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sábado, 9 de abril de 2011

Superar el miedo a la muerte


Domingo 5º de Cuaresma – 10 de Abril de 2011
Evangelio: Jn. 11,1-45

Por Bernardo Baldeón

Hace unas semanas estaba durmiendo tranquilamente en la cama. Calculo que faltaría una media hora para que sonara el despertador y comenzar el día.

Creo que entré en un estado de semi-consciencia. No se si estaba despierto o dormido. Andaba entre el sueño y la vigilia. Intenté mover los brazos y no podía. Lo mismo me pasaba con las piernas. Era una sensación extraña.


Por mi cabeza pasó como un relámpago una idea: “si no puedo moverme, es que estoy muerto”.

Me sentía a gusto, tranquilo y en paz. Mi siguiente pensamiento fue: “pues no es tan malo esto de estar muerto, como pensaba, me siento bien”.

Finalmente el sonido inconfundible del despertador me sacó de esa insólita experiencia. Evidentemente no estaba muerto y había que comenzar un nuevo día.

Me vuelve a la mente aquella situación porque acabo de leer el siguiente texto:

“En un mundo como el que nos toca vivir, donde la rentabilidad se ha erigido en nueva divinidad que hay que adorar, todo es prácticamente objeto de explotación, no solo, como era de esperar, eso que llamamos “naturaleza”, sino incluso la persona humana misma, su trabajo, su vanidad, su egoísmo, su ambición, su erotismo, sus necesidades…. hasta su miedo. ¡Qué renta tan fabulosa se obtiene diariamente del miedo de los hombres! Por miedo a perder un sueldo, un empleo, un nombre, un prestigio, una popularidad; por miedo a perder la vida… renunciamos a ser lo que somos (hombres libres) y nos vendemos como esclavos: nos vemos constreñidos a llevar a cabo acciones injustas, degradantes, indignas. Sería incontable el número de los que tienen sellados los labios con oro, o las manos atadas con amenazas, o seco de miedo el corazón. A veces suspiramos: “Ah, si pudiese hablar…, si yo dijese todo lo que sé…; si contase lo que yo he visto con mis propios ojos”. ¡Pero no hablaremos!

Tenemos miedo. Mucho miedo. Miedo a todo. Miedo a morir. Y preferimos no pensar en la injusticia que sufre el prójimo.

Preferimos no saber la mentira con que engañan al vecino, no denunciar la opresión que padece el compañero, cerrar los ojos al hambre del hermano.

Y es que cuando la muerte se ve sólo como “el fin”, la muerte nos aterra. De ahí que -y no es pura coincidencia- el tirano como el delincuente exploten al máximo el miedo de los hombres para asegurar el éxito de sus propósitos y garantizar el silencio y la complicidad de los hombres. Y lo malo del caso es que todo aquel que, por miedo a la muerte, practica o encubre la injusticia, desfigura o escamotea la verdad, es ya sólo el despojo de una ejecución anticipada.

Por eso el cristianismo, al anunciar su mensaje de vida y resurrección, está ofreciendo a la humanidad la única oportunidad de liberación: la liberación de todos los miedos, la liberación del gran miedo de la muerte. Morir no es fin, más que para los opresores y para toda opresión”.

A lo largo de mi vida he vivido varias situaciones cercanas a la muerte, y no en sueños. Recuerdo que siempre me ha acompañado una sensación profunda de paz.

No pretendo afirmar que haya superado todo miedo a morir. Pero siempre me llamó la atención la expresión de un escritor ateo muerto hace poco más de un año: “No le temo a la muerte, porque amo profundamente la vida”.

Creo que el mensaje del evangelio de hoy –la resurrección de Lázaro- es una invitación a superar todo tipo de miedo, incluido el miedo a la muerte. Sólo entonces alcanzaremos la libertad necesaria para ser nosotros mismos en la vida de cada día.

Jesús lo consiguió. No le fue fácil. Llegó a sudar sangre. Pero nos mostró que es posible un futuro de esperanza y de vida plena. Un futuro que hemos de comenzar ya aquí en esta vida.

No quiero extenderme más. Sólo invitarte e invitarme a enfrentar nuestros miedos y a descubrir nuestras posibilidades de libertad.

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