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sábado, 30 de abril de 2011

Dom 1 V 11. Jesús resucitado: Oficio de consolar



San Ignacio de Loyola dijo, en un lugar famoso: «Mirar el oficio de consolar que Cristo Nuestro Señor trae, comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros» (Ejercicios, 224)
Esta cita famosa guiará mi trabajo de síntesis bíblica, de tipo meditativo, para este Domingo de la Octava de Pascua. En la línea de la cuarta semana de los Ejercicios, iré repasando y comentando aquellos textos donde el evangelio presenta a Jesús resucitado en forma de consolador o amigo entrañable (1).
El mismo Ignacio de Loyola afirma en otro lugar que Jesús resucitado se apareció primero «a la Virgen María, lo cual, aunque no se diga en la Escritura, se tiene por dicho en decir que apareció a tantos otros; porque la Escritura supone que tenemos entendimiento, como está escrito: '¿También vosotros estáis sin entendimiento?'» (Ejercicios, 299; cf. Lc 24,25).
Sin duda, aquí se supone que Jesús ha venido a consolar a su madre, como añadirá santa Teresa de Jesús: «Díjome [Jesús] que en resucitando había visto a Nuestra Señora... y que había estado mucho con ella, porque había sido menester, hasta consolarla» (Cuentas de conciencia, 13.a, 12).
Conforme a una larga tradición oriental, el mismo Ángel de la Anunciación (cf. Lc 1,26-38) volvió como Ángel de Pascua: «Así como el adviento [de Jesús], también el gozo de su resurrección fue anunciado a su Madre antes que a los demás, por medio del mismo ángel Gabriel...» (así lo dicen, entre otros, Jorge de Nicomedia, siglo IX, y Gregorio Pálamas, siglo XIV).
Sobre ese fondo se entiende la más bella oración pascual mariana:
«Reina del cielo, alégrate, aleluya,
porque el Señor a quien has merecido llevar, aleluya,
ha resucitado, según su palabra, aleluya.
Ruega al Señor por nosotros, aleluya»
Ha sido y sigue siendo perfectamente legítima esta condensación mariana de la experiencia pascual, aunque en ella se atribuyen a María, madre de Jesús, palabras y gestos que la tradición evangélica ha visto más relacionados con María Magdalena y con el resto de los testigos de la pascual. Tanto Jn 19,25-27 como Hch 1,13-14 (y en otra perspectiva Mc 16,1) suponen que la madre ha visto a Jesús resucitado, pero no han desarrollado ese motivo. Tampoco nosotros lo haremos, sino que estudiaremos la figura de Jesús Consolador en el conjunto del evangelio.
LAS MUJERES EN EL SEPULCRO (MC 16,1-8 Y MT28, 1-10)
El evangelio primitivo de Marcos (que acaba en Mc 16,8) ha silenciado misteriosamente ese motivo del consuelo pascual de las mujeres. Es muy probable que lo conociera: fueron las mujeres al sepulcro, la mañana de pascua, y encontraron la losa corrida; el mismo Cristo se mostró y les dijo: «He resucitado» Pero él, por fidelidad a su visión de la historia cristiana, hacia el año 70, ha preferido omitirlo: las mujeres del perfume inútil, llegando a la tumba vacía, sólo escuchan el anuncio de un joven celeste:
«¡Ha resucitado! Id a Galilea, donde le veréis».
Pero ellas no cumplen el mandato, huyen con miedo, quedan presas de su propio desconcierto y no se atreven a dejarlo todo (Jerusalén, las tradiciones del viejo judaísmo), para encontrar al nuevo Cristo pascual de la dicha en la tierra del evangelio (cf. Mc 16,1-8). Así acaba el texto de Marcos, como enigma no resuelto, como pascua incompleta de unas mujeres miedosas (3).
La pascua de estas mujeres se define como miedo extático. Les domina un terror grande: quieren a Jesús, buscan su tumba, pero no saben descubrirlo y disfrutarlo vivo en la tierra de la pascua. Siguen vinculadas a la vieja Jerusalén, a las tradiciones de un judeocristianismo hecho de leyes y observancias cúlticas, privilegios sacrales y seguridades de familia. No son capaces de dejar todo lo viejo y de buscar al Resucitado en la tierra prometida de su evangelio, en la libertad de Galilea, abierta en amor hacia todos los pueblos de la tierra.
