Entre las tentaciones del desierto y las bienaventuranzas, Mateo coloca un resumen de toda la actividad de Jesús incluyendo el llamamiento de los primeros discípulos. Como excelente overtura marca las líneas directrices de todo su evangelio.
Sería imposible atender a todas las enseñanzas que contiene este pasaje y tendremos que elegir lo que creemos más destacado.
Desde el punto de vista teológico, es muy importante para Mateo dejar claro que Jesús comienza su actividad lejos de Judea, de Jerusalén, del templo, de las autoridades religiosas. Quiere desligar la actividad de Jesús de toda posible conexión con la institución. Sin embargo insinúa que el comienzo de la predicación de Jesús es continuación de la de Juan.
También queda reflejada otra obsesión de Mateo. Estamos al comienzo del evangelio y ya ha repetido seis o siete veces: “esto sucedió para que se cumpliera la Escritura”.
El tema de la llamada y seguimiento es también muy importante en los cuatro evangelios y debería ser objeto de un amplio comentario, pero me parece más importante en este momento que nos centremos en el tema del “Reino de los cielos”.
No sé si tenemos suficientemente claro que Jesús nunca se predicó a sí mismo, sino que el centro de su predicación fue siempre el “Reino de Dios”. Es verdad que él se identificó totalmente con ese Reino, pero es muy conveniente tratar de ver la diferencia.
La predicación de Jesús es fruto de una experiencia humana de lo que es Dios. La importancia de Jesús estriba en que fue la más fiel manifestación de ese Reino que es Dios.
Mateo habla de "el Reino de los Cielos" mientras que los demás evangelistas y también alguna vez Mateo, hablan de "el Reino de Dios". Con las dos formulas se quiere expresar la misma realidad. A los judíos les resultaba violento emplear la palabra Dios, por eso empleaban circunloquios para evitarla. Uno de ellos era esta expresión “los Cielos”, que sería el ámbito de lo divino, la divinidad.
En los escritos más tardíos del NT se habla del Reino de Cristo. Esa expresión es muy peligrosa porque nos puede hacer pensar que Jesús es la meta y olvidarnos de Dios, como acabamos de señalar. En los últimos escritos del NT, cuando los cristianos estaban ya muy familiarizados con la idea, se encuentra la expresión “Reino”, sin más.
Hoy estamos en condiciones de poder asegurar, que el núcleo esencial de la predicación de Jesús, fue "El Reino de Dios".
Es curioso que Mateo ponga en boca de Jesús, al iniciar su predicación, exactamente la misma frase que había puesto en boca de Juan Bautista: “Arrepentíos, está cerca el Reino de los Cielos”. Esto no quiere decir que la predicación de Juan y de Jesús sea idéntica.
Juan entiende la frase desde la perspectiva del AT.
Jesús le da una significación nueva.
Juan pone el énfasis en el arrepentimiento y en el bautismo.
Jesús acentúa la presencia liberadora de Dios.
Para Jesús, lo contrario del reino de Dios no es el reino de Herodes o del imperio romano, sino el imperio del “ego-ismo”.
La primera palabra es ya una dificultad. El primer significado de “metanoeo”, (de donde viene “metanoya”) significa originariamente cambiar de opinión, y también rectificar, cambiar de mentalidad.
Al traducirlo por arrepentirse, damos por supuesto que la actitud anterior era pecaminosa, que sólo se tienen que convertir los “pecadores”. Pero también se puede cambiar de una opinión buena a otra mejor. Este error nos ha llevado a una concepción completamente maniquea de la vida espiritual.
Convertirse es rectificar la dirección, cuando me he dado cuenta de que la meta está en otra parte, esté o no en la dirección contraria a la que llevo.
Tengamos en cuenta que muchas veces no es posible descubrir que una senda es equivocada, hasta que no la hemos recorrido. Por eso el rectificar es una de las cualidades más humanas.
