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viernes, 1 de abril de 2011

Dom 3 IV 11. Dos formas de religión: Una es luz, la otra no deja alumbrar


Publicado por El Blog de X. Pikaza

Domingo 4º Cuaresma. Ciclo A. Jn 9, 1-41. Estos domingos de cuaresma (3, 4, 5), ofrecen una cuidadosa selección de textos de Juan, la mejor de todas las catequesis de Pascua El domingo pasado tocó el agua (samaritana), el próximo será la vida (Lázaro); hoy toca la luz (ciego de nacimiento: Jn 9).
Es un texto prodigioso que distingue dos tipos de religión: La de aquellos que alumbran a los otros (como Jesús, “curando” al ciego) y la de aquellos parásitos que controlan e impiden que los otros vean (como los fariseos del texto, que se creen dueños de la luz y condenan a Jesús por alumbrar de un modo abundante al ciego, al que expulsan de su inagoga).

Los fariseos de este pasaje, parásitos controladores de la luz, no son “los judíos”, en contra de los cristianos (que seriamos los buenos alumbradores), sino un tipo especial de judíos de aquel tiempo … y un tipo especial de cristianos actuales que, hablando de luz, la acaparamos para nuestro servicio, e impedimos que los hombres (en especial los marginados) vean.
Por eso he comenzado este post diciendo que hay dos tipos de religión, evocando aquel libro prodigioso de judío mesiánico que era H. Bergson (Las dos formas de religión y de moral):
Una religión que crea y alumbra, que da luz a los ciegos, que ensancha la ida y libera como la de Jesús y otros muchos judíos, cristianos, budistas, musulmanes…;
y una religión explotadora que vive de controlar e impedir que los otros vean por sí mismos, como los fariseos de este pasaje de Juan, y como muchos otros cristianos, judíos etc etc.
Hoy es el día de la buena religión, hoy es el día de la luz, como indica este pasaje prodigioso de catequesis del evangelio de Juan.
Texto. Juan 9,1-41
Es largo, puede pasarlo quien ya lo conoce. A pesar de ello lo voy a reproducir entero. Es un prodigio, he dicho. Basta con leerlo y dejarse impresionar. Si alguien quiere puede pasar luego a mi comentario. El que tenga más tiempo puede leer, finalmente, el Informa sobre Ciegos de E. Sábato, y sacar por sí mismo las consecuencias:
En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. [Y sus discípulos le preguntaron: "Maestro, ¿quien pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?" Jesús contestó: "Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo."
Dicho esto,] escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado." Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: "¿No es ése el que se sentaba a pedir?" Unos decían: "El mismo." Otros decían: "No es él, pero se le parece." Él respondía: "Soy yo."
[Y le preguntaban: "¿Y cómo se te han abierto los ojos?" Él contestó: "Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver." Le preguntaron: "¿Dónde está él?" Contestó: "No sé."]
Llevaron ante LOS FARISEOS al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: "Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo." Algunos de los FARISEOS comentaban: "Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado." Otros replicaban: ¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?" Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: "Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?" Él contestó: "Que es un profeta."
[Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: "¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?" Sus padres contestaron: "Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse." Sus padres respondieron así porque tenían miedo los judíos; porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: "Ya es mayor, preguntádselo a él."
Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: "Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador." Contestó él: "Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo." Le preguntan de nuevo: ¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?" Les contestó: "Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?" Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron: "Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.
" Replicó el ciego: "Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder."]
Le replicaron: "Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?" Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: "¿Crees tú en el Hijo del hombre?" Él contestó: "¿Y quién es, Señor, para que crea en él?" Jesús les dijo: "Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es." Él dijo: "Creo, señor." Y se postró ante él.
[JESÚS añadió: "Para un juicio he venido ya a este mundo; para que los que no ve vean, y los que ven queden ciegos."
LOS FARISEOS que estaban con él oyeron esto y le preguntaron: "¿También nosotros estamos ciegos?"
JESÚS les contestó: "Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste."]
