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miércoles, 30 de marzo de 2011

Homilías y Recursos para la Homilías: IV Domingo de Cuaresma (Jn 9,1-41) - Ciclo A


"AL PASAR VIO UN HOMBRE CIEGO DE NACIMIENTO"

Hoy comienza la cuarta semana de Cuaresma y la palabra de Dios nos muestra que se llega a ser cristiano por medio y gracias a una iluminación espiritual como las que experimentó materialmente el ciego de nacimiento, y que esta gracia se recibe por medio del agua que es signo y vehículo del Espíritu Santo.

El Evangelio nos trae el relato de la curación del ciego, en donde se contrapone la historia de un hombre ciego que llega a la luz física y espiritual de la fe, mientras que los que se creían videntes y dueños de la luz, se hundieron en las tinieblas más profundas.

En los fariseos se nota un proceso de enceguecimiento, pues se niegan a aceptarlo a Jesús como enviado, ante la evidencia del milagro, porque esto los desacreditaría ante el pueblo y les haría perder sus privilegios.

Por eso se encierran y se enceguecen.

Jesús pone en evidencia su verdadera ceguera, pues niegan obstinadamente la realidad con tal de no perder sus privilegios. Al no querer reconocer su pecado de insinceridad ante la evidencia, rechazan la luz y se convierten en ciegos para siempre, esclavos de una ley cuyo espíritu desconocen.

Por su parte, el ciego se convierte en un vidente para siempre, pues desde la sinceridad de su corazón acepta la luz de la verdad.

Este es el efecto de la venida de Jesús: quienes lo aceptan ven la luz y se salvan. Quienes rechazan la verdad y se obstinan en la mentira y en el orgullo, se enceguecen y mueren.

El proceso del ciego de nacimiento es una progresiva iluminación que fue recibiendo en lo relativo a la fe: pasó de ser un hombre común a ser un creyente, y en este sentido el signo que hizo Jesús con él de abrirle los ojos, no es más que la exteriorización de un proceso mucho más hondo que se dio en el interior de hombre.

Para nosotros, el bautismo es una iluminación interior con la cual podemos, en nuestra medida, comprender y conocer a Dios y las cosas de Dios.

La fe recibida en el bautismo es luz para conocer lo que no se ve. Por eso, en la Cuaresma, tiempo de conversión, recordamos nuestro bautismo que es donde comenzó nuestra fe.

En este texto del evangelio de San Juan, se señalan los pasos que dio este hombre para creer.

Jesús primero lo cura de su ceguera física, y el ciego comienza a ver otras cosas en su interior.

San Agustín decía que todos somos ciegos desde nuestro nacimiento de Adán, y tenemos necesidad de que Dios nos ilumine.

¿Cuándo comienza su curación interior?

Cuando les revela a los vecinos, que no creían que él era el mismo ciego que pedía limosna, que quien le había curado era ese hombre que se llama Jesús.

Hasta ahí, para el que había sido ciego, Jesús era todavía un hombre, alguien que lo curó, pero un hombre al fin.

La segunda parte de esa iluminación interior la tiene cuando lo llevan ante los fariseos. Delante de ellos, el que había sido ciego, escucha que los fariseos hablan de Jesús como un pecador por haber curado en sábado. Y cuando finalmente le preguntan al hombre quién es Jesús, el responde: es un profeta.

Ya en ese momento, el ciego interior ve un poco más, y percibe en Jesús la fuerza sobrenatural de un profeta.

Después los fariseos llaman a sus padres, que por temor a ser expulsados de la sinagoga, no responden y le dicen que le pregunten a su hijo cómo había sido curado.

Y cuando los fariseos le dicen que Jesús es un pecador, el que había sido ciego, que ya ve más, se atreve inclusive a ser irónico, diciendo que si así fuera, no podría haberlo curado. Y entonces los fariseos lo echan de la sinagoga.

El tercer paso es el encuentro con Jesús, después de haber sido expulsado de la sinagoga a causa de su fe.

Cuando Jesús le pregunta si cree en el Hijo del Hombre, el ciego pregunta ¿quién es?

Y cuando Jesús le responde que es el que está hablando con él, le contestó: Creo Señor, y se postró ante Él.

En este diálogo el hombre llega a la total iluminación de la fe, porque Jesús, después de haberle abierto los ojos exteriores a este hombre se le manifiesta como Mesías y el hombre cree.

Para este hombre, Jesús primero era sólo el hombre que lo había curado, después el profeta, y finalmente, el Hijo del Hombre.