Pero lo verdaderamente difícil es comprender bien el significado de “Reino de Dios”. El significado del Reino se irá desvelando a través de toda la vida de Jesús.
Empecemos diciendo que ese “de” no es posesivo, sino epexegético, es decir, explicativo. Un ejemplo: si yo digo: “el tonto de mi hermano”, nadie entiende que mi hermano tenga un tonto, sino que mi hermano es tonto. En nuestro caso, no quiere decir que Dios tenga un reino, sino que el Reino se identifica con Dios.
La palabra griega “basileya” se refiere en primer lugar, al poder ejercido por el soberano, no al territorio ni a los súbditos. Sería mejor traducirlo por “reinado de Dios”. Con esta expresión evitaríamos confundirlo con los reinos terrenos.
Es imposible entender esta expresión si no salimos de la idea de un dios soberano, todopoderoso que desde su trono del cielo (lugar) gobierna el universo entero. Mientras no superemos ese dios arcaico, no habrá manera de entender el mensaje de Jesús. Dios es Espíritu.
Cuando decimos: “Reina la paz”, “reina la oscuridad” o “reina el amor”, no pensamos en entes que están dominando alguna parte de la realidad sino en un ambiente, en un medio inmaterial en el que se desarrolla la realidad. Esta idea podía ser una pista para comprender el significado de la frase y escapar del peligro de materializarla.
Reinado de Dios, quiere decir que la realidad humana se desarrolla en un ambiente espiritual, que el ámbito de lo divino está presente en lo humano y constituye su atmósfera y su fundamento propio. El Reino es una atmósfera en la que son posibles las relaciones verdaderamente humanas con Dios, conmigo mismo, con los demás, con las cosas.
Juan dijo: “Él bautizará con Espíritu Santo”. Siempre que el hombre se deja mover por el Espíritu y actúa desde él, está haciendo presente lo divino, está haciendo presente el Reino de Dios.
No se trata de que Dios en un momento determinado de la historia haya decidido establecer una relación nueva con los hombres. Con la venida de Jesús no ha cambiado nada por parte de Dios. Él ha estado siempre inundándolo todo. Lo que ha cambiado es la toma de conciencia de esa realidad y la actitud de los hombres ante ella.
Entrar en el Reino es tomar conciencia de esa realidad de Dios en mí e inmediatamente actuar en consecuencia. La dinámica del Reino se despliega de dentro a fuera.
En el evangelio de hoy está muy clara esta dinámica. Primero propone lo que Jesús decía, pero termina el relato diciendo que, eso que decía, lo practicaba. “Y recorría toda Galilea enseñando en la sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando todas las enfermedades y dolencias del pueblo”.
Un cristianismo que no me empuja a darme a los demás, no tiene nada que ver con Jesús. El Reino se manifiesta en el que “cura”, no en el curado. Es Jesús el que hace presente a Dios, no el cojo o el ciego cuando dejan de serlo. Cada vez que ayudamos a otro a salir de cualquier clase de opresión, hacemos presente a Dios, independientemente de lo que el otro sea o deje de ser.
El reinado de Dios, que Jesús predica y vive, significa la radical fidelidad y entrega de Dios al hombre. Por lo tanto la realidad primera de ese Reino la constituye Dios que se derrama y se funde con cada ser humano.
No es una realidad que hace referencia en primer lugar al hombre, sino a Dios. El hombre debe descubrirla y vivirla. Dios se vuelca sobre el hombre porque no puede dejar de ser fiel a sí mismo. No hace un favor al hombre, sino que responde a su mismo ser que es amor. Esto es un evangelio, es decir, “buena noticia”. Es ridículo creer que Dios nos ama por ser buenos.
Lo mismo el hombre, para ser fiel a Dios no tiene que renunciar a sí mismo, sino que la única manera de ser él mismo, es descubrir lo que Dios es en él. Por eso no puede haber otra perspectiva para el ser humano.
