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sábado, 5 de febrero de 2011

Dom 6 2 11. Como ciudad elevada sobre el monte. La religión como testimonio


Publicado por El Blog de X. Pikaza

Domingo 5, tiempo ordinario. Ciclo A. Vengo ofreciendo estos días unas reflexiones sobre musulmanes y cristianos, a propósito “Dioses y hombres” y de otras cosas que están sucediendo y aparecen de manera regular en los periódicos. Agradezco su atención a los lectores y su interés a los comentaristas, aunque sean a veces monotemáticos y sólo les importe su tema, no el del blog. Hoy es día para ofrecer una reflexión de conjunto sobre un tema central del evangelio: «Sois como ciudad elevada sobre el monte, que no puede ocultarse… Alumbre así vuestra luz». Ésta es la luz del testimonio, la trasparencia plena que pide la religión de Jesús, y en sentido convergente el judaísmo y el Islam.
Desde ese fondo han de entenderse estas reflexiones sobre la verdad del “testimonio de vida”, que es testimonio de comunidad e iglesia, conforme al Diccionario de las tres Religiones, donde remito para más información a mis lectores (cf. entrada testimonio, con referencia a los autores).

Texto del domingo: Mateo 5,13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo."

1. Judaísmo
La verdad de la religión es, ante todo, una verdad de testimonio, no de razonamiento abstracto, como puede ser la filosofía. Los hombres y mujeres religiosos no quieren demostrar nada, ni pueden imponerlo (como en política), sino que se limitan a ofrecer el testimonio personal de aquello que han vivido. En sentido estricto, los judíos han sido y son mártires, en el sentido original de la palabra: personas que ponen su misma vida como prueba de la verdad que han vivido.
Así lo han hecho en los momentos más duros de su historia, en el exilio de Babilonia (siglo VI a. C.), en el tiempo del alzamiento macabeo (siglo II a. C.), en los años de las grandes rebeliones anti-romanas (siglo I-II d. C.), en la expulsión de España (siglo XVI) y en la shoa (siglo XX). Como ejemplo, quiero citar sólo un texto básico del primer momento:
«Vosotros sois mis testigos, dice Yahvé; mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y me creáis, a fin de que entendáis que Yo Soy. Antes de mí no fue formado ningún dios, ni lo será después de mí. Yo, yo Yahvé; fuera de mí no hay quien salve. Yo anuncié y salvé; yo proclamé, y no algún dios extraño entre vosotros. Vosotros sois mis testigos, y yo soy Dios, dice Yahvé. Aun antes que hubiera día, Yo Soy, y no hay quien pueda librar de mi mano. Lo que hago, ¿quién lo deshará?» (Is 43, 10-13).
«Así ha dicho Yahvé, Rey de Israel, y su Redentor, Yahvé de los Ejércitos: Yo soy el primero y yo soy el último, y fuera de mí no hay Dios. ¿Quién es como yo? ¡Que lo proclame! Que declare y relate delante de mí las cosas que han sucedido desde que establecí al pueblo antiguo, y declaren las cosas por venir. Sí, ¡declárenlas! No temáis, ni tengáis miedo. ¿No te lo hice oír y te lo dije desde antaño? Y vosotros sois mis testigos. ¿Hay Dios aparte de mí? No, no hay otra Roca; no conozco ninguna» (Is 44, 6-7).
Los judíos son, por tanto, los testigos del “Yo soy”, del Dios que se hace presente y actúa a través de ellos. Lógicamente, ellos no han tenido que apelar a razones filosóficas, ni han podido imponer su religión a través del poder político o del influjo social. Han querido ser, han sido y son testigos del Dios que actúa a través de su pueblo.
Otros pueblos han ofrecido otras aportaciones culturales, sociales, económicas o militares. Los judíos, en cambio, han querido y han sido, básicamente, testigos de una presencia de Dios, de quien se sienten enviado. Si no hubiera mantenido ese testimonio, ellos habrían desaparecido, como han desaparecido la mayoría de los pueblos y culturas de su tiempo de los siglos VII al III a. C. Por trasmitir un testimonio de Dios siguen existiendo y se renuevan, no como un fósil del pasado (conservando, comentando y cumpliendo unos libros escritos hace más de dos mil años), sino como pueblo que quiere se avanzada de futuro.
2. Cristianismo
El cristianismo mantiene y quiere seguir conservando el testimonio judío, como afirma uno de los textos básicos del Nuevo Testamento, que asume el camino de la fe de los grandes creyentes de Israel, que ha culminado en Jesucristo, el testigo fiel, testigo de Dios para los hombres:
«La fe es la constancia de las cosas que se esperan y la comprobación de los hechos que no se ven. Por ella recibieron buen testimonio los antiguos… Por la fe Abraham, cuando fue llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir por herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, viviendo en tiendas con Isaac y Jacob, los coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.
Conforme a su fe murieron todos éstos sin haber recibido el cumplimiento de las promesas. Más bien, las miraron de lejos y las saludaron, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra… (Por la fe…) otros recibieron pruebas de burlas y de azotes, además de cadenas y cárcel. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a espada. Anduvieron de un lado para otro, cubiertos de pieles de ovejas y de cabras; pobres, angustiados, maltratados. El mundo no era digno de ellos. Andaban errantes por los desiertos, por las montañas, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos éstos, aunque recibieron buen testimonio por la fe, no recibieron el cumplimiento de la promesa, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros; porque Dios había provisto algo mejor para nosotros» (Heb 11, 1-2. 8-10.13. 36-38).
«Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos enreda, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe; quien por el gozo que tenía por delante sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios» (Heb 12, 1-2).
La fe consiste, según eso, en aceptar y mantener el testimonio de los creyentes anteriores y en especial el de Jesús. Ese testimonio de los judíos peregrinos (patriarcas) y, sobre todo, de los judíos mártires (¡apedreados, aserrados, muertos a espada…!) constituye un elemento esencial del recuerdo cristiano, es decir, de la confesión de fe de los discípulos de Jesús, que ven a su maestro como el último de los grandes testigos israelitas de Dios. Pero es evidente que, en otro sentido, el “testimonio judío” no termina en Jesús, sino que se mantiene vivo a lo largo de los siglos para los cristianos. En ese sentido, los mártires judíos de los siglos posteriores a Jesús siguen siendo un testimonio de fe para los cristianos.
En esa perspectiva, el Apocalipsis ha llamado a Jesús el “testigo fiel, el primogénito de entre los muertos” (Ap 1, 5; cf. 3, 14). Es testigo de Dios por su muerte y de un modo especial lo sigue siendo por su resurrección. Jesús mantuvo el buen testimonio de Dios ante Poncio Pilato (cf. 1 Tim 6, 13) y en ese testimonio quieren mantenerse sus seguidores. Lógicamente, los misioneros cristianos tienen que ser y son ante todo testigos de Jesús “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra” (cf. Hech 1, 8; cf. 2, 32; 3, 15).
Más tarde, con el influjo del pensamiento griego y de la administración de tipo más romano, angunos cristianos pueden haber dejado en segundo plano esta verdad del testimonio, para destacar la argumentación racional o la eficacia administrativa. Pero, conforme a la visión del conjunto de la Biblia y, en especial del Nuevo Testamento, la verdad básica del cristianismo sigue siendo la del testimonio, que se expresa de un modo privilegiado en el “martirio”, pues mártir es aquel que ofrece con su vida el testimonio de aquello en lo cree (incluso muriendo por ello).
3. Islam
1. La shahâda es el primer pilar y testimonio del islam
En árabe “testimonio” se dice shahâda, la misma palabra que designa el reconocimiento que alguien hace de ser musulmán: la shahâda (“Yo testimonio que no hay dios sino Dios y testimonio que Muhammad es enviado de Dios”). En los libros de ‘aqîda el estudio de dicha fórmula se hace dividiéndola en dos partes:
Primera parte de la shahâda: Lâ ilâha illâ Allâh
Segunda parte de la shahâda: Muhammad Rasulullâh
Lâ ilâha illâ Allâh es la primera parte de la shahâda. Reza la Tradición que si pusiéramos en un plato de “la balanza” (mîçân) todo lo que el universo contiene, y en el otro plato “la ilâha illâ Allâh”, éste pesaría más. Este primer fragmento de la shahâda contiene a su vez dos partes. La primera es una negación rotunda y un rechazo a la tendencia humana de “endiosar” o idolatrar, de apoyarse en lo inconsistente y perecedero. No se quiere “creer” por el mero hecho de que algo o alguien se nos presente como adorable y se entronice en nuestro mundo. No hay nada que añadir a nuestra existencia.
Ninguna criatura es tan poderosa que merezca nuestra adoración, todos los ídolos deben ser destruidos, destituidos, mueren, se desvanecen, desaparecen o se olvidan y no tienen ningún poder sobre nosotros. No nos afectan ni dependemos de ellos. No existen para el mundo de lo real, que es en el que va a intentar moverse el musulmán a partir de la shahâda.