Estas tres mujeres misteriosas de Mc 16,1-8, en el umbral de la iglesia, siguen siendo el signo más fuerte del dilema pascual mostrando que sólo pueden contemplar a Jesús y acoger su consuelo aquellos/as que siguen hasta el fin su camino de muerte, subiendo al Calvario y superando las sacralidades antiguas (jerarquías nacionales, dignidades oficiales). Según Mc 16,8, ellas no han dado todavía ese paso, no han gozado de la pascua, no han muerto al mundo viejo.
Pues bien, releyendo los mismos datos desde su nueva experiencia eclesial y reescribiendo la historia de Marcos, pasados unos años, hacia el 80 d.C., Mateo ha corregido esa visión, afirmando que las mujeres han cumplido la palabra de Jesús y le han visto, recibiendo el consuelo de su pascua. Tras escuchar al joven celeste (Ángel de Dios: cf. Mt 28,1-7), dejan la tumba vacía para buscar a los discípulos, siendo encontradas por el mismo Jesús Consolador en el camino:
«Y he aquí que Jesús salió a su encuentro diciendo: '¡Alegraos!' Ellas, acercándose, tomaron sus pies y le adoraron. Entonces Jesús les dijo: 'No temáis; id y anunciad...'» (Mt 28,8-10).
Han dejado el miedo del sepulcro, no se cierran a llorar sobre la tumba ni se quedan en Jerusalén, sino que quieren llegar a Galilea. Saben así que el evangelio no es piedad de cementerio ni culto ofrecido al recuerdo de los muertos. Por eso lo dejan todo y buscan a los viejos amigos de Jesús, para llevarles el mensaje de dicha de su pascua. Precisamente entonces, Jesús sale a su encuentro para darles su mayor consuelo: «¡Alegraos!» (khairete!).
El ángel de la anunciación había dicho a la madre de Jesús: ¡Khaire, kelharitomene! (alégrate, agraciada: Lc 1, 28).
El mismo Jesús resucitado dice ahora a las mujeres (entre las que está su madre, conforme a la lectura más probable de Mc 16,1; Mt 28,14): ¡Khairete!, alegraos, agraciadas. Ha terminado el luto y tristeza de la tierra. Nace en fuerte gozo esta primera iglesia de mujeres (las primeras cristianas), que responden echándose a su pies, en gesto de cariño cercano (le agarran, le acarician) y fuerte reverencia (le adoran). Es como si quisieran aferrarse a los pies de Jesús: que no se marche nunca, que no las deje solas. Ellas necesitan la cercanía de su cuerpo glorioso y amigo. No les hace falta perfume de tumba (cf. Mc 16,1), pues todo Jesús es perfume. No quieren ya ninguna otra cosa; le quieren a él, le tocan y le adoran.
El Jesús del consuelo pascual no se deja apresar o detener para siempre en el mundo. Ciertamente, acepta el cariño de las mujeres y lo aumenta diciendo: «¡No temáis!» (mê phobeisthe!). Les ha dicho antes que se alegren; ahora añade que venzan el temor y se abran al futuro, realizando su tarea de discípulas cristianas. No hay reproche, no hay palabra de condena. Todo es amor austero y fuerte entre el Jesús pascual y estas mujeres, antes miedosas, que habían estado demasiado tiempo sin el amigo, traídas y llevadas por un mundo de violencia dominado por varones. Pero, al fin, quiere y debe separarse de ellas, confiándoles la más alta misión de la tierra: ellas han de hacerse testigos de la pascua, reuniendo a los dispersos, animando a los desanimados y caminando con ellos hasta el monte de Galilea, para iniciar allí el camino de la Iglesia.
