No se nos ocurrirá blandir el “¡ya lo habíamos avisado!”. Ante todo somos una sola humanidad hermanada ahora más que nunca en el dolor, unida también para explorar nuevos futuros, nuevas y colectivas sendas, ahora sí por fin junto al sol, junto al aire, junto a las mareas y la Vida.
No se nos ocurrirá hacernos los “sabidos”, pues hay 180 héroes que seguramente sí creyeron en la energía nuclear y ahora están entregando su vida para salvar las de muchos otros.
Ya hay un antes y un después de Fukushima. La central siniestrada despide vapores y lecciones con pareja presión. Primero el alarde de esos casi dos centenares de valientes que se saben con limitadas posibilidades de respirar mañana. Junto a ello el ejemplo mundial de equilibrio y de paz en el alma de toda esta nación ante la acumulación de desastres.
Pero además Japón ha colocado el mayor interrogante a la civilización materialista en todos los tiempos. Somos uno con este pueblo fuerte, sereno que se ha prestado, ahora y entonces (1945), para tan definitivas lecciones. Japón y sus tsunamis y sus reactores dañados, Japón y sus nubes invisibles y su tragedia imprevista nos invitan a volver a empezar, a olvidarnos de muchos patrones que hasta ayer regían nuestros destinos.
Antes del debate crucial del tipo de energía, será preciso plantearnos previa y seriamente el sentido de tanta de esa energía, de tantos productos, movimientos y servicios que para nada sirven al humano. Una vez apartadas las mil y un cosas que sólo nos alienan, que sólo nos alejan de nosotros mismos; una vez abandonado todo lo prescindible, iremos a la búsqueda de energías nobles, cercanas, amables, sencillas, autogestionadas, duraderas…
Nunca jamás esas tumbas gigantes con el apoteosis en sus entrañas, esos enormes complejos blindados amenazando toda la vida, nunca más ese enemigo fantasma que mata al por mayor, esa radiactividad letal que se crea, pero que no se destruye. Ya no más desunir lo que la Naturaleza, Dios, el Origen…, el nombre es lo de menos, ha cohesionado. Lo importante es concluir que hay una sabiduría suprema inmanente a todo lo creado que nos invita a mantener unido el ente último: el átomo.
No, no lo habíamos avisado, quien esté libre de pecado del consumo innecesario, tire la primera piedra. No, no lo sabíamos, pero ahora ante la magnitud del desastre nuclear, sí que hemos aprendido para siempre.
Aprestémonos a apagar las centrales, media vuelta de llave a todas las plantas. Adiós a la energía nuclear, pero también “off” a la concepción de la vida como carrera de consumo de cosas, de supuestos bienes que sólo nos sumen en un embaucador espejismo.
No, no lo sabíamos, pero ahora que asistimos a la precariedad de lo antes incuestionable, ahora que se derrumban los sistemas de seguridad en las centrales y de pensamiento imperante en los media, ahora que ha llegado la hora que nadie quería, ahora que con máscaras y gruesos trajes se renueva el desigual combate contra la nada, ahora sí atendamos al llamado urgente de los ancianos, sabios y profetas:
“Debemos cerrar todas las plantas nucleares porque representan la caja de Pandora llamada ‘fuerza atómica” que nunca deberíamos haber abierto” (Masaru Emoto desde Tokio),
“La historia de Japón ha entrado en una nueva fase… Reincidir es la peor de las traiciones al recuerdo de las víctimas.” (Kenzaburo Oé)
Queremos el sol que suave, puntual asoma ya en esta latente primavera. Queremos sus caricias en nuestros rostros, su energía para iluminar estas pantallas y su calor para calentar nuestros baños.
Queremos el aire y sus molinos de las mil y un vueltas, que alientan y renuevan la vida de las comunidades rurales y ecoaldeas desde sus colinas.
Queremos las olas y su potencia desperdigada en la arena, queremos jugar con ellas, desafiarlas cuando explotan, sumergirnos en su furia renovadora.
Las queremos también amigas animando motores, vehículos, sana, noble y pequeña industria...
El dolor grande en la nación hermana del sol naciente acerca ya sus primeras recompensas de enseñanza y de luz. Mañana avancen las olas de puntillas, dejen sus avisos sin necesidad de asaltar las costas y truncar futuros. Plasmen en la arena lecciones indelebles sin arramblar con todo. No tenga que vibrar de nuevo así la tierra, para que la humanidad retome el camino de lo sencillo, de lo hermoso, de lo bello.
