Esta noche la Iglesia celebra el acontecimiento fundamental y fundante de su fe, que está en el origen y en la base de todo, la más maravillosa de las acciones de Dios en favor del género humano: la Resurrección de Cristo. La Vigilia Pascual es la más importante de todas las celebraciones del año. De ahí que comience con un solemne pregón que proclama que estamos ante una noche santa, noche de gracia, “noche dichosa en que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino”. La lecturas litúrgicas ofrecen un recorrido por las diferentes etapas de la historia de la salvación. La primera de estas etapas es la creación del ser humano a imagen de Dios; la palabra poderosa de Dios está en el origen del cosmos y del hombre, un mundo bueno y un ser humano llamado a ser el interlocutor de Dios, su amigo privilegiado. Continúa luego narrando la gesta de Dios, que libra a su pueblo de las cadenas de la esclavitud y le regala una tierra que mana lecha y miel, tierra de fraternidad, tierra de Dios. Esta historia culmina en la resurrección de Cristo, signo del gran amor de Dios a la humanidad y garantía de vida plena y feliz para todos los que siguen el camino que con Cristo se ha abierto a la humanidad.
1. Los centros de interés del sábado santo: es el día del silencio de Dios.
El pueblo de Israel:
Ha reducido al silencio y a la muerte a su Mesías verdadero. este es el centro del drama de Israel. Guarda silencio, sumido en las tinieblas. El pueblo de la promesa, de la revelación de Dios y de la esperanza, descansa en el silencio y en la oscuridad. Ha rechazado la oferta de salvación. Situación dramática y trágica de Israel: ¿cuál es su destino? (Romanos 9-11)
El mundo y la humanidad:
Está ajena al acontecimiento pero es la destinataria del mismo. El mundo acaba de recibir el don más grande de Dios: la donación total de la vida del Mesías, del único que puede dar sentido a su historia. Dios mantiene su oferta amorosa de salvación: "Tanto amó Dios al mundo..."
Los Apóstoles:
Profundo desconcierto: a siete de ellos, dirigidos por Pedro y por el Discípulo Amado, los encontrará Jesús de nuevo en Galilea entregados a su primitiva tarea (Jn 21). El Pastor vuelve a reunir al grupo de su Apóstoles. Dos de los discípulos huyen, decepcionados, de Jerusalén y los encuentra Jesús por el camino (Lucas 24,13-35). Esperaban, pero no ha sucedido lo esperado.
María, la creyente, la probada, la Virgen Fiel, espera en silencio y en calma.
Se ha culminado su recio, curtido y probado camino de fe y de fidelidad. Ella, la única lámpara encendida en Israel, espera y aguarda en silencio cargado de dramatismo y seguridad."Dichosa tú que has creído, porque...". "Ellos no comprendieron (Lc 2,42ss), pero María no cesó de "darle vueltas" en su corazón". "Más bien dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen".
Jesús mismo:
"Descendió a los infiernos" (=Sheol judío o Hades griego; el mundo de los muertos, pero no infierno en el sentido de separación eterna de Dios). Jesús desciende al Sheol para culminar la salvación despojando al enemigo de la vida y del hombre de su poder sobre el hombre. Algunos testimonios bíblicos nos permiten entender esta misión de Jesús en el Sheol:
Apocalipsis 1,17-18: "No temas; yo soy el primero y el último; yo soy el que vive. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo en mi poder las llaves de la muerte y del abismo".
Hebreos 2,14-18: "Pues como los hijos participan en la sangre y en la carne, de igual manera Él participó en las mismas, para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, el diablo, y librar a aquellos que por el temor de la muerte estaban toda la vida sujetos a servidumbre"
El Sábado Santo es un día cargado de sentido. Es el momento de la espera ante el gran acontecimiento de la Resurrección. Es urgente que los creyentes profundicemos en este sentido y en este contenido del Sábado Santo. Nuestro mundo se debate entre duros interrogantes. Dios tiene la respuesta y la da a los hombres en su propio Hijos Jesús.
