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sábado, 28 de mayo de 2011

Comentario Bíblico y Pautas para la Homilía: ´VI Domingo de Pascua (Jn 14, 15-21) - Ciclo A


Publicado por Dominicos.org

“No os dejaré desamparados”

Celebramos el que podríamos llamar el último domingo de Pascua. Luego vendrá la Ascensión y Pentecostés, que cierran la Cincuentena Pascual. Es un todo que, pedagógicamente, la iglesia nos lo presenta fraccionado para que podamos vivirlo mejor. Durante cuarenta días (Cuaresma) nos hemos ido preparando para la Pascua. Y la celebramos durante cincuenta días. La Iglesia, con este “tiempo fuerte”, hace pasar ante nuestros ojos los últimos momentos del ministerio de Jesús Nazareno, subiendo a Jerusalén, donde se iba a realizar la entrega total a través de su pasión, muerte y resurrección. El fue glorificado por el Padre y trata de confortar a sus discípulos con las distintas apariciones. Les conforta, les anima, les dice “que no tengan miedo”, les da su paz… Les hace ver que El está presente en medio de ellos, El, que es el crucificado, es también el glorificado. Y para reforzar estas ideas les promete una presencia nueva que se da en su Iglesia. El Espíritu de la verdad es el consolador que está siempre con nosotros para que podamos “dar razón de nuestra esperanza” y así realizar una “nueva evangelización” en este mundo, que con sus alegrías y penas, nos toca a nosotros darle la “Buena Noticia”. Hoy la Iglesia nos invita a que tengamos un recuerdo de los enfermos, por ser “la Pascua del enfermo”

Fr. Manuel Gutiérrez Bandera
Virgen del Camino (León)

Comentario Bíblico
Primera lectura: Hechos 8,5-8.14-17

Marco: Corresponde a la predicación del Diácono Felipe en Samaría. La región de Samaría es un paso intermedio entre la ortodoxa Judea y la gentilidad. En su relato evangélico, Lucas hace todo lo posible para que Jesús no pase por Samaría. En su comprensión de los orígenes, Samaría es terreno a evangelizar después de la Resurrección de Jesús. El Resucitado había encargado a los Apóstoles, después de la recepción del Espíritu, que evangelizasen en Judea, Samaría y hasta los confines de la tierra. Este episodio muestra concretamente cuál era la misión de los Diáconos.

Reflexiones:

1ª) Felipe evangeliza en el corazón de la heterodoxia.

En aquellos días, Felipe bajó a la ciudad de Samaría y predicaba allí a Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía y los estaban viendo... La ciudad se llenó de alegría. Samaría supone una etapa intermedia en el desarrollo del programa establecido por Jesús. En Samaría habitan gentes heterodoxas. Sabemos de la enemistad cordial entre judíos y samaritanos. Que el Diácono Felipe evangelizara en Samaría supone un paso nuevo. Por eso reviste especial relieve el hecho de esta evangelización. Y Lucas pone especial cuidado en hacerlo resaltar. Los Diáconos comprendieron, con mayor rapidez que los Apóstoles, la proyección universal de la salvación y del Evangelio. Estos acontecimiento urgen a la Iglesia de hoy a abrir puertas y ventanas para proyectar el Evangelio generosamente y para percibir y asumir las grandes necesidades de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. El Evangelio es para todos y no tiene fronteras ni se le puede recluir en un cenáculo.

2ª) La tarea evangelizadora de Felipe sancionada por la autoridad apostólica.

Cuando los Apóstoles que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaría había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan... les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo. La obra de Felipe es querida por Dios ya que el Espíritu Santo la acompaña y la fecunda. Pero el Maestro había expresado que era necesario mantener la comunión en su comunidad. Pedro había recibido el encargo de "pastorear" que garantiza la cohesión en la Iglesia. Pero todos los carismas son dones del mismo y único Espíritu y todos son concedidos para edificar la única y verdadera Iglesia de Cristo. Aunque es verdad que, entre todos los carismas, el del Apostolado es el principal por voluntad expresa del Maestro: Cuando te recuperes, Pedro, fortalece a tus hermanos (Lc 22,32). Es necesario el reconocimiento de los diversos carismas en la Iglesia, a la vez que es necesario su íntima relación de los unos con los otros, sólo así se fortalece y se garantiza la comunión y unidad de la Iglesia. Y esto es precisamente lo que quiere dejar claro Lucas en este episodio. Los Diáconos siguen su tarea evangelizadora y su papel importante de roturar nuevos campos de evangelización.

