Publicado por El Blog de X.Pikaza
Ayer presenté en mi blog algunos de los posibles sentidos del signo del Cordero, tal como aparece en el evangelio de Juan, donde Juan Bautista dice que Jesús es el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Hoy insistiré en el signo del Cordero Cotidiano (¡el Sacrificio Nuestro de cada día), que los sacerdotes judíos ofrecían a Dios en el templo de Jerusalén, cada mañana y cada tarde.
Todos los católicos aclamamos a Dios en la Misa, por tres veces, antes de la Comunión cantando Agnus Dei (¡Cordero de Dios!), y el presidente de la celebración ratifica esa palabra mostrando el Pan Consagrado y diciendo: ¡Éste es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo!
Quizá olvidamos a veces que esa palabra no es Jesús, sino de Juan Bautista, a quien el Nuevo Testamento presentan como Sacerdote que un día abandonó el templo de Jerusalén (porque a su juicio era ya inútil) y que, por tanto, rechazó el sacrificio cotidiano del cordero de la mañana y de la tarde, para ofrecer el perdón final de Dios de otra manera: no por Cordero del templo (con el Cordero del sacrificio), sino a través del Bautismo en el agua del Jordán (anunciando el juicio de Dios, que podrá perdonar los pecados).
Insisto en ello: Ésa palabra (Éste es el Cordero de Dios, referida a Jesús) no la han dicho los cristianos (que en principio no conocían los sacrificios del templo), sino un sacerdote del templo de Jerusalén, que conocía bien la función del Corderos Tamid (sacrificado cada día), pues posiblemente le tocó oficiar ese sacrificio (como le tocó oficiar a su padre Zacarías, según Lc 1).
Juan evangelista, al poner ese palabra en boca de Juan Bautista, está indicando que el tiempo de los Corderos Tamid (y del templo) ya ha pasado, pues sólo existe un verdadero Cordero de Dios, que es Jesús, que “quita” el pecado de otra forma (como sabe y dice, en otro contexto, la carta a los Hebreos).
Tanto el evangelio de Juan como la carta a los Hebreos nos ofrecen el testimonio del paso del Sacrificio de Animales (Cordero, Macho Cabrío), a la Entrega personal de Jesús. Ambos dicen lo mismo: Ya no son necesarios los sacrificio, ni el templo, ni los sacerdotes de Aarón (matando corderos o machos cabríos), pues ha venido Jesús y ha ofrecido un Sacrificio de otra forma: ha ofrecido el don de su vida, como experiencia y principio de perdón universal.
Muchas veces, sentado en uno de los ángulos de la explanada del Templo de Jerusalén, mientras pasaban a orar los fieles musulmanes y cruzaban curiosos los turistas, he pensado y meditado en el Cordero Tamid, de la mañana y de la tarde. Allí veía a Juan Baustista, matando el Cordero de Cada Día, antes de dejar el templo y de bajar el río, para proclamar otro tiempo de perdón. Allí veía a Jesús, viniendo y realizando el signo del final: el templo ha terminado, porque Dios perdona y ofrece su Reino de otra forma.
La melancolía de mi tiempo de estudio en Jerusalén me ha animado a copiar este pasaje esencial del Sacrificio del Cordero de la Mañana y de la Tarde, según la Misná.
Así hacían en tiempo de Jesús. Flavio Josefo cuenta que cuando Pompeyo (¡del de Pamplona!) entró con su Legión en el templo (y luego otros conquistadores) ningún sacerdote se movió, siguieron celebrando, aun a riesgo de morir, porque el sacrificio era lo más importante: ¡El mundo entero estaba sostenido por ese Cordero de Dios, de la mañana y de la tarde!
Pero con Jesús (según Juan Bautista y Juan Evangelista) terminó el tiempo de ese tiempo del Cordero. Vino el tiempo de otro Cordero de Dios, que es Jesús, que somos nosotros. Buen día a todos los que sigáis leyendo este post. Es largo, como muchos de los míos. Pero estoy seguro de que quien lea el texto de la Misná saldrá enriquecido, conocerá mejor el judaísmo del templo, podrá entender con más hondura la novedad de Jesús, en la línea de un tipo de judaísmo especial, representado también por Juan Bautista .
Este post, inspirado en mis conversaciones con Ariel Álvarez Valdés, tiene tres finalidades:
1) Reconocer el origen y sentido judío de Juan Bautista y de Jesús, insistiendo en su novedad dentro del judaísmo.
2) Ofrecer un homenaje de admiración al judaísmo antiguo y moderno, representado por generaciones de hombres piadosos y justos, que han escrito y meditado en el Tamid, el Cordero Nuestro de cada día.
3) Invitar a los cristianos y a los hombres y mujeres de cultura, a que compren y lean la Misná, un texto en verdad apasionante para todos los amigos y estudiosos de las religiones y en especial del judaísmo
Misná, Tamid
Así quiero continuar el tema del post de ayer, destacando el signo del cordero Tamid. Para ello, no he podido encontrar un tema que sea más apropiado que recoger (escanear) para los amigos del blog, una parte de uno de los capítulos más impresionantes de la Misná, titulado Tamid (incluido en el Orden Quinto, titulado Qodashim, de las cosas sagradas). El tema está tomado de la Misná, Sígueme, Salamanca 2003, págs. 1071 ss,donde podrá encontrarlo en su integridad quien lo desee.
Conforme a la visión de los especialistas, judíos y cristianos, este capítulo Tamid (sobre el Cordero de Cada Día) es uno de los más antiguos de la Misná y recoge tradiciones del tiempo de Juan Bautista y de Jesús:
Dos veces al día, al amanecer y al atardecer, se ofrecía en el templo de Jerusalén como holocausto un cordero inmaculado, nacido en aquel mismo año y que era llamado «‘olat tamid» (holocausto perenne). De ahí que este sacrificio sea llamado abreviadamente «‘tamid», es decir, perenne, permanente, o, en último término, «diario». El presente tratado es una descripción de todos los pormenores que afectaban a este sacrificio diario.
El tratado comprende siete capítulos:
Cap. 1: Guardias de los sacerdotes en el templo, el encargado de las vigilancias de las guardias y la repartición de los oficios, limpieza del altar.
Cap. 2: Continúa la descripción de lo concerniente a la limpieza del altar, la traída de la leña.
Cap. 3: Repartición en suerte de los oficios, traída del cordero y de los utensilios del sacrificio, apertura del templo, limpieza del altar interior y del candelabro.
Cap. 4: Inmolación del cordero y partición, transporte de las partes sacrificiales al altar.
Cap. 5: Oraciones de la mañana, preparación del incienso.
Cap. 6: Ofrecimiento del incienso.
