Alguien ha dicho que el ateísmo que nos amenaza realmente en estos tiempos es «el ateísmo de la insinceridad».
No nos atrevemos ya a plantearnos con seriedad las preguntas fundamentales en las que Dios nos puede salir al encuentro.
Por lo general, el hombre actual no tiene coraje para preguntarse de dónde viene y a dónde va, quién es y qué debe hacer en el breve tiempo que va entre el nacimiento y la muerte.
Estas preguntas no encuentran ya respuesta alguna. Más aún. La inmensa mayoría ni se las plantea.
Son muchos los que dicen no encontrar un sentido a la vida. ¿No sería más exacto decir que han perdido la capacidad de buscar sentido a la vida?
Debajo de muchas actitudes de autosuficiencia, superficialidad o pasotismo, se esconde, con mucha frecuencia, un hombre que no tiene valor para bajar con sinceridad a lo más hondo de su ser.
Es más fácil buscar satisfacciones inmediatas que enfrentarse responsablemente a la vida. Más fácil instalarse cómodamente en la seguridad que aspirar a vivir sinceramente como hombre hasta las últimas consecuencias.
¿No encuentra aquí una de sus raíces más profundas el ateísmo de muchos de nuestros contemporáneos? «Ser religioso significa preguntar apasionadamente por el sentido de la vida y estar abierto a una respuesta, aún cuando nos haga vacilar profundamente». Cuando falta esta búsqueda honrada, comienza uno a deslizarse hacia el ateísmo.
Según el célebre neurólogo V. Frankl, fundador de la logoterapia, «un hombre que ha perdido el sentido de la vida, la razón de existir, aunque sea sano psíquicamente, está espiritualmente enfermo». Quizás, una de nuestras primeras tareas sea la de reconocer que muchas de nuestras incoherencias, contradicciones y conflictos internos tienen su origen en nuestra incapacidad de buscar sinceramente la luz.
Podríamos decir más. Hay cegueras profundas en nosotros que sólo pueden ser curadas si sabemos abrirnos con humilde sinceridad a ese Jesús que es luz venida al mundo «para que los que no ven, vean, y los que ven, no vean».
Jesucristo siempre será para todos los seres humanos una llamada al deber y al coraje de ser veraces y sinceros en la existencia. Hay una luz capaz de iluminarnos. El hombre puede rehuirla, pero al hacerlo, reduce el mundo a su propia oscuridad.
No nos atrevemos ya a plantearnos con seriedad las preguntas fundamentales en las que Dios nos puede salir al encuentro.
Por lo general, el hombre actual no tiene coraje para preguntarse de dónde viene y a dónde va, quién es y qué debe hacer en el breve tiempo que va entre el nacimiento y la muerte.
Estas preguntas no encuentran ya respuesta alguna. Más aún. La inmensa mayoría ni se las plantea.
Son muchos los que dicen no encontrar un sentido a la vida. ¿No sería más exacto decir que han perdido la capacidad de buscar sentido a la vida?
Debajo de muchas actitudes de autosuficiencia, superficialidad o pasotismo, se esconde, con mucha frecuencia, un hombre que no tiene valor para bajar con sinceridad a lo más hondo de su ser.
Es más fácil buscar satisfacciones inmediatas que enfrentarse responsablemente a la vida. Más fácil instalarse cómodamente en la seguridad que aspirar a vivir sinceramente como hombre hasta las últimas consecuencias.
¿No encuentra aquí una de sus raíces más profundas el ateísmo de muchos de nuestros contemporáneos? «Ser religioso significa preguntar apasionadamente por el sentido de la vida y estar abierto a una respuesta, aún cuando nos haga vacilar profundamente». Cuando falta esta búsqueda honrada, comienza uno a deslizarse hacia el ateísmo.
Según el célebre neurólogo V. Frankl, fundador de la logoterapia, «un hombre que ha perdido el sentido de la vida, la razón de existir, aunque sea sano psíquicamente, está espiritualmente enfermo». Quizás, una de nuestras primeras tareas sea la de reconocer que muchas de nuestras incoherencias, contradicciones y conflictos internos tienen su origen en nuestra incapacidad de buscar sinceramente la luz.
Podríamos decir más. Hay cegueras profundas en nosotros que sólo pueden ser curadas si sabemos abrirnos con humilde sinceridad a ese Jesús que es luz venida al mundo «para que los que no ven, vean, y los que ven, no vean».
Jesucristo siempre será para todos los seres humanos una llamada al deber y al coraje de ser veraces y sinceros en la existencia. Hay una luz capaz de iluminarnos. El hombre puede rehuirla, pero al hacerlo, reduce el mundo a su propia oscuridad.
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