La iluminación de este hombre es progresiva, como progresiva es la iluminación de la humanidad y de cada uno de nosotros en las cosas de la fe. Somos bautizados, allí fuimos iluminados, pero a lo largo de nuestra vida crece la fe, crece la iluminación interior.

Es mejor mostrarnos ciego s delante de Dios para que Él nos ilumine, no sea que nos pase como a los fariseos y que el Señor nos tenga que decir a nosotros también: si fueran ciegos, no tendrían pecados, pero como dicen que ven, su pecado permanece.

En este tiempo de Cuaresma, vamos a pedirle muy especialmente al Señor que vaya iluminando nuestro entendimiento para VER y postrarnos ante Él, reconociéndolo como nuestro Dios y Señor.


RECURSOS PARA LA HOMILÍA

Nexo entre las lecturas

El hermoso pasaje de la curación del ciego de nacimiento nos ofrece un tema unificador para las lecturas de este cuarto domingo de cuaresma: “la experiencia de Cristo ilumina la vida de los hombres” (EV). El ciego de nacimiento pasa de la obscuridad a la luz por obra del poder y del amor de Cristo. Esta misma verdad la repite san Pablo en la carta a los efesios (2L): “antes eran tinieblas, ahora sois luz”.Cuando Dios interviene en la vida del hombre, cuando se manifiesta co su amor y con su poder, y cuando el hombre acoge esta revelación en el fondo de su corazón, allí tiene lugar una nueva realidad, una nueva experiencia de Dios. Entonces, la persona humana que yacía en tinieblas se reviste de una fortaleza y una luminosidad hasta entonces desconocidas. Es muy instructiva, en este sentido, la elección del David como guía de su pueblo (1L): era el más pequeño de la casa de Jessé, era pastor, era un muchacho, sin embargo, Dios lo elige para regir los destinos de Israel y para ser figura del Mesías que vendrá. La experiencia de Dios transforma la vida.

Mensaje doctrinal

1. La fidelidad de Dios a su amor. El muchacho David, el más pequeño de su casa y pastor, es elegido Rey que conducirá a la unificación de Israel y a la conquista de grandes victorias. David dejará de ser pastor de ovejas para hacerse pastor de Israel. En realidad él es figura precursora de otro Rey que será el Mesías que salvará a su pueblo. A partir de David la alianza con el pueblo se hace a través del rey. Las victorias de David anuncian las victorias que el Mesías alcanzará sobre el mal y la injusticia. El Mesías que ha de venir es el verdadero pastor de su pueblo que canta el salmo 22. Es el pastor que ha querido caminar al lado del hombre para rescatarlo de donde se había perdido y desbarrancado. Es el pastor que no lo abandona por cañadas obscuras, lo conduce a fuentes tranquilas, es un pastor que hace presente la bondad y la misericordia de Dios. Se expresa aquí elocuentemente la fidelidad de Dios a su amor. Fidelidad que se extiende de generación en generación y que han cantado de modo claro y vigoroso los profetas, especialmente Isaías y Jeremías, pero que es una constante de la página bíblica. Dios es fiel a su amor.

Esta fidelidad adquiere en la página del evangelio de este día una elocuencia particular. Cristo, Hijo de David, Pastor de su pueblo, es la luz que ilumina a todo hombre. Es el amor divino que se revela en rostro humano y que, al mismo tiempo, invita al hombre a “tomar parte” en la revelación del amor. Cristo ilumina al ciego de nacimiento, le concede el don de la vista, pero aún más lo ilumina interiormente. Ya no es sólo la luz interior que llega a sus ojos y es descifrada como figuras e imágenes. Es la luz interior que nace del corazón que ha hecho la experiencia de Cristo. El ciego de nacimiento hace experiencia de la fidelidad y del amor de Cristo. A este hombre ya no hay que hablarle de un profeta que ha venido, “él mismo ha hecho experiencia del poder del redentor” y, en consecuencia, él mismo se convierte en luz no obstante su aparente ignorancia y debilidad.

2. Buscad agradar al Señor. Esta pequeña afirmación de san Pablo en la carta a los Efesios expone en síntesis la actitud del cristiano en relación al Señor. El criterio de una vida cristiana no puede ser otro que el tratar de agradar a Dios. Se trata de una consecuencia lógica del amor. El amor llama amor. El ciego de nacimiento experimenta el amor que Cristo le ha tenido, lo busca, lo defiende, lo proclama, se hace pequeño a sus pies, lo reconoce como Mesías. Ante los fariseos que los acosan, el que era ciego atestigua: “si es pecador o no, no lo sé, yo sólo sé que antes era ciego y que ahora veo”. A partir del bien recibido, él se convierte no sólo en un fiel admirador de Jesucristo, sino que es un fiel “seguidor”, comparte con él su suerte, su experiencia de vida, sus persecuciones, sus amores, sus temores e íntimas alegrías.

