Publicado por el Blog de X. Pikaza
En el comienzo de la cuaresma se suele comentar el relato de las tentaciones de Jesús tal como han sido narradas, con pequeñas variantes por Mt 4 y Lc 4 (partiendo de un supuesto documento Q). Así lo veremos el próximo domingo. Pero el evangelio de Marcos ofrece un relato especial y muy profundo de la tentación de Jesús que hoy quiero comentar para mis lectores.
Tras la presentación del Precursor (Juan Bautista) y la experiencia que sigue al Bautismo de Jesús (Dios le llama su Hijo, concediéndole su Espíritu), viene la escena de su enfrentamiento con Satán, el “adversario” de Dios. Entre Dios y Satán habitará Jesús, como Marcos lo ha fijado en este fascinante relato, que habla de Jesús, hablando de nosotros, también tentados.
He querido presentar este pasaje tomando algunas notas de un comentario de Marcos que estoy preparando. Las ofrezco aquí para lectores que tengan tiempo y deseo de entrar en la trama simbólica del evangelio de Marcos, de manera que puedan entender así mejor lo que ha supuesto el camino de Jesús (la tentación de Dios) y lo que implica nuestra propia tarea de cuaresma.
El texto de Marcos es muy simple, dos sencillas referencias. Y, sin embargo, evoca en clave apocalíptica (simbólica) los temas esenciales de la historia de la humanidad, que así puede entenderse como tiempo de prueba de Dios.
Texto Mc 1, 12-13
12 Y de pronto, el Espíritu lo expulsó al desierto;
13 y estaba en el desierto durante cuarenta días, siendo tentado por Satanás.
Y estaba con las fieras y los ángeles le servían
Lleno del Espíritu del Dios, que le ha llamado Hijo Querido, tras salir del agua del bautismo (superando así el nivel de conversión de Juan Bautista), Jesús debe asumir la tentación satánica, en un gesto donde se vinculan, en clave simbólica, los rasgos principales de la trama de Marcos, que presenta a Jesús entre fieras y ángeles. Éste es un relato anticipatorio, de tipo especular (un texto espejo) que permite comprender desde el principio lo que sigue. Es como si pudiéramos quitar por un momento los velos que ocultan la verdad de los personajes, para ver la identidad de cada uno.
a. Introducción. Jesús probado.
No es Hijo (ni ha recibido el Espíritu) para encerrarse y vivir en aislamiento, sino para extender la filiación, como indica el texto al afirmar que de pronto (euthys, 1, 12), el mismo Espíritu que había recibido le arrojó al desierto, que ya no es lugar de “metanoia” o conversión (como para el Bautista), sino de prueba mesiánica, signo de las dificultades y problemas que Jesús ha de vencer en su camino de Hijo de Dios, a lo largo de su vida, en lucha con Satanás.
Así lo dice este breve texto, construido a modo de parábola fundante, que proyecta sobre Jesús los cuarenta años de prueba de los israelitas de antaño en el desierto. Es posible que el autor ignore los motivos más concretos de la tentación, que aparecen en el documento Q (Lc 4 y Mt 4: pan, poder, milagro). Pero parece más probable suponer que Marcos no quiso introducirlos, aunque fueran conocidos y narrados en algunos ambientes, construyendo, en cambio, este relato que resulta necesario para entender su Evangelio, pues sirve para presentar a un personaje clave de su trama (Satán).
Ciertamente, Marcos ha comenzado hablando del Bautista como iniciador profético y ha descubierto a Dios como agente principal (trascendente), pero a fin de comprender la vida y obra de Jesús, él debe presentar también a Satanás como antagonista, acudiendo para ello a unos motivos importantes de su tradición israelita (y de la primera Iglesia).
Marcos ha querido presentar desde el principio a Satanás, para que se sepa quién ha sido (y está siendo) el antagonista real (siendo simbólico) de Jesús. Por otra parte, como irá mostrando el evangelio de Marcos, Satanás y/o los espíritus inmundos sólo actúan de manera expresa hasta un momento de la trama (dejamos de sentir a Satanás en 8,33 y a los espíritus malignos en 9,29). ¿A qué se debe? Probablemente al hecho de que Satanás es solamente un «indicador» de los poderes perversos que se adueñan de la humanidad. Por eso, cuando los seres humanos llegan a su maldad extrema (en los relatos del juicio de Jesús en Jerusalén y en los motivos centrales de su muerte), son ellos mismos y no Satanás ni sus demonios, los que tientan a Jesús.
Pero vengamos ya al pasaje. Tras la gran revelación que sigue al Bautismo, allí donde parece que Jesús (Hijo Querido) debería vencer toda oposición, sin dificultades, Marcos ha querido mostrar que su camino mesiánico, definido por el descenso del Espíritu y la palabra de Dios, estará marcado por la tentación y el conflicto. En un primer momento, este pasaje nos resulta extraño, con mezcla de fábula (presencia de fieras), de mito religioso (oponen ángeles y diablo) y de relato edificante (el héroe Jesús vence a Satanás).
Ciertamente hay esos y otros rasgos en el texto. Pero al estudiarlo con más detenimiento, descubrimos que ellos quedan de tal forma ensamblados que se integran en un tipo de unidad de oposición revelatoria, en cuyo centro está Jesús, entre ángeles y fieras, entre el Espíritu y Satán, en un espacio y tiempo muy especial (del desierto y los cuarenta días):
Desierto
ESPÍRITU → Ángeles → JESUS ← Fieras ←SATÁN
Cuarenta días
Y de pronto el Espíritu lo «expulsó» (1, 12). Se trata, sin duda, del Espíritu de Dios (santo), que él ha recibido tras el bautismo (1, 9; cf. 1, 8), que no le deja ya estar junto al río de la conversión (el Jordán, con el Bautista), sino que le “expulsa” (ekballei), como expulsó a Adán del paraíso (exeballen, con el mismo verbo: Gen 3, 24), para que habite así en el mundo de la prueba. Según Gen 2, 3, Dios había ofrecido a los hombres su Espíritu (aliento), haciéndoles capaces de vivir en sí mismos (de discernir y decidirse). Pues bien, ese mismo Espíritu de Dios “arroja” ahora a Jesús (le expulsa del lugar de una filiación que resolvería todos sus problemas) para llevarle al desierto de la prueba, de manera que él aparece como un “poseído” del Espíritu.
– El texto dice que le expulsó al Desierto (1, 12). Por exigencia de la tradición israelita, según el relato de Marcos, el lugar de prueba no es ya el paraíso (como en Gen 2-3), sino el desierto: espacio inhabitado, donde el hombre ha de moverse entre las fuerzas primigenias de la realidad. Este desierto donde el Espíritu expulsa a Jesús no es el de Juan, en 1, 4, junto al río del bautismo, sino el lugar de las “tentaciones y pruebas” de los israelitas, según el Pentateuco (en Éxodo, Números y Deuteronomio).
