¿Cuántas veces habremos oído, o pronunciado inconscientemente frases como éstas: “Estaba de Dios”, “Quiera Dios que…”, “Si Dios quiere”, “Nos lo envía Dios”, “Dios sabrá por qué lo hace”. Y yo me pregunto si esas frases hechas tienen un fondo de verdad, o esperamos de Dios y le atribuimos cosas en las que no interviene.
Consideramos que ha salvado a un familiar nuestro de un accidente, en el que han muerto otras personas, y decimos que “estaba de Dios”. Porque, no va a ser que eran menos queridos por Él los que han fallecido… O nos atrevemos a echarle en cara a Dios, que permita la muerte de niños o personas inocentes, y el que ocurran catástrofes naturales. ¿Vamos a afirmar en estos casos que “Dios sabrá por qué lo hace”, o que, “Dios nos lo envía”?
¡Cómo va a enviarnos Dios esos sufrimientos! Las desgracias ocurren, y Dios lo que hace es ayudarnos a sobrellevarlas, y darnos la fuerza para vivir el dolor con esperanza. No es fácil entender, desde nuestra óptica, ciertos sucesos tristes y algunas situaciones que consideramos injustas. Ni dar respuesta a algunas preguntas cuando nos enfrentamos al dolor o la muerte. Quizás por eso, tratando de encontrar una explicación y buscando consuelo, queremos creer que es Dios el que lo ha permitido, porque era lo mejor para esas personas. Nos cuesta, pero tenemos que convencernos de que el mal existe y que los seres humanos somos limitados. Aún así, no olvidemos que Jesús nos enseñó que podemos ser felices a pesar de las dificultades. Él está siempre de parte del que sufre.
Y habrá que acostumbrarse a que, salvo en el milagro, Dios no interviene en ciertas cosas que más bien competen a los hombres. Él no va a mandar a sus ángeles con banastas de pan para acabar con el hambre en el mundo. Ni va a desactivar los ingenios bélicos. Muchos de los males de la humanidad, son causados por una interpretación errónea de la libertad, o porque la usamos en beneficio propio, provocando daño a otras personas. Y Dios, que nos ha regalado esa libertad, no quiere violentarla y nos deja actuar libremente, aunque le duela el mal que podamos hacer.
No es justo que le pidamos cuentas del dolor a quién, voluntariamente, y por amor, quiso compartir y cargar con toda la desdicha de la humanidad. Dios no se ha desentendido de los hombre, al contrario, Jesús asumió nuestra naturaleza con todas las consecuencias, excepto en el pecado.
No debemos esperar a que Dios nos resuelva los problemas. Somos nosotros los que tenemos que volver la mirada al mundo, a las urgencias de las personas, a los dramas de cada día. Y esa inmersión en la realidad es necesaria para que la Palabra de Dios, acogida en la oración, no se diluya por ahí; para que la solidaridad con los hombres se acreciente en nosotros. Claro que, no basta con rezar por la paz si nuestros corazones siguen “armados”. Ni servirá de nada pedir a Dios que surjan vocaciones, si estamos inmersos en una cultura individualista, incapaz de renuncias.
No se trata de pedir a gritos a Dios por los males del mundo, sino de que esa oración nos conduzca a compromisos de renovación de criterios, de revisión de escala de valores, de adopción de comportamientos encaminados a la solución eficaz de los problemas. Como decía San Ignacio de Loyola, “Debemos actuar como si todo dependiera del hombre, y al mismo tiempo, confiar como si todo dependiera de Dios”.
Dios está a nuestro lado. O más exacto todavía, está en el interior de cada hombre, (aunque éste se encuentre influido por las mediaciones culturales, sociales, políticas o de cualquier orden, en las que realiza su vida), y quiere que cambien algunas de nuestras actitudes. Su gracia nos impulsa a vivir de forma nueva.
Claro que, no olvidemos, confiar en Dios no es sinónimo de vida fácil, ni el Evangelio identifica “salvación” con la supresión del mal. Pero el don de la fe nos ayuda a estar alegres a pesar del dolor. Nadie va a evitar que las cosas sucedan, pero sí podemos elegir la forma de vivirlas.
No debemos esperar en un Dios “resuelvelotodo”, que no nos deje ni elegir entre lo bueno y lo malo. Esperemos en el Dios que nos ama, que nos quiere felices. En el Dios que nos da fuerza para superar las dificultades y nos ayuda a vivir el dolor con esperanza. Él no nos da una receta mágica para evitar las “tempestades” , pero sí nos ha prometido la fuerza para superarlas si se lo pedimos. La confianza en Dios es la mejor garantía contra las dificultades de la vida. Como reza esta oración, pidamos al Señor:
Serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar.
Valor y empuje para cambiar las que sí puedo cambiar.