Esta primera negación de lo que se nos presenta como divino nos conduce a una única afirmación que no admite dudas: “Allâh”, Dios no como cúmulo de imaginaciones del ser humano entronizadas en el cielo sino como lo real tal y como se nos presenta. Allâh, no como el objeto fabricado de una teología, sino como aquél cuya voluntad se traduce en suceso y no nos declara lícita otra cosa que su aceptación. Y Muhammad Rasulullâh es el modo concreto que adopta el camino que nos hemos propuesto. Mirando al profeta Muhammad como modelo.
Al conjunto de estas dos frases en árabe se les llama kalimat al-ijlas o kalimat at-tawhîd, la palabra de la sinceridad o la palabra de la unidad. La shahâda es inmersión absoluta en la existencia: lâ ilaha illa Allâh significa la unidad y unicidad absoluta de Allâh, y Muhammad rasûlullâh, el camino concreto hacia Allâh, un camino que es acción, cambio, evolución espiritual, es ir dejando atrás los ídolos a los que nos aferramos. Esas dos frases que significa que Allâh es la meta del ser humano, allí a donde nos conduce la muerte, nuestro origen y lo que soporta nuestra existencia en cada momento; eso es lo que expresamos en cada momento como criaturas que somos, aquello de lo que somos mensaje cada uno de nosotros. Los sufíes dicen la shahâda la llevan todos los seres escritos en la frente.
Realmente la shahâda no nos enseña otra cosa que lo que somos. Y simplemente se trata de ir retirando todos los velos que nos han ido desviando de esa naturaleza original (fitra) que hay que tratar de recuperar. Quien realmente saborea lo que eso significa, aquel que ha dejado de estar apartado de sí mismo (de su esencia, de Allâh, de su Creador, de su Verdad) es el musulmán.
Cuando un ser humano pronuncia por primera vez la shahâda no está aceptando un credo, sino que declara públicamente su intención de seguir un camino espiritual con seriedad y sin concesiones. Con la shahâda uno no dice en qué cree sino cómo experimenta el mundo. Lo que nos lleva a la shahâda es verificar que la existencia tiene un orden interno, una lógica, un sentido. La shahâda es el momento en el cual hacemos esa declaración con la cual nos introducimos dentro de un universo de acción, de meditación, de reflexión.
2. El testimonio de la sangre
Pero la shahâda también es el martirio. En árabe, “testigo” (shâhid) y “mártir” (shahîd) son palabras de la misma raíz. El shahîd (en plural, shuhadâ`) es el que da testimonio con su vida, y por eso va directamente al Paraíso y sus faltas le son perdonadas. Ni siquiera hay que lavar su cadáver antes de enterrarlo, al contrario que a los demás difuntos, pues se lavan los cadáveres de los muertos y el Corán afirma que los mártires están vivos.
El martirio musulmán no es exactamente igual a lo que conocemos por “martirio” en el cristianismo, puesto que la condición de musulmán, tanto chiíes como sunníes en ciertos contextos admiten que se pueda ocultar para evitar la muerte o males mayores en determinadas circunstancias de persecución, esto es lo que se llama taqiyya o kitmân, sin que sea vergonzoso hacerlo.
La forma más conocida de martirio entre los musulmanes es el combatiente que muere luchando en el ÿihâd, pero hay otras muchas. Son también shuhadâ` aquel que muere en la defensa de sus propiedades, aquel que muere en su propia defensa, aquel que muere en defensa de su familia, la mujer que muere de parto, el que muere por cumplir con su trabajo profesional, el que muere de viaje, aquel al que mata un animal.
Un hadiz dice: “Cinco son los mártires:
aquel que muere a causa de una plaga,
aquel que muere de cólera,
aquel que muere ahogado,
aquel al que mata un muro al derrumbarse
y aquel que se convierte en mártir luchando por la causa de Dios”.
Por ello, en la actualidad se llama shuhadâ` a los palestinos que perecen en la lucha contra la usurpación sionista y las víctimas del colonialismo en general, incluyendo los que mueren en lo que se califica de “daños colaterales”.

Las acciones kamikazes de la resistencia palestina o libanesa se denominan en árabe ´amaliyyât istishhâdiyya (“operaciones de martirio”). En árabe moderno el término está parcialmente secularizado y se emplea también para los no musulmanes (sin implicaciones de tipo religioso estricto).
(para el Islam, cf. A.A. y J.F.D.V)

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