La tradición posterior ha destacado la función de los varones, portadores «oficiales» de la palabra y la celebración de pascua. Pero en el principio las cosas fueron diferentes: el primer apostolado y consuelo de pascua vino a realizarse a través de estas mujeres, en la fuente de agua viva y primera de la Iglesia. Ellas continúan ofreciendo el consuelo de Jesús y nos conducen a su encuentro en Galilea. Nosotros, cristianos del siglo xx, seguimos apoyados en su experiencia: sólo con ellas podremos subir de nuevo a la montaña de la nueva revelación (cf. Mt 28,16-20), superando, como ellas hicieron, las seguridades de muerte de la vieja Jerusalén. En el camino que lleva de Mc 16,1-8 (las mujeres huyen) a Mt 28 (las mujeres van y encuentran a Jesús) se contiene todo el misterio y tarea de la pascua (de la vida de la Iglesia) (5)
EL GRAN CONSUELO: MARÍA MAGDALENA (JN 20,11-18)
En ella ha condensado Juan la función de las mujeres de Mc 16,1-8 y Mt 28. Estaba acompañada en la cruz (Jn 19,25-27), pero en la pascua se queda sola. Ha ido al sepulcro, lo ha encontrado abierto y ha comunicado su hallazgo a los varones (cf. Jn 20,1-10). Ellos se van, y ella permanece desconsolada en el huerto del amigo ausente. A partir de aquí ha trazado Jn 20,11-18 una escena conmovedora de encuentro pascual. Magdalena es signo de la humanidad que vaga y llora perdida, enamorada, ausente, por un jardín de tumbas. Ella representa, al mismo tiempo, a todas las mujeres y varones que buscan redención de amor y de consuelo sobre el mundo.
Llora, derrotada e impotente sobre el huerto de una vida convertida en sepultura; pero es mujer enamorada, y desde el fondo de su amor halla la vida. No escapa como el resto (cf. Mc 14,27), sino que permanece, llorando y deseando el don de Dios, amor del mundo, ante una tumba. Busca apasionada a su amigo, muerto y enterrado, en el jardín del viejo mundo, envuelta en llanto: «Y mientras lloraba, se inclinó para mirar el monumento y vio a dos ángeles, vestidos de blanco, uno junto a la cabeza y otro junto a los pies, en el lugar donde había yacido el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: 'Mujer, ¿por qué lloras?' Ella contestó: Se han llevado a mi señor, y no sé dónde lo han puesto'» (Jn 20,11-13).
Asi empieza una conversación prodigiosa que recoge todos los motivos de la historia. Magdalena ya no quiere ritos ni teorías religiosas. No busca el consuelo que ofrecen sacerdotes ni templos. Sólo quiere el cuerpo de su amigo muerto: el consuelo de un cadáver querido, para tocarlo al menos, para eternizarse en el amor por el amor asesinado. Esta María puede estar loca, pero lo está como los grandes amantes de la historia: como tantos varones y mujeres que recuerdan a su amado y quedan fijados para siempre en actitud de llanto.
Llorar por el amigo muerto: ésta es la meta del amor del mundo. Magdalena sólo quiere amor, pero en el huerto de las muertes necesita al menos el cadáver de su amado muerto. Por eso dice al presunto jardinero: «Dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré» (Jn 20,15). No se puede pedir más, pues aquí acaban todos los caminos de la tierra. Pero la aurora de la pascua empieza precisamente ahora, con su voz más alta de consuelo, con su amor transfigurado. En vez del jardinero, está el amante; en vez del cadáver, el amigo vivo que llama, consolando:
Jesús dijo: '¡María!' Ella se volvió y dijo en hebreo: '¡Rabboni!' (¡mi
maestro!). Jesús le dijo: 'No me toques más, que todavía no he subido
al Padre. Vete a mis hermanos y diles: subo a mi Padre y vuestro
Padre, a mi Dios y vuestro Dios'. Maria Magdalena vino y anunció a los
discípulos: '¡He visto al Señor, y me ha dicho...!'» (Jn 20,16-20).
Ella buscaba el cadáver del amigo, para morir de esa manera en amor acompañado; pero Jesús le ofrece su voz viva, diciéndole su nombre (¡María!) y ofreciéndole el cuerpo amante que ella puede tocar y retocar, acariciar y gozar hasta calmarse. Éste es el mayor de todos los consuelos: que alguien nos llame y diga nuestro nombre, devolviéndonos la vida; que podamos tocar y descubrirnos vivos en el cuerpo del que vive (recordemos lo de Mt 28,9). Magdalena revive para el gozo ante el amigo pascual que la llama y deja que le toque. Por eso quiere eternizar el gesto: estaría bien toda la vida, en unión sorprendida, en donación de corazones. Nada busca, ya no necesita cosa alguna, tiene lo que quiere, pues la pascua es relación de amor con el amado, tiempo de dicha, ojos que se miran, voces que dialogan, manos que tocan.
