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sábado, 16 de abril de 2011

Asno del Pacto de Siquem, Borriquillo del Cristo de Ramos (con J. Ratzinger)


Publicado por El Blog de X. Pikaza

He comentado la Entrada de Jesús en Jerusalén, a lomos de un asno de paz, y en ese contexto he presentado el grafito palatino del Asno Crucificado. El tema ha suscitado algún interés en curiosos y amigos del saber. A ellos quiero dedicar esta continuación, que consta de dos partes. (a) El signo del asno en la Biblia y en su contexto (que yo mismo esbozaré). (b) Una reflexión apasionada sobre el Asno de Jesús (en J. Ratzinger, Jesús de Nazaret II, recién aparecido). A todos, buena víspera de Ramos, el día de la Borriquilla, que sale en procesión en miles de pueblos del mundo católico (En la imagen: el Asno de oro de Apuleyo, Según Machiavelli, con la Dama ansiosa).

A. DODECÁLOGO DEL ASNO EN LA BIBLIA Y SU CONTEXTO.
Es un signo poderoso, que no voy a desarrollar, a pesar de que tengo el esquema de un alumno que quiso hacer conmigo su tesina de Biblia sobre el tema. Simplemente ofrezco los títulos de una reflexión que podría extenderse para gozo de estudiosos de la cultura humana, en la línea de la Biblia.
1. Onagro, animal de libertad.
En el fondo de la Biblia, en varios salmos y en las referencia a personajes indómitos de estepa (como Ismael) aparece la imagen del onagro, asno salvaje, que trota poderoso por la estepa, como signo de vida en libertad no domada.
2. Hijos de Hamor, asno del pacto
El asno domesticado fue en diversos pueblos signo de alianza entre tribus y naciones. Así lo fue especialmente en Siquem, la ciudad de Hamor (en hebreo asno), según los relatos de Jacob y dina, en Génesis. Los siquemitas y otros pueblos del entorno (hijos del mítico hamor) sacrificaban un asno y pasaban por sus dos mitades muertas (antes de ofrecerla a Dios sobre el fuego y comerlas), para hacer pacto de paz. Esa historia impresionante del asno del pacto está en el fondo de los antepasados siquemitas de Israel, la primera de sus ciudades sagradas. En el relato del pacto de Abrahán (Gen 15) se ha sustituido el asno por el novillo, quizá porque los nuevos israelitas yahvistas no quisieron adorar al asno.
3. Patriarcas y jueces, levitas y campesinos, montados en asno
El asno aparece en multitud de historia de AT, vinculadas en principio a los patriarcas (hombres del asno domesticado y de carga, no del camello, domesticado más tarde). En asno cabalgan al principio de Israel todo tipo de personajes, los cuarenta hijos de los jueces, los levitas que van de santuario a santuario… El asno será para ellos signo máximo de humanidad ((frente a los caballos de guerra de los duros cananeos ricos, que Salomón quiso controlar más tarde)).
4 Asno sabio (Burra de Balam)
En este contexto se entiende la historia del asno sabio de Balam, vidente que quiere maldecir a los israelitas... El vidente (de ojos abiertos...) no sabe ver, no descubre el secreto de la historia... Pero su asno atento se para y le habla... El asno sabio, al que muchos desprecian por tonto... Un asno más sabio que todos los sabios ortodoxos del mundo, como el antiguo Balam, profeta/sacerdotes, al que su amo le quiere dictar las palabras que debe decir contra el pueblo de Dios.
5. Asno de paz, signo mesiánico
Por eso, como ayer cité comentando Mc 11, algunos de los grandes profetas como Zacarías vincularon al Mesías de Dios con un Ano de Paz, que entrará en Jerusalén, llevando a sus lomos al Príncipe de Dios. Frente a los carros y caballos ricos, de guerreros y nobles, el asno del pueblo de la tierra es el signo del futuro de Dios.