Koldo Aldai
www.artegoxo.org
No se nos ocurrirá hacernos los “sabidos”, pues hay 180 héroes que seguramente sí creyeron en la energía nuclear y ahora están entregando su vida para salvar las de muchos otros.
Ya hay un antes y un después de Fukushima. La central siniestrada despide vapores y lecciones con pareja presión. Primero el alarde de esos casi dos centenares de valientes que se saben con limitadas posibilidades de respirar mañana. Junto a ello el ejemplo mundial de equilibrio y de paz en el alma de toda esta nación ante la acumulación de desastres.
Pero además Japón ha colocado el mayor interrogante a la civilización materialista en todos los tiempos. Somos uno con este pueblo fuerte, sereno que se ha prestado, ahora y entonces (1945), para tan definitivas lecciones. Japón y sus tsunamis y sus reactores dañados, Japón y sus nubes invisibles y su tragedia imprevista nos invitan a volver a empezar, a olvidarnos de muchos patrones que hasta ayer regían nuestros destinos.
Antes del debate crucial del tipo de energía, será preciso plantearnos previa y seriamente el sentido de tanta de esa energía, de tantos productos, movimientos y servicios que para nada sirven al humano. Una vez apartadas las mil y un cosas que sólo nos alienan, que sólo nos alejan de nosotros mismos; una vez abandonado todo lo prescindible, iremos a la búsqueda de energías nobles, cercanas, amables, sencillas, autogestionadas, duraderas…
Nunca jamás esas tumbas gigantes con el apoteosis en sus entrañas, esos enormes complejos blindados amenazando toda la vida, nunca más ese enemigo fantasma que mata al por mayor, esa radiactividad letal que se crea, pero que no se destruye. Ya no más desunir lo que la Naturaleza, Dios, el Origen…, el nombre es lo de menos, ha cohesionado. Lo importante es concluir que hay una sabiduría suprema inmanente a todo lo creado que nos invita a mantener unido el ente último: el átomo.
No, no lo habíamos avisado, quien esté libre de pecado del consumo innecesario, tire la primera piedra. No, no lo sabíamos, pero ahora ante la magnitud del desastre nuclear, sí que hemos aprendido para siempre.
Aprestémonos a apagar las centrales, media vuelta de llave a todas las plantas. Adiós a la energía nuclear, pero también “off” a la concepción de la vida como carrera de consumo de cosas, de supuestos bienes que sólo nos sumen en un embaucador espejismo.
No, no lo sabíamos, pero ahora que asistimos a la precariedad de lo antes incuestionable, ahora que se derrumban los sistemas de seguridad en las centrales y de pensamiento imperante en los media, ahora que ha llegado la hora que nadie quería, ahora que con máscaras y gruesos trajes se renueva el desigual combate contra la nada, ahora sí atendamos al llamado urgente de los ancianos, sabios y profetas:
“Debemos cerrar todas las plantas nucleares porque representan la caja de Pandora llamada ‘fuerza atómica” que nunca deberíamos haber abierto” (Masaru Emoto desde Tokio),
“La historia de Japón ha entrado en una nueva fase… Reincidir es la peor de las traiciones al recuerdo de las víctimas.” (Kenzaburo Oé)
Queremos el sol que suave, puntual asoma ya en esta latente primavera. Queremos sus caricias en nuestros rostros, su energía para iluminar estas pantallas y su calor para calentar nuestros baños.
Queremos el aire y sus molinos de las mil y un vueltas, que alientan y renuevan la vida de las comunidades rurales y ecoaldeas desde sus colinas.
Queremos las olas y su potencia desperdigada en la arena, queremos jugar con ellas, desafiarlas cuando explotan, sumergirnos en su furia renovadora.
Las queremos también amigas animando motores, vehículos, sana, noble y pequeña industria...
El dolor grande en la nación hermana del sol naciente acerca ya sus primeras recompensas de enseñanza y de luz. Mañana avancen las olas de puntillas, dejen sus avisos sin necesidad de asaltar las costas y truncar futuros. Plasmen en la arena lecciones indelebles sin arramblar con todo. No tenga que vibrar de nuevo así la tierra, para que la humanidad retome el camino de lo sencillo, de lo hermoso, de lo bello.
Koldo Aldai
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