En cuanto pone su fin fuera de Dios (fuera de si mismo) el hombre falla estrepitosamente a su verdadero ser. Ya no hay posibilidad de ser fiel ni a Dios ni a sí mismo, de una manera extrínseca, cumpliendo unas órdenes que vienen de fuera.
Solamente si soy fiel a mí mismo puedo ser fiel a Dios. Sólo si soy fiel a Dios puedo ser fiel a mí mismo. Un Reino de Dios exclusivamente externo es imposible.
El Reino de Dios no podemos identificarlo con ninguna clase de organización social o religiosa. Recordemos que Dios es Espíritu y es imposible detectarlo directamente por los sentidos. Ahora bien, ese reinado de Dios tiene siempre manifestaciones externas en las relaciones entre los seres humanos.
No debemos caer en la tentación de identificarlo con la Iglesia. Jesús predico el Reino de Dios pero nació la teocracia de la Iglesia. Teocracia viene del griego theos = Dios y kratos = gobierno. Tendría que significar exactamente lo mismo que Reinado de Dios, pero todos sabemos muy bien que hay una diferencia abismal entre las dos expresiones al utilizarlas hoy.
Es muy curioso que veamos con toda claridad esa diferencia cuando nos referimos a Irán o a los talibanes de Afganistán y no nos demos cuenta cuando se refiere a la manera de ejercer el poder nuestra jerarquía.
Sería imposible atender a todas las enseñanzas que contiene este pasaje y tendremos que elegir lo que creemos más destacado.
Desde el punto de vista teológico, es muy importante para Mateo dejar claro que Jesús comienza su actividad lejos de Judea, de Jerusalén, del templo, de las autoridades religiosas. Quiere desligar la actividad de Jesús de toda posible conexión con la institución. Sin embargo insinúa que el comienzo de la predicación de Jesús es continuación de la de Juan.
También queda reflejada otra obsesión de Mateo. Estamos al comienzo del evangelio y ya ha repetido seis o siete veces: “esto sucedió para que se cumpliera la Escritura”.
El tema de la llamada y seguimiento es también muy importante en los cuatro evangelios y debería ser objeto de un amplio comentario, pero me parece más importante en este momento que nos centremos en el tema del “Reino de los cielos”.
No sé si tenemos suficientemente claro que Jesús nunca se predicó a sí mismo, sino que el centro de su predicación fue siempre el “Reino de Dios”. Es verdad que él se identificó totalmente con ese Reino, pero es muy conveniente tratar de ver la diferencia.
La predicación de Jesús es fruto de una experiencia humana de lo que es Dios. La importancia de Jesús estriba en que fue la más fiel manifestación de ese Reino que es Dios.
Mateo habla de "el Reino de los Cielos" mientras que los demás evangelistas y también alguna vez Mateo, hablan de "el Reino de Dios". Con las dos formulas se quiere expresar la misma realidad. A los judíos les resultaba violento emplear la palabra Dios, por eso empleaban circunloquios para evitarla. Uno de ellos era esta expresión “los Cielos”, que sería el ámbito de lo divino, la divinidad.
En los escritos más tardíos del NT se habla del Reino de Cristo. Esa expresión es muy peligrosa porque nos puede hacer pensar que Jesús es la meta y olvidarnos de Dios, como acabamos de señalar. En los últimos escritos del NT, cuando los cristianos estaban ya muy familiarizados con la idea, se encuentra la expresión “Reino”, sin más.
Hoy estamos en condiciones de poder asegurar, que el núcleo esencial de la predicación de Jesús, fue "El Reino de Dios".
Es curioso que Mateo ponga en boca de Jesús, al iniciar su predicación, exactamente la misma frase que había puesto en boca de Juan Bautista: “Arrepentíos, está cerca el Reino de los Cielos”. Esto no quiere decir que la predicación de Juan y de Jesús sea idéntica.
Juan entiende la frase desde la perspectiva del AT.
Jesús le da una significación nueva.
Juan pone el énfasis en el arrepentimiento y en el bautismo.
Jesús acentúa la presencia liberadora de Dios.