Cap. 7: Normas para el caso de que el Sumo Sacerdote celebre el sacrificio, bendición sacerdotal, cantos de los levitas.
CORDERO TAMID (MISNÁ)
(Texto casi completo del capítulo Tamid, de la Misná, siglo II d.C., que, en este caso, recoge las tradiciones del tiempo de Jesús. Trad. de Carlos del Valle, Sígueme, Salamanca 2003, págs. 1071 ss)
CAPÍTULO 1
1. En tres puestos montaban guardia en el templo los sacerdotes: en la cámara de Abtinas , en la cámara de la llama y en la cámara del fuego . La cámara de Abtinas y la cámara de la llama estaban en un piso superior y allí montaban guardia los (sacerdotes) jovencitos. La cámara del fuego era abovedada, espaciosa y estaba rodeada de terrazos de piedra. Allí solían dormir los ancianos del turno del día siguiente , teniendo en sus manos las llaves del atrio del templo.
Los jóvenes sacerdotes echaban su colchoneta en el suelo. No dormían vestidos con las vestiduras sagradas, sino que se las quitaban, las doblaban y las ponían debajo de sus cabezas y se cubrían con sus propios vestidos. Si uno de ellos sufría una polución nocturna, salía e iba a través de un pasadizo circular debajo del edificio del templo , donde ardían lámparas a uno y otro lado, hasta que llegaba al lugar de la piscina de la inmersión. Allí ardía (siempre) fuego y había un retrete muy discreto. La discreción consistía en que si estaba cerrado se sabía que allí había una persona. Por el contrario, si estaba abierto se sabía que allí no había nadie. Descendía y se inmergía , luego ascendía, se secaba y se calentaba frente a la lumbre. Después se iba y se acostaba junto a sus hermanos los sacerdotes hasta que se abrían las puertas, se marchaba y se iba .
2. El que quería retirar (la ceniza) del altar madrugaba y tomaba el baño de purificación antes de que llegara el encargado . ¿A qué hora llegaba el encargado? No siempre a la misma hora. A veces con el canto del gallo , o un poco antes, o un poco después. El encargado llegaba y golpeaba con los nudillos (en la puerta de la estancia) donde estaban y aquellos le abrían. Les decía: «venga el que ha hecho el baño de purificación y eche las suertes» . Echaban a suerte y tocaba a quien tocaba.
3. Cogía la llave, abría la portezuela y entraba en el atrio del templo por la cámara del fuego. (Los sacerdotes) entraban tras él llevando en la mano dos antorchas encendidas y se dividían en dos grupos; uno se dirigía por la columnata hacia el este y el otro, también por la columnata, hacia el oeste. Mientras iban andando iban inspeccionando hasta que llegaban hasta el lugar donde se hacían las tortas . Cuando unosa y otros se encontraban se decían: «¿en orden?». «Todo en orden». Dejaban luego a los que hacían las tortas que hicieran las tortas.
4. A quien le tocaba limpiar las cenizas del altar, se iba a retirarlas, mientras que los otros le decían: «¡ten cuidado!, no sea que vayas a tocar el utensilio antes de que purifiques tus manos y tus pies en el pilón . Fíjate, el brasero se encuentra en el ángulo entre la rampa y el altar, en la parte occidental de la rampa».
CAPÍTULO 2
1. Cuando sus hermanos lo veían descender, corrían y santificaban rápidamente sus manos y sus pies en el pilón, cogían los rastrillos y los ganchos y subían a lo alto del altar. Los miembros (de los animales sacrificados) y las piezas grasientas que no habían sido comidas en el atardecer las ponían al lado del altar. Si en los lados no había cabida, las colocaban en la zona circular , en la rampa.
2. Entonces comenzaban a amontonar la ceniza sobre la pequeña elevación abombada . Esta elevación estaba en medio del altar y a veces había sobre ella cerca de trescientos kor (de ceniza). En las fiestas de peregrinación no removían la ceniza, ya que era ornato del altar . Pero nunca fueron los sacerdotes negligentes en la remoción de la ceniza.
3. Luego comenzaban a sufrir los haces de leña para regular el fuego del altar. ¿Era toda la leña válida para el fuego? Sí, toda la leña era válida para el fuego, a excepción de la madera de olivo y de cepa. Sin embargo, su costumbre era emplear mayormente leña de higuera, o de nogal, o de acebuche .
4. Aquél ordenaba el gran fuego en la parte oriental, disponiendo la parte delantera hacia el oriente, mientras que los cabos de los haces de leña, traseros, tocaban la elevación (donde se amontonaba la ceniza). Entre los haces de leña había un espacio vacío, para encender allí las astillitas .
5. Después escogían de allí la mejor leña de higuera para ordenar el segundo fuego para el incienso, frente al ángulo occidental-meridional, distante desde el ángulo hacia el norte cuatro codos; (en los días de semana ponían leña suficiente que) diera aproximadamente cinco seás de ceniza y ochoa en sábado, ya que allí ponían las dos cucharadas de incienso de los panes de la proposición . Luego volvían a colocar en el fuego los miembros (de los animales sacrificados) y las piezas de grasa que no se habían comido en la tarde anterior. Encendían los dos fuegos, descendían y se iban a la cámara de los sillares .
CAPÍTULO 3
1. El encargado les decía: venid y echad las suertes (para ver a) quién le toca realizar la inmolación, a quién asperjar la sangre, a quién limpiar de las cenizas el altar interior, a quién las del candelabro, a quién subir a la rampa las porciones sacrificiales: la cabeza y la pierna (derecha), las dos patas delanteras, las nalgas y la pierna (izquierda), el pecho y el pescuezo, los dos costados, las entrañas, la harina fina, las tortas y el vino. Echaban a suerte y tocaba a quien tocaba.
2. El encargado les decía: «salid y mirad si ha llegado la hora de la inmolación». Si había llegado, el que había salido a mirar decía: «luce la luz» . Matías ben Samuel decía: ¿está iluminada la parte oriental? ¿Hasta Hebróna? Aquél respondía: sí.
3. Luego les decía: «salid y traed un cordero de la cámara de los corderos» . La cámara de los corderos se encontraba en el ángulo nordoccidental. Allí había cuatro cámaras : la cámara de los corderos, la cámara de los sellos, la cámara del fuego y la cámara donde eran hechos los panes de la proposición.
4. Iban a la cámara de los utensilios y traían de allí noventa y tres utensilios de plata y de oro. Al cordero, que iba a servir para el sacrificio cotidiano, les hacían beber de un recipiente de oro. A pesar de que ya había sido inspeccionado en la vigilia, lo inspeccionaban de nuevo a la luz de las antorchas.