Sabiduría para discernir entre lo que puedo y lo que no puedo.
* Mª Isabel Montiel es Salesiana Cooperadora y profesora de Educación Primaria.
Consideramos que ha salvado a un familiar nuestro de un accidente, en el que han muerto otras personas, y decimos que “estaba de Dios”. Porque, no va a ser que eran menos queridos por Él los que han fallecido… O nos atrevemos a echarle en cara a Dios, que permita la muerte de niños o personas inocentes, y el que ocurran catástrofes naturales. ¿Vamos a afirmar en estos casos que “Dios sabrá por qué lo hace”, o que, “Dios nos lo envía”?
¡Cómo va a enviarnos Dios esos sufrimientos! Las desgracias ocurren, y Dios lo que hace es ayudarnos a sobrellevarlas, y darnos la fuerza para vivir el dolor con esperanza. No es fácil entender, desde nuestra óptica, ciertos sucesos tristes y algunas situaciones que consideramos injustas. Ni dar respuesta a algunas preguntas cuando nos enfrentamos al dolor o la muerte. Quizás por eso, tratando de encontrar una explicación y buscando consuelo, queremos creer que es Dios el que lo ha permitido, porque era lo mejor para esas personas. Nos cuesta, pero tenemos que convencernos de que el mal existe y que los seres humanos somos limitados. Aún así, no olvidemos que Jesús nos enseñó que podemos ser felices a pesar de las dificultades. Él está siempre de parte del que sufre.
Y habrá que acostumbrarse a que, salvo en el milagro, Dios no interviene en ciertas cosas que más bien competen a los hombres. Él no va a mandar a sus ángeles con banastas de pan para acabar con el hambre en el mundo. Ni va a desactivar los ingenios bélicos. Muchos de los males de la humanidad, son causados por una interpretación errónea de la libertad, o porque la usamos en beneficio propio, provocando daño a otras personas. Y Dios, que nos ha regalado esa libertad, no quiere violentarla y nos deja actuar libremente, aunque le duela el mal que podamos hacer.
No es justo que le pidamos cuentas del dolor a quién, voluntariamente, y por amor, quiso compartir y cargar con toda la desdicha de la humanidad. Dios no se ha desentendido de los hombre, al contrario, Jesús asumió nuestra naturaleza con todas las consecuencias, excepto en el pecado.
No debemos esperar a que Dios nos resuelva los problemas. Somos nosotros los que tenemos que volver la mirada al mundo, a las urgencias de las personas, a los dramas de cada día. Y esa inmersión en la realidad es necesaria para que la Palabra de Dios, acogida en la oración, no se diluya por ahí; para que la solidaridad con los hombres se acreciente en nosotros. Claro que, no basta con rezar por la paz si nuestros corazones siguen “armados”. Ni servirá de nada pedir a Dios que surjan vocaciones, si estamos inmersos en una cultura individualista, incapaz de renuncias.
No se trata de pedir a gritos a Dios por los males del mundo, sino de que esa oración nos conduzca a compromisos de renovación de criterios, de revisión de escala de valores, de adopción de comportamientos encaminados a la solución eficaz de los problemas. Como decía San Ignacio de Loyola, “Debemos actuar como si todo dependiera del hombre, y al mismo tiempo, confiar como si todo dependiera de Dios”.
Dios está a nuestro lado. O más exacto todavía, está en el interior de cada hombre, (aunque éste se encuentre influido por las mediaciones culturales, sociales, políticas o de cualquier orden, en las que realiza su vida), y quiere que cambien algunas de nuestras actitudes. Su gracia nos impulsa a vivir de forma nueva.
Claro que, no olvidemos, confiar en Dios no es sinónimo de vida fácil, ni el Evangelio identifica “salvación” con la supresión del mal. Pero el don de la fe nos ayuda a estar alegres a pesar del dolor. Nadie va a evitar que las cosas sucedan, pero sí podemos elegir la forma de vivirlas.
No debemos esperar en un Dios “resuelvelotodo”, que no nos deje ni elegir entre lo bueno y lo malo. Esperemos en el Dios que nos ama, que nos quiere felices. En el Dios que nos da fuerza para superar las dificultades y nos ayuda a vivir el dolor con esperanza. Él no nos da una receta mágica para evitar las “tempestades” , pero sí nos ha prometido la fuerza para superarlas si se lo pedimos. La confianza en Dios es la mejor garantía contra las dificultades de la vida. Como reza esta oración, pidamos al Señor:
Serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar.
Valor y empuje para cambiar las que sí puedo cambiar.
Sabiduría para discernir entre lo que puedo y lo que no puedo.
* Mª Isabel Montiel es Salesiana Cooperadora y profesora de Educación Primaria.
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