Pero Jesús, gozado ya el encuentro, consolada Magdalena, le responde y dice: ¡Vete! ¡No me toques!, no me sigas agarrando. Jesús se ha dejado tocar y querer, en gozo pascual que comienza a celebrarse ya en el mundo. Pero quiere después que Magdalena, amiga consolada, expanda por la tierra el gozo transformado de su pascua. Sólo una mujer (una persona) como ella, que ha sentido y gozado a Jesús, puede decir a los humanos la palabra de la pascua: «¡Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios!» Magdalena es la primera amante de la historia cristiana, la primera teóloga de la iglesia. Quien haya amado sabrá que su experiencia y su consuelo son verdaderos.
En el principio de la historia pascual, en la raíz de la Iglesia encontramos (como sabe el final posterior de Mc 16,9-11) a esta mujer consolada y consoladora, evangelizada y evangelizadora. Ya no tiene que ir a Galilea, como suponía Mt 28, pues en cualquier lugar donde se anuncie la presencia de Jesús y se celebre la victoria de su pascua está Jesús con los humanos. Se había refugiado en el huerto de su llanto. Pero, tras ver y tocar a Jesús, sale y camina, portando el consuelo pascual del amor en una tierra antes yerma. Su consuelo es fuente de alegría amorosa para todos los humanos. Ya no tenemos que buscar una lejana Galilea, ni cerrarnos en la Jerusalén vieja del llanto y de la ley hecha de muerte. Con Jesús que sube al Padre, unidos a María Magdalena, en el centro de la Iglesia, podemos iniciar un camino universal de amor (6).
DE EMAÚS AL CENÁCULO: EL TESTIMONIO DE LUCAS (LC 24)
Lucas ha desarrollado el tema del consuelo pascual en dos escenas de hondo contenido catequético, centradas en varones, no en mujeres, porque las mujeres (al parecer, más susceptibles, más dadas al amor) no solían ser reconocidas como testigos oficiales en un juicio. La primera nos conduce hasta Emaús (/Lc/24/13-32). Dos fugitivos de Jesús huyen de la comunidad incrédula (que no ha recibido el testimonio de las mujeres), escapan del evangelio. La promesa mesiánica ha terminado para ellos en engaño. Se esconden de la vida, retornan a la muerte, caminando tristes, en diálogo de muerte, hasta que llega un desconocido:
«',,Qué son esas palabras que os decís entre vosotros, mientras
camináis?' Y ellos se pararon, quedando tristes. Pero uno, llamado
Cleofás, respondió diciéndole: '¿Eres tú el único habitante de
Jerusalén que ignora las cosas que han pasado... las de Jesús de
Nazaret, varón profeta, poderoso en obras y palabras ante Dios y ante
todo el pueblo, cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes, en
juicio de muerte, y le crucificaron? Nosotros pensábamos que era él
quien debía redimir a Israel, pero con todas estas cosas, han pasado
ya tres días...'» (Lc 24,17-21)
Como fracasados escapan estos hombres, huyendo de su propia historia, del pasado de su encuentro con Jesús, de la comunidad que se deshace. Escapan y, sin embargo, le llevan en su llanto. Precisamente allí, de la tristeza fugitiva, sale Jesús a su encuentro, invitándoles a decir, a recordar otra vez todo lo que ha sido su camino pascual, a partir de la Escritura: ¿No sabéis que el Cristo debía padecer? Así empieza la catequesis pascual del consuelo:
«'¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y entrara
así en su gloria?' Y comenzando por Moisés y por todos los profetas,
les fue interpretando a través de las Escrituras todas las cosas que se
referían a él» (Lc 24,25-27).