5. A quien tocaba inmolar el cordero del sacrificio cotidiano, lo arrastraba y lo llevaba al lugar de la inmolación y aquellos a quienes tocaba llevar las porciones sacrificiales iban detrás de él. El lugar de la inmolación se encontraba en el lado norte del altar. Allí había ocho pilares pequeños, sobre los que se asentaban unos tablones de madera de cedro. En ellos estaban fijados unos garfios de hierro , teniendo cada tablón tres órdenes (de garfios), de los cuales colgaban (a los animales sacrificados). Estos eran despellejados sobre unas mesas de mármol que había entre los pilares.
7. Iba al portillo septentrional. La puerta grande tenía dos portillos, uno al norte y otro al sur. Por el del sur no entró jamás nadie, lo que fue dicho expresamente por Ezequiel: me dijo el Señor; esta puerta estará cerrada y no se abrirá ni nadie entrará por ella, porque el Señor, Dios de Israel, pasó por ella. Quedará cerrada . Cogía la llave y abría el portillo, entraba en la estancia y de allí en el Santo hasta que alcanzaba la puerta grande. Llegado a la puerta grande retiraba el cerrojo y los candados y abría. A quien tocaba inmolar (el cordero) no lo inmolaba en tanto no oía el estrépito de la puerta grande al abrirse.
8. Desde Jericó se podía percibir el estrépito de la puerta grande cuando se abría. Desde Jericó se podía oír el sonido de la magrefá . Desde Jericó se podía oír el estruendo de la máquina de madera hecha por Ben Qatín para el pilón. Desde Jericó se podía sentir la voz de Gabini, el pregonero . Desde Jericó se podía escuchar el sonido de la flauta. Desde Jericó se podía entreoír el sonido del tímpano. Desde Jericóa se podía captar la voz de los cantos. Desde Jericó se podía sentir el clangor del sofar y hay quien dice que incluso la voz la Sumo Sacerdote cuando invocaba el Nombre divino el Día de la Expiación, (se oía desde Jericó). Desde Jericó se podía percibir el olor del perfume cuando estaba siendo preparado. R. Eliezer ben Daglay refiere que su familia tenía cabras en el monte de Mijvar y que comenzaban a estornudar cuando percibían los olores del perfume al momento de ser preparados.
CAPÍTULO 4
1. No se le ataban al cordero las dos patas delanteras conjuntamente y las dos patas traseras conjuntamente, sino que se ataba la pata delantera derecha con la pata trasera derecha y la pata delantera izquierda con la trasera izquierda.
Así era la atadura: con la nuca hacia el lado sur y con el hocico hacia el lado oeste . El que tenía que inmolarlo estaba en pie en el lado oriental con su rostro vuelto al occidente. (El cordero) de la mañana era degollado en el ángulo nordoccidental, en el segundo anillo .
El de la tarde era degollado en el ángulo nordoriental, en el segundo anillo. Lo degollaba aquel a quien tocaba degollarlo y recogía la sangre aquel a quien tocaba recogerla. Luego se iba al ángulo nordoriental (del altar) y asperjaba hacia el lado oriental y hacia el lado norte, a continuación iba al ángulo sudoeste y asperjaba hacia el lado occidental y hacia el lado sur. El resto de la sangre la vertía sobre las basas del altar en el lado sur.
2. No se le rompía la pata, sino que se le hacía un orificio en la conjunción de la rodilla y era colgado. Se le quitaba luego la piel hasta que alcanzaba la altura del pecho. Llegado al pecho, le cortaba la cabeza y la entregaba a aquel cuya suerte era la de llevar la cabeza. Cortaba luego las piernas y las entregaba a quien había tocado en suerte llevarlas.
Completaba el despellejo, seccionaba el corazón y dejaba salir la sangre. Cortaba luego las patas delanteras y las entregaba a aquel a quien le había tocado en suerte llevarlas. Después iba hacia arriba, hacia la pierna derecha, la cortaba y la entregaba a quien le había correspondido en suerte llevarla, y con ella conjuntamente los dos testículos. Hacía luego una escisión (en el cuerpo del animal) de modo que todo su interior quedaba al descubierto. Cogía la grasa y la ponía en el lugar donde había degollado la cabeza, en lo alto. Extraía las entrañas y las entregaba a quien correspondía enjuagarlas. El estómago se lavaba en el lugar del lavabo las veces que fuera necesario. Las entrañas eran enjuagadas al menos tres veces sobre las mesas de mármol que había entre los pilares.
3. Cogía el cuchillo y separaba los pulmones del hígado y el lóbulo del hígado lo separaba del hígado, aunque sin removerlo de su sitio. Cortabaa el pecho y lo daba a quien le había tocado en suerte. Luego iba hacia arriba, hacia el flanco derecho y cortaba bajando hasta la columna vertebral, aunque sin llegar a tocar a ésta, hasta que alcanzaba las dos costillas tiernas, lo cortaba y lo entregaba a quien correspondía, yendo también colgado de él el hígado. Se iba luego a la parte del pescuezo, donde dejaba a uno y a otro lado dos costillas, cortaba y lo entregaba a quien había caído en suerte, yendo colgada de esta parte la tráquea, el corazón y los pulmones… .
CAPÍTULO 5
1. El encargado les decía: «recitad una bendición». Entonces ellos recitaban una bendición, decían los diez mandamientos, el Oye, Israel , el si escuchas y el entonces habló el Señor a Moisés . Conjuntamente con el pueblo recitaban tres bendiciones: verdadero y justo , el servicio y la bendición sacerdotal . El sábado añadían una bendición por la guardia sacerdotal que terminaba (su servicio semanal).
2. Les decía: «los que sois nuevos para el incienso , venid y echad a suertes». Echaban a suertes y, a quien tocaba, tocaba. Y luego: «nuevos y viejos, venid y echad a suerte para ver a quién le toca subir las porciones sacrificiales desde la rampa al altar». R. Eliezer ben Jacob dice, sin embargo, que quienes las subían a la rampa las subían también al altar.
3. (A los demás sacerdotes) se les entregaba a los servidores del templo que los despojaban de sus vestiduras y no les dejaban más que los calzoncillos. Había allí nichos en los que estaban escritos (los diversos nombres) de las diferentes piezas de las vestiduras de oficio.
4. A quien le tocaba la suerte del incienso, cogía la cuchara. La cuchara se asemejaba a una medida grande de tres kab de oro, conteniendo tres kab. Dentro de ella había una escudilla llena, formando un montículo, de incienso. Tenía una tapa y encima de ella una especie de asidero .
