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sábado, 5 de febrero de 2011

V Domingo del T.O. (Mt 5, 13-16) - Ciclo A: SAL Y LUZ EN SU JUSTA MEDIDA



El Evangelio de Mateo nos ha presentado hasta ahora a Jesús enviado de Dios, lleno del Espíritu, la invitación a la conversión y "la mentalidad" de Jesús, las Bienaventuranzas. Inmediatamente después se nos señala nuestra misión, bajo dos signos: la sal y la luz.

El significado es tan sencillo como profundo: la sal sirve para que los alimentos tengan su sabor; la luz sirve para que se pueda ver lo que ya existe. Ambos tienen una sola función: servir para que otras cosas sean válidas, para que sean lo que son.

El tema de la luz entronca con una larga tradición en la Escritura. Es una de las líneas fuertes de la revelación: Dios se presenta desde el principio, como luz.

o Su primera obra (Génesis 1) es la luz.

o Para el pueblo en marcha (Exodo) Dios es la columna de luz que le guía de noche.

o Los salmos recogen incesantemente la imagen de Dios, nuestra luz.

o Es uno de los temas repetidos en Isaías. Recordemos:

§ Is.9. "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz"
§ Is.60. "Levántate, resplandece, Jerusalén, porque viene tu luz"
(Textos utilizados en la liturgia de Navidad y Epifanía)

Todo esto se recoge ampliamente en todo el NT. hasta culminar siendo uno de los preferidos de Juan para presentar a Jesús: “La Palabra era la luz verdadera..” (Jn.1), "Yo soy la luz del mundo"(Jn.8).

De la misma manera, la luz se utiliza como manifestación de la divinidad, de la "Gloria del Señor", desde el Sinaí hasta el nacimiento en Belén, la Transfiguración y la conversión de San Pablo.

El signo de la luz adquiere además otras tres connotaciones importantes a lo largo de la Escritura.

En primer lugar, el pecado como tinieblas, en los dos sentidos que ya conocemos: tinieblas porque son un alejamiento de la luz, una ignorancia de Dios, una ausencia de la luz que es Dios; y tinieblas como hostilidad a la luz, tema obsesivo en Juan que plantea el Principio de su evangelio como Dios-luz rechazado por las tinieblas. (Recordemos el "es vuestra hora y el poder de las tinieblas"(Luc.22,53)

En segundo lugar, los justos como luz. Israel es constituido como luz para los gentiles, tema también querido para Isaías, que constituye una de las líneas de evolución de la "elección". El Pueblo es elegido no para privilegiarlo sino para que sea luz para las naciones. Se le ha dado la luz para iluminar. Esta es la línea que entronca directamente con "La Misión". "Como el Padre me envió, así os envío yo a vosotros. Id y enseñad a todas las gentes...."

Pero hay una tercera acepción, que completa definitivamente el mensaje, que empieza a aparecer - más bien tímidamente - en el salmo responsorial, y enlaza con otra línea profunda de la revelación ("Misericordia quiero y no sacrificios").

Dios resplandece en sus obras. Dios es luz para nosotros, ilumina nuestra vida porque es el Salvador. Nosotros tendemos muchas veces a identificar "luz" con "palabra que nos ilumina" o, peor aún, con resplandores celestiales. La luz es Jesús, no simplemente sus palabras, su mensaje, sino todo Jesús, sum manera de actuar, sus criterios, sus valores, sus comportamientos: en eso “resplandece” el Espíritu.

Por esta misma razón, el pueblo es luz porque vive en la luz, porque vive las obras de la luz, porque vive libre del pecado, porque vive como hijo. Y por tanto, la luz que ofrecemos a los hombres no es ante todo un mensaje de palabras sino una manera de vivir que convence, que salva, que es capaz de mostrar a todos el sabor de la vida.

Esta misma acepción aparece en la lectura de Isaías. El justo resplandece como luz por sus buenas obras, y aquí se señalan ya como buenas obras no precisamente las que hacen relación al culto, sino las que se refieren al prójimo.

Es curioso mostrar también cómo el texto mezcla la pureza de este mensaje con una simbología que parece decir que es entonces cuando Dios te escuchará siempre y te dará salud. Evidentemente son símbolos de la amistad con Dios, tomados de una larga tradición anterior.