Esta noche celebramos que, en contra de todas las apariencias, Dios siempre tiene la última y definitiva palabra. Y esta palabra es el amor. Dios ama al ser humano. En la resurrección de Cristo el amor de Dios se manifiesta mucho más poderoso que el pecado del mundo. El pecado del mundo consiste en rechazar a Dios y en rechazar al ser humano, creado a imagen de Dios. Este pecado encuentra su culminación en la crucifixión de Cristo, el enviado de Dios, que se identifica con los más pobres y necesitados de los humanos y les anuncia un Reino en el que encontrarán saciedad y alegría. Pues bien, al resucitar a este Jesús, rechazado por aquellos que no quisieron escuchar su palabra y no acogieron su llamada a la conversión, Dios manifiesta que es más poderoso que todas las muertes, que su voluntad de amor termina cumpliéndose a pesar de todos los obstáculos y rechazos. La muerte no tiene dominio sobre Jesús, porque los que tienen a Dios con ellos tienen el poder de vencer a la muerte.
Nosotros celebramos este acontecimiento salvador reunidos como comunidad de fe. Aquí, en medio de esta asamblea, se hace presente Cristo resucitado. Con una presencia real, pero no material. Confesar la resurrección de Cristo sólo puede hacerse desde la fe. Una fe que, como dice Tomás de Aquino, anticipa la vida eterna en nosotros. Pero la fe la tenemos nosotros, en este mundo, mientras que los bienes futuros que esperamos, la vida divina, siguen siendo futuros. Nosotros sólo los poseemos sacramentalmente y en la fe, como en una especie de pregustación, no como una posesión plena y definitiva.
De ahí que esta sea una noche especialmente sacramental, en la que la Pascua de Cristo se hace presente en los dos sacramentos principales que construyen la Iglesia, el bautismo y la eucaristía. Cristo resucitado viene esta noche a cada uno de nosotros por medio de estos sacramentos, que contienen la vida eterna de Dios, pero no son la plenitud de esta vida. Así se explica que, junto con la pregustación de la vida eterna, seguimos experimentando las arideces y dificultades de la vida en este mundo.
En esta línea me parecen de suma actualidad las palabras del ángel que anuncia la resurrección a las mujeres, palabras que luego repite Jesús resucitado cuando se encuentra con ellas: “no tengáis miedo”. ¿Cuál es el miedo que puede dar la resurrección de Jesús? La de encontrarnos solos en nuestra tarea cotidiana en el mundo, sin la esperada presencia de Dios que parecen prometer los consuelos espirituales. Esta noche todos estamos felices, porque estamos convencidos de que Cristo ha resucitado y que por medio de su Espíritu dinamiza nuestras vidas con el poder de su resurrección. Por eso, sentimos con fuerza su llamada a vivir en el amor y en el perdón, su llamada a trabajar por un mundo más justo en el que se encuentren ya fragmentos de su presencia vivificadora.
Pero, terminada la celebración, más de una vez experimentaremos el silencio y la lejanía de Dios. ¿No es extraño que en el tiempo pascual el cristiano experimente la dureza de la vida? Cristo ha resucitado, pero nosotros seguimos siendo peregrinos en un mundo difícil que esconde cruces por todas partes. Cuando lleguen las dificultades corremos el riesgo de preguntar dónde está Dios, y el poder de su resurrección, y la fuerza de su Espíritu. Para estos momentos son estas palabras que hemos escuchado esta noche: no tengáis miedo. Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Estoy con vosotros a pesar de mi aparente silencio, a pesar de la dureza de la vida, a pesar de las decepciones y de los fracasos.