5. A quien había caído en suerte el brasero, cogía el brasero de plata, subía a lo alto del altar, quitaba las brasas de una y otra parte y recogía (las más consumidas). Descendía y lo vaciaba en (un brasero) de oro. Se desperdigaba (en aquella operación) como un kab de ceniza , que era barrida al canal . En sábado se les ponía encima un caldero vuelto . El caldero era un gran recipiente, con capacidad para un létej . Tenía dos cadenas: con una se le arrastraba hacia abajo y con la otra se le sujetaba en la parte alta, para que no rodase. (El caldero) servía para tres usos: para volcarlo sobre la cenizaa o sobre un reptil en día de sábado y para bajar la ceniza desde lo alto del altar.
6. Cuando llegaban entre el pórtico y el altar, cogía uno el rastrillo y lo arrojaba entre el pórtico y el altar. En Jerusalén nadie podía oír la voz de su compañero a causa del estruendo del rastrillo. Eso servía para tres finalidades: cuando un sacerdote oía el ruido sabía que sus hermanos los sacerdotes entraban para hacer la postración y él entonces corría y llegaba también; cuando un levita oía su ruido sabía que sus hermanos los levitas habían entrado para entonar cantos, entonces él corría y llegaba a tiempo, y cuando el presidente de los representantes (oía el ruido), colocaba a los impuros en la puerta oriental .
CAPÍTULO 6
1. Luego comenzaban a subir las gradas del pórtico. Aquellos a quienes había tocado en suerte limpiar de la ceniza el altar interior y el candelabro les precedían. Al que le correspondía limpiar de cenizas el altar interior, entraba, cogía el cubo, se postraba y salía. Al que correspondía limpiar el candelabro, entraba, y si encontraba las dos lámparas de la parte oriental encendidas, limpiaba de la ceniza la más situada a la parte oriental y dejaba ardiendo a la más situada a la parte occidental, ya que con ella se encendía todo el candelabro al atardecer. Si las encontraba apagadas, lo limpiaba y lo encendía (con fuego) del altar de los holocaustos. Cogía después el jarro de la segunda grada, se postraba y salía.
2. A quien había tocado en suerte el brasero, amontonaba las cenizas sobre el altar, las aplanaba con la parte trasera del brasero, se postraba y salía.
3. A quien había tocado en suerte ofrecer el incienso, cogía la bandeja de en medio de la cuchara y la entregaba a su amigo o pariente. Si había quedado esparcido en ella , se lo ponía en sus manos. Se le instruía del siguiente modo : «ten cuidado, no comiences por delante, no sea que te quemes» . Apenas había esparcido el incienso, salía. El que debía de quemar el incienso no lo quemaba en tanto que el encargado no le decía: «ofrece el incienso». Si era el Sumo Sacerdote, el encargado decía: «mi señor, Sumo Sacerdote, ofrece el incienso». El pueblo se separaba y entonces él ofrecía el incienso, se postraba y salía.
CAPÍTULO 7
1. Cuando el Sumo Sacerdote entraba para postrarse , tres (sacerdotes) lo asían: uno por la mano derecha, otro por la izquierda y otro por las piedras preciosas . Tan pronto como el encargado oía el rumor de los pasos del Sumo Sacerdote que salía , alzaba la cortina . Entrabaa, se postraba y salía. Entraban luego sus hermanos los sacerdotes, se postraban y salían.
2. Luego venían y se ponían de pie sobre las gradas del pórtico. Los primeros que venían se colocaban a la parte meridional respecto a sus hermanos los sacerdotes, llevando en sus manos cinco utensilios: uno el cubo, otro el jarro, otro el brasero, otro la bandeja y otro la cuchara con su cubierta. Pronunciaban la bendición sobre el pueblo en una sola bendición; en las provincias se decían como tres bendiciones, mientras que el templo como una sola. En el templo se pronunciaba el nombre de Dios según su tenor literal, mientras que en las provincias se usaba un sustitutivo. En las provincias, los sacerdotes alzaban sus manos a la altura de los hombros, mientras que en el templo lo hacían por encima de las cabezas, a excepción del Sumo Sacerdote, que no alzaba sus manos por encima del frontal. R. Yehudá afirma, en cambio, que también el Sumo Sacerdote alzaba sus manos por encima del frontal, ya que está escrito: alzó Aarón sus manos sobre el pueblo y lo bendijo .
3. Cuando el Sumo Sacerdote quería ofrecer el sacrificio, subía a la rampa, teniendo al prefecto a su derecha. Cuando llegaba a la mitad de la rampa, cogía el prefecto su mano y lo conducía arriba. El primer (sacerdote) le alargaba la cabeza y la pata posterior, él colocaba sus manos sobre ellas y eran arrojadas (al fuego). El segundo le alargaba al primero las dos patas delanterasa, las entregaba al Sumo Sacerdote, que ponía sobre ellas sus manos y las arrojaba. El segundo se separaba y se iba. De ese modo le daban el resto de la porciones sacrificiales, (el Sumo Sacerdote) imponía sobre ellas sus manos y las arrojaba (al fuego del altar). Cuando quería, él imponía las manos y otros arrojaban (las porciones sacrificiales al fuego).
Cuando llegaba el momento de dar la vuelta en torno al altar, ¿por dónde comenzaba? Por el ángulo sudoriental, luego por el nordoriental, después el nordoccidental y el occidental-meridional. Le daban el vino para la libación, mientras que el prefecto estaba en pie en el ángulo, teniendo dos toallas en su mano.
Dos sacerdotes estaban en pie sobre la mesa del sebo con dos trompetas de plata en sus manos. Tocaban primero con un tono sostenido, luego clamorosamente y después de nuevo con tono sostenido. Venían luego y se colocaban junto a Ben Arsa , uno a su derecha y otro a su izquierda. Cuando se encorvaba para hacer la libación, movía el prefecto ritualmente las toallas, Ben Arsa batía el címbalo y los levitas entonaban el canto. Cuando llegaban a una pausa , tocaban las trompetas con tono sostenido y el pueblo se postraba. En todas las pausas había un toque de tono sostenido y en todo tono sostenido tenía lugar una postración. Este era el orden litúrgico del sacrificio cotidiano en la liturgia de la casa de nuestro Dios. Sea su voluntad que sea reconstruido rápidamente en nuestros días. Amén.
4. Los cantos que entonaban los levitas en el templo eran: el primer día: al Señor pertenece la tierra y cuanto hay en ella, el orbe y sus habitantes ; el segundo día: grande es nuestro Dios y sumamente ensalzado en la ciudad de nuestro Dios, su monte santo ; el tercer día: Dios se levanta en la asamblea divina, en medio de los dioses juzga ; el cuarto día: Dios de las venganzas, Señor, Dios de las venganzas, muéstrate ; el quinto día: aclamad a Dios, nuestra fuerza, dad vítores al Dios de Jacob ; el día sexto: el Señor reina, vestido de majestad ; el sábado: salmo, canto para el sábado , salmo, un canto para el tiempo que ha de venir, para el día que todo él ha de ser sábado, reposo para la vida eterna.
