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miércoles, 30 de marzo de 2011

IV Domingo de Cuaresma (Jn 9,1-41) - Ciclo A: Fue, se lavó, y volvió con vista



● Ruego por pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y estimar a Jesucristo y, así, poder seguirlo mejor.
● Apunto algunos hechos vividos esta semana que ha acabado.
● Leo el texto. Después contemplo y subrayo.
● Ahora apunto aquello que descubro de JESÚS y de los otras personajes, la BUENA NOTICIA que escucho... ¿Cómo nos situamos ante la Palabra de Jesús: el ciego abiertos a su acción; los fariseos encerrados?
● Y vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi entorno... desde el Evangelio... ¿Qué testimonios de Jesús he recibido? ¿cómo he de dar testimonio de Jesús?
● Llamadas que me hace -nos hace- el Padre hoy a través de este Evangelio y compromiso.
● Plegaria. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo...

“ENCUENTROS QUE NOS ABREN LOS OJOS”

VER

En esta Cuaresma estamos haciendo un repaso a los encuentros que han sido significativos para nuestra vida. Y seguro que en alguna ocasión nos hemos encontrado con alguien que “nos ha abierto los ojos”, que nos ha hecho ver o entender una realidad tal como es, no tal como nosotros creíamos que era. De esa persona decimos que “nos ha abierto los ojos” porque gracias a ella hemos “visto”, hemos caído en la cuenta de algo que antes no sabíamos, no queríamos o no podíamos ver o entender por nosotros mismos.

JUZGAR

Partiendo de la experiencia de estos encuentros humanos, llevamos varias semanas queriendo tener con Jesús un “encuentro en la 3ª fase”, un encuentro profundo, un encuentro que nos “abra los ojos”, como le ocurrió al ciego de nacimiento y hemos escuchado en el Evangelio.

Porque él, sus padres, y la sociedad en general, tenían una idea equivocada acerca del motivo de su ceguera: «¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?». El ciego creía que su situación se debía a un pecado propio o de sus padres, y asumía que por eso estaba excluido de la sociedad y que su vida tenía que limitarse a pedir limosna para malvivir. Y todos lo aceptaban así.

Pero como hemos escuchado en la 1ª lectura, «la mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón». Por eso Jesús va a encontrarse con él para “abrirle los ojos”; no sólo va a devolverle el sentido de la vista, sino que va a abrir su entendimiento y su corazón a la fe: «Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios». Jesús «escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos...» y a partir de ese momento, gracias al encuentro con Jesús, el ciego de nacimiento inicia el proceso por el que se le van a abrir los ojos. Primero la curación física, que es incuestionable: «fui, me lavé, y empecé a ver». Pero seguidamente irán abriéndosele los ojos respecto a su propia verdad, y empieza a dar testimonio de lo que para él ha supuesto el encuentro con Jesús: «¿Qué dices del que te ha abierto los ojos? Que es un profeta». Acepta que hasta sus padres no lo secunden, diciendo: «preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse», porque «tenían miedo a los judíos».

El proceso por el que al ciego se le “abren los ojos” es tal que, de un modo impensable en su anterior situación, ahora es capaz de enfrentarse con valentía incluso ante los fariseos: «Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo...». Llega hasta la confrontación verbal, “dándoles lecciones”: «Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin embargo, me ha abierto los ojos... si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder». Y lo expulsaron.

El encuentro con Jesús le ha abierto los ojos más de lo que hubiera esperado, y por eso, cuando Jesús se da a conocer como el Hijo del hombre («Lo estás viendo: el que te está hablando ése es»), el que era ciego de nacimiento responde con fe: «Creo, Señor. Y se postró ante él». Reconoce que es Dios mismo en Jesús, el Hijo, quien le ha abierto los ojos transformando toda su vida.

ACTUAR

¿He tenido la experiencia de que alguien me haya “abierto los ojos” respecto a algún tema o situación? ¿Tengo alguna “ceguera de nacimiento”, creo que puede “curarse” o me resigno como algo inamovible? ¿Soy capaz de tener la mirada de Dios, paso de las apariencias al corazón de las personas y de los hechos? ¿La fe me ha “abierto los ojos” respecto a alguna cuestión? ¿He reconocido ahí la presencia de Dios? ¿Doy testimonio con valentía, como el que era antes ciego?

Como diremos en el Prefacio, «Cristo... se hizo hombre para conducir al género humano, peregrino en tinieblas, al esplendor de la fe». Cristo viene a nuestro encuentro en la Eucaristía para que podamos encontrarnos con Él y dejemos que cure nuestras cegueras y nos “abra los ojos” de la fe. No desaprovechemos este encuentro con Jesucristo, tan real como el que tuvo el ciego de nacimiento, para que como él sepamos dar testimonio creíble y valiente ante los demás de que Jesús, verdaderamente, es el Hijo de Dios que ha venido y viene a salvarnos.

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