No tengáis miedo, hay que seguir adelante. Cada vez que os levantáis de vuestras caídas, cada vez que continuáis a pesar de vuestro cansancio, ahí está la prueba de mi presencia, que vence el miedo, el cansancio, la debilidad. Porque la resurrección de Cristo se vive hoy en la debilidad de la Iglesia y en la debilidad de nuestra vida. A Cristo resucitado le encontramos hoy, como entonces, “en Galilea”, o sea, en lo cotidiano de la vida, en el trabajo habitual, en el esfuerzo por construir ya el Reino de Dios, en la vida familiar. Allí estoy yo, nos dice, “allí me veréis”, allí está el poder de mi resurrección que os acompaña siempre.
Fray Martín Gelabert Ballester
Convento de San Vicente Ferrer (Valencia)
Convento de San Vicente Ferrer (Valencia)
Comentario Bíblico
1. Los centros de interés del sábado santo: es el día del silencio de Dios.
El pueblo de Israel:
Ha reducido al silencio y a la muerte a su Mesías verdadero. este es el centro del drama de Israel. Guarda silencio, sumido en las tinieblas. El pueblo de la promesa, de la revelación de Dios y de la esperanza, descansa en el silencio y en la oscuridad. Ha rechazado la oferta de salvación. Situación dramática y trágica de Israel: ¿cuál es su destino? (Romanos 9-11)
El mundo y la humanidad:
Está ajena al acontecimiento pero es la destinataria del mismo. El mundo acaba de recibir el don más grande de Dios: la donación total de la vida del Mesías, del único que puede dar sentido a su historia. Dios mantiene su oferta amorosa de salvación: "Tanto amó Dios al mundo..."
Los Apóstoles:
Profundo desconcierto: a siete de ellos, dirigidos por Pedro y por el Discípulo Amado, los encontrará Jesús de nuevo en Galilea entregados a su primitiva tarea (Jn 21). El Pastor vuelve a reunir al grupo de su Apóstoles. Dos de los discípulos huyen, decepcionados, de Jerusalén y los encuentra Jesús por el camino (Lucas 24,13-35). Esperaban, pero no ha sucedido lo esperado.
María, la creyente, la probada, la Virgen Fiel, espera en silencio y en calma.
Se ha culminado su recio, curtido y probado camino de fe y de fidelidad. Ella, la única lámpara encendida en Israel, espera y aguarda en silencio cargado de dramatismo y seguridad."Dichosa tú que has creído, porque...". "Ellos no comprendieron (Lc 2,42ss), pero María no cesó de "darle vueltas" en su corazón". "Más bien dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen".
Jesús mismo:
"Descendió a los infiernos" (=Sheol judío o Hades griego; el mundo de los muertos, pero no infierno en el sentido de separación eterna de Dios). Jesús desciende al Sheol para culminar la salvación despojando al enemigo de la vida y del hombre de su poder sobre el hombre. Algunos testimonios bíblicos nos permiten entender esta misión de Jesús en el Sheol:
Apocalipsis 1,17-18: "No temas; yo soy el primero y el último; yo soy el que vive. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo en mi poder las llaves de la muerte y del abismo".
Hebreos 2,14-18: "Pues como los hijos participan en la sangre y en la carne, de igual manera Él participó en las mismas, para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, el diablo, y librar a aquellos que por el temor de la muerte estaban toda la vida sujetos a servidumbre"
El Sábado Santo es un día cargado de sentido. Es el momento de la espera ante el gran acontecimiento de la Resurrección. Es urgente que los creyentes profundicemos en este sentido y en este contenido del Sábado Santo. Nuestro mundo se debate entre duros interrogantes. Dios tiene la respuesta y la da a los hombres en su propio Hijos Jesús.
Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)
Pautas para la Homilía
Esta noche celebramos que, en contra de todas las apariencias, Dios siempre tiene la última y definitiva palabra. Y esta palabra es el amor. Dios ama al ser humano. En la resurrección de Cristo el amor de Dios se manifiesta mucho más poderoso que el pecado del mundo. El pecado del mundo consiste en rechazar a Dios y en rechazar al ser humano, creado a imagen de Dios. Este pecado encuentra su culminación en la crucifixión de Cristo, el enviado de Dios, que se identifica con los más pobres y necesitados de los humanos y les anuncia un Reino en el que encontrarán saciedad y alegría. Pues bien, al resucitar a este Jesús, rechazado por aquellos que no quisieron escuchar su palabra y no acogieron su llamada a la conversión, Dios manifiesta que es más poderoso que todas las muertes, que su voluntad de amor termina cumpliéndose a pesar de todos los obstáculos y rechazos. La muerte no tiene dominio sobre Jesús, porque los que tienen a Dios con ellos tienen el poder de vencer a la muerte.