6. Asno del Templo
Una de las historias más fatídicas del entorno de Israel ha signo el Signo de un Asno al que adorarían los judíos en la Cámara Vacía (Santo de los Santos) del templo de Jerusalén. Se sabe que esa Cámara Santa, donde nadie ha entrado, suscitaba la admiración y curiosidad de los vecinos sirios, griegos y romanos… Desde antiguo, los críticos de Israel dijeron que los judíos adoraban en secreto a un Asno de Grandes Orejas, al que alimentaban en el Secreto del Templo. Esa historia ha corrido y se ha popularizo en los viejos ambientes antisemitas de la Antigüedad… Ella está en el fondo de mitos y aquelarres de Asnos y Machos Cabríos de brujas, que alimentan la fantasía de escritores y pintores hasta Goya (por lo menos). Este insulto del asno contra el templo de Jerusalén tiene que hacernos pensar sobre la ambigüedad de la vida y sobre el riesgo de un misterio que no logra mantenerse libre de la crítica y del odio de otros.
7. Asno de Jesús
Lo he destacado en el comentario de ayer. Lo veremos hoy, en palabras del Papa Benedicto, que vincula Asno de Paz y Mula Real de Salomón, de una forma que algunos quizá no verán con todo agrado.
8. Apocalipsis 19, de nuevo el Caballo
Significativamente, el Apocalipsis de Jn no vuelve al Asno de Alianza y de Paz, como alguien podría esperar, sino al Caballo fatídico y triunfador. (a) Pone por un lado el signo de los cuatro caballos y jinetes de la muerte (Ap 6), que han cautivado la imaginación de orantes y pintores como Durero. (b) Y pone por otro lado el Caballo Blanco del Jinete Mesias que aparecen en Ap 19, venciendo y triunfando de la muerte.
9. Asno crucificado del Palatino
En ese contexto, al final del largo recorrido, encontramos el Asno Crucificado del Grafito del Palatino de Roma, pintado por un soldado (si aquello era pared de cuartel) por un estudiante (si era muro de escuela). Ese grafito nos dice mucho sobre los temas de fondo de la controversia entre cristianos y no cristianos… Era entonces como una “procesión atea” (mejor que atea anticristiana) que nadie podía prohibir.
10. Asno de Oro de Apuleyo
En una de las historias más densas de la antigüedad greco-romano, encontramos el Asno de las Metamorfosis de Apuleyo… El mago ingenuo, el vulgar comerciante sin hondura humana y religiosa, queda convertido en asno de burla y de feria y así vaga a lo largo y a lo ancho del imperio, con verga enhiesta, siendo objeto de deseo de damas de la alta sociedad corrompida del momento… hasta que Isis, la diosa buena, lo convierte de nuevo en un humano. Esta conversión del asno en hombre piadoso está en el fondo de los deseos de una humanidad sagrada que terminará convirtiéndose al cristianismo.
11. Asno literario de Sancho, Platero…
La literatura mundial, y de un modo específico la hispana, está llena de asnos literarios, cuyo sentido sería bueno recoger. Está el asno de Sancho, real, casi humano, frente al Rocinante de su amo… Y está sobre todo Platero, al que Juan Ramón vio trotar por las tierras vecina del mar, en Andalucía.
12. El hermano asno (Francisco de Asís)
Mi infancia está poblada con la imagen de una película sobre un Asno enfermo al que llevan a la tumba de San Francisco, que es el único que puede curarle. En esa línea se sitúa toda la experiencia del hombre/cuerpo como hermano asno humilde y glorificado... Esto nos llevaría a los místicos, amigos del Asno real (en contra de las fantasías espiritualistas...) y a los belenes con asno y/o mula, con buey y ovejas. Un Belén sin burro no tiene sentido.