Todos los católicos aclamamos a Dios en la Misa, por tres veces, antes de la Comunión cantando Agnus Dei (¡Cordero de Dios!), y el presidente de la celebración ratifica esa palabra mostrando el Pan Consagrado y diciendo: ¡Éste es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo!
Quizá olvidamos a veces que esa palabra no es Jesús, sino de Juan Bautista, a quien el Nuevo Testamento presentan como Sacerdote que un día abandonó el templo de Jerusalén (porque a su juicio era ya inútil) y que, por tanto, rechazó el sacrificio cotidiano del cordero de la mañana y de la tarde, para ofrecer el perdón final de Dios de otra manera: no por Cordero del templo (con el Cordero del sacrificio), sino a través del Bautismo en el agua del Jordán (anunciando el juicio de Dios, que podrá perdonar los pecados).
Insisto en ello: Ésa palabra (Éste es el Cordero de Dios, referida a Jesús) no la han dicho los cristianos (que en principio no conocían los sacrificios del templo), sino un sacerdote del templo de Jerusalén, que conocía bien la función del Corderos Tamid (sacrificado cada día), pues posiblemente le tocó oficiar ese sacrificio (como le tocó oficiar a su padre Zacarías, según Lc 1).
Juan evangelista, al poner ese palabra en boca de Juan Bautista, está indicando que el tiempo de los Corderos Tamid (y del templo) ya ha pasado, pues sólo existe un verdadero Cordero de Dios, que es Jesús, que “quita” el pecado de otra forma (como sabe y dice, en otro contexto, la carta a los Hebreos).
Tanto el evangelio de Juan como la carta a los Hebreos nos ofrecen el testimonio del paso del Sacrificio de Animales (Cordero, Macho Cabrío), a la Entrega personal de Jesús. Ambos dicen lo mismo: Ya no son necesarios los sacrificio, ni el templo, ni los sacerdotes de Aarón (matando corderos o machos cabríos), pues ha venido Jesús y ha ofrecido un Sacrificio de otra forma: ha ofrecido el don de su vida, como experiencia y principio de perdón universal.
Muchas veces, sentado en uno de los ángulos de la explanada del Templo de Jerusalén, mientras pasaban a orar los fieles musulmanes y cruzaban curiosos los turistas, he pensado y meditado en el Cordero Tamid, de la mañana y de la tarde. Allí veía a Juan Baustista, matando el Cordero de Cada Día, antes de dejar el templo y de bajar el río, para proclamar otro tiempo de perdón. Allí veía a Jesús, viniendo y realizando el signo del final: el templo ha terminado, porque Dios perdona y ofrece su Reino de otra forma.
La melancolía de mi tiempo de estudio en Jerusalén me ha animado a copiar este pasaje esencial del Sacrificio del Cordero de la Mañana y de la Tarde, según la Misná.
Así hacían en tiempo de Jesús. Flavio Josefo cuenta que cuando Pompeyo (¡del de Pamplona!) entró con su Legión en el templo (y luego otros conquistadores) ningún sacerdote se movió, siguieron celebrando, aun a riesgo de morir, porque el sacrificio era lo más importante: ¡El mundo entero estaba sostenido por ese Cordero de Dios, de la mañana y de la tarde!
Pero con Jesús (según Juan Bautista y Juan Evangelista) terminó el tiempo de ese tiempo del Cordero. Vino el tiempo de otro Cordero de Dios, que es Jesús, que somos nosotros. Buen día a todos los que sigáis leyendo este post. Es largo, como muchos de los míos. Pero estoy seguro de que quien lea el texto de la Misná saldrá enriquecido, conocerá mejor el judaísmo del templo, podrá entender con más hondura la novedad de Jesús, en la línea de un tipo de judaísmo especial, representado también por Juan Bautista .
Este post, inspirado en mis conversaciones con Ariel Álvarez Valdés, tiene tres finalidades:
1) Reconocer el origen y sentido judío de Juan Bautista y de Jesús, insistiendo en su novedad dentro del judaísmo.
2) Ofrecer un homenaje de admiración al judaísmo antiguo y moderno, representado por generaciones de hombres piadosos y justos, que han escrito y meditado en el Tamid, el Cordero Nuestro de cada día.
3) Invitar a los cristianos y a los hombres y mujeres de cultura, a que compren y lean la Misná, un texto en verdad apasionante para todos los amigos y estudiosos de las religiones y en especial del judaísmo
Misná, Tamid
Así quiero continuar el tema del post de ayer, destacando el signo del cordero Tamid. Para ello, no he podido encontrar un tema que sea más apropiado que recoger (escanear) para los amigos del blog, una parte de uno de los capítulos más impresionantes de la Misná, titulado Tamid (incluido en el Orden Quinto, titulado Qodashim, de las cosas sagradas). El tema está tomado de la Misná, Sígueme, Salamanca 2003, págs. 1071 ss,donde podrá encontrarlo en su integridad quien lo desee.
Conforme a la visión de los especialistas, judíos y cristianos, este capítulo Tamid (sobre el Cordero de Cada Día) es uno de los más antiguos de la Misná y recoge tradiciones del tiempo de Juan Bautista y de Jesús:
Dos veces al día, al amanecer y al atardecer, se ofrecía en el templo de Jerusalén como holocausto un cordero inmaculado, nacido en aquel mismo año y que era llamado «‘olat tamid» (holocausto perenne). De ahí que este sacrificio sea llamado abreviadamente «‘tamid», es decir, perenne, permanente, o, en último término, «diario». El presente tratado es una descripción de todos los pormenores que afectaban a este sacrificio diario.
El tratado comprende siete capítulos:
Cap. 1: Guardias de los sacerdotes en el templo, el encargado de las vigilancias de las guardias y la repartición de los oficios, limpieza del altar.
Cap. 2: Continúa la descripción de lo concerniente a la limpieza del altar, la traída de la leña.
Cap. 3: Repartición en suerte de los oficios, traída del cordero y de los utensilios del sacrificio, apertura del templo, limpieza del altar interior y del candelabro.
Cap. 4: Inmolación del cordero y partición, transporte de las partes sacrificiales al altar.
Cap. 5: Oraciones de la mañana, preparación del incienso.
Cap. 6: Ofrecimiento del incienso.
Cap. 7: Normas para el caso de que el Sumo Sacerdote celebre el sacrificio, bendición sacerdotal, cantos de los levitas.