Magdalena buscó el falso consuelo del cadáver amigo; pero quería a Jesús, y Jesús vino hacia ella, dejándose tocar en el jardín de pascua. Estos fugitivos buscan el consuelo mucho más falso de la huida en medio de la noche. No aceptan la muerte. Por eso, para revelarles su presencia, Jesús ha de ofrecerles su más honda catequesis pascual: con la ayuda de profetas y salmos les enseña el sentido de su muerte hecha de amor por los demás. Ésta es la catequesis que la Iglesia sigue ofreciendo año tras año en la Vigilia de Pascua: sólo allí donde el sufrimiento se comprende como gesto de entrega personal, signo de amor, puede hablarse de Jesús resucitado. Ésta es la novedad cristiana, anunciada en la palabra más antigua de la Biblia. Así ha empezado Jesús la catequesis, y los caminantes aceptan en parte su argumento, pues su corazón ardía al escucharle (cf. Lc 24, 32). No le entienden aún, pero le aman y le invitan a cenar en su noche de huida (24,28-29), que Jesús convierte en banquete de pascua:
«Y sucedió que, al sentarse con ellos en la mesa, tomando el pan, lo
bendijo y, partiéndolo, se lo dio. Entonces se abrieron sus ojos y le
reconocieron, y él se volvió invisible para ellos» (Lc 24,30-31).
El invitado se ha puesto en el centro de la mesa y, en lugar de esperar a que le sirvan, sirve a los demás su vida hecha eucaristía, culminando así su catequesis de consuelo. No ha sido suficiente la Escritura, ni la exégesis abstracta sobre el sufrimiento y la muerte por los otros. Para encontrar a Jesús resucitado hay que avanzar hasta la mesa compartida donde los humanos se animan mutuamente en el amor del Cristo que ha dado su vida por ellos. Así pasamos del consuelo más intimo de la Magdalena, que encuentra a Jesús en el huerto de su amor enamorado, al más abierto de estos fugitivos, que le encuentran en el pan y se consuelan mutuamente, compartiendo una cena de solidaridad y justicia que ha de abrirse a todos los humanos. Éste es el eje de la pascua: sin el amor del huerto no hay presencia de Jesús; sin el pan de la casa (Emaús) ese amor se muere (encerrándose en el gozo de uno o dos enamorados que olvidan los restantes problemas de la tierra).
Pero la mujer enamorada fue al encuentro de todos los hermanos para compartir su amor con ellos (Jn 20), y estos dos fugitivos retornan a la casa de la comunidad para ofrecer en ella su testimonio y su pan de pascua (Lc 24,33-53) Sólo cuando llegan los fugitivos, viene Jesús y se muestra a la comunidad, reunida en torno a Pedro, cuyo encuentro pascual está evocado, pero no narrado por el texto («¡Ha resucitado el Señor de verdad, y se ha aparecido a Simón!»: 24,34). Viene y dice: «La paz sea con vosotros», disipando luego el miedo de aquellos que le creen un fantasma (cf. 24,37). La historia antigua y moderna está llena de visiones. Muchos han tenido «apariciones»: ovnis y vírgenes, figuras del miedo o deseo proyectivo. Pero la pascua es más que una visión:
es experiencia de cuerpo cercano, pan compartido, comprensión de la Escritura y misión universal.
Es cuerpo cercano: «¿Por qué estáis turbados? Mirad mis manos y mis pies» (Lc 24,38-40). No es consuelo de imaginación, huida de la fantasía. El encuentro con Jesús vuelve a llevarnos a la corporalidad de su vida y de su muerte. Contra todos los que quieren diluir su recuerdo en signos y gestos de espiritualismo desencarnado, el evangelio le sigue presentando vivo: amor que sufre, carne que se toca y goza, cuerpo vivido en compañía.
Es experiencia de pan compartido: «'¿Tenéis algo de comer?' Le dieron pescado, y lo comió» (Lc 24, 41-42). Jesús ofrece su consuelo haciéndose comida: Pascua es comer juntos, compartir el pan y el pez de la multiplicación en Galilea (cf. Me 6,30-44; 8,1-12 par).