Texto encuadrado en la liturgia
Fue desde el principio un texto de “liturgia”, una catequesis que la Iglesia, como he dicho, vuelve a presentar en la cuaresma, entre el pasaje del agua (3ª Semana, Samaritana: Jn 4, 5-42) y el de la vida (5ª semana, de Lázaro: Jn 11,1-45)
Este “milagro” no tiene equivalente en los sinópticos. Eso no quiere decir que el evangelista Juan lo haya inventada. Posiblemente ha tomado una historia que corría en la tradición, una historia parecida a otros milagros de ciegos (cf. Mc 8, 22-26 y 10, 46-52: ciego de Betsaida, ciego de Jericó), y la ha adaptado y recreado, en el escenario más solemne de Jerusalén, con la aguas de Siloé (bajo el templo), con Jesús como luz, en el contexto de las disputas de algunos cristianos con otros grupos de judíos sobre la luz verdadera (en el trasfondo del sábado judío y de la obra de Dios).
Quiero ofrecer un recuerdo.
Has más de cuarenta años, el curso 1967/1968, el prof. Ignace de la Potterie nos ofreció todo un semestre (cuatro lecciones por semana) sobre este pasaje de Jn, en el Bíblico de Roma. No dijo todo lo que se puede decir, ni yo recuerdo ahora todo lo que dijo, pero fue un tiempo de gracia, una ayuda para descubrir la luz y la verdad y la libertad, en el mismo entorno de Jerusalén, en el camino que va de la ciudad alta y del templo a la baja, con el agua… en el camino que va de la ley a la libertad, en con contexto más solemne de la transformación mesiánica:
– La Samaritana era el signo de la mujer/pueblo que busca la vida del agua, la vida en libertad, sin estar esclavizada por maridos y maridos que pasan sin quedar, junto al pozo de Jacob, sin Sicar/Samaría. Se supone que es “pecadora”, pero no ella como persona, sino por toda la historia que lleva detrás y que le arrastra.
– Este ciego es el hombre que no logra ver “por nacimiento”, es decir, por condición humana. No, no se trata de pecado, sino de la misma situación vital, de la ceguera humana, que se expresa, de un modo claro, en este hombre. Hay muchos que le quieren enseñar a ver (los maestros del judaísmo de la ley), pero le dejan en una ceguera que empieza siendo externa (no ver las cosas, no comprender el sentido de la vida), pero puede terminar siendo interior (no saber quién soy, en quien puedo confiar, vivir utilizado por otros)
– Vendrá después el muerto, Lázaro en la tumba. Recordemos los encuentro de Buda (el enfermo, el anciano, el muerto…). Aquí tenemos tres encuentros de Jesús: la mujer esclavizada, el hombre ciego, el muerto… Sólo aquí, ante la tumba, se podrá proclamar la palabra de vida.
Rebelión contra la ceguera
Jesús no explica el origen del mal (la ceguera) en teoría (tampoco lo hizo Buda). Jesús no hace sermón sobre el origen de la ceguera (¿quién pecó?), sino algo más grande. Dice que tenemos que ayudar al ciego y así lo hace, llevándole de la zona de las leyes de la ciudad alta (dominada por sacerdotes y escribas) a la fuente de la vida, abajo, en el manantial de Siloé, que es signo profético de abundancia y claridad futura.
El “pecado” de este ciego de nacimiento no es suyo; es, más bien, es el pecado de todos los hombres que no le ayudan, que no quieren entenderle, que le someten a sus leyes y conveniencia… Pues bien, Jesús le ayude, no siente por él una simple “compasión” externa, sino que le pide que sea él mismo, que asuma su propia tarea, que baje al agua, que se limpie… Él mismo barro en sus ojos el barro (barro de saliva, de aliento vital…) y le dice que vaya, que se limpie, que vea, que no tenga miedo.
Los maestros de la Ley escribas o doctores, querían dominar al ciego, dirigirle y tenerle bajo su “influjo”. Ellos aparecían como buenos videntes, como guías perfectos…, para consolar a los ciegos y dejarles en su ceguera. Jesús, en cambio, no consuela el ciego (en un sentido superficial), sino que le dice que vaya, que asuma su destino, que se limpie, que sea él mismo, que vea, aunque ello implique el riesgo de que le echen de los “sanedrines y sinagogas”.