CORDERO TAMID (MISNÁ)
(Texto casi completo del capítulo Tamid, de la Misná, siglo II d.C., que, en este caso, recoge las tradiciones del tiempo de Jesús. Trad. de Carlos del Valle, Sígueme, Salamanca 2003, págs. 1071 ss)
CAPÍTULO 1
1. En tres puestos montaban guardia en el templo los sacerdotes: en la cámara de Abtinas , en la cámara de la llama y en la cámara del fuego . La cámara de Abtinas y la cámara de la llama estaban en un piso superior y allí montaban guardia los (sacerdotes) jovencitos. La cámara del fuego era abovedada, espaciosa y estaba rodeada de terrazos de piedra. Allí solían dormir los ancianos del turno del día siguiente , teniendo en sus manos las llaves del atrio del templo.
Los jóvenes sacerdotes echaban su colchoneta en el suelo. No dormían vestidos con las vestiduras sagradas, sino que se las quitaban, las doblaban y las ponían debajo de sus cabezas y se cubrían con sus propios vestidos. Si uno de ellos sufría una polución nocturna, salía e iba a través de un pasadizo circular debajo del edificio del templo , donde ardían lámparas a uno y otro lado, hasta que llegaba al lugar de la piscina de la inmersión. Allí ardía (siempre) fuego y había un retrete muy discreto. La discreción consistía en que si estaba cerrado se sabía que allí había una persona. Por el contrario, si estaba abierto se sabía que allí no había nadie. Descendía y se inmergía , luego ascendía, se secaba y se calentaba frente a la lumbre. Después se iba y se acostaba junto a sus hermanos los sacerdotes hasta que se abrían las puertas, se marchaba y se iba .
2. El que quería retirar (la ceniza) del altar madrugaba y tomaba el baño de purificación antes de que llegara el encargado . ¿A qué hora llegaba el encargado? No siempre a la misma hora. A veces con el canto del gallo , o un poco antes, o un poco después. El encargado llegaba y golpeaba con los nudillos (en la puerta de la estancia) donde estaban y aquellos le abrían. Les decía: «venga el que ha hecho el baño de purificación y eche las suertes» . Echaban a suerte y tocaba a quien tocaba.
3. Cogía la llave, abría la portezuela y entraba en el atrio del templo por la cámara del fuego. (Los sacerdotes) entraban tras él llevando en la mano dos antorchas encendidas y se dividían en dos grupos; uno se dirigía por la columnata hacia el este y el otro, también por la columnata, hacia el oeste. Mientras iban andando iban inspeccionando hasta que llegaban hasta el lugar donde se hacían las tortas . Cuando unosa y otros se encontraban se decían: «¿en orden?». «Todo en orden». Dejaban luego a los que hacían las tortas que hicieran las tortas.
4. A quien le tocaba limpiar las cenizas del altar, se iba a retirarlas, mientras que los otros le decían: «¡ten cuidado!, no sea que vayas a tocar el utensilio antes de que purifiques tus manos y tus pies en el pilón . Fíjate, el brasero se encuentra en el ángulo entre la rampa y el altar, en la parte occidental de la rampa».
CAPÍTULO 2
1. Cuando sus hermanos lo veían descender, corrían y santificaban rápidamente sus manos y sus pies en el pilón, cogían los rastrillos y los ganchos y subían a lo alto del altar. Los miembros (de los animales sacrificados) y las piezas grasientas que no habían sido comidas en el atardecer las ponían al lado del altar. Si en los lados no había cabida, las colocaban en la zona circular , en la rampa.
2. Entonces comenzaban a amontonar la ceniza sobre la pequeña elevación abombada . Esta elevación estaba en medio del altar y a veces había sobre ella cerca de trescientos kor (de ceniza). En las fiestas de peregrinación no removían la ceniza, ya que era ornato del altar . Pero nunca fueron los sacerdotes negligentes en la remoción de la ceniza.
3. Luego comenzaban a sufrir los haces de leña para regular el fuego del altar. ¿Era toda la leña válida para el fuego? Sí, toda la leña era válida para el fuego, a excepción de la madera de olivo y de cepa. Sin embargo, su costumbre era emplear mayormente leña de higuera, o de nogal, o de acebuche .
4. Aquél ordenaba el gran fuego en la parte oriental, disponiendo la parte delantera hacia el oriente, mientras que los cabos de los haces de leña, traseros, tocaban la elevación (donde se amontonaba la ceniza). Entre los haces de leña había un espacio vacío, para encender allí las astillitas .
5. Después escogían de allí la mejor leña de higuera para ordenar el segundo fuego para el incienso, frente al ángulo occidental-meridional, distante desde el ángulo hacia el norte cuatro codos; (en los días de semana ponían leña suficiente que) diera aproximadamente cinco seás de ceniza y ochoa en sábado, ya que allí ponían las dos cucharadas de incienso de los panes de la proposición . Luego volvían a colocar en el fuego los miembros (de los animales sacrificados) y las piezas de grasa que no se habían comido en la tarde anterior. Encendían los dos fuegos, descendían y se iban a la cámara de los sillares .
CAPÍTULO 3
1. El encargado les decía: venid y echad las suertes (para ver a) quién le toca realizar la inmolación, a quién asperjar la sangre, a quién limpiar de las cenizas el altar interior, a quién las del candelabro, a quién subir a la rampa las porciones sacrificiales: la cabeza y la pierna (derecha), las dos patas delanteras, las nalgas y la pierna (izquierda), el pecho y el pescuezo, los dos costados, las entrañas, la harina fina, las tortas y el vino. Echaban a suerte y tocaba a quien tocaba.
2. El encargado les decía: «salid y mirad si ha llegado la hora de la inmolación». Si había llegado, el que había salido a mirar decía: «luce la luz» . Matías ben Samuel decía: ¿está iluminada la parte oriental? ¿Hasta Hebróna? Aquél respondía: sí.
3. Luego les decía: «salid y traed un cordero de la cámara de los corderos» . La cámara de los corderos se encontraba en el ángulo nordoccidental. Allí había cuatro cámaras : la cámara de los corderos, la cámara de los sellos, la cámara del fuego y la cámara donde eran hechos los panes de la proposición.
4. Iban a la cámara de los utensilios y traían de allí noventa y tres utensilios de plata y de oro. Al cordero, que iba a servir para el sacrificio cotidiano, les hacían beber de un recipiente de oro. A pesar de que ya había sido inspeccionado en la vigilia, lo inspeccionaban de nuevo a la luz de las antorchas.