El había invitado a los excluidos de la tierra (pecadores y proscritos), prometiéndoles el banquete de vida que no acaba. Ahora come con los suyos, sentándose con ellos en la mesa (signo eucarístico). Comer juntos en nombre de Jesús: esto es la pascua. La pascua es un nuevo entendimiento: «Les abrió el corazón para comprender las Escrituras» (24,43-46). No es consuelo ciego, pan material sin cultura, opresión de la mente. Por el contrario, la pascua es experiencia hermenéutica: comprensión más honda del mensaje, entendimiento más profundo de las causas de la opresión y el dolor del mundo, descubrimiento del sentido de la entrega de la vida. No hay pascua sin comprensión; no hay consuelo de Jesús si no entendemos el sentido oculto de la vida: la maldad de quienes le matan (los que oprimen a los otros) y la gracia de quienes le acogen entregando su vida en esperanza. Finalmente, la pascua es experiencia de misión: «Y se predicará en mi nombre la conversión y perdón de los pecados a todos los pueblos...» (24,47-49). Del cuerpo (tocar), del pan compartido (comer), de la comprensión (saber), podemos pasar—y pasamos—al envío universal por el Espíritu de pascua. Ésta es la misión del cambio realizado a través del perdón de los pecados. En el fondo de todo desconsuelo y llanto está el pecado: el egoísmo corporal, el ansia de dinero, la mentira... Pues bien, Jesús ha roto con su muerte ese pecado, haciéndonos capaces de recuperar el cuerpo para el amor, el pan para la mesa compartida, el entendimiento para la comprensión. Ésta es la verdad, el consuelo que podemos y debemos extender a todo el mundo (7).
Lc 24, 33-33 ha condensado en estos cuatro grandes signos de consuelo (cuerpo, pan, compresión, misión) su más honda catequesis de la pascua, que empezaba en Emaús. Pues bien, eso que Lucas ha reunido en un relato ejemplar se halla expandido en varios de los textos más hermosos de la tradición evangélica: el Jesús de pascua es consuelo y presencia amorosa en medio de la tempestad del mundo, cuando la barca de la Iglesia corre el riesgo de hundirse entre las olas (cf. Mc 4,35-41; 6,45-51; 8, 14-21 par); ese mismo Jesús se vuelve pan multiplicado para todos los hombres y mujeres de la tierra (cf. Mc 6,30-44 par) y pan de eucaristía para sus creyentes (Mc 14,22-25 par); él es también Señor transfigurado en el camino de la Iglesia (Mc 9,2-13).
PESCA Y ENVÍO DE AMOR: EL TESTIMONIO DE JUAN (JN 21)
En contexto de mujeres, he presentado ya el consuelo de María (Jn 20,11-18). Del encuentro con Jesús en el Cenáculo de Pascua, con los temas del tocar y el comer, del perdón y el envío (Jn 20,19-29), he tratado ya en el texto paralelo, muy cercano, de Lc 24,36-49. Ahora lo estudio brevemente, para tratar después de Jn 21 (pesca y envío). Jn 20,19-29 sigue presentando la pascua como experiencia de paz y perdón, presencia del Espíritu y misión, en cercanía corporal que evoca el gesto de Tomás: «¡Si no veo en sus manos la huella de los clavos, si no meto mi mano en su costado abierto...!» (Jn 20,25) La razón de amor de María (que toca gozosa el cuerpo de Jesús: Jn 20,17) se vuelve aquí prueba apologética: «Trae tu dedo...; trae tu mano...; y no seas incrédulo, sino fiel!» (Jn 20,26-29).
Se expresa así el consuelo más hondo del palpar, del conocer por experiencia: cristianos son aquellos que tocan a Jesús resucitado con los dedos de la fe, en camino de vida compartida. María abrazaba el cuerpo glorioso y gozoso. Tomás, en cambio, tiene que tocar sus llagas. Los signos de muerte (clavos que han atado a Jesús de pies y manos al madero, lanza que ha atravesado su costado) son ya señal de vida. Sólo así, en contacto de corporalidad a corporalidad, en encuentro con la Vida triunfante del Cristo, se manifiesta el consuelo de la pascua. El mismo viejo cuerpo del amor concreto y de la entrega, el cuerpo que han matado (con heridas de lanza y clavos), se convierte en signo de vida.
La muerte de Jesús no es accidente del pasado, algo que se olvida, sino amor que permanece. Por eso, su cuerpo entregado se vuelve signo de gloria de la pascua. Experiencia de llagas transfiguradas, de dolor amante que triunfa de la muerte y se abre, en misión salvadora, a todo el mundo: eso es la resurrección de Jesús. Desde ese fondo se entiende la pesca en el lago (/Jn/21/01-14). Los «siete» discípulos pascuales (entre ellos Pedro y el amado) pescan en la noche de la historia, para retornar cansados y vacíos, ya de madrugada. Pero en la orilla está aguardándoles Jesús:
«'¡Muchachos! ¿No tenéis nada de comer?' Le respondieron: '¡No!'