2. EN ASNO DE JESÚS EN J. RATZINGER, JESÚS DE NAZARET II (MADRID 2011, PÁGS. 13-20)
((No voy a buscar la palabra original alemana o italiana. En castellano, el traductor prefiere pollino (y aún borriquillo, palabra casi litúrgica, pues en las procesiones de Ramos se suele hablar de “borriquilla”). Quien haya seguido mi post de ayer verá que la lectura de J. Ratzinger no es exactamente igual que la mía; disiento de ella en algunos puntos, aunque escribí lo mío antes de haber leído lo suyo. Pero debo confesar que lo que dice Ratzinger me parece muy, muy interesante. Estamos ante un Papa sorprendente, que en algunos de sus gestos resulta hierático y distante, mientras que en otros baja a la calle de la discusión exegética, como seguiré viendo mañana. Esto es lo dice el Papa sobre el borrico de Jesús el día de su entrada en Jerusalén)):
Los preparativos que Jesús dispone con sus discípulos hacen crecer esta expectativa. Jesús llega al Monte de los Olivos desde Betfagé y Betania, por donde se esperaba la entrada delMesías. Manda por delante a dos discípulos, diciéndoles que encontrarían un borrico atado, un pollino, que nadie había montado. Tienen que desatarlo y llevárselo; si alguien les pregunta elporqué, han de responder: «El Señor lo necesita» (Mc 11,3; Lc 19,31).
Los discípulos encuentran el borrico, se les pregunta —como estaba previsto— por el derecho que tienen para llevárselo, responden como se les había ordenado y cumplen con el encargo recibido. Así, Jesús entra en la ciudad montado en un borrico prestado, que inmediatamente después evolverá a su dueño.
Todo esto puede parecer más bien irrelevante para el lector de hoy, pero para los judíos contemporáneos de Jesús está cargado de referencias misteriosas. En cada uno de los detalles está presente el tema de la realeza y sus promesas. Jesús reivindica el derecho del rey a requisar medios de transporte, un derecho conocido en toda la antigüedad (cf. Pesch, Markusevangelium, II, p. 180).
El hecho de que se trate de un animal sobre el que nadie ha montado todavía remite también a un derecho real. Y, sobre todo, se hace alusión a ciertas palabras del Antiguo Testamento que dan a todo el episodio un sentido más profundo.
En primer lugar, las palabras de Génesis 49,10s, la bendición de Jacob, en las que se asigna a Judá el cetro, el bastón de mando, que no le será quitado de sus rodillas «hasta que llegue aquel a quien le pertenece y a quien los pueblos deben obediencia». Sc dice de Él que ata su borriquillo a la vid (49,11).Por tanto, el borrico atado hace referencia al que tiene que venir, al cual «los pueblos deben obediencia».
Más importante aún es Zacarías 9,9, el texto que Mateo y Juan citan explícitamente para hacer comprender el «Domingo de Ramos»: «Decid a la hija de Sión: mira a tu rey, que viene a ti humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila» (Mt 21,5;cf. Za 9,9; Jn 12,15).Ya hemos reflexionado ampliamente sobre el sentido de estas palabras del profeta para comprender la figura de Jesús al comentar la bienaventuranza de los humildes, de los mansos (cf. primera parte, pp. 108-112). Él es un rey que rompe los arcos de guerra, un rey de la paz y un rey de la sencillez, un rey de los pobres. Y hemos visto, en fin, que gobierna un reino que se extiende demar a mar y abarca toda la tierra (cf. ibíd., p. 109); esto nos ha recordado el nuevo reino universal de Jesús que, en las comunidades de la fracción del pan, es decir, en la comunión con Jesucristo, se extiende de mar a mar como reino de su paz (cf. ibíd., p. 112).
Todo esto no podía verse entonces, pero lo que, oculto en la visión profética, había sido apenas vislumbrado desde lejos, resulta evidente en retrospectiva.
Por ahora retengamos esto: Jesús reivindica, de hecho, un derecho regio. Quiere que se entienda su camino y su actuación sobre la base de las promesas del Antiguo Testamento, que se hacen realidad en Él. El Antiguo Testamento habla de Él, y viceversa: Él actúa y vive de la Palabra de Dios, no según sus propios programas y deseos. Su exigencia se funda en la obediencia a los mandatos del Padre. Sus pasos son un caminar por la senda de la Palabra de Dios.