Para Jesús, lo contrario del reino de Dios no es el reino de Herodes o del imperio romano, sino el imperio del “ego-ismo”.
La primera palabra es ya una dificultad. El primer significado de “metanoeo”, (de donde viene “metanoya”) significa originariamente cambiar de opinión, y también rectificar, cambiar de mentalidad.
Al traducirlo por arrepentirse, damos por supuesto que la actitud anterior era pecaminosa, que sólo se tienen que convertir los “pecadores”. Pero también se puede cambiar de una opinión buena a otra mejor. Este error nos ha llevado a una concepción completamente maniquea de la vida espiritual.
Convertirse es rectificar la dirección, cuando me he dado cuenta de que la meta está en otra parte, esté o no en la dirección contraria a la que llevo.
Tengamos en cuenta que muchas veces no es posible descubrir que una senda es equivocada, hasta que no la hemos recorrido. Por eso el rectificar es una de las cualidades más humanas.
Pero lo verdaderamente difícil es comprender bien el significado de “Reino de Dios”. El significado del Reino se irá desvelando a través de toda la vida de Jesús.
Empecemos diciendo que ese “de” no es posesivo, sino epexegético, es decir, explicativo. Un ejemplo: si yo digo: “el tonto de mi hermano”, nadie entiende que mi hermano tenga un tonto, sino que mi hermano es tonto. En nuestro caso, no quiere decir que Dios tenga un reino, sino que el Reino se identifica con Dios.
La palabra griega “basileya” se refiere en primer lugar, al poder ejercido por el soberano, no al territorio ni a los súbditos. Sería mejor traducirlo por “reinado de Dios”. Con esta expresión evitaríamos confundirlo con los reinos terrenos.
Es imposible entender esta expresión si no salimos de la idea de un dios soberano, todopoderoso que desde su trono del cielo (lugar) gobierna el universo entero. Mientras no superemos ese dios arcaico, no habrá manera de entender el mensaje de Jesús. Dios es Espíritu.
Cuando decimos: “Reina la paz”, “reina la oscuridad” o “reina el amor”, no pensamos en entes que están dominando alguna parte de la realidad sino en un ambiente, en un medio inmaterial en el que se desarrolla la realidad. Esta idea podía ser una pista para comprender el significado de la frase y escapar del peligro de materializarla.
Reinado de Dios, quiere decir que la realidad humana se desarrolla en un ambiente espiritual, que el ámbito de lo divino está presente en lo humano y constituye su atmósfera y su fundamento propio. El Reino es una atmósfera en la que son posibles las relaciones verdaderamente humanas con Dios, conmigo mismo, con los demás, con las cosas.
Juan dijo: “Él bautizará con Espíritu Santo”. Siempre que el hombre se deja mover por el Espíritu y actúa desde él, está haciendo presente lo divino, está haciendo presente el Reino de Dios.
No se trata de que Dios en un momento determinado de la historia haya decidido establecer una relación nueva con los hombres. Con la venida de Jesús no ha cambiado nada por parte de Dios. Él ha estado siempre inundándolo todo. Lo que ha cambiado es la toma de conciencia de esa realidad y la actitud de los hombres ante ella.
Entrar en el Reino es tomar conciencia de esa realidad de Dios en mí e inmediatamente actuar en consecuencia. La dinámica del Reino se despliega de dentro a fuera.
En el evangelio de hoy está muy clara esta dinámica. Primero propone lo que Jesús decía, pero termina el relato diciendo que, eso que decía, lo practicaba. “Y recorría toda Galilea enseñando en la sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando todas las enfermedades y dolencias del pueblo”.
Un cristianismo que no me empuja a darme a los demás, no tiene nada que ver con Jesús. El Reino se manifiesta en el que “cura”, no en el curado. Es Jesús el que hace presente a Dios, no el cojo o el ciego cuando dejan de serlo. Cada vez que ayudamos a otro a salir de cualquier clase de opresión, hacemos presente a Dios, independientemente de lo que el otro sea o deje de ser.
