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martes, 5 de abril de 2011

Que los hijos aprendan a optar por «la Voluntad de Dios»



Nadie ama lo que no conoce, y no es posible optar por la voluntad de Dios sin amarla primero. Sin embargo, los hombres y mujeres de hoy tenemos una enorme necesidad de «optar por la voluntad de Dios», y la prueba de ello es el dolor que existe en el mundo. Enredándose en un falso razonamiento, muchos preguntan por qué, si Dios es bueno, existe ese dolor, como si tal fuera la «su Voluntad». Lo que hay que preguntarse es por qué, si Dios es bueno, muchos se niegan a optar por «su Voluntad», provocándose así, para sí mismos y para otros, ese dolor.

Hablemos en términos de opción y no de obligación, porque el Creador no pasa por encima de las decisiones libres, personales, del ser humano, su criatura amada. Es verdad que en la vida tenemos obligaciones reales, pero Dios no ha querido que su Voluntad sea una de ellas, y por ello nos dio una voluntad propia, la cual Él es el Primero en respetar. La buena educación no conduce a los hijos a pasar toda su vida dependiendo de las decisiones de otros, sino en prepararlos para que, llegado el momento, ellos hagan sus propias opciones de acuerdo a la verdad y al bien. Y hacer esto es hacer la Voluntad de Dios, simplemente. Enseñar a los hijos a optar por la Voluntad de Dios no consiste en mostrárselas, bajo amenazas, como si ésta fuera una imposición arbitraria de parte de Él, misma que los condenará, para toda su vida, a un estado de dependencia malsana. En tal caso, lo que se les infunde no es la confianza y el amor, sino miedo, resignación, ira e indignación.

A enseñanzas erradas, preguntas legítimas

Quizá los padres de familia son los primeros que pasan «hambre de saber qué es lo que Dios quiere». Y hay que saciar esa hambre. Para ello, no hay alimento mejor que «el pan de la Palabra». Nada ayuda tanto como el estudio, la lectura orante de las Sagradas Escrituras, porque en ella Dios nos ha revelado su plan y contesta a todas nuestras preguntas legítimas. Y es que en torno a este tema muchos han dado enseñanzas muy erradas que sólo han generado confusión y rechazo: «No hay expresión peor comprendida y más trágicamente llevada a la vida que la expresión: “la voluntad de Dios”. Esto mismo provoca que, ante ella, en muchos se detonen sentimientos de miedo por creer, erróneamente, que la “voluntad de Dios” es aquello que los pone en situaciones, “mandadas por Él”, ante las cuales sólo queda resignarse ‒como la enfermedad o la muerte‒. En otros se detona la ira y la indignación porque, a lo largo de los siglos, todo tipo de autoridades ‒ políticas, religiosas, sociales, culturales‒ ha impuesto a otros su propia voluntad diciendo: ‒ “ésta es la voluntad de Dios para ti”‒. Como si Dios nos tuviera ya trazada la “página” de la vida y no hubiera más remedio que un sometimiento alienante, sin posibilidad de resistirse, so pena de hacerse merecedores de un castigo eterno. Esto no puede ser porque entonces ni Dios nos amaría, ni seríamos libres. ¡Qué mala idea y mala voluntad tendría Dios para provocarse así nuestra enemistad! Para comprender cómo hay que vivir la Voluntad de Dios hay que fijarnos cómo lo hizo Jesús, que no fue ni resignado, ni sumiso» (R. Fassio).


La voluntad de Dios no es un «obscuro misterio

A quién pregunta con sinceridad y buena voluntad cómo saber cuál es la voluntad de Dios, dos grandes teólogos le dan respuestas muy veraces y entresacadas, precisamente, de la Sagrada Escritura. Ellos son santo Tomás de Aquino, en el Medioevo, y B. Häring, en el contexto del Concilio Vaticano II. Santo Tomás encuentra en la Escritura que Dios es Amor y su Voluntad es lo mismo que su Amor. En segundo lugar, ve que la Voluntad de Dios para la persona humana no es otra que verle feliz y proporcionarle los medios legítimos para alcanzar esta felicidad. A los que piensan que la voluntad de Dios y la nuestra están hechas para no coincidir, santo Tomás les diría que no es así, y estaría completamente de acuerdo con el P. Häring, que aclara: «La voluntad de Dios coincide con la del hombre y la mujer que actúan en un marco de ética y responsabilidad». Y la voluntad de Dios deja de ser un obscuro misterio entonces. Y no habría por qué estarle atribuyendo a Dios cosas que nacen de la mala voluntad de los hombres. Para ejemplificarlo, podríamos decir, en términos del P. Häring, que el adulterio no es voluntad de Dios porque la persona que lo comete no actúa ética ni responsablemente al faltar a su juramento de fidelidad hacia el cónyuge; y en términos de santo Tomás diríamos que el adulterio destruye la felicidad de un hogar y del mismo adúltero, que no podrá probar jamás que sus medios han sido legítimos para alcanzar su propia «felicidad».

* Lilián Carapia Cruz es licenciada en Filosofía y religiosa del Instituto de Hermanas Misioneras Servidoras de la Palabra, en México.

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