Al mismo tiempo, la referencia a Zacarías 9,9 excluye una interpretación «zelote» de la realeza: Jesús no se apoya en la violencia, no emprende una insurrección militar contra Roma. Su poder es de carácter diferente: eside en la pobreza de Dios, en la paz de Dios, que Él considera el único poder salvador.
Volvamos al desarrollo de la narración. Cuando se lleva el borrico a Jesús, ocurre algo inesperado: los discípulos echan sus mantos encima del borrico; mientras Mateo (21,7) y Marcos (11,7) dicen simplemente que «Jesús se montó», Lucas escribe: «Y le ayudaron a montar» (19,35). Ésta es la expresión usada en el Primer Libro de los Reyes cuando narra el
acceso de Salomón al trono de David, su padre. Allí se lee que el rey David ordena al sacerdote Zadoc, al profeta Natán y a Benaías: «Tomad con vosotros los veteranos de vuestro señor, montad a mi hijo Salomón sobre mi propia mula y bajadle a Guijón. El sacerdote Zadoc y el profeta Natán lo ungirán allí como rey de Israel...» (1,33s).
También el echar los mantos tiene su sentido en la realeza de Israel (cf. 2 R 9,13). Lo que hacen los discípulos es un gesto de entronización en la tradición de la realeza davídica y, así, también en la esperanza mesiánica que se ha desarrollado a partir de ella. Los peregrinos que han venido con Jesús a Jerusalén se dejan contagiar por el entusiasmo de los discípulos; ahora alfombran con sus mantos el camino por donde pasa. Cortan ramas de los árboles y gritan palabras del Salmo 118, palabras de oración de la liturgia de los peregrinos de Israel que en sus labios se convierten en una proclamación mesiánica: «¡Hosanna, bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (Mc 11,9s; cf. Sal 118,25s).
Esta aclamación la han transmitido los cuatro evangelistas, aunque con sus variantes específicas. Estas diferencias no son irrelevantes para la historia de la transmisión y la visión teológica de cada uno de los evangelistas, pero no es necesario que nos ocupemos aquí de ellas. ratamos solamente de comprender las líneas esenciales de fondo, teniendo en cuenta, además, que la liturgia cristiana ha acogido este saludo, interpretándolo a la luz de la fe pascual de la Iglesia.
Ante todo, aparece la exclamación: «¡Hosanna!». Originalmente, ésta era una expresión de súplica, como: «¡Ayúdanos!». En el séptimo día de la fiesta de las Tiendas, los sacerdotes, dando siete vueltas en torno al altar del incienso, la repetían monótonamente para implorar la lluvia. Pero, así como la fiesta de las Tiendas se transformó de fiesta de súplica en una fiesta de alegría, la súplica se convirtió cada vez más en una exclamación de júbilo (cf. Lohse, ThWNT, IX, p. 682).
La palabra había probablemente asumido también un sentido mesiánico ya en los tiempos de Jesús. Así, podemos reconocer en la exclamación «¡Hosanna!» una expresión de múltiples sentimientos, tanto de los peregrinos que venían con Jesús como de sus discípulos: una alabanza jubilosa a Dios en el momento de aquella entrada; la esperanza de que hubiera llegado la hora del Mesías, y al mismo tiempo la petición de que fuera instaurado de nuevo el reino de David y, con ello, el reinado de Dios sobre Israel.
La palabra siguiente del Salmo 118, «bendito el que viene en el nombre del Señor», perteneció en un primer tiempo, como se ha dicho, a la liturgia de Israel para los peregrinos y con ella se los saludaba a la entrada de la ciudad o del templo. Lo demuestra también la segunda parte del versículo: «Os bendecimos desde la casa del Señor». Era una bendición que los sacerdotes dirigían y casi imponían sobre los peregrinos a su llegada. Pero con el tiempo la expresión «que viene en el nombre del Señor» había adquirido un sentido mesiánico. Más aún, se había convertido incluso en la denominación de Aquel que había sido prometido por Dios. De este modo, de una bendición para los peregrinos la expresión se transformó en una alabanza a Jesús, al que se saluda como al que viene en nombre de Dios, como el Esperado y el Anunciado por todas las promesas.
