la que él cree porque sabe que todo ser humano está llamado a hacerse hijo de Dios. Véase, p. ej., Mt 9,9-12).
COMPROMISO
Por otro lado, Jesús quiso también representar en aquel rito su muerte y su compromiso. Pero como él no tenía que morir a ninguna injusticia, su bautismo fue el anuncio de la muerte que estaba dispuesto a sufrir (véase Mc 10,38; Lc 12,50, en donde a morir se le llama «ser sumergido/bautizado») para que la esperanza de los desgraciados pudiera lograrse.
El bautismo de Jesús fue el momento en el que públicamente Jesús se comprometió a jugarse la vida, y a perderla si era necesario, por amor a la humanidad, luchando para dar vista a los ciegos sacar a los cautivos de las prisiones... y curar a todos los oprimidos por cualquier causa, dando a los hombres la posibilidad de organizarse como una familia e indicándoles el camino para llegar a transformar este mundo en un mundo de hermanos.
Por eso el bautismo de Jesús fue el momento en el que el Padre hizo público que aquél era el Hijo, el que nos iba a enseñar a ser hijos si estábamos dispuestos a escucharle: «Jesús, una vez bautizado, salió en seguida del agua. De pronto quedó abierto el cielo y vio al Espíritu de Dios bajar como paloma y posarse sobre él. Y una voz del cielo dijo: Este es mi hijo, el amado, en quien he puesto mi favor».
¿UN PAÍS DE BAUTIZADOS?
Un país de bautizados. ¿Un país de personas dispuestas a jugarse el tipo para que nuestra sociedad sea más justa, más fraterna, en la que lo más fácil sea amar? ¿O un país pequeño-burgués en el que ya se han perdido todas las ilusiones, en el que la utopía se considera una ingenuidad?
Un país de bautizados. ¿Un país de personas que son conscientes de que todos los hombres estamos llamados a ser hermanos y que trabajan por que sea así? ¿O quizá un país que, cómplice de los poderosos, está empezando a consentir que se fabriquen y se vendan armas a cambio de que los mayores puedan contar con algunos juguetitos más?
Se supone que el bautismo de Jesús debía ser el modelo para el bautismo de sus seguidores (aunque éstos sí necesitarán morir a sus pecados, a su vida injusta). Según esto, ¿es nuestro bautismo semejante al de Jesús? ¿Es el nuestro un país de bautizados?
Vivimos en un país en el que la mayoría de la población está bautizada. Ese dato, que a muchos puede llenar de orgullo ¿qué representa a la hora de los hechos? Si la religión tiene algo que ver con la vida de los pueblos, ese dato debería notarse en algo más que en los resultados de las estadísticas. ¿En qué se nota?
UN PAIS DE BAUTIZADOS
Un país de bautizados. Un país, el nuestro, en el que no estar bautizado se consideraba no hace tanto tiempo no sólo un pecado que ponía en peligro la salvación eterna del sujeto en cuestión, sino también un delito político que cerraba el paso al ejercicio de determinadas funciones en la sociedad.
Hace veinte siglos, en otro país ribereño del Mediterráneo en el que también se practicaba el rito del bautismo, un Hombre, entonces no se bautizaba a los niños, sino a las personas mayores) llenó de sentido ese gesto.
UN SIGNO DE MUERTE/VIDA
..... llegó Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara».
El bautismo era un signo que simbolizaba la muerte y la nueva vida: los que se acercaban a recibirlo querían indicar con el gesto de sumergirse bajo el agua (se bautizaban en un río o en una piscina, que allí quedaba sepultada toda su vida de injusticia y de pecado; querían significar la muerte del estilo de vida que llevaban hasta ese momento y que estaban dispuestos a abandonar. Salir del agua significaba el compromiso de un comportamiento nuevo basado en la justicia y la solidaridad.
Aquel Hombre, sin embargo, estaba totalmente limpio y no tenía nada de qué arrepentirse; así lo entendía Juan, el bautizador, que se resistía a dejar que Jesús se bautizara: «Soy yo quien necesita que tú me bautices, y ¿tú acudes a mí?» Pero el plan de Dios era otro (a propósito, ¿por qué el plan de Dios contradice tan a menudo los planes de los hombres?), y el hombre Jesús estaba dispuesto a cumplirlo fielmente hasta el final.
SOLIDARIDAD
Por un lado, y al contrario que los buenos de aquel tiempo, quiso mezclarse con los pecadores («Acudía en masa la gente... y él los bautizaba en el río Jordán, a medida que confesaban sus pecados», ponerse al lado de la gente de mal vivir. Su gesto solidario se repetirá en adelante, cada día, hasta su muerte: vivirá y morirá acompañado de ladrones, prostitutas, marginados..., que veían en su mensaje el camino para construir una sociedad en la que nadie tuviera que robar ni poner su cuerpo a la venta, en la que nadie fuera excluido de la convivencia. (Que no se asusten los buenos de nuestros días. No es que Jesús sea solidario del pecado, no. Su solidaridad es con la persona humana, en la que él cree porque sabe que todo ser humano está llamado a hacerse hijo de Dios. Véase, p. ej., Mt 9,9-12).
COMPROMISO
Por otro lado, Jesús quiso también representar en aquel rito su muerte y su compromiso. Pero como él no tenía que morir a ninguna injusticia, su bautismo fue el anuncio de la muerte que estaba dispuesto a sufrir (véase Mc 10,38; Lc 12,50, en donde a morir se le llama «ser sumergido/bautizado») para que la esperanza de los desgraciados pudiera lograrse.
El bautismo de Jesús fue el momento en el que públicamente Jesús se comprometió a jugarse la vida, y a perderla si era necesario, por amor a la humanidad, luchando para dar vista a los ciegos sacar a los cautivos de las prisiones... y curar a todos los oprimidos por cualquier causa, dando a los hombres la posibilidad de organizarse como una familia e indicándoles el camino para llegar a transformar este mundo en un mundo de hermanos.
Por eso el bautismo de Jesús fue el momento en el que el Padre hizo público que aquél era el Hijo, el que nos iba a enseñar a ser hijos si estábamos dispuestos a escucharle: «Jesús, una vez bautizado, salió en seguida del agua. De pronto quedó abierto el cielo y vio al Espíritu de Dios bajar como paloma y posarse sobre él. Y una voz del cielo dijo: Este es mi hijo, el amado, en quien he puesto mi favor».
¿UN PAÍS DE BAUTIZADOS?
Un país de bautizados. ¿Un país de personas dispuestas a jugarse el tipo para que nuestra sociedad sea más justa, más fraterna, en la que lo más fácil sea amar? ¿O un país pequeño-burgués en el que ya se han perdido todas las ilusiones, en el que la utopía se considera una ingenuidad?
Un país de bautizados. ¿Un país de personas que son conscientes de que todos los hombres estamos llamados a ser hermanos y que trabajan por que sea así? ¿O quizá un país que, cómplice de los poderosos, está empezando a consentir que se fabriquen y se vendan armas a cambio de que los mayores puedan contar con algunos juguetitos más?
Se supone que el bautismo de Jesús debía ser el modelo para el bautismo de sus seguidores (aunque éstos sí necesitarán morir a sus pecados, a su vida injusta). Según esto, ¿es nuestro bautismo semejante al de Jesús? ¿Es el nuestro un país de bautizados?
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