– Cuarenta días. Éstos son los días de su prueba (1, 13), reflejo y concreción de los cuarenta años de prueba del antiguo Israel. En algún sentido se puede añadir que ese desierto (espacio) y esos cuarenta días (tiempo) responden también al paraíso de Gen 2, que aparece así como lugar donde Jesús, nuevo Adán, invierte el antiguo pecado y despliega la verdad del ser humano. Jesús ha vuelto así al principio (los cuarenta días), para convocar, como Hijo de Dios y con la fuerza del Espíritu, la auténtica familia de Dios sobre la tierra. En ese principio de Jesús se encuentran incluidos sus seguidores.
Éste es el lugar donde Jesús asume la prueba que implica el ser Hijo de Dios (un ser humano). Significativamente, Marcos no dice que Jesús ayune (en contra de los paralelo de Mateo y Lucas), pues el ayuno es un signo propio de Juan Bautista (que comía langostas de estepa y miel silvestre), en el nivel del judaísmo antiguo. La prueba de Jesús consistirá en hallarse frente a frente con Satán, Tentador hecho persona, a lo largo de cuarenta días. Uno frente a otro se situarán los dos signos centrales de la vida: Jesús como principio de vida liberada, y Satanás, que es signo y causa de muerte.
b. En lucha con Satán.
Como he indicado ya, el texto afirma que estaba en el desierto cuarenta días y cuarenta noches (1, 13), días y noches que no son un tiempo que pasa y queda atrás, de manera que después ya no hará desierto, ni tentación, ni servicio (de ángeles), sino todo lo contrario: estos días (lo mismo que la palabra anterior de Dios: «tú eres mi Hijo») reflejan y explicitan una dimensión permanente del evangelio, expresando el sentido de conjunto de la vida mesiánica de Jesús.
− Siendo tentado. Como he dicho, a diferencia del Q (Lc 4 y Mt 4), Marcos no ha concretado las tentaciones, pero es evidente que está evocando la prueba original de Adán: Jesús, el Hijo de Dios, es el comienzo de una nueva humanidad que debe superar las pruebas de la vida mesiánica. Marcos no dice tampoco que Jesús ayune, para sentir al fin hambre y ser tentado (como Lc y Mt), sino que es tentado a lo largo de los cuarenta días y noches.
− Por Satán. El texto le presenta sin comentarios, como antagonista de Jesús, llamándole Satán, que significa el Tentador. La Biblia de Israel no posee una doctrina consecuente sobre Satán, pero le concibe básicamente como un tipo de fiscal (acusador, tentador) de la corte angélica de Dios (cf. Job 1-2; 1 Cron 21, 1; Zac 3, 1-2). Satán no es un dios perverso que se opone al Dios bueno (como suponen algunos dualismos, de origen quizá persa, que aparecen incluso en Qumrán). No es tampoco un ángel malo, creado así por Dios, sino que ha empezado siendo bueno (realizando funciones propias del mismo Dios), pero que, en un momento dado, por influjo del entorno religioso o por evolución de la experiencia israelita, se ha vuelto perverso.
En tiempos de Jesús no había surgido todavía en Israel una satanología unitaria, aceptada por todos, pero la vida de la mayoría de los judíos aparecía llena de “poderes” perversos, entre los que pueden distinguirse dos fundamentales.
(a) Por un lado está Satán (satanas: 1, 13; 3, 23.26; 4, 15; 8, 33), a quien la tradición del Q llama en griego ho diabolos (cf. Lc 4, 3. 6. 13), que puede significar “tentador” en general (como en Mc 8, 33). Este Satán es el “príncipe” de los demonios (cf. 3, 22), el que dirige el imperio del mal, un tipo de anti-dios.
(b) Por otro lado están los “espíritus impuros” (cf. 1, 26; 5, 8 etc.), que pueden concebirse también como “demonios” (daimonion/daimonia: 3, 15; 7, 26-30), bajo el poder de Satán. Pues bien, nuestro pasaje presenta a Jesús enfrentado con Satán, el Diablo (príncipe de los demonios), sobre quienes (y por quienes) ese Diablo impone su reinado.
Pues bien, en ese contexto, los israelitas identifican lo demoníaco con lo impuro (cf. Mc 3,11; 5,2; 7,25, etc.), es decir, con aquello que destruye al ser humano y le impide realizarse en plenitud. Es demoníaca la enfermedad, entendida como sujeción, impotencia, incapacidad de ver, andar, comunicarse. Es demoníaca en especial una especie de locura más o menos cercana a la epilepsia y/o la esquizofrenia, pues saca al hombre fuera de sí y le deja en manos de una especie de necesidad que le domina. Pues bien, Jesús abre el camino del reino ayudando a estos hombres, es decir, oponiéndose a Satán y haciendo posible que ellos «vivan» de manera autónoma, siendo ellos mimos, pensando por sí mismos. Esa ayuda no es un sencillo gesto higiénico, ni efecto de un puro humanismo bondadoso, sino una lucha fuerte contra el imperio de Satán (en griego Diabolos o Diablo), que se expresa en el poder de los demonios (que son como un ejército de espíritus perversos al servicio de Satán).
Eso significa que el “enemigo” (o adversario) de Jesús, según Marcos, no es Roma (como imperio), ni los sacerdotes de Jerusalén (como institución religiosa), ni Herodes Antipas y los jerarcas de Galilea, sino Satán, a quien él presenta así, en su forma semita (cf. 3, 23-26; 4, 15; 8, 33) como fuerza y símbolo del mal (y no en su forma griega, que es Diabolos, como hace Mt 4, 1 y Lc 4, 2), cuyo poder se visibiliza y actúa en la enfermedad y la opresión del hombre. Pues bien, en ese contexto aparecerá Jesús, para liberar a los israelitas más pobres (más oprimidos) del poder de Satán que les domina.
El tema es bien tradicional, pero hay una novedad. En contra de Satán ya no combaten los ángeles del cielo, como en la apocalíptica judía (cf. 1 Henoc) y en el texto simbólico de Ap 12, 7, sino que lucha el hombre Jesús, desde en el principio del evangelio, y con él han de luchar sus discípulos a quienes él ofrecerá el poder de expulsar “daimonia”, es decir, los “espíritus” o poderes que están sometidos a Satán y son como “guerreros” al servicio de su reino (cf. 3, 15; 6, 13).