Segunda lectura: 1Pedro 3,15-18.

Marco: El autor de la Carta recoge ahora las consecuencias prácticas que se deducen de la aceptación de la fe y de la recepción del bautismo. Ambos realizan en el hombre la nueva creación y a la nueva criatura corresponden actitudes nuevas.

Reflexiones:

1ª) Estar siempre prontos para dar razón de la esperanza.

Glorificad en vuestros corazones a Cristo el Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere. Adquieren especial relieve estas palabras de Pedro en el marco y contexto global de la Carta. Los cristianos, perseguidos por su ser cristiano, no deben replegarse, sino estar dispuestos a dar razón de su fe y de su esperanza. El testimonio cristiano en un mundo hostil y que les persigue se convierte en una convocación y oferta. Dar razón de la esperanza es mostrar que la fe cristiana es humanizante, respetuosa con las realidades humanas que intenta ennoblecer y enriquecer; expresa además la convicción de que es razonable, creíble; que el cristiano no se deja conducir por una sinrazón; que la esperanza, en sentido objetivo, en la que ha encontrado su vida es una excelente respuesta a los anhelos más profundos y propios del hombre. De este modo revela ante el mundo la novedad del Evangelio. El cristiano camina al ritmo de sus conciudadanos, pero con la singularidad de que está animado por la gran novedad de la esperanza cristiana que no defrauda. La defensa de su esperanza, se convierte en una denuncia y culmina en una forma excelente de evangelización. Al fin sólo es posible porque Cristo ha resucitado y sigue presente en la historia de los hombres.

2ª) El modo de dar razón de la esperanza.

Pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que en aquello mismo en que sois calumniados queden confundido los que denigran vuestra buena conducta en Cristo. El autor recuerda algunas actitudes básicas que han de acompañar al cristiano cuando testimonia y da razón de su esperanza: en primer lugar, la mansedumbre, que es una bienaventuranza proclamada por Jesús, y que consiste en la ecuanimidad y sosiego en las situaciones límites provocadas por la violencia y la injusticia. Es decir, sería equivalente a la no-violencia activa y dinámica. Los cristianos son injustamente perseguidos hasta el martirio y podían sentirse asaltados por la tentación de la violencia o de la venganza. La mansedumbre, a imitación del Maestro que fue manso y humilde de corazón, es un distintivo de sus discípulos. En segundo lugar, el respeto por los demás. La fe cristiana no saca al hombre del mundo, de su mundo con todas sus realidades. El respeto se expresa en las actitudes y modo de entender a las personas y las cosas que le rodean. Desde su fe, el creyente vuelve la mirada a todo aquello que es relativo, pero impor-tante para una convivencia animada por la paz. La fe es un acto libre y que libera al hombre y no atenta contra su dignidad humana, al contrario la enriquece. Por eso el creyente, valora de modo especial el respeto que todos merecen. En tercer lugar, la buena conciencia. La verdadera fe conlleva la sinceridad en la vida, en los gestos y en las palabras. Por eso, quien es coherente con su fe está animada por la recta y buena conciencia. "Para que en aquello mismo en que sois calumniados queden confundidos los que denigran vuestra buena conducta en Cristo". Pablo dirá el mismo pensamiento urgiendo a los creyentes que no den motivo de escándalo a nadie.

3ª) Padecer haciendo el bien, como Cristo.

