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miércoles, 6 de abril de 2011

V Domingo de Cuaresma (Jn 11, 1-45) - Ciclo A: Reconocer y llorar nuestro pecado

Una serpiente mordió a un muchacho y murió. El veneno le quitó la vida y sus apenados padres llevaron su cuerpo al sacerdote y lo colocaron delante de él.
Los tres sentados alrededor de su cuerpo lloraron durante largo rato.
El padre se levantó, se inclinó sobre su hijo y con sus manos extendidas sobre los pies del niño dijo: durante toda mi vida no he trabajado por mi familia como era ni deber. Y el veneno abandonó los pies del muchacho.
La madre se levantó después y extendiendo sus manos sobre el corazón de su hijo dijo: durante toda mi vida no he amado a mi familia como era mi deber. Y el veneno abandonó el corazón del muchacho.
Finalmente se levantó el sacerdote y extendiendo sus manos sobre la cabeza del niño dijo: durante toda mi vida no he creído en las palabras que he predicado. Y el veneno abandonó la cabeza del muchacho.
El muchacho se levantó, los padres y el sacerdote se levantaron y hubo gran alegría en el pueblo aquel día.
El veneno en este cuento es símbolo del pecado. Reconocer y llorar nuestro pecado es arrojar el veneno y recuperar la vida.
El domingo pasado preguntábamos: ¿acaso no hay ningún ciego entre nosotros?
Hoy preguntamos: ¿acaso no hay ningún muerto entre nosotros? La muerte que produce el pecado es tan verdadera como la que certifican los médicos. Por eso nosotros necesitamos acudir a la cita con el Señor de la vida, con Jesucristo.
Hoy, en los hospitales, los corazones son transplantados y arreglados como si de un carro se tratara. Y hay personas que han vivido la experiencia de la muerte física, que han pisado el umbral de la muerte y han vuelto a la vida.
Life after the miracle. La vida después del milagro. Estas personas ya no ven ni viven la vida como antes. Ahora saben distinguir entre lo importante y lo secundario, lo que vale y lo que no vale. Lo que es bueno y lo que es veneno.
Nosotros los bautizados estamos llamados a ver con la luz de Cristo.
Nosotros los bautizados hemos muerto con Cristo y tenemos su vida. En Cristo no hay ni pecado ni muerte.
Nosotros, los bautizados, hemos bebido el agua de la vida, hemos recibido la luz de Cristo y hemos nacido a la vida del Espíritu.
Somos los hijos de Dios, sellados con el sello del Espíritu para el día de la resurrección.
Nosotros vivimos también la vida después del milagro, después del bautismo.
San Juan, en su evangelio, no nos quiere enseñar lo que dijo Jesús. Juan nos quiere enseñar quién es Jesús.
Jesús es el agua viva.
Jesús es la luz del mundo.
Jesús es la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque muera, vivirá y el que viva y crea en mí no morirá para siempre.
Jesús es el amigo de Lázaro, de Marta y de María.
Jesús es el amigo que llora la muerte de su amigo.
Dicen que no se descansa en una silla sino en el amigo.
El domingo es el día del amigo. Venimos a descansar en él, a traerle el peso de nuestra vida: una oración por nuestros seres queridos, un problema que nos ahoga, un hijo que nos preocupa, una enfermedad que nos mata, un trabajo que nos esclaviza, un vicio que nos domina, un matrimonio que no funciona, una fe que se apaga…
Y Jesús llora por Lázaro y llora también contigo. Y extiende sus manos sobre tus pies, tu corazón y tu cabeza y te quita el veneno del pecado.
El profeta Ezequiel decía en la primera lectura "Yo abriré vuestras tumbas yo os sacaré de ellas y os llevaré a la tierra de Israel".
Jesús ante la tumba de su amigo Lázaro gritó: "Sal fuera, Lázaro".
Hermanos, el Señor nos dice hoy:
"Yo soy la resurrección y la vida". En la víspera de su muerte, Jesús proclama el evangelio de la vida y se define como Señor de la vida.
Y a ti te dice hoy: sal fuera del sepulcro de la rutina, de la desesperación, de la tristeza, del miedo, de la violencia, de la soledad…
Sal fuera. Yo he venido para desatarte de tus ataduras de la muerte y del pecado.
Yo he venido para que tengas vida en abundancia hoy, mañana y siempre.
Yo he venido para sacarte de la tumba del sida, de la tumba del vicio y colocarte en el país de la vida.
Sal fuera. Sin miedos, sé testigo de la vida en medio de tus hermanos.
Si todos nosotros saliéramos de nuestras tumbas, de nuestro aislamiento, de nuestra indiferencia y camináramos juntos en el Señor, seríamos una gran luz y una fuente de vida para nuestro barrio.
Sal fuera. Vive una vida de resucitado.
Termina el evangelio diciendo que muchos judíos que habían visto lo que Jesús hizo creyeron en él. Estos son los creyentes después del milagro.
Pero hay creyentes que no necesitan milagros porque les basta la palabra del amigo y su fe hace milagros. Esos creyentes tenemos que ser nosotros. Nosotros los signos de Dios en un mundo sin Dios.

Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

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