Según eso, desde el comienzo de su camino mesiánico, Jesús se enfrenta con Satán, y por eso ambos (Jesús y Satán) aparecen ya en este pasaje, como poderes que seguirán enfrentados a lo largo de todo el evangelio, de manera que podríamos decir que Satán es Anti-Cristo (el término aparece en 1 Jn 2,18.22; 4,3; 2 Jn 7), y Jesús es Anti-Satán. En esa línea podemos afirmar que Evangelio de Marcos (como en otro plano el Apocalipsis de Juan) es la crónica de la victoria de Jesus contra Satán, una victoria que se expresará en la “expulsión” de los demonios, como iremos viendo en el comentario.
Esta guerra de Jesús contra Satán puede compararse a la que entablan los esenios de Qumrán, según el Rollo de la Guerra (QM: Milhama), pero ellos la interpretan de una forma sacral, en línea de pureza, como batalla divina y angélica, donde el mismo Dios, con ejércitos celestes, vendrá en ayuda de los suyos, de forma que en ella no pueden combatir en el lado bueno los impuros, enfermos o manchados. Qumrán supone que ésta es una lucha de hombres de valor (jueces, oficiales, jefes de millares y centenas) y que, por eso, no caben en ella "contaminados, paralíticos, ciegos, sordos, mudos... porque los ángeles de la santidad están entre ellos" (Regla de la Congregación, 1QSa 2, 1-9; cf. Rollo del Templo, 1QT 45). Sólo en esa asamblea pura, sin enfermos y manchados, surgirá el Mesías, Hijo de Dios (1QSa 2, 12-22).
Pues bien, en contra de eso, Jesús no ha querido crear una comunidad de pureza, excluyendo de su “guerra” a los impuros, como en Qumrán, sino que ha hecho todo lo contrario: ha buscado provocadoramente a los “manchados”, es decir, a los que poseídos por espíritus impuros (akatharta) o demonios (cf. 1, 26-27; 3, 11. 30; 5, 2. 8.13; 7, 25; 9, 25), bajo el poder de Satán, para liberarles, recibiéndolos dentro de su grupo de Reino, y para luchar luego a favor de todos los poseídos de Satán. Eso significa que él no expulsa o excluye a los impuros, sino todo lo contrario: les busca y acoge, liberándoles de “aquel” (de aquello) que les tenía poseídos. Tampoco ha organizado una lucha militar, como los celotas, sino que ha creado una comunidad mesiánica partiendo de los marginados del sistema nacional judío, esperando y promoviendo así la llegada del Reino, que a su juicio vendrá en Jerusalén, como veremos en la segunda parte del evangelio. Sólo en ese contexto se entienden sus exorcismos como lucha contra el Diablo. Jesús ha buscado (y encontrado) a Dios entre aquellos a quienes la gente tomaba como abandonados de Dios (locos, posesos y enfermos). De esa forma ha desmilitarizado lo más militar (la batalla contra los enemigos del pueblo), iniciando su guerra anti-guerra a favor de los excluidos y rechazados de la sociedad, es decir, de aquellos que parecían dominados por Satán.
c. Ángeles y fieras.
En ese contexto ha de entenderse la “tentación” de Jesús, durante cuarenta días. Al contarla, Marcos está suponiendo que Jesús pudo haber sentido (o, mejor dicho, sintió) el riesgo de actuar como Satán, esclavizando a los hombres y mujeres de su entorno (como los escribas le acusan de hacer: cf. 3, 22). Pues bien, Jesús venció a Satán desde el principio, mientras que otros grupos judíos de aquel tiempo, como algunos escribas, familiares de Jesús y el mismo Roca, eran de hecho aliados de Satán o corrían el riesgo de serlo (3, 20-35; 8, 33).
Y estaba con las fieras. El texto parece suponer que Jesús se hallaba solo en el desierto, pero su soledad no era completa, pues se encontraba acompañado por «las fieras» (meta tôn thêriôn), mientras los ángeles le servían. Las fieras de este pasaje pueden entenderse de dos maneras, que se oponen, pero no son contradictorias.
(a) Esas fieras (thêria) con las que se encuentra Jesús pueden ser los animales salvajes a los que se refiere, con esa misma palabra, el libro del Génesis, cuando dice que Dios creó y que Adán dio nombre a las fieras (Gen 1, 24-25), es decir, las amansó y domesticó (2, 19). Jesús sería así como el Adán primero, habitante del antiguo paraíso, rodeado de animales, a los que daba nombre. Su lucha contra Satán formaría parte de una especie de retorno al Edén, como ha puesto de relieve la tradición israelita (cuando habla de la domesticación final de los animales, y del niño que habita al lado del oso y de la sierpe: cf. Is 11, 1-9) y más aún la tradición griega (cuando habla de Orfeo que domestica con su lira a las bestias del campo).
(b) Esas fieras Jesús pueden ser las “bestias satánicas”, como la serpiente de Gen 3, 1 (la más astuta de las fieras: thêriôn), que tienta a Eva/Adán, y, sobre todo, como las cuatro grandes fieras-bestias (thêria) de la tradición apocalíptica de Dan LXX 7, 3.7.17, contra las que luchará el mismo Dios, entronizando en su lugar al Hijo del Hombre. En esta perspectiva, que es a mi juicio la mejor, se sitúa el argumento de Marcos: Jesús no estuvo “con” animales del campo (en una visión idílica de vuelta al paraíso), sino que moró, a lo largo de su vida, entre las bestias apocalípticas, que para Dan 7 son los imperios anti-divinos y para Ap 13.17 los poderes satánicos que dominan sobre el mundo: el político-militar, que quiere ocupar el lugar de Dios, y el poder de la mentira del falso profeta.
Conforme a esta segunda visión, que nos sitúa en una línea que va de Daniel al Apocalipsis de Juan, se entiende mejor el evangelio, como texto apocalíptico, centrado en la lucha de Jesús contra Satán y sus “poderes”, las bestias destructoras de lo humano. De todas formas, a partir de aquí, a lo largo de su texto (a diferencia de Dan 7 y Ap 13. 17), Marcos no habla ya más de esas fieras, quizá porque a su juicio la lucha de Jesús en contra de ellas se expresa en sus exorcismos y en su camino de entrega de la vida y, además, porque esas “fieras” se identifican en el fondo con los poderes de opresión que dominan sobre este mundo. Sea como fuere, su evangelio ha de entenderse en esta perspectiva, como lucha de Dios contra los poderes satánicos que dominan a los hombres.
Y los ángeles le servían. Ellos no vienen, a modo de premio, cuando el Diablo se ha ido, al final de la prueba (como en Mt 4,11), sino que parecen estar allí desde el principio, enfrentados a Satán. En este contexto se pueden precisar mejor las acciones: Satán tienta (pone a prueba al hombre para destruirle); los ángeles, en cambio, sirven (diakonein), en gesto que se irá definiendo a lo largo del evangelio, hasta venir a convertirse en signo específico de Jesús, Hijo del hombre, que ha venido a servir, no a ser servido (l0, 45). Este servicio angélico puede entenderse a la luz de las dos líneas antes evocadas al hablar de las “fieras”.