El les dijo: '¡Echad las redes a la derecha y encontraréis...!'» (21,5-7).
Éste es el Cristo de la pascua, que parece oculto mientras bregan sus discípulos. Ha resucitado, pero el mar de la vida sigue insondable. Todo parece igual: mar y noche, barca y pescadores sobre el lago. Es inútil esforzarse: sobre el mar del mundo no se puede conseguir la pesca prometida (cf. /Mc/01/16-20). Pero Jesús emerge en la neblina matinal, invitándoles a empezar de nuevo. Ellos no le reconocen, pero escuchan y cumplen su palabra. El inicio de la experiencia pascual es precisamente el gesto de confianza de aquellos que han estado faenando en las vigilias de la noche. Quieren descansar cuando rompe la mañana: necesitan un lecho para el sueño. Pero escuchan la voz del desconocido y continúan realizando su tarea.
Así llega el consuelo, ya de madrugada, en forma de pesca abundante: la red está llena, y tienen gran dificultad para arrastrarla. Entonces, mientras todos se ocupan de la pesca, el discípulo amado tiene tiempo de mirar, y así descubre al Cristo de la pascua, diciéndole a Pedro: «¡Es el Señor!» (Jn 21,7). Pedro ha dirigido la faena, como buen patrón del barco, pero en el fondo está ciego: no sabe distinguir a Jesús en la mañana. Por el contrario, el discípulo amado le distingue y reconoce, ya de madrugada, para así decírselo a Pedro. La pascua se convierte de esta forma en experiencia compartida.
El discípulo amado debe acompañar a Pedro, para ver a Jesús desde la barca. Por su parte, Pedro, jerarca de la Iglesia, tiene que dejarse guiar por el discípulo vidente, descubriendo así al Señor, con los restantes pescadores (son siete, es decir, toda la Iglesia), en la madrugada de la pascua. Este es el consuelo de la vida compartida, de la mutua ayuda, de todos los cristianos: sólo allí donde se mantienen unidos escuchándose unos a otros, descubrirán a Jesús, que les espera en la orilla de su vida gozosa diciendo: «¡Venid a comer!»
Como hemos visto en otros casos, los discípulos se sientan y comen con Jesús, en gesto de consuelo. Nadie pregunta quién es, nadie duda o discute ni se eleva sobre los demás. Todos juntos, los siete discípulos de la misión eclesial, con Pedro y el amado, comen el pan y el pez de Jesús (21,9-14). El Cristo pascual sigue guiando a los suyos en la pesca, de manera que misión y experiencia pascual se identifican. Él está presente como pan y pez, comida compartida de la comunidad, en la orilla del mar, al final de la jornada misionera de la Iglesia. Partiendo de aquí, avanza la escena final del evangelio (Jn 21,15-25) que nos lleva de la pesca pascual al pastoreo, en tarea de amor enamorado. Desaparecen los demás. Quedan Pedro (función organizativa, ministerio al servicio del mensaje) y el discípulo amado, en quien se encarna la función y amor de las mujeres pascuales ya evocadas. Pues bien, el mismo Pedro pascual del ministerio, para realizar su tarea, debe recibir y cultivar el consuelo del amor, como el discípulo amado y las mujeres:
«Simón, hijo de Juan ¿me amas más que estos?' Le dijo: '¡Sí, Señor! Tú sabes que te quiero'. Le dijo: '¡Apacienta mis corderos!'» (Jn 21, 15-17).
Tres veces pregunta Jesús, y tres responde Pedro (cf. 21,16-17) en confesión de amor pascual hecha principio de amor (cuidado pastoral) hacia los otros. Quien ha visto a Jesús ya nunca puede encerrarse en sus problemas mientras rueda el mundo. Quien ha visto a Jesús ha de amarle y cuidar de sus ovejas, en camino de pascua que sólo culmina y se cumple por la muerte: «Cuando eras joven, te ceñías tú e ibas adonde querías...; cuando seas viejo, extenderás tus manos, y otro te ceñirá y te llevará adonde no quieres» (/Jn/21/18-19). Éste es el consuelo final que Jesús ofrece a Pedro: le llama al amor, le convida a dar la vida por el evangelio. El pastoreo pascual es experiencia de amor hecho servicio. Pedro lo asume porque ama a Jesús y porque quiere ayudar gratuitamente a sus ovejas. Por su parte, Jesús promete a Pedro el único premio del amor: será capaz de dar la vida hasta el martirio. Éste es el consuelo supremo del amor de pascua: Pedro y los restantes seguidores de
Jesús, ayudándose en verdad unos a otros y comiendo de su mesa, podrán amar hasta entregar su propia vida.