La referencia específicamente davídica, que se encuentra solamente en el texto de Marcos, nos presenta tal vez en su modo más originario la expectativa de los peregrinos en aquellos momentos. Lucas, que escribe para los cristianos procedentes del paganismo, ha omitido completamente el «Hosanna» y la referencia a David, reemplazándola con una exclamación
que alude a la Navidad: «¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!» (19,38; cf. 2,14). De los tres Evangelios sinópticos, pero también de Juan, se deduce claramente que la escena del homenaje mesiánico a Jesús tuvo lugar al entrar en la ciudad, y que sus protagonistas no fueron los habitantes de Jerusalén, sino los que acompañaban a Jesús entrando con Él en la Ciudad Santa.
Mateo lo da a entender de la manera más explícita, añadiendo después de la narración del Hosanna dirigido a Jesús, hijo de David, el comentario: «Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: "¿Quién es éste?". La gente que venía con él decía: "Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea"» (21,10s). El paralelismo con el relato de los Magos de riente es evidente. Tampoco entonces se sabía nada en la ciudad de Jerusalén sobre el rey de los judíos que acababa de nacer; esta noticia había dejado a Jerusalén «trastornada» (Mt 2,3). Ahora se «alborota»: Mateo usa la palabra eseísthe (seíö), que expresa el estremecimiento causado por un terremoto.
Algo se había oído hablar del profeta que venía de Nazaret, pero no parecía tener ninguna relevancia para Jerusalén, no era conocido. La multitud que homenajeaba a Jesús en la periferia de la ciudad no es la misma que pediría después su crucifixión. En esta doble noticia sobre el no reconocimiento de Jesús —una actitud de indiferencia y de inquietud a la vez—, hay ya una cierta alusión a la tragedia de la ciudad, que Jesús había anunciado repetidamente, y de modo más explícito en su discurso escatológico.
Pero en Mateo hay también otro texto importante, exclusivamente suyo, sobre la acogida de Jesús en la Ciudad Santa. Después de la purificación del templo, algunos niños repiten en el templo las palabras del homenaje a Jesús: «¡Hosanna al hijo de David!» (21,15). Jesús defiende la aclamación de los niños ante los «sumos sacerdotes y los escribas» haciendo referencia al Salmo 8,3: «De la boca de los niños y de los que aún maman has sacado una alabanza».
Volveremos de nuevo sobre esta escena en la reflexión sobre la purificación del templo. Tratemos aquí de comprender lo que Jesús ha querido decir con la referencia al Salmo 8, una alusión con la cual ha abierto una vasta perspectiva histórico-salvífica.
Lo que quería decir resulta muy claro si recordamos el episodio sobre los niños presentados a Jesús «para que los tocara», descrito por todos los evangelistas sinópticos. Contra la resistencia de los discípulos, que quieren defenderlo frente a esta intromisión, Jesús llama a los niños, les impone las manos y los bendice. Y explica luego este gesto diciendo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él» (Mc 10,13-15).
Los niños son para Jesús el ejemplo por excelencia de ese ser pequeño ante Dios que es necesario para poder pasar por el «ojo de una aguja», a lo que hace referencia el relato del joven rico en el pasaje que sigue inmediatamente después (Mc 10,17-27).
Poco antes había ocurrido el episodio en el que Jesús reaccionó a la discusión sobre quién era el más importante entre los discípulos poniendo en medio a un niño, y abrazándole dijo: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí» (Mc 9,33-37). Jesús se identifica con el niño, Él mismo se ha hecho pequeño. Como Hijo, no hace nada por sí mismo, sino que actúa totalmente a partir del Padre y de cara a Él (etc. etc.)

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