(a) Los ángeles que sirven puede ser los querubines del primer paraíso, del que fueron expulsados Adán y Eva (cf. Gen 3, 23-24). Entendido así, el texto nos situaría ante una especie de paraíso ecológico, con Jesús entre fieras, servido por ángeles, como ha puesto de relieve la iconografía tradicional (y de manera más intensa algunos grupos cristianos, como los Testigos de Jehová). Superada la prueba de Satán, sobre un fondo de animales mansos, se elevaría el servicio angélico. En esta línea se podría citar además la versión del pecado que ofrece El Libro de Adán y Eva (recogida y popularizada en el Corán), donde se afirma que Dios mandó a los ángeles que sirvieran al hombre (que le adoraran como imagen divina). Algunos, dirigidos por Satán, se rebelaron, volviéndose así tentadores. Lógicamente, allí donde Jesús retorna al paraíso para iniciar el buen camino, enfrentándose a Satán, los buenos ángeles de Dios han de servirle.
(b) Pero es más probable que el texto aluda a los ángeles apocalípticos, que vendrán con el Hijo de Hombre (8, 38), a los que él enviará, como servidores suyos, para recoger a los elegidos de los cuatro confines del cosmos (13, 27). Servir a Jesús significa así ayudarle en su tarea escatológica. En ese contexto, los ángeles no se oponen ya directamente a Satán, sino a las fieras destructoras de Dan y ApJn que hemos señalado. Éste sería el esquema de fondo de la escena. (a) Por un lado estaría Dios con sus ángeles, sosteniendo a Jesús. (b) Por otro lado estaría Satán con sus fieras, luchando contra él. Jesús aparecería de esa forma en el centro de la gran lucha, como protagonista de la obra de Dios, combatido por las fieras, ayudado por los ángeles.
Ampliación. Mito angélico/demoníaco e historia evangélica. Por medio de este relato simbólico, con rasgos que pudieran parecernos míticos, Marcos ha logrado presentar un elemento clave de la identidad de Jesús, en el comienzo del evangelio, allí donde aparecen sus rasgos esenciales: en la raíz evangelio se halla la historia de Israel y su denuncia y promesa, centrada en el Bautista; allí está Dios Padre que le reconoce (engendra) y que le da su buen Espíritu; allí está, en fin, el mal espíritu, que es Satanás, y que le tienta para destruir su obra mesiánica.
Desde 1, 9-11 podíamos haber tenido el riesgo de tomar a Jesús como un superhombre ideal, alguien que viene de Dios, tiene su Espíritu, y no sufre, pero tampoco participa de verdad en la historia humana. Pues bien, en contra de eso, tras haber situado a Jesús en el final del camino israelita (1,1-8), Marcos ha querido enraizarle en el principio y en la meta de la historia humana, presentándole, por un lado, como el nuevo Adán que asume (y supera) la prueba de Satán y, por otro, como el Hijo del Hombre, que vence a las fieras de Satán con la ayuda de los “ángeles” (que estarán al fondo de todo lo que sigue, aunque no aparezcan externamente).
En esta perspectiva se iluminan ciertos rasgos del pasaje. Jesús ha de estar solo, como principio y compendio de la humanidad; no va con Juan Bautista, no se expande y divide en varón-mujer (como el Adán de Gn 2-3), ni dispone todavía de discípulos. Tiene que asumir él solo la prueba, iniciando así la nueva travesía de lo humano. Por eso se mantiene en el desierto, entre las fieras de Satán y los ángeles de Dios. Está a solas, pero el Espíritu de Dios que le ha “arrojado” al desierto de la prueba, le sostiene, en medio de la lucha que se entabla (y que él dirige) entre ángeles de Dios y fieras de Satán.
Satán y sus fieras están al fondo del relato, pero en el centro se eleva y actúa solamente Jesús, enfrentado a los poderes humanos pervertidos (ellos expresan lo satánico). Eso mismo ha de afirmarse, pero con más fuerza todavía, de los ángeles. Marcos apenas alude a ellos en la historia de Jesús y sólo vuelve a citarlos al final del gran drama, como servidores del juicio del Hijo del hombre (8,38; 13,27) y como ejemplo de una vida donde se supera el deseo posesivo del varón sobre la mujer (12,25). Ciertamente, ellos son muy poderosos, pero no pueden conocer la hora de Dios para los hombres (13,32). Finalmente (en contra de Mt 28,2), el revelador pascual de 16,1-8 es un joven celeste y no aparece expresamente como ángel (aunque puede suponerse que lo es).
Se pudiera pensar que este prólogo teológico (1, 1-13) tendría que expandirse luego en el relato mítico de una gran batalla (al estilo de Ap 12, 7-9) entre poderes sobrehumanos (como en una guerra de galaxias de tipo espiritual). Pero no ha sido así; Marcos ha evocado estos poderes, como en un espejo para que podamos mirarnos en ellos. Nos ha dicho qué es tentar (Satán) y qué es servir (ángeles), nos ha arraigado en el origen; pero luego, cuando llega la historia concreta, esos actores sobrenaturales desaparecen (o quedan velados), de manera que el protagonista del evangelio no es ya un ángel, sino el mismo que debe servir a sus discípulos y ellos servirse entre sí (cf. 10, 45).
Jesús sirve luchando contra Satán que se expresan de manera especial en los posesos (cf. 3, 22-30), aunque aparece también como "encarnado" en los poderes de violencia de este mundo, es decir, en aquellos que le matan. Significativamente, en la primera parte de Marcos (1, 1-8, 26) Jesús se opone a Satán de una manera expresa; pero luego (8, 27- 16, 8) Satán, en cuanto fuerza personificada, tiende a desaparecer y en su lugar emergen los poderes de este mundo y los discípulos satanizados (cf. 8, 31-33) que tientan a Jesús. De esta forma, en vez de un mito angélico, Marcos ha elaborado una historia evangélica: situado en el lugar de la gran prueba, superando el nivel de tentación (de imposición sobre los otros), Jesús ha desplegado su vida como servicio salvador. Por eso es nuevo Adán, ser humano verdadero.