Sugerencias Pastorales

1. Parece evidente que el mundo entero atraviesa por un período de crisis. El Papa Juan Pablo II de modo profético al inicio de su pontificado decía: “El hombre por tanto vive cada vez más en el miedo. Teme que sus productos, naturalmente no todos y no la mayor parte sino algunos y precisamente los que contienen una parte especial de su genialidad y de su iniciativa, puedan ser dirigidos de manera radical contra él mismo; teme que puedan convertirse en medios e instrumentos de una autodestrucción inimaginable, frente a la cual todos los cataclismos y las catástrofes de la historia que conocemos parecen palidecer. Debe nacer pues un interrogante: ¿por qué razón este poder, dado al hombre desde el principio __poder por medio del cual debía él dominar la tierra__ se dirige contra sí mismo, provocando un comprensible estado de inquietud, de miedo consciente o inconsciente, de amenaza que de varios modos se comunica a toda la familia humana contemporánea y se manifiesta bajo diversos aspectos?.” A este interrogante el Papa respondía que al avance técnico y científico de nuestros días no ha ido acompañado de un avance correspondiente en la ética y en la moral. El hombre ha crecido en la capacidad técnica, pero quizá no se ha hecho más hombre en el sentido integral de la palabra. Por eso tiene miedo que sus realizaciones se vuelvan contra él, como lamentablemente hemos observado. Es como si la humanidad, olvidando la luz de la fe, del amor de Dios, de la ley moral, caminara en las tinieblas tropezando por doquier.

Nosotros como pastores y como fieles vivimos esta crisis del mundo y de la fe. El hombre de la calle, la persona sencilla que tiene su puesto de trabajo, aquellos que cruzamos cada día en la tienda, en el trabajo, en la ciudad... se sienten impotentes para cambiar este estado de cosas y sienten la tentación de la derrota, del miedo. Experimentan que su aportación es insignificante en un mundo transido de múltiples confusiones y del poder del mal. Sin embargo, la liturgia de hoy nos invita a cambiar nuestro punto de vista, porque la mirada de Dios no es la mirada de los hombres y el Señor confía a los cristianos una tarea de grande trascendencia en el quehacer humano. Ellos pueden ser pequeños y débiles ante las grandes fuerzas del mal, pero cuentan con la promesa de Dios de que el bien triunfará sobre el mal, de que Él estará con nosotros hasta la consumación de los siglos. Cuentan con la certeza de que el pecado y la muerte han sido ya destruidos. A los cristianos les corresponde la hermosa misión de ser esperanza para un mundo que necesita urgentemente de ella. Cada cristiano es como una luz que irradia luz y calor. Cada hogar cristiano debe ser un foco de esperanza que anime, que invite, que convoque a la experiencia de Dios. Cuanto más obscuras puedan ser las sombras que caen sobre el mundo, tanto más luminoso debe ser el testimonio de los cristianos en el mundo. Ellos son la luz del mundo. La constitución pastoral “Gaudium et spes” tiene una página admirable que conviene aquí reproducir: “Mas la realidad es que, ante la actual evolución del mundo, cada día son más numerosos los que se plantean cuestiones sumamente fundamentales o las sienten cada día más agudizadas: ¿Qué es el hombre? ¿Cómo explicar el dolor, el mal, la muerte, que, a pesar de progreso tan grande, continúan todavía subsistiendo? ¿De qué sirven las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede el hombre aportar a la sociedad, o qué puede él esperar de ésta? ¿Qué hay después de esta vida terrenal?

Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da siempre al hombre, por medio de su Espíritu, la luz y fuerza necesarias para responder a su vocación suprema; y que no ha sido dado, bajo el cielo, otro nombre a la humanidad, en el que pueda salvarse. Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro. Afirma, además, la Iglesia que bajo todas las cosas mudables hay muchas cosas permanentes que tienen su último fundamento en Cristo, que es el mismo ayer, hoy y para siempre. Iluminado, pues, por Cristo, Imagen del Dios invisible, Primogénito entre todas las criaturas, el Concilio se propone dirigirse a todos para aclararles el misterio del hombre, a la vez que cooperar para que se halle solución a las principales cuestiones de nuestro tiempo.”

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