En el fondo, Jesús pide al ciego que se rebele contra una ley de ceguera, que le obliga a mendigar, bajo la “caridad” de los maestros ciegos, que viven como parásitos a costa de la enfermedad de los demás (a los que dominan). Jesús dice al ciego se rebele, que deje su puesto de mendigo, que no tenga miedo al “qué dirán”, que sea él mismo, que vea, que baje a la fuente, que se lave y vea por sí mismo, que se atreva a ser.
Esta “rebelión del ciego” no es la rebelión de los hombres y mujeres del subsuelo para vengarse de los de arriba, de los videntes (como en el Informe de Ciegos de E. Sábato), sino una Rebelión para la libertad y para la vida… Es una Rebelión que lleva al encuentro con Jesús que es simplemente “hijo de hombre”, el hombre en plenitud. Curarse y ver es creer que hay un Hijo del Hombre, que hay un Cristo, que podemos ver y vemos con su ayuda.
Algunos signos
a. Saliva.
Jesús cura con su propia vida. La escena de la saliva y del barro… está reproduciendo la escena del Génesis, cuando Dios creó al hombre del barro y sopló en él la vida… Pues bien, Jesús ofrece al ciego lo más hondo que tiene, su saliva (que es signo de vida) y le hace volver al barro de la creación y al agua de la esperanza…. Jesús recrea al ciego, pero diciéndole a él que asuma su responsabilidad, que se independice de los maestros que le están oprimiendo, que sea él mismo, en libertad.
b. La piscina de Siloé
estaba situada fuera de las murallas, en la parte baja de la ciudad… Era una maravilla de ingeniería, al final de un túnel mandado construir por el rey Ezequías el año 700 a. C. para hacer que el agua entrara en la ciudad… Al final de aquel túnel viene el ciego y se limpia… y asume su vida… y es capaz de empezar a creer, en el fuerte sentido de la palabra:
a. fe.
El ciego tiene que creer en sí mismo… en su valor como ser humano, en su capacidad de ver. Ha de asumir su condición, dejando de sentirse esclavo de otros, manejado por padres y maestros, por fariseos y jerarcas religiosos, como un puro mendigo inútil. No, él puede asumir su vida, ver, decir, afirmarse…, creyendo en el hijo de hombre… es decir, como humanidad liberada y liberadora…
Este pasaje es una parábola de la condición del hombre, amenazado por la ceguera natural (el ciego de nacimiento) y la ceguera cultural/religiosa, representada por un tipo de fariseísmo (judío, cristiano, capitalista….) que quiere mantener a los hombres a oscuras, para dominarles.
POR ESO, ÉSTE ES UN PASAJE DE REBELDÍA
Es pasaje de rebeldía contra todos los fariseos y jerarcas religiosos (judíos, cristianos o del tipo que fuere) que no alumbran, ni dejan alumbran. No dan luz (como Jesús), ni quieren que otros la den, sino que viven a costa de tener a los otros sometidos, como ciegos a los que manejan en sus “sinagogas”.
Dicho esto, he de añadir que en su formulación actual, este evangelio de Juan forma parte de la polémica de algunos grupos cristianos con los fariseos, que aparecen así en línea negativa… He de añadir que había muchos tipos de buenos fariseos, pero algunos (como los de este pasaje) preferían cumplir un tipo de ley (de sacralidad), manteniendo a los hombres ciegos, sin permitirles acceder a la libertad.
Este Jesús de Juan es hombre de luz: Alumbra al ciego, le dice que sea capaz de asumir su libertad, aunque le expulsen de la sinagoga (aunque le excomulguen). Él ha venido a dar luz, no a impedir que otros alumbren.
No hará falta decir que, a lo largo de siglos, un duro cristianismo ha corrido a veces el riesgo de seguir en la línea de estos fariseos de Jn 9, no dejando que Jesús cure a los ciegos, teniéndoles sometidos… o expulsándoles de sus sinagogas-iglesias.