En estos cuarenta días de prueba, que son signo de todo su tiempo mesiánico, hasta su muerte y pascua, Jesús no ha ido al desierto para allí evadirse sino para asumir, como Adán universal, el camino y los problemas de la historia humana. De esa forma muestra Marcos, en bella escena narrativa (que puede compararse a la Gen 2-3 y a otros relatos apocalípticos del tiempo), que Jesús es salvador universal, que ha condensado en su historia nuestra historia. En la historia de su vida se decide la trama de pecado y esperanza de todos los vivientes (incluidos ángeles y diablos). De esa manera, Marcos ha historizado el mito. Los referentes mitológicos estaban ahí (Satán, fieras, ángeles, pruebas…). Marcos las cita, pero los entiende y resitúa desde la historia del mensaje y vida de Jesús
Tras la presentación del Precursor (Juan Bautista) y la experiencia que sigue al Bautismo de Jesús (Dios le llama su Hijo, concediéndole su Espíritu), viene la escena de su enfrentamiento con Satán, el “adversario” de Dios. Entre Dios y Satán habitará Jesús, como Marcos lo ha fijado en este fascinante relato, que habla de Jesús, hablando de nosotros, también tentados.
He querido presentar este pasaje tomando algunas notas de un comentario de Marcos que estoy preparando. Las ofrezco aquí para lectores que tengan tiempo y deseo de entrar en la trama simbólica del evangelio de Marcos, de manera que puedan entender así mejor lo que ha supuesto el camino de Jesús (la tentación de Dios) y lo que implica nuestra propia tarea de cuaresma.
El texto de Marcos es muy simple, dos sencillas referencias. Y, sin embargo, evoca en clave apocalíptica (simbólica) los temas esenciales de la historia de la humanidad, que así puede entenderse como tiempo de prueba de Dios.
Texto Mc 1, 12-13
12 Y de pronto, el Espíritu lo expulsó al desierto;
13 y estaba en el desierto durante cuarenta días, siendo tentado por Satanás.
Y estaba con las fieras y los ángeles le servían
Lleno del Espíritu del Dios, que le ha llamado Hijo Querido, tras salir del agua del bautismo (superando así el nivel de conversión de Juan Bautista), Jesús debe asumir la tentación satánica, en un gesto donde se vinculan, en clave simbólica, los rasgos principales de la trama de Marcos, que presenta a Jesús entre fieras y ángeles. Éste es un relato anticipatorio, de tipo especular (un texto espejo) que permite comprender desde el principio lo que sigue. Es como si pudiéramos quitar por un momento los velos que ocultan la verdad de los personajes, para ver la identidad de cada uno.
a. Introducción. Jesús probado.
No es Hijo (ni ha recibido el Espíritu) para encerrarse y vivir en aislamiento, sino para extender la filiación, como indica el texto al afirmar que de pronto (euthys, 1, 12), el mismo Espíritu que había recibido le arrojó al desierto, que ya no es lugar de “metanoia” o conversión (como para el Bautista), sino de prueba mesiánica, signo de las dificultades y problemas que Jesús ha de vencer en su camino de Hijo de Dios, a lo largo de su vida, en lucha con Satanás.
Así lo dice este breve texto, construido a modo de parábola fundante, que proyecta sobre Jesús los cuarenta años de prueba de los israelitas de antaño en el desierto. Es posible que el autor ignore los motivos más concretos de la tentación, que aparecen en el documento Q (Lc 4 y Mt 4: pan, poder, milagro). Pero parece más probable suponer que Marcos no quiso introducirlos, aunque fueran conocidos y narrados en algunos ambientes, construyendo, en cambio, este relato que resulta necesario para entender su Evangelio, pues sirve para presentar a un personaje clave de su trama (Satán).
Ciertamente, Marcos ha comenzado hablando del Bautista como iniciador profético y ha descubierto a Dios como agente principal (trascendente), pero a fin de comprender la vida y obra de Jesús, él debe presentar también a Satanás como antagonista, acudiendo para ello a unos motivos importantes de su tradición israelita (y de la primera Iglesia).
Marcos ha querido presentar desde el principio a Satanás, para que se sepa quién ha sido (y está siendo) el antagonista real (siendo simbólico) de Jesús. Por otra parte, como irá mostrando el evangelio de Marcos, Satanás y/o los espíritus inmundos sólo actúan de manera expresa hasta un momento de la trama (dejamos de sentir a Satanás en 8,33 y a los espíritus malignos en 9,29). ¿A qué se debe? Probablemente al hecho de que Satanás es solamente un «indicador» de los poderes perversos que se adueñan de la humanidad. Por eso, cuando los seres humanos llegan a su maldad extrema (en los relatos del juicio de Jesús en Jerusalén y en los motivos centrales de su muerte), son ellos mismos y no Satanás ni sus demonios, los que tientan a Jesús.
Pero vengamos ya al pasaje. Tras la gran revelación que sigue al Bautismo, allí donde parece que Jesús (Hijo Querido) debería vencer toda oposición, sin dificultades, Marcos ha querido mostrar que su camino mesiánico, definido por el descenso del Espíritu y la palabra de Dios, estará marcado por la tentación y el conflicto. En un primer momento, este pasaje nos resulta extraño, con mezcla de fábula (presencia de fieras), de mito religioso (oponen ángeles y diablo) y de relato edificante (el héroe Jesús vence a Satanás).
Ciertamente hay esos y otros rasgos en el texto. Pero al estudiarlo con más detenimiento, descubrimos que ellos quedan de tal forma ensamblados que se integran en un tipo de unidad de oposición revelatoria, en cuyo centro está Jesús, entre ángeles y fieras, entre el Espíritu y Satán, en un espacio y tiempo muy especial (del desierto y los cuarenta días):
Desierto
ESPÍRITU → Ángeles → JESUS ← Fieras ←SATÁN
Cuarenta días
Y de pronto el Espíritu lo «expulsó» (1, 12). Se trata, sin duda, del Espíritu de Dios (santo), que él ha recibido tras el bautismo (1, 9; cf. 1, 8), que no le deja ya estar junto al río de la conversión (el Jordán, con el Bautista), sino que le “expulsa” (ekballei), como expulsó a Adán del paraíso (exeballen, con el mismo verbo: Gen 3, 24), para que habite así en el mundo de la prueba. Según Gen 2, 3, Dios había ofrecido a los hombres su Espíritu (aliento), haciéndoles capaces de vivir en sí mismos (de discernir y decidirse). Pues bien, ese mismo Espíritu de Dios “arroja” ahora a Jesús (le expulsa del lugar de una filiación que resolvería todos sus problemas) para llevarle al desierto de la prueba, de manera que él aparece como un “poseído” del Espíritu.
– El texto dice que le expulsó al Desierto (1, 12). Por exigencia de la tradición israelita, según el relato de Marcos, el lugar de prueba no es ya el paraíso (como en Gen 2-3), sino el desierto: espacio inhabitado, donde el hombre ha de moverse entre las fuerzas primigenias de la realidad. Este desierto donde el Espíritu expulsa a Jesús no es el de Juan, en 1, 4, junto al río del bautismo, sino el lugar de las “tentaciones y pruebas” de los israelitas, según el Pentateuco (en Éxodo, Números y Deuteronomio).