El reinado de Dios, que Jesús predica y vive, significa la radical fidelidad y entrega de Dios al hombre. Por lo tanto la realidad primera de ese Reino la constituye Dios que se derrama y se funde con cada ser humano.
No es una realidad que hace referencia en primer lugar al hombre, sino a Dios. El hombre debe descubrirla y vivirla. Dios se vuelca sobre el hombre porque no puede dejar de ser fiel a sí mismo. No hace un favor al hombre, sino que responde a su mismo ser que es amor. Esto es un evangelio, es decir, “buena noticia”. Es ridículo creer que Dios nos ama por ser buenos.
Lo mismo el hombre, para ser fiel a Dios no tiene que renunciar a sí mismo, sino que la única manera de ser él mismo, es descubrir lo que Dios es en él. Por eso no puede haber otra perspectiva para el ser humano.
En cuanto pone su fin fuera de Dios (fuera de si mismo) el hombre falla estrepitosamente a su verdadero ser. Ya no hay posibilidad de ser fiel ni a Dios ni a sí mismo, de una manera extrínseca, cumpliendo unas órdenes que vienen de fuera.
Solamente si soy fiel a mí mismo puedo ser fiel a Dios. Sólo si soy fiel a Dios puedo ser fiel a mí mismo. Un Reino de Dios exclusivamente externo es imposible.
El Reino de Dios no podemos identificarlo con ninguna clase de organización social o religiosa. Recordemos que Dios es Espíritu y es imposible detectarlo directamente por los sentidos. Ahora bien, ese reinado de Dios tiene siempre manifestaciones externas en las relaciones entre los seres humanos.
No debemos caer en la tentación de identificarlo con la Iglesia. Jesús predico el Reino de Dios pero nació la teocracia de la Iglesia. Teocracia viene del griego theos = Dios y kratos = gobierno. Tendría que significar exactamente lo mismo que Reinado de Dios, pero todos sabemos muy bien que hay una diferencia abismal entre las dos expresiones al utilizarlas hoy.
Es muy curioso que veamos con toda claridad esa diferencia cuando nos referimos a Irán o a los talibanes de Afganistán y no nos demos cuenta cuando se refiere a la manera de ejercer el poder nuestra jerarquía.
Meditación-contemplación
¿Arrepentirse o rectificar?
Es muy difícil entrar en la dinámica de conversión
sin caer en el sentimiento de culpabilidad.
Pero la culpabilidad nos hunde en la miseria
y nos hace entrar en una falta de autoestima nefasta.
.......................
El punto de partida de mi proceso espiritual es una toma de conciencia:
soy un diamante, pero en bruto y lleno de impurezas adheridas.
Tal como me encuentro, estoy impresentable.
Pero el valor absoluto ya está ahí, aunque escondido, camuflado.
........................
Mi tarea es quitar impurezas, tallar, pulir; pero nada que añadir.
Está ya todo ahí, porque está Dios el Absoluto.
Si eres capaz de eliminar lo que no es Dios,
aparecerá lo divino en todo su esplendor.
Eso eres tú.
.........
¿Arrepentirse o rectificar?
Es muy difícil entrar en la dinámica de conversión
sin caer en el sentimiento de culpabilidad.
Pero la culpabilidad nos hunde en la miseria
y nos hace entrar en una falta de autoestima nefasta.
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El punto de partida de mi proceso espiritual es una toma de conciencia:
soy un diamante, pero en bruto y lleno de impurezas adheridas.
Tal como me encuentro, estoy impresentable.
Pero el valor absoluto ya está ahí, aunque escondido, camuflado.
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Mi tarea es quitar impurezas, tallar, pulir; pero nada que añadir.
Está ya todo ahí, porque está Dios el Absoluto.
Si eres capaz de eliminar lo que no es Dios,
aparecerá lo divino en todo su esplendor.
Eso eres tú.
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