ANEJO PARA INTERESADOS. UN TEXTO DE ERNESTO SÁBATO
En este contexto de Jn 9 se sitúa una de las parábolas más fascinantes y dolorosas de la literatura moderna: el Informe sobre ciego de E. Sábato (que forma parte de su novela Sobre Héroes y tumbas). Jesús viene a curar al ciego de nacimiento, quiero que todos vean y vivan un mundo luminoso, abierto al diálogo y a la lucidez, en la que está Dios. En contra de Jesús se había elevado la Secta de los ciegos que dominan y dirigen el mundo.
Jesús quiso que los ciegos vieran. Hay otros, sin embargo, que parecen querer que los ciegos sigan ciegos y así desde la ceguera dominan el mundo.
Este informe sobre ciegos, que se puede leer por separado, constituye la descripción metafórica de un mundo dominado por la ceguera, por una Secta de Ciegos demoníacos. Es como si Sábado encarnara en la figura de los cieglos la perversión de un “fariseísmo” demoníaco e infernal, que quiere dominar el mundo desde la ceguera, creando un submundo de ciegos que lo dirigen y destruyen todo, desde el subsuelo de Buenos Aires.
Hay una edición on line del informe en http://librosabato.blogspot.com/ . Si alguien tiene tiempo y quiere leer puede hacerlo. Le recomiendo que, al final, vuelva a leer Jn 9, para descubrir el mundo de la luz del evangelio. Aquí van algunos fragmentos de informe de Sábato.
Aviso: estos ciegos que dominan sobre el mundo, de un modo infernal, no tienen por qué ser ciegos "materiales". Se hacen ciegos demoníacos para así imponer su imperio sobre el mundo... Esta es, al menos, una lectura de la paràbola de E. Sábato, que os invito a compartir. Están en la línea de los "fariseos" de Jn 9, que quieren dominar la religión y vida de los demás, desde su ceguera, imponiéndose así sobre el ciego de nacimieno y sobre todos los habitantes de la ciudad perversa (que puede ser Madrid o Buenos Aires).
Dostoievsky vio al Diablo en en subsuelo de Sevilla. Sábato lo ha visto en Buenos Aires. Otros pueden verlo en Jerusalén o en Nueva York. El riesgo está ahí, pero también está ahí la voz de Jesús y de muchos que dicen: ¡quiero que veas, porque Dios es luz". Lo que sigue es de Sábato.
Comienzo: Invocación

¡Oh, dioses de la noche!¡Oh, dioses de las tinieblas, del incesto y del crimen,de la melancolía y del suicidio!¡Oh, dioses de las ratas y de las cavernas, de los murciélagos, de las cucarachas!¡Oh, violentos, inescrutables dioses del sueño y de la muerte!
I. El mundo de los ciegos. Una logia infernal
Vigilaba y estudiaba los ciegos, sin embargo. Me había preocupado siempre y en varias ocasiones tuve discusiones sobre su origen, jerarquía, manera de vivir y condición zoológica. Apenas comenzaba por aquel entonces a esbozar mi hipótesis de la piel fría y ya había sido insultado por carta y de viva voz por miembros de las sociedades vinculadas con el mundo de los ciegos.
Y con esa eficacia, rapidez y misteriosa información que siempre tienen las logias y sectas secretas; esas logias y sectas que están invisiblemente difundidas entre los hombres y que, sin que uno lo sepa y ni siquiera llegue a sospecharlo, nos vigilan permanentemente, nos persiguen, deciden nuestro destino, nuestro fracaso y hasta nuestra muerte. Cosa que en grado sumo pasa con la secta de los ciegos, que, para mayor desgracia de los inadvertidos, tienen a su servicio hombres y mujeres normales: en parte engañados por la Organización; en parte, como consecuencia de una propaganda sensiblera y demagógica; y, en fin, en buena medida, por temor a los castigos físicos y metafísicos que se murmura reciben los que se atreven a indagar en sus secretos.