– Cuarenta días. Éstos son los días de su prueba (1, 13), reflejo y concreción de los cuarenta años de prueba del antiguo Israel. En algún sentido se puede añadir que ese desierto (espacio) y esos cuarenta días (tiempo) responden también al paraíso de Gen 2, que aparece así como lugar donde Jesús, nuevo Adán, invierte el antiguo pecado y despliega la verdad del ser humano. Jesús ha vuelto así al principio (los cuarenta días), para convocar, como Hijo de Dios y con la fuerza del Espíritu, la auténtica familia de Dios sobre la tierra. En ese principio de Jesús se encuentran incluidos sus seguidores.
Éste es el lugar donde Jesús asume la prueba que implica el ser Hijo de Dios (un ser humano). Significativamente, Marcos no dice que Jesús ayune (en contra de los paralelo de Mateo y Lucas), pues el ayuno es un signo propio de Juan Bautista (que comía langostas de estepa y miel silvestre), en el nivel del judaísmo antiguo. La prueba de Jesús consistirá en hallarse frente a frente con Satán, Tentador hecho persona, a lo largo de cuarenta días. Uno frente a otro se situarán los dos signos centrales de la vida: Jesús como principio de vida liberada, y Satanás, que es signo y causa de muerte.
b. En lucha con Satán.
Como he indicado ya, el texto afirma que estaba en el desierto cuarenta días y cuarenta noches (1, 13), días y noches que no son un tiempo que pasa y queda atrás, de manera que después ya no hará desierto, ni tentación, ni servicio (de ángeles), sino todo lo contrario: estos días (lo mismo que la palabra anterior de Dios: «tú eres mi Hijo») reflejan y explicitan una dimensión permanente del evangelio, expresando el sentido de conjunto de la vida mesiánica de Jesús.
− Siendo tentado. Como he dicho, a diferencia del Q (Lc 4 y Mt 4), Marcos no ha concretado las tentaciones, pero es evidente que está evocando la prueba original de Adán: Jesús, el Hijo de Dios, es el comienzo de una nueva humanidad que debe superar las pruebas de la vida mesiánica. Marcos no dice tampoco que Jesús ayune, para sentir al fin hambre y ser tentado (como Lc y Mt), sino que es tentado a lo largo de los cuarenta días y noches.
− Por Satán. El texto le presenta sin comentarios, como antagonista de Jesús, llamándole Satán, que significa el Tentador. La Biblia de Israel no posee una doctrina consecuente sobre Satán, pero le concibe básicamente como un tipo de fiscal (acusador, tentador) de la corte angélica de Dios (cf. Job 1-2; 1 Cron 21, 1; Zac 3, 1-2). Satán no es un dios perverso que se opone al Dios bueno (como suponen algunos dualismos, de origen quizá persa, que aparecen incluso en Qumrán). No es tampoco un ángel malo, creado así por Dios, sino que ha empezado siendo bueno (realizando funciones propias del mismo Dios), pero que, en un momento dado, por influjo del entorno religioso o por evolución de la experiencia israelita, se ha vuelto perverso.
En tiempos de Jesús no había surgido todavía en Israel una satanología unitaria, aceptada por todos, pero la vida de la mayoría de los judíos aparecía llena de “poderes” perversos, entre los que pueden distinguirse dos fundamentales.
(a) Por un lado está Satán (satanas: 1, 13; 3, 23.26; 4, 15; 8, 33), a quien la tradición del Q llama en griego ho diabolos (cf. Lc 4, 3. 6. 13), que puede significar “tentador” en general (como en Mc 8, 33). Este Satán es el “príncipe” de los demonios (cf. 3, 22), el que dirige el imperio del mal, un tipo de anti-dios.
(b) Por otro lado están los “espíritus impuros” (cf. 1, 26; 5, 8 etc.), que pueden concebirse también como “demonios” (daimonion/daimonia: 3, 15; 7, 26-30), bajo el poder de Satán. Pues bien, nuestro pasaje presenta a Jesús enfrentado con Satán, el Diablo (príncipe de los demonios), sobre quienes (y por quienes) ese Diablo impone su reinado.
Pues bien, en ese contexto, los israelitas identifican lo demoníaco con lo impuro (cf. Mc 3,11; 5,2; 7,25, etc.), es decir, con aquello que destruye al ser humano y le impide realizarse en plenitud. Es demoníaca la enfermedad, entendida como sujeción, impotencia, incapacidad de ver, andar, comunicarse. Es demoníaca en especial una especie de locura más o menos cercana a la epilepsia y/o la esquizofrenia, pues saca al hombre fuera de sí y le deja en manos de una especie de necesidad que le domina. Pues bien, Jesús abre el camino del reino ayudando a estos hombres, es decir, oponiéndose a Satán y haciendo posible que ellos «vivan» de manera autónoma, siendo ellos mimos, pensando por sí mismos. Esa ayuda no es un sencillo gesto higiénico, ni efecto de un puro humanismo bondadoso, sino una lucha fuerte contra el imperio de Satán (en griego Diabolos o Diablo), que se expresa en el poder de los demonios (que son como un ejército de espíritus perversos al servicio de Satán).
Eso significa que el “enemigo” (o adversario) de Jesús, según Marcos, no es Roma (como imperio), ni los sacerdotes de Jerusalén (como institución religiosa), ni Herodes Antipas y los jerarcas de Galilea, sino Satán, a quien él presenta así, en su forma semita (cf. 3, 23-26; 4, 15; 8, 33) como fuerza y símbolo del mal (y no en su forma griega, que es Diabolos, como hace Mt 4, 1 y Lc 4, 2), cuyo poder se visibiliza y actúa en la enfermedad y la opresión del hombre. Pues bien, en ese contexto aparecerá Jesús, para liberar a los israelitas más pobres (más oprimidos) del poder de Satán que les domina.
El tema es bien tradicional, pero hay una novedad. En contra de Satán ya no combaten los ángeles del cielo, como en la apocalíptica judía (cf. 1 Henoc) y en el texto simbólico de Ap 12, 7, sino que lucha el hombre Jesús, desde en el principio del evangelio, y con él han de luchar sus discípulos a quienes él ofrecerá el poder de expulsar “daimonia”, es decir, los “espíritus” o poderes que están sometidos a Satán y son como “guerreros” al servicio de su reino (cf. 3, 15; 6, 13).
Según eso, desde el comienzo de su camino mesiánico, Jesús se enfrenta con Satán, y por eso ambos (Jesús y Satán) aparecen ya en este pasaje, como poderes que seguirán enfrentados a lo largo de todo el evangelio, de manera que podríamos decir que Satán es Anti-Cristo (el término aparece en 1 Jn 2,18.22; 4,3; 2 Jn 7), y Jesús es Anti-Satán. En esa línea podemos afirmar que Evangelio de Marcos (como en otro plano el Apocalipsis de Juan) es la crónica de la victoria de Jesus contra Satán, una victoria que se expresará en la “expulsión” de los demonios, como iremos viendo en el comentario.