Así consuela Jesús al Pedro amigo, a quien ha pedido amor y a quien ofrece la tarea de pastorear a sus ovejas. Muere Pedro por amor, y así morimos con él todos nosotros; pero el amor de pascua representado por el discípulo amado sigue vivo y triunfante sobre el mundo: «Si yo quiero que él permanezca hasta mi vuelta, ¿a ti qué?; tú sígueme» (/Jn/21/21-22).
Con estas palabras misteriosas, dichas así, sin comentario, culmina este trabajo. Quien lo haya seguido sabrá que Jesús resucitado es consolador, como decía Ignacio de Loyola (Ejercicios, 224): la pascua es el consuelo del Jesús, que ha vencido a la muerte para sembrar en nuestro mundo una semilla de amor fuerte, personal, de cuerpo y alma, de comprensión y entrega mutua, abierto a todos los hombres y mujeres de la tierra (9).
(cf. Xabier Pikaza, SAL TERRAE 1998. Págs. 205-218)
........................
1. He ofrecido un desarrollo más completo del tema en Camino de Pascua,
Sigueme, Salamanca 1996.
2. Una hermosa tradición y/o paraliturgia mexicana centra el gozo de la
«mañanita» pascual en las muchachas que salen de madrugada por las
calles y plaza, buscando a María Magdalena para consolarla con su canto:
Alégrate, Magdalena, que Jesús tu amor, ha resucitado. Esa tradición vincula
a las «tres marías» de Mc 6,1 y Jn 19,25. Las dos más importantes (la madre
y la Magdalena), aparecen unidas desde el comienzo de la iglesia, como ha
indicado C. BERNABÉ UBIETA, María Magdalena. Tradiciones en conflicto.
Verbo Divino, Estella 1994.
3. Las explicaciones de este sorprendente final de Mc 16,8 siguen siendo
diferentes, como hemos mostrado en Pan casa y palabra. La iglesia de
Marcos, Sígueme, Salamanca 1998. Aquí sólo nos importa señalar el hecho
de que estas mujeres de Mc no han llegado todavía al gozo pleno y al
consuelo de la pascua.
4. Una visión abarcadora de la identidad de las mujeres de Mc 16.1 par.. en
R.M FOWLER, Let the Reader Understand. Reader-Response Criticism and
the Gospel of Mark, Fortress, Minneapolis 1991.
5. El final de Mc y Mt sigue siendo misterioso, como muestran los estudios
dedicados al tema.
6. Además de comentarios a Juan, cf. X. LÉON-DUFOUR, Resurrección de
Jesús y mensaje pascual, Sígueme. Salamanca 1973: U. WILCKENS, La
resurrección de Jesús, Estudio histórico-crítico del testimonio bíblico.
Sígueme, Salamanca 1981.
7. Sobre el relato pascual de Lucas, además de comentarios. cf. Ph.
PERKINS. Resurrection, Chapman. London 1984.
8. He destacado el carácter pascual de esos relatos, especialmente dentro
de la tradición de Marcos, en Camino de pascua. Sígueme. Salamanca 1996.
91-116.
9. Para situar el tema en un contexto exegético y teológico más amplio, cf.
mis dos trabajos cristo- lógicos: El Evangelio. Vida y pascua de Jesús.
Sigueme, Salamanca 1993; Éste es el Hombre. Manual de Cristología,
Secretariado Trinitario, Salamanca 1998. Para una visión más amplia de la
experiencia pascual: E. SCHILLEBEECKX Jesús. La historia de un viviente,
Cristiandad, Madrid 1981; B. SESBOUÉ, Jesucristo. el único mediador I-II.
Secretariado Trinitario, Salamanca 1990.

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