Nosotros celebramos este acontecimiento salvador reunidos como comunidad de fe. Aquí, en medio de esta asamblea, se hace presente Cristo resucitado. Con una presencia real, pero no material. Confesar la resurrección de Cristo sólo puede hacerse desde la fe. Una fe que, como dice Tomás de Aquino, anticipa la vida eterna en nosotros. Pero la fe la tenemos nosotros, en este mundo, mientras que los bienes futuros que esperamos, la vida divina, siguen siendo futuros. Nosotros sólo los poseemos sacramentalmente y en la fe, como en una especie de pregustación, no como una posesión plena y definitiva.
De ahí que esta sea una noche especialmente sacramental, en la que la Pascua de Cristo se hace presente en los dos sacramentos principales que construyen la Iglesia, el bautismo y la eucaristía. Cristo resucitado viene esta noche a cada uno de nosotros por medio de estos sacramentos, que contienen la vida eterna de Dios, pero no son la plenitud de esta vida. Así se explica que, junto con la pregustación de la vida eterna, seguimos experimentando las arideces y dificultades de la vida en este mundo.
En esta línea me parecen de suma actualidad las palabras del ángel que anuncia la resurrección a las mujeres, palabras que luego repite Jesús resucitado cuando se encuentra con ellas: “no tengáis miedo”. ¿Cuál es el miedo que puede dar la resurrección de Jesús? La de encontrarnos solos en nuestra tarea cotidiana en el mundo, sin la esperada presencia de Dios que parecen prometer los consuelos espirituales. Esta noche todos estamos felices, porque estamos convencidos de que Cristo ha resucitado y que por medio de su Espíritu dinamiza nuestras vidas con el poder de su resurrección. Por eso, sentimos con fuerza su llamada a vivir en el amor y en el perdón, su llamada a trabajar por un mundo más justo en el que se encuentren ya fragmentos de su presencia vivificadora.
Pero, terminada la celebración, más de una vez experimentaremos el silencio y la lejanía de Dios. ¿No es extraño que en el tiempo pascual el cristiano experimente la dureza de la vida? Cristo ha resucitado, pero nosotros seguimos siendo peregrinos en un mundo difícil que esconde cruces por todas partes. Cuando lleguen las dificultades corremos el riesgo de preguntar dónde está Dios, y el poder de su resurrección, y la fuerza de su Espíritu. Para estos momentos son estas palabras que hemos escuchado esta noche: no tengáis miedo. Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Estoy con vosotros a pesar de mi aparente silencio, a pesar de la dureza de la vida, a pesar de las decepciones y de los fracasos.
No tengáis miedo, hay que seguir adelante. Cada vez que os levantáis de vuestras caídas, cada vez que continuáis a pesar de vuestro cansancio, ahí está la prueba de mi presencia, que vence el miedo, el cansancio, la debilidad. Porque la resurrección de Cristo se vive hoy en la debilidad de la Iglesia y en la debilidad de nuestra vida. A Cristo resucitado le encontramos hoy, como entonces, “en Galilea”, o sea, en lo cotidiano de la vida, en el trabajo habitual, en el esfuerzo por construir ya el Reino de Dios, en la vida familiar. Allí estoy yo, nos dice, “allí me veréis”, allí está el poder de mi resurrección que os acompaña siempre.
Fray Martín Gelabert Ballester
Convento de San Vicente Ferrer (Valencia)
Convento de San Vicente Ferrer (Valencia)
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