El ayuno es un tesoro de sabiduría para los que se decidan a practicarlo de veras, haciéndolo suyo como una oportunidad de crecimiento, como un signo contra-cultural en “un mundo que se divide entre los que comen y los que son comidos” (D. Aleixandre). El ayuno cristiano es un signo de conversión, de desprendimiento, con él nos preparamos para el paso de Dios entre nosotros. Este horizonte nos ayuda a relativizar todas esas rutinas, cosas o ideas en las que depositamos nuestra confianza y tranquilidad a diario, perdiendo de vista lo más importante. Todo esto es bueno, pero relativo, sólo Dios es absoluto. También es signo de tristeza y arrepentimiento ante el mal propio y ajeno, ante las cruces de nuestro mundo a las que también nosotros contribuimos. Es una invitación a una mirada lúcida y compasiva hacia los que sufren y a las causas de su situación: no tiene sentido si no nos lleva a abrirnos a los demás.
Ese es el ayuno que Dios quiere (Is 58). También nos permite experimentar que somos más libres de lo que queremos aceptar y que sólo podemos ser nosotros mismos cuando aprendemos a decir “no”. Por último, es lugar de encuentro con creyentes de otras religiones, que también lo practican a menudo de forma modélica, plenamente conscientes de su sentido profundo de apertura a Dios y de identificación con los más pobres: los hambrientos. Gandhi decía: “El ayuno para el desarrollo del espíritu es una disciplina necesaria en algún periodo de la evolución de cada persona. La crucifixión de la carne es un término carente de significado a no ser que uno sienta voluntariamente las punzadas del hambre. La identificación con los pobres que pasan hambre es un término carente de significado sin la experiencia que le sirve de fundamento”.
Ese es el ayuno que Dios quiere (Is 58). También nos permite experimentar que somos más libres de lo que queremos aceptar y que sólo podemos ser nosotros mismos cuando aprendemos a decir “no”. Por último, es lugar de encuentro con creyentes de otras religiones, que también lo practican a menudo de forma modélica, plenamente conscientes de su sentido profundo de apertura a Dios y de identificación con los más pobres: los hambrientos. Gandhi decía: “El ayuno para el desarrollo del espíritu es una disciplina necesaria en algún periodo de la evolución de cada persona. La crucifixión de la carne es un término carente de significado a no ser que uno sienta voluntariamente las punzadas del hambre. La identificación con los pobres que pasan hambre es un término carente de significado sin la experiencia que le sirve de fundamento”.
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