Esta guerra de Jesús contra Satán puede compararse a la que entablan los esenios de Qumrán, según el Rollo de la Guerra (QM: Milhama), pero ellos la interpretan de una forma sacral, en línea de pureza, como batalla divina y angélica, donde el mismo Dios, con ejércitos celestes, vendrá en ayuda de los suyos, de forma que en ella no pueden combatir en el lado bueno los impuros, enfermos o manchados. Qumrán supone que ésta es una lucha de hombres de valor (jueces, oficiales, jefes de millares y centenas) y que, por eso, no caben en ella "contaminados, paralíticos, ciegos, sordos, mudos... porque los ángeles de la santidad están entre ellos" (Regla de la Congregación, 1QSa 2, 1-9; cf. Rollo del Templo, 1QT 45). Sólo en esa asamblea pura, sin enfermos y manchados, surgirá el Mesías, Hijo de Dios (1QSa 2, 12-22).
Pues bien, en contra de eso, Jesús no ha querido crear una comunidad de pureza, excluyendo de su “guerra” a los impuros, como en Qumrán, sino que ha hecho todo lo contrario: ha buscado provocadoramente a los “manchados”, es decir, a los que poseídos por espíritus impuros (akatharta) o demonios (cf. 1, 26-27; 3, 11. 30; 5, 2. 8.13; 7, 25; 9, 25), bajo el poder de Satán, para liberarles, recibiéndolos dentro de su grupo de Reino, y para luchar luego a favor de todos los poseídos de Satán. Eso significa que él no expulsa o excluye a los impuros, sino todo lo contrario: les busca y acoge, liberándoles de “aquel” (de aquello) que les tenía poseídos. Tampoco ha organizado una lucha militar, como los celotas, sino que ha creado una comunidad mesiánica partiendo de los marginados del sistema nacional judío, esperando y promoviendo así la llegada del Reino, que a su juicio vendrá en Jerusalén, como veremos en la segunda parte del evangelio. Sólo en ese contexto se entienden sus exorcismos como lucha contra el Diablo. Jesús ha buscado (y encontrado) a Dios entre aquellos a quienes la gente tomaba como abandonados de Dios (locos, posesos y enfermos). De esa forma ha desmilitarizado lo más militar (la batalla contra los enemigos del pueblo), iniciando su guerra anti-guerra a favor de los excluidos y rechazados de la sociedad, es decir, de aquellos que parecían dominados por Satán.
c. Ángeles y fieras.
En ese contexto ha de entenderse la “tentación” de Jesús, durante cuarenta días. Al contarla, Marcos está suponiendo que Jesús pudo haber sentido (o, mejor dicho, sintió) el riesgo de actuar como Satán, esclavizando a los hombres y mujeres de su entorno (como los escribas le acusan de hacer: cf. 3, 22). Pues bien, Jesús venció a Satán desde el principio, mientras que otros grupos judíos de aquel tiempo, como algunos escribas, familiares de Jesús y el mismo Roca, eran de hecho aliados de Satán o corrían el riesgo de serlo (3, 20-35; 8, 33).
Y estaba con las fieras. El texto parece suponer que Jesús se hallaba solo en el desierto, pero su soledad no era completa, pues se encontraba acompañado por «las fieras» (meta tôn thêriôn), mientras los ángeles le servían. Las fieras de este pasaje pueden entenderse de dos maneras, que se oponen, pero no son contradictorias.
(a) Esas fieras (thêria) con las que se encuentra Jesús pueden ser los animales salvajes a los que se refiere, con esa misma palabra, el libro del Génesis, cuando dice que Dios creó y que Adán dio nombre a las fieras (Gen 1, 24-25), es decir, las amansó y domesticó (2, 19). Jesús sería así como el Adán primero, habitante del antiguo paraíso, rodeado de animales, a los que daba nombre. Su lucha contra Satán formaría parte de una especie de retorno al Edén, como ha puesto de relieve la tradición israelita (cuando habla de la domesticación final de los animales, y del niño que habita al lado del oso y de la sierpe: cf. Is 11, 1-9) y más aún la tradición griega (cuando habla de Orfeo que domestica con su lira a las bestias del campo).
(b) Esas fieras Jesús pueden ser las “bestias satánicas”, como la serpiente de Gen 3, 1 (la más astuta de las fieras: thêriôn), que tienta a Eva/Adán, y, sobre todo, como las cuatro grandes fieras-bestias (thêria) de la tradición apocalíptica de Dan LXX 7, 3.7.17, contra las que luchará el mismo Dios, entronizando en su lugar al Hijo del Hombre. En esta perspectiva, que es a mi juicio la mejor, se sitúa el argumento de Marcos: Jesús no estuvo “con” animales del campo (en una visión idílica de vuelta al paraíso), sino que moró, a lo largo de su vida, entre las bestias apocalípticas, que para Dan 7 son los imperios anti-divinos y para Ap 13.17 los poderes satánicos que dominan sobre el mundo: el político-militar, que quiere ocupar el lugar de Dios, y el poder de la mentira del falso profeta.
Conforme a esta segunda visión, que nos sitúa en una línea que va de Daniel al Apocalipsis de Juan, se entiende mejor el evangelio, como texto apocalíptico, centrado en la lucha de Jesús contra Satán y sus “poderes”, las bestias destructoras de lo humano. De todas formas, a partir de aquí, a lo largo de su texto (a diferencia de Dan 7 y Ap 13. 17), Marcos no habla ya más de esas fieras, quizá porque a su juicio la lucha de Jesús en contra de ellas se expresa en sus exorcismos y en su camino de entrega de la vida y, además, porque esas “fieras” se identifican en el fondo con los poderes de opresión que dominan sobre este mundo. Sea como fuere, su evangelio ha de entenderse en esta perspectiva, como lucha de Dios contra los poderes satánicos que dominan a los hombres.
Y los ángeles le servían. Ellos no vienen, a modo de premio, cuando el Diablo se ha ido, al final de la prueba (como en Mt 4,11), sino que parecen estar allí desde el principio, enfrentados a Satán. En este contexto se pueden precisar mejor las acciones: Satán tienta (pone a prueba al hombre para destruirle); los ángeles, en cambio, sirven (diakonein), en gesto que se irá definiendo a lo largo del evangelio, hasta venir a convertirse en signo específico de Jesús, Hijo del hombre, que ha venido a servir, no a ser servido (l0, 45). Este servicio angélico puede entenderse a la luz de las dos líneas antes evocadas al hablar de las “fieras”.