5. A quien tocaba inmolar el cordero del sacrificio cotidiano, lo arrastraba y lo llevaba al lugar de la inmolación y aquellos a quienes tocaba llevar las porciones sacrificiales iban detrás de él. El lugar de la inmolación se encontraba en el lado norte del altar. Allí había ocho pilares pequeños, sobre los que se asentaban unos tablones de madera de cedro. En ellos estaban fijados unos garfios de hierro , teniendo cada tablón tres órdenes (de garfios), de los cuales colgaban (a los animales sacrificados). Estos eran despellejados sobre unas mesas de mármol que había entre los pilares.
7. Iba al portillo septentrional. La puerta grande tenía dos portillos, uno al norte y otro al sur. Por el del sur no entró jamás nadie, lo que fue dicho expresamente por Ezequiel: me dijo el Señor; esta puerta estará cerrada y no se abrirá ni nadie entrará por ella, porque el Señor, Dios de Israel, pasó por ella. Quedará cerrada . Cogía la llave y abría el portillo, entraba en la estancia y de allí en el Santo hasta que alcanzaba la puerta grande. Llegado a la puerta grande retiraba el cerrojo y los candados y abría. A quien tocaba inmolar (el cordero) no lo inmolaba en tanto no oía el estrépito de la puerta grande al abrirse.
8. Desde Jericó se podía percibir el estrépito de la puerta grande cuando se abría. Desde Jericó se podía oír el sonido de la magrefá . Desde Jericó se podía oír el estruendo de la máquina de madera hecha por Ben Qatín para el pilón. Desde Jericó se podía sentir la voz de Gabini, el pregonero . Desde Jericó se podía escuchar el sonido de la flauta. Desde Jericó se podía entreoír el sonido del tímpano. Desde Jericóa se podía captar la voz de los cantos. Desde Jericó se podía sentir el clangor del sofar y hay quien dice que incluso la voz la Sumo Sacerdote cuando invocaba el Nombre divino el Día de la Expiación, (se oía desde Jericó). Desde Jericó se podía percibir el olor del perfume cuando estaba siendo preparado. R. Eliezer ben Daglay refiere que su familia tenía cabras en el monte de Mijvar y que comenzaban a estornudar cuando percibían los olores del perfume al momento de ser preparados.
CAPÍTULO 4
1. No se le ataban al cordero las dos patas delanteras conjuntamente y las dos patas traseras conjuntamente, sino que se ataba la pata delantera derecha con la pata trasera derecha y la pata delantera izquierda con la trasera izquierda.
Así era la atadura: con la nuca hacia el lado sur y con el hocico hacia el lado oeste . El que tenía que inmolarlo estaba en pie en el lado oriental con su rostro vuelto al occidente. (El cordero) de la mañana era degollado en el ángulo nordoccidental, en el segundo anillo .
El de la tarde era degollado en el ángulo nordoriental, en el segundo anillo. Lo degollaba aquel a quien tocaba degollarlo y recogía la sangre aquel a quien tocaba recogerla. Luego se iba al ángulo nordoriental (del altar) y asperjaba hacia el lado oriental y hacia el lado norte, a continuación iba al ángulo sudoeste y asperjaba hacia el lado occidental y hacia el lado sur. El resto de la sangre la vertía sobre las basas del altar en el lado sur.
2. No se le rompía la pata, sino que se le hacía un orificio en la conjunción de la rodilla y era colgado. Se le quitaba luego la piel hasta que alcanzaba la altura del pecho. Llegado al pecho, le cortaba la cabeza y la entregaba a aquel cuya suerte era la de llevar la cabeza. Cortaba luego las piernas y las entregaba a quien había tocado en suerte llevarlas.
Completaba el despellejo, seccionaba el corazón y dejaba salir la sangre. Cortaba luego las patas delanteras y las entregaba a aquel a quien le había tocado en suerte llevarlas. Después iba hacia arriba, hacia la pierna derecha, la cortaba y la entregaba a quien le había correspondido en suerte llevarla, y con ella conjuntamente los dos testículos. Hacía luego una escisión (en el cuerpo del animal) de modo que todo su interior quedaba al descubierto. Cogía la grasa y la ponía en el lugar donde había degollado la cabeza, en lo alto. Extraía las entrañas y las entregaba a quien correspondía enjuagarlas. El estómago se lavaba en el lugar del lavabo las veces que fuera necesario. Las entrañas eran enjuagadas al menos tres veces sobre las mesas de mármol que había entre los pilares.
3. Cogía el cuchillo y separaba los pulmones del hígado y el lóbulo del hígado lo separaba del hígado, aunque sin removerlo de su sitio. Cortabaa el pecho y lo daba a quien le había tocado en suerte. Luego iba hacia arriba, hacia el flanco derecho y cortaba bajando hasta la columna vertebral, aunque sin llegar a tocar a ésta, hasta que alcanzaba las dos costillas tiernas, lo cortaba y lo entregaba a quien correspondía, yendo también colgado de él el hígado. Se iba luego a la parte del pescuezo, donde dejaba a uno y a otro lado dos costillas, cortaba y lo entregaba a quien había caído en suerte, yendo colgada de esta parte la tráquea, el corazón y los pulmones… .
CAPÍTULO 5
1. El encargado les decía: «recitad una bendición». Entonces ellos recitaban una bendición, decían los diez mandamientos, el Oye, Israel , el si escuchas y el entonces habló el Señor a Moisés . Conjuntamente con el pueblo recitaban tres bendiciones: verdadero y justo , el servicio y la bendición sacerdotal . El sábado añadían una bendición por la guardia sacerdotal que terminaba (su servicio semanal).
2. Les decía: «los que sois nuevos para el incienso , venid y echad a suertes». Echaban a suertes y, a quien tocaba, tocaba. Y luego: «nuevos y viejos, venid y echad a suerte para ver a quién le toca subir las porciones sacrificiales desde la rampa al altar». R. Eliezer ben Jacob dice, sin embargo, que quienes las subían a la rampa las subían también al altar.
3. (A los demás sacerdotes) se les entregaba a los servidores del templo que los despojaban de sus vestiduras y no les dejaban más que los calzoncillos. Había allí nichos en los que estaban escritos (los diversos nombres) de las diferentes piezas de las vestiduras de oficio.
4. A quien le tocaba la suerte del incienso, cogía la cuchara. La cuchara se asemejaba a una medida grande de tres kab de oro, conteniendo tres kab. Dentro de ella había una escudilla llena, formando un montículo, de incienso. Tenía una tapa y encima de ella una especie de asidero .
5. A quien había caído en suerte el brasero, cogía el brasero de plata, subía a lo alto del altar, quitaba las brasas de una y otra parte y recogía (las más consumidas). Descendía y lo vaciaba en (un brasero) de oro. Se desperdigaba (en aquella operación) como un kab de ceniza , que era barrida al canal . En sábado se les ponía encima un caldero vuelto . El caldero era un gran recipiente, con capacidad para un létej . Tenía dos cadenas: con una se le arrastraba hacia abajo y con la otra se le sujetaba en la parte alta, para que no rodase. (El caldero) servía para tres usos: para volcarlo sobre la cenizaa o sobre un reptil en día de sábado y para bajar la ceniza desde lo alto del altar.