III
Hay una fundamental diferencia entre los hombres que han perdido la vista por enfermedad o accidente y los ciegos de nacimiento. A esta diferencia debo el haber penetrado finalmente en sus reductos, bien que no haya entrado en los antros más secretos, donde gobiernan la Secta, y por lo tanto el Mundo, los grandes y desconocidos jerarcas. Apenas si desde esa especie de suburbio alcancé a tener noticias, siempre reticentes y equívocas, sobre aquellos monstruos y sobre los medios de que se valen para dominar el universo entero.
Supe así que esa hegemonía se logra y se mantiene (aparte el trivial aprovechamiento de la sensiblería corriente) mediante los anónimos, las intrigas, el contagio de pestes, el control de los sueños y pesadillas, el sonambulismo y la difusión de drogas. Baste recordar la operación a base de marihuana y de cocaína que se descubrió con los colegios secundarios de los Estados Unidos, donde se corrompía a chicos y chicas desde los once a doce años de edad para tenerlos al servicio incondicional y absoluto.
Si, como dicen, Dios tiene el poder sobre el cielo, la Secta tiene el dominio sobre la tierra y sobre la carne. Ignoro si, en última instancia, esta organización tiene que rendir cuentas, tarde o temprano, a lo que podría denominarse Potencia Luminosa; pero, mientras tanto, lo obvio es que el universo está bajo su poder absoluto, poder de vida y muerte, que se ejerce mediante la peste o la revolución, la enfermedad o la tortura, el engaño o la falsa compasión, la mistificación o el anónimo, las maestritas o los inquisidores. No soy teólogo y no estoy en condiciones de creer que estos poderes infernales puedan tener explicación en alguna retorcida Teodicea. …
Después me ponía a cavilar sobre el sentido general de la existencia, y a pensar sobre nuestras propias inundaciones y terremotos. Así fui elaborando una serie de teorías, pues la idea de que estuviéramos gobernados por un Dios omnipotente, omnisciente y bondadoso me parecía tan contradictoria que ni siquiera creía que se pudiese tomar en serio. Al llegar a la época de la banda de asaltantes había elaborado ya las siguientes posibilidades:
1°) Dios no existe.
2°) Dios existe y es un canalla.
3°) Dios existe, pero a veces duerme: sus pesadillas son nuestra existencia.
4°) Dios existe, pero tiene accesos de locura, esos accesos son nuestra existencia.
5°) Dios no es omnipresente, no puede estar en todas partes. A veces está ausente ¿en otros mundos? ¿En otras cosas?
6°) Dios es un pobre diablo, con un problema demasiado complicado para sus fuerzas. Lucha con la materia como un artista con su obra. Algunas veces, en algún momento logra ser Goya, pero generalmente es un desastre.
7°) Dios fue derrotado antes de la Historia por el Príncipe de las Tinieblas. Y derrotado, convertido en presunto diablo, es doblemente desprestigiado, puesto que se le atribuye este universo calamitoso. Yo no he inventado todas estas posibilidades, aunque por aquel entonces así lo creía; más tarde, verifiqué que algunas habían constituido tenaces convicciones de los hombres, sobre todo la hipótesis del Demonio triunfante.
XXXIV
A medida que iba descendiendo sentía el peculiar rumor del agua que corre y eso me indujo a creer que me acercaba a alguno de los canales subterráneos que en Buenos Aires forman una inmensa y laberíntica red cloacal, de miles y miles de kilómetros. En efecto, pronto desemboqué en uno de aquellos fétidos túneles, al fondo del cual corría un arroyo impetuoso de aguas malolientes. Una lejana luminosidad indicaba que hacia el lado donde corrían las aguas habría una de las llamadas "bocas de tormenta", o un tragaluz que daría a una calle o acaso la desembocadura a uno de los canales maestros. Decidí encaminarme hacia allá. Había que marchar con cuidado sobre el estrecho sendero que hay al borde de estos túneles, pues resbalar ahí puede ser no sólo fatal sino indeciblemente asqueroso. Todo era hediondo y pegajoso. Las paredes o muros de aquel túnel eran asimismo húmedas y por ellas corrían hilillos de agua, seguramente filtraciones de las capas superiores del terreno.