(a) Los ángeles que sirven puede ser los querubines del primer paraíso, del que fueron expulsados Adán y Eva (cf. Gen 3, 23-24). Entendido así, el texto nos situaría ante una especie de paraíso ecológico, con Jesús entre fieras, servido por ángeles, como ha puesto de relieve la iconografía tradicional (y de manera más intensa algunos grupos cristianos, como los Testigos de Jehová). Superada la prueba de Satán, sobre un fondo de animales mansos, se elevaría el servicio angélico. En esta línea se podría citar además la versión del pecado que ofrece El Libro de Adán y Eva (recogida y popularizada en el Corán), donde se afirma que Dios mandó a los ángeles que sirvieran al hombre (que le adoraran como imagen divina). Algunos, dirigidos por Satán, se rebelaron, volviéndose así tentadores. Lógicamente, allí donde Jesús retorna al paraíso para iniciar el buen camino, enfrentándose a Satán, los buenos ángeles de Dios han de servirle.
(b) Pero es más probable que el texto aluda a los ángeles apocalípticos, que vendrán con el Hijo de Hombre (8, 38), a los que él enviará, como servidores suyos, para recoger a los elegidos de los cuatro confines del cosmos (13, 27). Servir a Jesús significa así ayudarle en su tarea escatológica. En ese contexto, los ángeles no se oponen ya directamente a Satán, sino a las fieras destructoras de Dan y ApJn que hemos señalado. Éste sería el esquema de fondo de la escena. (a) Por un lado estaría Dios con sus ángeles, sosteniendo a Jesús. (b) Por otro lado estaría Satán con sus fieras, luchando contra él. Jesús aparecería de esa forma en el centro de la gran lucha, como protagonista de la obra de Dios, combatido por las fieras, ayudado por los ángeles.
Ampliación. Mito angélico/demoníaco e historia evangélica. Por medio de este relato simbólico, con rasgos que pudieran parecernos míticos, Marcos ha logrado presentar un elemento clave de la identidad de Jesús, en el comienzo del evangelio, allí donde aparecen sus rasgos esenciales: en la raíz evangelio se halla la historia de Israel y su denuncia y promesa, centrada en el Bautista; allí está Dios Padre que le reconoce (engendra) y que le da su buen Espíritu; allí está, en fin, el mal espíritu, que es Satanás, y que le tienta para destruir su obra mesiánica.
Desde 1, 9-11 podíamos haber tenido el riesgo de tomar a Jesús como un superhombre ideal, alguien que viene de Dios, tiene su Espíritu, y no sufre, pero tampoco participa de verdad en la historia humana. Pues bien, en contra de eso, tras haber situado a Jesús en el final del camino israelita (1,1-8), Marcos ha querido enraizarle en el principio y en la meta de la historia humana, presentándole, por un lado, como el nuevo Adán que asume (y supera) la prueba de Satán y, por otro, como el Hijo del Hombre, que vence a las fieras de Satán con la ayuda de los “ángeles” (que estarán al fondo de todo lo que sigue, aunque no aparezcan externamente).
En esta perspectiva se iluminan ciertos rasgos del pasaje. Jesús ha de estar solo, como principio y compendio de la humanidad; no va con Juan Bautista, no se expande y divide en varón-mujer (como el Adán de Gn 2-3), ni dispone todavía de discípulos. Tiene que asumir él solo la prueba, iniciando así la nueva travesía de lo humano. Por eso se mantiene en el desierto, entre las fieras de Satán y los ángeles de Dios. Está a solas, pero el Espíritu de Dios que le ha “arrojado” al desierto de la prueba, le sostiene, en medio de la lucha que se entabla (y que él dirige) entre ángeles de Dios y fieras de Satán.
Satán y sus fieras están al fondo del relato, pero en el centro se eleva y actúa solamente Jesús, enfrentado a los poderes humanos pervertidos (ellos expresan lo satánico). Eso mismo ha de afirmarse, pero con más fuerza todavía, de los ángeles. Marcos apenas alude a ellos en la historia de Jesús y sólo vuelve a citarlos al final del gran drama, como servidores del juicio del Hijo del hombre (8,38; 13,27) y como ejemplo de una vida donde se supera el deseo posesivo del varón sobre la mujer (12,25). Ciertamente, ellos son muy poderosos, pero no pueden conocer la hora de Dios para los hombres (13,32). Finalmente (en contra de Mt 28,2), el revelador pascual de 16,1-8 es un joven celeste y no aparece expresamente como ángel (aunque puede suponerse que lo es).
Se pudiera pensar que este prólogo teológico (1, 1-13) tendría que expandirse luego en el relato mítico de una gran batalla (al estilo de Ap 12, 7-9) entre poderes sobrehumanos (como en una guerra de galaxias de tipo espiritual). Pero no ha sido así; Marcos ha evocado estos poderes, como en un espejo para que podamos mirarnos en ellos. Nos ha dicho qué es tentar (Satán) y qué es servir (ángeles), nos ha arraigado en el origen; pero luego, cuando llega la historia concreta, esos actores sobrenaturales desaparecen (o quedan velados), de manera que el protagonista del evangelio no es ya un ángel, sino el mismo que debe servir a sus discípulos y ellos servirse entre sí (cf. 10, 45).
Jesús sirve luchando contra Satán que se expresan de manera especial en los posesos (cf. 3, 22-30), aunque aparece también como "encarnado" en los poderes de violencia de este mundo, es decir, en aquellos que le matan. Significativamente, en la primera parte de Marcos (1, 1-8, 26) Jesús se opone a Satán de una manera expresa; pero luego (8, 27- 16, 8) Satán, en cuanto fuerza personificada, tiende a desaparecer y en su lugar emergen los poderes de este mundo y los discípulos satanizados (cf. 8, 31-33) que tientan a Jesús. De esta forma, en vez de un mito angélico, Marcos ha elaborado una historia evangélica: situado en el lugar de la gran prueba, superando el nivel de tentación (de imposición sobre los otros), Jesús ha desplegado su vida como servicio salvador. Por eso es nuevo Adán, ser humano verdadero.
En estos cuarenta días de prueba, que son signo de todo su tiempo mesiánico, hasta su muerte y pascua, Jesús no ha ido al desierto para allí evadirse sino para asumir, como Adán universal, el camino y los problemas de la historia humana. De esa forma muestra Marcos, en bella escena narrativa (que puede compararse a la Gen 2-3 y a otros relatos apocalípticos del tiempo), que Jesús es salvador universal, que ha condensado en su historia nuestra historia. En la historia de su vida se decide la trama de pecado y esperanza de todos los vivientes (incluidos ángeles y diablos). De esa manera, Marcos ha historizado el mito. Los referentes mitológicos estaban ahí (Satán, fieras, ángeles, pruebas…). Marcos las cita, pero los entiende y resitúa desde la historia del mensaje y vida de Jesús
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