6. Cuando llegaban entre el pórtico y el altar, cogía uno el rastrillo y lo arrojaba entre el pórtico y el altar. En Jerusalén nadie podía oír la voz de su compañero a causa del estruendo del rastrillo. Eso servía para tres finalidades: cuando un sacerdote oía el ruido sabía que sus hermanos los sacerdotes entraban para hacer la postración y él entonces corría y llegaba también; cuando un levita oía su ruido sabía que sus hermanos los levitas habían entrado para entonar cantos, entonces él corría y llegaba a tiempo, y cuando el presidente de los representantes (oía el ruido), colocaba a los impuros en la puerta oriental .
CAPÍTULO 6
1. Luego comenzaban a subir las gradas del pórtico. Aquellos a quienes había tocado en suerte limpiar de la ceniza el altar interior y el candelabro les precedían. Al que le correspondía limpiar de cenizas el altar interior, entraba, cogía el cubo, se postraba y salía. Al que correspondía limpiar el candelabro, entraba, y si encontraba las dos lámparas de la parte oriental encendidas, limpiaba de la ceniza la más situada a la parte oriental y dejaba ardiendo a la más situada a la parte occidental, ya que con ella se encendía todo el candelabro al atardecer. Si las encontraba apagadas, lo limpiaba y lo encendía (con fuego) del altar de los holocaustos. Cogía después el jarro de la segunda grada, se postraba y salía.
2. A quien había tocado en suerte el brasero, amontonaba las cenizas sobre el altar, las aplanaba con la parte trasera del brasero, se postraba y salía.
3. A quien había tocado en suerte ofrecer el incienso, cogía la bandeja de en medio de la cuchara y la entregaba a su amigo o pariente. Si había quedado esparcido en ella , se lo ponía en sus manos. Se le instruía del siguiente modo : «ten cuidado, no comiences por delante, no sea que te quemes» . Apenas había esparcido el incienso, salía. El que debía de quemar el incienso no lo quemaba en tanto que el encargado no le decía: «ofrece el incienso». Si era el Sumo Sacerdote, el encargado decía: «mi señor, Sumo Sacerdote, ofrece el incienso». El pueblo se separaba y entonces él ofrecía el incienso, se postraba y salía.
CAPÍTULO 7
1. Cuando el Sumo Sacerdote entraba para postrarse , tres (sacerdotes) lo asían: uno por la mano derecha, otro por la izquierda y otro por las piedras preciosas . Tan pronto como el encargado oía el rumor de los pasos del Sumo Sacerdote que salía , alzaba la cortina . Entrabaa, se postraba y salía. Entraban luego sus hermanos los sacerdotes, se postraban y salían.
2. Luego venían y se ponían de pie sobre las gradas del pórtico. Los primeros que venían se colocaban a la parte meridional respecto a sus hermanos los sacerdotes, llevando en sus manos cinco utensilios: uno el cubo, otro el jarro, otro el brasero, otro la bandeja y otro la cuchara con su cubierta. Pronunciaban la bendición sobre el pueblo en una sola bendición; en las provincias se decían como tres bendiciones, mientras que el templo como una sola. En el templo se pronunciaba el nombre de Dios según su tenor literal, mientras que en las provincias se usaba un sustitutivo. En las provincias, los sacerdotes alzaban sus manos a la altura de los hombros, mientras que en el templo lo hacían por encima de las cabezas, a excepción del Sumo Sacerdote, que no alzaba sus manos por encima del frontal. R. Yehudá afirma, en cambio, que también el Sumo Sacerdote alzaba sus manos por encima del frontal, ya que está escrito: alzó Aarón sus manos sobre el pueblo y lo bendijo .
3. Cuando el Sumo Sacerdote quería ofrecer el sacrificio, subía a la rampa, teniendo al prefecto a su derecha. Cuando llegaba a la mitad de la rampa, cogía el prefecto su mano y lo conducía arriba. El primer (sacerdote) le alargaba la cabeza y la pata posterior, él colocaba sus manos sobre ellas y eran arrojadas (al fuego). El segundo le alargaba al primero las dos patas delanterasa, las entregaba al Sumo Sacerdote, que ponía sobre ellas sus manos y las arrojaba. El segundo se separaba y se iba. De ese modo le daban el resto de la porciones sacrificiales, (el Sumo Sacerdote) imponía sobre ellas sus manos y las arrojaba (al fuego del altar). Cuando quería, él imponía las manos y otros arrojaban (las porciones sacrificiales al fuego).
Cuando llegaba el momento de dar la vuelta en torno al altar, ¿por dónde comenzaba? Por el ángulo sudoriental, luego por el nordoriental, después el nordoccidental y el occidental-meridional. Le daban el vino para la libación, mientras que el prefecto estaba en pie en el ángulo, teniendo dos toallas en su mano.
Dos sacerdotes estaban en pie sobre la mesa del sebo con dos trompetas de plata en sus manos. Tocaban primero con un tono sostenido, luego clamorosamente y después de nuevo con tono sostenido. Venían luego y se colocaban junto a Ben Arsa , uno a su derecha y otro a su izquierda. Cuando se encorvaba para hacer la libación, movía el prefecto ritualmente las toallas, Ben Arsa batía el címbalo y los levitas entonaban el canto. Cuando llegaban a una pausa , tocaban las trompetas con tono sostenido y el pueblo se postraba. En todas las pausas había un toque de tono sostenido y en todo tono sostenido tenía lugar una postración. Este era el orden litúrgico del sacrificio cotidiano en la liturgia de la casa de nuestro Dios. Sea su voluntad que sea reconstruido rápidamente en nuestros días. Amén.
4. Los cantos que entonaban los levitas en el templo eran: el primer día: al Señor pertenece la tierra y cuanto hay en ella, el orbe y sus habitantes ; el segundo día: grande es nuestro Dios y sumamente ensalzado en la ciudad de nuestro Dios, su monte santo ; el tercer día: Dios se levanta en la asamblea divina, en medio de los dioses juzga ; el cuarto día: Dios de las venganzas, Señor, Dios de las venganzas, muéstrate ; el quinto día: aclamad a Dios, nuestra fuerza, dad vítores al Dios de Jacob ; el día sexto: el Señor reina, vestido de majestad ; el sábado: salmo, canto para el sábado , salmo, un canto para el tiempo que ha de venir, para el día que todo él ha de ser sábado, reposo para la vida eterna.
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