Más de una vez en mi vida había meditado en la existencia de aquella red subterránea, sin duda por mi tendencia a cavilar sobre sótanos, pozos, túneles, cuevas, cavernas y todo lo que de una manera o de otra está vinculado a esa realidad subterránea y enigmática: lagartos, serpientes, ratas, cucarachas, comadrejas y ciegos. ¡Abominables cloacas de Buenos Aires! ¡Mundo inferior y horrendo, patria de la inmundicia! Imaginaba arriba, en salones brillantes, a mujeres hermosas y delicadísimas, a gerentes de banco correctos y ponderados, a maestros de escuela diciendo que no se deben escribir malas palabras sobre las paredes; imaginaba guardapolvos blancos y almidonados, vestidos de noche con tules o gasas vaporosas, frases poéticas a la amada, discursos conmovedores sobre las virtudes patricias.
Mientras por ahí abajo, en obsceno y pestilente tumulto, corrían mezclados las menstruaciones de aquellas amadas románticas, los excrementos de las vaporosas jóvenes vestidas de gasa, los preservativos usados por correctos gerentes, los destrozados fetos de miles de abortos, los restos de comidas de millones de casas y restaurantes, la inmensa, la innumerable Basura de Buenos Aires.
XXXVI
Mientras fui avanzando, aquella claridad aumentaba, hasta que comprendí que la caverna en que creí haber estado era un gigantesco anfiteatro que se levantaba sobre una planicie bañada por una luminiscencia entre rojiza y violácea de un astro muchísimo más grande que nuestro sol, pero cuyo desfalleciente brillo indicaba que estaba cercano a su fin. Uno de esos astros que, con los últimos restos de su energía, bañan frígidos y abandonados planetas, con una luminosidad semejante a la que, en la oscuridad de una gran sala silenciosa, produce una chimenea cuyos leños se han casi consumido y en la que escasamente perduran brasas casi apagadas por las cenizas; misterioso resplandor que, en el silencio de la noche, nos sume en pensamientos nostálgicos y enigmáticos: vueltos hacia lo más profundo de nuestro ser, cavilamos sobre el pasado, sobre leyendas y países remotos, sobre el sentido de la vida y de la muerte, hasta que, ya casi totalmente adormecidos, parecemos flotar a la deriva en una balsa sobre aguas apenas vivientes.
¡Comarca de melancolía! Abrumado por la desolación y el silencio, quedé largo tiempo inmóvil. Hacia el poniente, sobre el crepúsculo de un cielo tormentoso pero paralizado, como si una tempestad hubiese sido cristalizada por un signo, contra un cielo de nubes de desgarrados algodones empapados en sangre, se recortaban unas torres derruidas por los milenios y acaso por la misma catástrofe que había desolado aquel fúnebre continente. Esqueletos de altas hayas, cuyas siluetas cenicientas contrastaban sobre los rojos violáceos de las nubes, hacían suponer que todo habría comenzado o terminado por un incendio planetario.
Entre las torres se levantaba una estatua tan alta como ellas. Y en su ombligo brillaba un faro fosforescente que parecía parpadear, si la muerte que reinaba en aquella comarca no indicara que ese parpadeo no era más que una ilusión de mis sentidos. Tuve la certeza que allí acabaría mi largo peregrinaje y que, tal vez, en aquel aciago reducto encontraría por fin el sentido de mi existencia. Hacia el septentrión, el páramo terminaba en una cordillera lunar, como la esquina dorsal de un monstruoso dragón. Hacia el borde meridional, en cambio, sobresalían cráteres apagados, que probablemente eran los restos de volcanes que en otro tiempo calcinaron esa comarca con sus torrentes de lava. El Ojo Fosforescente parecía llamarme y de pronto sentí que estaba destinado a marchar hacia la gran estatua. Pero mi corazón parecía haber entrado en una existencia latente, como la de los reptiles en los largos meses de invierno: apenas latía, y tuve la sensación de que se hubiese encogido y endurecido.
