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domingo, 22 de mayo de 2011

Comentario al Evangelio del Domingo 22 de Mayo del 2011


Por Conrado Bueno Bueno
Caminante, sí hay camino

1.- Antes de morir, antes de subir al cielo
Seguimos en tiempo de Pascua, y el Evangelio de hoy regresa a la Última Cena. Dos planos, dos despedidas se superponen: la despedida para morir y la despedida para ascender al cielo. Nos alejamos del día de Resurrección y vislumbramos el final: la ascensión al cielo y la venida del Espíritu.
Pero, sí, estas palabras de Jesús salieron del Cenáculo, en la víspera de su muerte. Noche de Jueves Santo. Hay tensión y desconcierto en la sala. Uno de los amigos está de parte del enemigo. Se presiente que el Maestro se va a enfrentar a la muerte. Jesús, al ver a los suyos tan hundidos, quiere levantarles el ánimo: “No se turbe vuestro corazón”. Es una larga conversación de sobremesa. Hay palabras de despedida, “Yo me voy al Padre”, pero también de proyectos y promesas: “Voy a prepararos sitio, y volveré, y os llevaré conmigo”.
Sólo les pide una cosa: la fe, que tengan confianza. Siete veces repite Jesús: “creed”, “creedme”, “¿no crees?”.
2.- Palabra
Son las últimas palabras antes de morir. Suenan a testamento. Es la hora en que se dice lo más importante, sólo lo esencial, lo que queda grabado para siempre. El evangelista las sitúa detrás de la traición de Judas y el anuncio de la negación de Pedro.
La duda y la turbación de los discípulos se manifiestan en las intervenciones de Tomás y Felipe. No saben a dónde va Jesús, no saben el camino, no saben cómo conocer al Padre del que tanto les habla.
Y Jesús intenta enseñarles. Comienza por su relación con Dios Padre: “Yo estoy en el Padre y el Padre en mí”. Por eso puede hacerles ya la gran promesa: “Os llevaré conmigo, porque donde yo estoy quiero que estéis también vosotros”. A pesar de todo, el hombre pregunta “¿Cómo podemos saberlo?”. Por fin, Jesús desvela la clave: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”. Él es la palabra, la revelación de Dios. Sus obras le delatan porque cumple en su vida el proyecto que Dios le encomendó. Lo canta la liturgia: “Cristo, resplandor de la gloria del Padre”.
3.- Vida
Dentro de nosotros se mueve también el deseo de Dios, queremos que se nos muestre al Padre. Suspiramos como Moisés en el Sinaí: “Muéstrame, Señor, tu gloria”. Como el salmista: “Mi alma tiene sed de Ti”. Como San Agustín: “Nuestro corazón está ardiendo hasta que descanse en Ti”. Pecadores y todo, nunca se apaga en nosotros la llama del Dios que nos habita, buscamos la luz de su rostro. Su bondad y su amor nos envuelven. Al final, Jesús nos llevará a esa casa del Padre, donde nos ha preparado el sitio. Esa sí que será la “casa encendida”, el hogar de los hijos.
La cosa será más fácil si hacemos de Jesús nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. Pero esto sólo se alcanza en el “encuentro personal” con Jesucristo. Cristo, en el centro y lo primero del vivir cristiano. Por ejemplo: porque Cristo es camino, imitamos su estilo de vida, sus ideales, su sentir, su sufrir. La moral, los mandamientos vienen en segundo lugar. Porque Cristo es la verdad, vemos la belleza del conocimiento de Dios y la luz que irradia su mensaje, no tenemos miedo y aceptamos las verdades pequeñas de otras culturas. Luego, y siempre después, vendrán las fórmulas de la fe y los catecismos. Porque Cristo es la vida, comemos el pan de vida y bebemos el agua que salta hasta la vida eterna. Después tendrán su exacto sentido el rito, la liturgia, los actos piadosos. Nunca, despreciar nada, pero guardando su orden y su medida: por Cristo, con él y en él.
Ahora nos toca convertirnos, nosotros también, en camino hacia Dios, en resplandor de Jesús para los hombres, que dudan y preguntan. Repetimos con la santa joven madrileña: “Que quien me mire te vea”. Por desgracia, este camino puede quedar oscurecido a causa del pecado de los hombres y mujeres de la Iglesia, Pero, incluso así, hemos de gritar a todos que Jesús está por encima de las miserias de sus discípulos, que con él sí hay camino, que él nos acompañará hasta la muerte, que, al fin, “siempre nos quedará Jesús”.

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