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viernes, 7 de enero de 2011

La muerte lo envolvía todo


El recuerdo de la muerte, creciendo continuamente, alcanzó tal fuerza, que el mundo se me presentó como una suerte de espejismo, siempre en trance de desaparecer en la grieta eterna del no-ser.
Una realidad de otro orden, no terrestre, desconocida, me invadió a pesar de mis esfuerzos por apartarme de ella. Me acuerdo de esto nítidamente. En la vida cotidiana, yo era normal, como el resto, pero en ocasiones sentía que la tierra cedía bajo mis pies.
Yo veía con los ojos como era todo, pero mi espíritu flotaba sobre un precipicio sin fondo… saberme condenado a morir un día, mas pronto o mas tarde, me era un suplicio insoportable.
Así, “en negativo”, se descubrió en mí la realidad profunda. El mundo material perdió su consistencia; el tiempo, su duración. Yo estaba abrumado y no entendía lo que pasaba en mí. En aquella época todavía no tenía noción alguna de la enseñanza de los Padres de la Iglesia, de sus experiencias vividas…
En este período de mi vida… fui tentado más de una vez por terribles pensamientos de cólera y de rebeldía contra mi Creador. Atormentado por la imposibilidad de comprender lo que me sucedía, entré en litigio con Dios.
Me lo imaginaba como un potentado hostil, “quién , con su poder tiránico, me llamó de la nada” (Pushkin). Como en todos los hombres se da la misma raíz ontológica, yo proyectaba mis estados personales en todos.
Mi pequeña inteligencia se “rebelaba” en nombre de todos los afligidos por el don innecesario de esta vida, y lamentaba no poseer una espada con la que hubiera podido despedazar esta “tierra maldita” (Gén 3, 17), poniendo fin al absurdo abominable…
No pocas ideas estúpidas se me ocurrieron, pero estas dos fueron, las mas extremosas.
Por suerte, esta amargura cínica no llegó nunca al fondo del corazón:
Allí, el lugar estaba ya ocupado. Sin que yo lo supiera, en algún rincón del espíritu, quedaba una esperanza, que iba mas allá que el paroxismo de la desesperación:
El Omnipotente no puede ser sino bueno. De lo contrario, ¿de dónde surgiría en mí la idea de un Ser bueno? Y mi oído interior se concentraba en algo impalpable, pero al mismo tiempo real.
Nunca lograré traducir en palabras la particular riqueza de estos días, cuando el Señor, haciendo caso omiso de mis protestas, me tomó con sus fuertes manos, y como encolerizado por decirlo así, me arrojó a la inmensidad del mundo creado por él…
Me sentía paralizado entre la forma temporal de vida y la eternidad… la muerte lo envolvía todo… todo lo que estaba sujeto a la corrupción se devaluaba ante mis ojos.
Cuando miraba a los hombres, antes de cualquier pensamiento, los veía en el poder de la muerte, muriendo, y mi corazón se compadecía de ellos.
Yo sufría, pero la salida no estaba en ninguna parte, fuera de la oración, que había renacido en mí; oración dirigida al todavía desconocido o, más exactamente olvidado. Una oración ardiente se apoderó de mí y en el curso de muchos años no me abandonó ni de día ni de noche…
El recuerdo de la muerte es un estado peculiar de nuestro espíritu… pone coto a la acción pasional e inaugura una transformación radical de toda nuestra manera de vivir y de nuestra percepción de las cosas.


Extraído de “Ver a Dios como Él Es” - Autobiografía espiritual
- Archimandrita Sophrony – Ediciones Sígueme –
Salamanca 2002 - Extractos de pag. 15 a 21

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