Ningún sonido, ninguna voz, ningún rumor ni crujido se oía en aquel imperio, y una melancolía se levantaba como una bruma en el fúnebre territorio. Volví a contemplar las torres, preguntándome sobre su misión, antes del cataclismo. ¿Podrían haber sido el reducto de feroces y misántropos gigantes? Durante un tiempo que me es imposible computar, porque el astro permanecía fijo en el firmamento, marché hacia ellas, y cuanto más me acercaba mayor era su majestad y su misterio. Las conté: eran veintiuna, dispuestas sobre un polígono que debía tener un perímetro tan grande como el de una enorme ciudad. Estaban construidas en piedra negra
La Gran Deidad
En el centro de aquel colosal polígono distinguía ya con nitidez la estatua de la Gran Deidad, terrible y nocturna, con poder sobre la vida y la muerte. Las torres hacían guardia en torno de ella. Estaba hecha con piedra ocre, su cuerpo era de mujer, pero tenía alas y cabeza de vampiro, en brillante basalto. Sus manos y sus pies terminaban en garras. No tenía rostro. La fosforescencia del Ojo se debía, tal vez, al reflejo de un fuego interior, porque ya era intenso, ya vacilaba o disminuía. La gran planicie que la rodeaba mostraba restos calcinados, como un estático museo del horror: ídolos de ojos amarillos en mansiones abandonadas, diosas de piel veteada como las cebras, imágenes de una taciturna idolatría con indescifrables inscripciones.
Era una comarca donde sólo parecía celebrarse una sola ceremonia de la muerte. Me sentí de pronto tan desamparado que grité. Y mi grito se perdió en aquel silencio absoluto. Proseguí mi marcha, porque el Ojo me llamaba inequívocamente, hasta llegar a la muralla poligonal donde guardaba a la Deidad. Calculé que tenían la altura de una catedral gótica. Pero las torres eran muchísimo más altas. YO SABÍA que debía haber una entrada para que yo pudiese pasar, y quizá sólo para eso. En ese momento mi espíritu estaba dominado por la certeza de que todo aquello (las torres, la desolada comarca, muralla, el astro declinante) había estado esperando mi llegada y que únicamente por eso no se había derrumbado ya hacia la nada. De modo que una vez que yo lograra penetrar en el Ojo todo se desvanecería como un milenario simulacro.
Después de marchar durante agotadoras jornadas di finalmente con la puerta. En ella se iniciaba una escalinata de piedra que seguramente conducía al Ojo. Miles de escalones habría de subir. Temí que el vértigo y la fatiga pudieran vencerme, pero el fanatismo y la desesperación me poseían y así inicié el ascenso. Durante un tiempo que no podía precisarse, porque el astro permanecía siempre en el mismo lugar, mis pies destrozados y mi corazón midieron, en cambio, aquel esfuerzo inhumano, en medio del silencio. Nadie me ayudaba con sus plegarias, ni siquiera con su odio: era una lucha que yo solo debía librar. Muchas veces desfallecí y hasta perdí el conocimiento, pero al despertar reemprendía el ascenso.
El Ojo aumentaba su tamaño y eso me daba ánimos y a la vez pavor. Y cuando por fin llegué ante El, caí de rodillas, y permanecí de ese modo largo rato. Hasta que una Voz que salía o parecía salir de aquel Ojo, dijo estas palabras:
"Ahora entra. Este es tu comienzo y tu fin".