A diferencia del término "luz", el término "sal" no representa en la Escritura una línea especialmente fuerte. Aparece muchas veces, porque la sal es alimento habitual e importante, y también como signo de muerte, pero no forma parte de ninguna línea especialmente cuidada. De hecho, en los evangelios apenas aparece más que en este contexto, y Juan ni siquiera la usa. Es pues un término "nuevo" en esta acepción, podríamos pensar que "inventado" por Jesús.

Aunque su paralelo con "luz" en cuanto al significado del mensaje es profundo, nos parece advertir el "sello" de Jesús, esa capacidad suya de entender todas las cosas principalmente por su referencia al Padre, al Reino. Jesús es el más extraordinario creador de parábolas, símbolos, imágenes. El que más increíblemente ha sido capaz de hablar de Dios y del hombre y del Reino utilizando las cosas cotidianas.

Esto es más profundo de lo que parece. Las cosas cotidianas, visibles y habituales, tienen una realidad normal, la que conocemos y usamos normalmente, pero son -todas- más en el fondo y con mayor importancia, palabra de Dios. Y Jesús lo ve. Jesús es un auténtico contemplativo en la acción, porque es capaz de ver a Dios en todas las cosas, porque está recibiendo la palabra de Dios habitualmente, por sus sentidos, porque ve al Padre en todas las cosas, y en todas sus acciones le responde.

El simbolismo de la sal aquí es extraordinario. Diríamos que no vale para nada por sí sola. Es para añadirse a otro alimento, es para resaltar su sabor. La humilde sal hecha para otros, para que los otros sean ellos mismos, nos parece un signo aún mejor que la luz, que puede parecer más pretencioso.

Dos preciosos símbolos, un mensaje de fuerte calado.

Pensemos en la luz de la humilde lámpara casera, o mejor aún, de la vela, del cirio. El cirio: un poco de cera y una mecha: inútil y feo, de poco valor. Encendido, es una maravilla. Sirve para saber dónde está cada cosa, por dónde moverme... La oscuridad me paraliza: todo está ahí, pero no puedo ni moverme... Esa pequeña luz "pone las cosas en su sitio", me hace capaz de valerme. Es como una creación.

Pero, de todo lo que es el cirio, la luz es, precisamente, lo que no es suyo, lo que recibido de fuera: ha de ser encendido en otra llama. Precioso símbolo nuestro: inútiles y feos si no estamos encendidos en la luz de Jesús. Y la luz nos consume: el cirio da la vida para ser luz: nuestra vida es, entera, para ser luz. "Vosotros sois la luz de la tierra" puede ser un mensaje pedante (¡soy la luz!). Puede ser la definición de nuestra misión ("Si no me consumo en ser luz, no valgo para nada").

La sal sólo se nota si falta o sobra. Un mundo sin Dios no tiene sabor. La fe, la Palabra, ponen el sabor. Pero su sabor, no un sabor añadido. La fe, la palabra "descubren" el propio sabor de las cosas, como la luz no pone nada, sino que hace ver lo que cada cosa es. Si sobre la sal, todo se hace incomestible.

Su sabor, que ni falte ni sobre.... ¡el genio de Jesús!. Podemos reflexionar en nosotros la Iglesia, quizá velas apagadas o sal sin sabor que para nada sirve; quizá sal que quiere dar su propio sabor de sal a las cosas... sin reconocer que las cosas tienen su sabor, que solamente hace falta iluminarlas para que luzcan sus colores, aderezarlas un poco para que surja su sabor.

Pero, completando a Isaías, todo esto no se hace con palabras, con ritos, con ceremonias, con ayunos, con sacrificios... Se hace simplemente siendo austeros, limpios de corazón, misericordiosos, trabajadores por la justicia... Sobran palabras sobre la luz, faltan cirios. Sobran tratados de cocina sobre la sal. Falta poner sal en mi propia vida. Sobra predicar la palabra, falta ser palabra; sin gritar, que nos pasamos de sal, pero dejando que mi vida se consuma en ser luz.

