Por Ángel Moreno
“Levántate brilla, Jerusalén, que llega tu luz. Sobre ti amanecerá el Señor. Lo verás, radiante de alegría.”
“Unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: «Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?» Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”.
Hoy es día de luz y de gloria, brilla la estrella, amanece el resplandor de la aurora para Jerusalén y para todas las naciones. “También los gentiles son coherederos del mismo cuerpo y partícipes de la promesa, por el Evangelio”.
Hoy es día de adoración, de ofrenda gratuita, de regalo, de amor. “Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra”.
Tres llamadas se escuchan en la puerta del corazón: La luz, la universalidad, la adoración. Jesucristo, el Hijo de María, el adorado por los pastores en Belén, el pequeño circuncidado, es la Luz de las naciones, es el Hijo de Dios, que ha venido para salvar a toda la humanidad.
De toda raza y color, del Norte y del Sur, de Tarsis, de las Islas, de Saba y de Arabia vienen a rendir homenaje al Rey de reyes y le ofrecen regalos.
Hace unos días, caminando por una gran ciudad, me sumergí en la multitud deambulante; miraba cada uno de los rostros y me impactaban los que se dirigían al hospital, los que iban sumidos en sus auriculares con la mirada distraída, los rostros de tanta gente foránea, los de quienes salían de los comercios y grandes almacenes y de los que tan sólo miraban los escaparates; me impresionaban los rostros de los más jóvenes, que a hora laboral andaban por las calles, por ocio y sin trabajo, los de quienes se atrevían a pedir limosna. Muchos rostros de gente solitaria, otros más amistosos, algunos sonrientes, los más, con gesto de preocupación.
Hoy, para todos brilla la luz, a todos se nos ofrece el resplandor del reflejo de la mirada del Salvador del mundo. Cada ser humano transporta el tesoro del icono divino. Para todos se enciende la estrella de la esperanza, del horizonte luminoso.
Me sorprende que sea Herodes quien encamine y dirija los pasos de los que buscan al Mesías, “para que averigüen cuidadosamente qué hay del niño”. Toda circunstancia, aún la más dolorosa, se puede convertir en estrella, en punto de inflexión, por el que se cambia la percepción de los acontecimientos y el sentido de la existencia. Una amiga me afirmaba que el cáncer la había despertado a una dimensión luminosa.
“Levántate, sobre ti amanecerá el Señor”. “Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas, lo adoraron”.
“Unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: «Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?» Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”.
Hoy es día de luz y de gloria, brilla la estrella, amanece el resplandor de la aurora para Jerusalén y para todas las naciones. “También los gentiles son coherederos del mismo cuerpo y partícipes de la promesa, por el Evangelio”.
Hoy es día de adoración, de ofrenda gratuita, de regalo, de amor. “Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra”.
Tres llamadas se escuchan en la puerta del corazón: La luz, la universalidad, la adoración. Jesucristo, el Hijo de María, el adorado por los pastores en Belén, el pequeño circuncidado, es la Luz de las naciones, es el Hijo de Dios, que ha venido para salvar a toda la humanidad.
De toda raza y color, del Norte y del Sur, de Tarsis, de las Islas, de Saba y de Arabia vienen a rendir homenaje al Rey de reyes y le ofrecen regalos.
Hace unos días, caminando por una gran ciudad, me sumergí en la multitud deambulante; miraba cada uno de los rostros y me impactaban los que se dirigían al hospital, los que iban sumidos en sus auriculares con la mirada distraída, los rostros de tanta gente foránea, los de quienes salían de los comercios y grandes almacenes y de los que tan sólo miraban los escaparates; me impresionaban los rostros de los más jóvenes, que a hora laboral andaban por las calles, por ocio y sin trabajo, los de quienes se atrevían a pedir limosna. Muchos rostros de gente solitaria, otros más amistosos, algunos sonrientes, los más, con gesto de preocupación.
Hoy, para todos brilla la luz, a todos se nos ofrece el resplandor del reflejo de la mirada del Salvador del mundo. Cada ser humano transporta el tesoro del icono divino. Para todos se enciende la estrella de la esperanza, del horizonte luminoso.
Me sorprende que sea Herodes quien encamine y dirija los pasos de los que buscan al Mesías, “para que averigüen cuidadosamente qué hay del niño”. Toda circunstancia, aún la más dolorosa, se puede convertir en estrella, en punto de inflexión, por el que se cambia la percepción de los acontecimientos y el sentido de la existencia. Una amiga me afirmaba que el cáncer la había despertado a una dimensión luminosa.
“Levántate, sobre ti amanecerá el Señor”. “Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas, lo adoraron”.
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