Me incorporé y, ya enceguecido por el resplandor, entré. El fulgor intenso pero equívoco, como es característico de la luz fosforescente, que diluye y hace vibrar los contornos, bañaba un largo y estrechísimo túnel de carne, en que me fue preciso trepar reptando sobre mi vientre. Tuve la impresión de que aquel fulgor provenía de lo alto, que adivinaba como una gruta submarina. Fulgor acaso producido por algas, semejante al que en las noches de los trópicos, navegando en el mar de los Sargazos, había entrevisto mirando hacia las profundidades oceánicas; combustión fluorescente que en el silencio de esas fosas alumbra regiones pobladas de monstruos, que no salen a la superficie sino en ocasiones, propagando la consternación entre los tripulantes de los barcos que tienen la fatalidad de pasar en sus cercanías; sucediendo que esos hombres enloquecen y se arrojan al agua, de modo que esos barcos, abandonados a su suerte, como mudos testigos de la calamidad, navegando durante décadas a la deriva, fantasmas, llevados y traídos al azar por las corrientes marinas y por los vientos, hasta que las lluvias, los tifones, el sol de los trópicos y el tiempo pudren y desgarran sus cascos y sus mástiles, para concluir carcomidos por la sal y por el yodo, por los hongos y los peces, desapareciendo finalmente en las profundidades.
XXXVII
El dominio de la Secta
Ignoro el tiempo que permanecí sin sentido. Cuando poco a poco desperté, no comprendí dónde me hallaba, ni recordaba mi peregrinaje, ni los episodios que lo habían precedido. De espaldas en una cama, mi cabeza me pesaba corno si estuviera rellena de plomo y mis ojos apenas podían ver: sólo alcanzaba a advertir esa fosforescencia que era la misma que había en el cuarto de la Ciega antes de mi fuga. Mis músculos no podían moverse. Paulatinamente mi memoria comenzó a reorganizarse, como una central de comunicaciones después de un terremoto, y empezaron a reaparecer fragmentos de mi vida anterior: Celestino Iglesias, la entrada en el departamento de Belgrano, los pasadizos subterráneos, la aparición de la Ciega, el encierro en el cuarto, la fuga y, finalmente, la marcha hacia la Deidad.
Sólo entonces comprendí que la fosforescencia que dominaba aquella habitación era idéntica a la de la gruta o vientre de la gran estatua; a medida que mis ojos iban vislumbrando el techo y las paredes, sospeché que me encontraba en el mismo cuarto del que creía haber escapado. Aunque no me atrevía a volver mi mirada hacia la puerta, tuve la sensación de que allí estaba la Ciega. De manera que todo mi peregrinaje por los subterráneos y cloacas de Buenos Aires, mi marcha por aquella planicie planetaria y mi ascenso final hacia el vientre de la Deidad habían sido una fantasmagoría desencadenada por las artes mágicas de la Ciega, por órdenes de la Secta. Y sin embargo yo me resistía a admitirlo, porque todo aquello tenía la fuerza y la precisión carnal de algo que realmente había vivido. En aquel momento no tenía ni la lucidez suficiente ni la calma para analizarlo, pero ahora tengo la certeza de que el viaje hacia la Deidad lo había vivido, y que, aun en el caso de que mi cuerpo no hubiese salido del cuarto de la Ciega, mi alma había recorrido verdaderamente aquella asombrosa región. Sentí que aquella mujer se acercaba a mi cama.
Todavía ahora, con los plenos poderes de mi mente, no sé cómo explicarlo: era verdad que yo era prisionero de la Secta y que aquella mujer, con la que tendría el más tenebroso de los ayuntamientos, era parte del castigo que la Secta me tenía destinado, pero, también, el punto final de una persecución que yo, por mi propia voluntad, había convocado a lo largo de años y años. Una compleja sensación me paralizaba y me incitaba a la vez, una mezcla de miedo y ansiedad, de náusea y de maligna sensualidad. Y cuando por fin pude abrir los ojos vi que estaba desnuda ante mí: de su cuerpo irradiaba un fluido que llegaba hasta mis vísceras y desataba mi lujuria. Con esperanza que debería llamar negra —la que debe de existir en el infierno—, comprendí que aquella serpiente se echaría sobre mí. Porque en un relámpago tuve la revelación: ¡era Ella! Aquel universo de Ciegos resultaba ser un instrumento para satisfacer nuestra pasión y, finalmente, para ejecutar su venganza. Inmóvil, quieto como un pájaro bajo la mirada paralizadora de una serpiente, vi cómo se acercaba lenta y lascivamente.

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