Ningún texto del Evangelio muestra a Jesús en grandes ceremonias del Templo, en sacrificios rituales. Terminado su ayuno en el Monte de la Tentación, no se le muestra como un asceta espectacular. Ora por las noches en soledad, pero está constantemente hablando al padre y del Padre. Cura constantemente, rompe ritos y leyes y tabúes por curar y consolar, desprecia cumplimientos... pero actúa, constantemente: no solo oímos de sus labios palabras estupendas sino que - sobre todo - vemos actuar en Él la Fuerza del Espíritu.

Jesús sí que es para nosotros cirio encendido, que se quema para iluminar. Jesús sí que es la sal que da sabor a todo, a vivir, trabajar, descansar, triunfar y fracasar, estar sano y enfermo, morir... a todo: toda nuestra vida tiene sabor por Jesús, nuestra sal.

Sobre la pedantería de "creerse luz de los demás". Puede ser realmente molesto para cualquier persona sentirse así, y más aún para el considerado "tinieblas". ¿Cómo puede una persona normal ir por la vida "creyéndose luz" de los otros? Me parece que existe esta mentalidad en algunos cristianos, y que es muy desagradable.

El enfoque correcto es muy diferente. En primer lugar, porque nuestra luz no es propia. No tiene sentido creerse algo por haber recibido la luz. Somos como un cirio: cera y mecha: completamente inútiles si no se enciende: y la luz no es del cirio, es recibida.

Además, no nos han dado la luz sino porque hace falta en el mundo: haber recibido una misión no nos hace mejores, sino que nos compromete a más. El complemento de esta imagen de la luz está en las parábolas de los Talentos y del fariseo y el publicano. Si alguien tiene cualquier cosa, cualidad, don, propiedad... Dios lo ha puesto en él porque es la manera de dar esas cosas a los hombres. Sólo por eso. Por tanto, la postura correcta es ofrecer con sencillez lo que hemos recibido.

Pero hay más. Nadie lo ha recibido todo, y de todos recibimos. Nadie es "La Luz", sino que tiene un poco de luz. Y todos, creyentes y no creyentes nos damos la luz de Dios.

Sólo así, dando lo que tenemos y recibiendo lo que nos dan, podemos ser hermanos en el caminar, revelándonos mutuamente a Dios. Pero es muy peligrosa esa "raza" de personas "religiosas" que dan gracias a Dios por ser como son. Deberíamos leer muchas veces la parábola del Fariseo y el Publicano: es una de las interpretaciones más logradas de "psicología religiosa", y, leída a fondo, nos interpela profundamente.

Pero es extraordinariamente importante descubrir, bajo estos signos, la revelación de Dios. Luz y Sal: Dios es luz y sal. Luz y sal es resaltar y potenciar todo lo positivo de la vida humana. ¿Quién ha dicho que Dios limita, impide, coarta...? Dios revela, potencia, ilumina, da sabor. La vida humana tiene color y sabor, y con Dios se ve mejor y sabe más. O entendemos así la Revelación de Jesús o estamos estropeando la buena noticia.

Y disfrutar con el estilo de Jesús. Ante todo, me gusta Jesús porque no define a Dios, porque no lo expresa en conceptos, sólo con metáforas, porque Dios no cabe en la razón, pero el ser humano es capaz de captarlo mejor que si lo entendiera.



S A L M O 4 0

Yo pongo en Dios todo mi esperanza.
El se inclina hacia mí y escucha mi oración.
El salva mi vida de la oscuridad,
afirma mis pies sobre roca
y asegura mis pasos.
Mi boca entona un cántico nuevo
de alabanza al Señor.
Dichoso el que pone en Dios su confianza.

No quieres sacrificios ni oblaciones
pero me has abierto los ojos,
no exiges cultos ni holocaustos,
y yo te digo : aquí me tienes,
para hacer, Señor, tu voluntad.

Tú, Señor, hazme sentir tu cariño,
que tu amor y tu verdad me guarden siempre.
Porque mis errores recaen sobre mí
y no me dejan ver.

¡Socórreme, Señor, ven en mi ayuda!
Que sientan tu alegría los que te buscan.
Yo soy pobre, Señor, socórreme,
Tú, mi Salvador, mi Dios, no tardes.

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