Si es la voluntad de Dios mejor es padecer haciendo el bien, que padecer haciendo el mal. Y Jesús había formulado una de sus más bellas bienaventuranzas así: Dichosos vosotros cuando os persigan y os calumnien falsamente por mi causa. Estad contentos y alegres porque vuestra recompensa será grande en el cielo (Mt 5,11-12). Y el comentario que realiza Santiago para traducirla en la vida práctica: Dichoso el hombre que aguanta en la prueba, porque, una vez acrisolado, recibirá la corona de la vida que el señor prometió a los que lo aman (St 1,12). Ese es el verdadero secreto del verdadero creyente en Jesús, a saber, que es perseguido y marginado a pesar de su conducta intachable y precisamente por su conducta intachable. Estas actitudes a que es urgido el creyente no se entienden fácilmente desde los baremos de valores que se utilizan en nuestra cultura. Ciertamente el creyente vive en el mundo y utiliza todo lo que en el mundo hay como los demás, pero se distingue por lo peculiar de sus actitudes. Pedro presenta una vez más el modelo que justifica este comportamiento: Cristo Jesús, que murió injustamente, pero volvió a la vida por el Espíritu. Este es el camino a recorrer por el discípulo. El secreto está en una aceptación generosa de los logros del mundo, una asunción generosa de sus propias responsabilidades humanas guiadas por la verdad y el bien, pero que encuentra la clave definitiva en la sabiduría de la Cruz y del Espíritu.

Evangelio: Juan 14,15-21.

Marco: seguimos en el discurso de despedida. Este fragmento está elegido con la mirada puesta en Pentecostés, ya cercano. Recuérdese la síntesis presentada al principio sobre la composición del discurso de despedida. En el discurso de despedida (sobre todo en el capítulo 14) el evangelista recoge un elemento esencial para la experiencia cristiana en dos movimientos: al Padre con Cristo en el Espíritu Santo. Todo en vistas a la comunidad y a cada uno de sus miembros. El evangelista no intenta hacer afirmaciones abstractas sobre los tres, sino cómo los tres están empeñados (por puro don gratuito) en el acompañamiento, crecimiento y defensa de la comunidad y de cada uno de sus miembros.

Reflexiones:

1ª) El Padre os dará otro Defensor que no os abandonará nunca.

Yo le pediré al Padre que os dará otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. Lo peculiar de este primer dicho acerca del Espíritu es que Jesús lo pide al Padre para su comunidad. Y que el Espíritu es presentado como el "Don" por excelencia que Dios da a los hombres a ruegos de Jesús. El evangelista Juan lo llama Paráklêtos, que admite una variedad rica de sentidos: Abogado defensor, Auxiliador, Valedor, Intercesor. Es presentado como "otro" Defensor, porque ya teníamos un primero: Jesús el Justo (1Jn 2,1ss). El Paráklêtos-Espíritu de la verdad es el Don por excelencia tanto del Padre como del Hijo. Con el Don, que es el Espíritu, se rubrica la salvación escatológica o definitiva aportada por la Muerte y la Resurrección de Jesús. Había sido anunciado por los profetas (Isaías, Ezequiel y Joel) que cuando se realizase definitivamente el proyecto salvador de Dios el Espíritu sería derramado sobre "toda carne", es decir, sobre todos. Por tanto, el Don que es el Espíritu que Jesús Resucitado-Glorificado ruega al Padre envíe a la comunidad certifica y testimonia de que Dios es fiel a su Palabra. En consecuencia, hay que recibirlo como un don gratuito de la generosidad de Dios.

2ª) Presencia del Espíritu como Don para cada uno y para la comunidad.

El mundo no puede recibirlo porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive con vosotros y está en vosotros. El Espíritu habitará, estará, permanecerá siempre con vosotros, al lado vuestro y dentro de vosotros. Tres actividades más importantes que realiza el Espíritu en la comunidad y en cada de los miembros de la misma. En primer lugar, estará junto, al lado de la comunidad para ejercer en su favor el oficio de Defensor, al igual que el abogado defensor está junto a su defendido durante el juicio. En el substrato hay que tener en cuenta el ambiente martirial en el que hay que leer estas afirmaciones sobre el Espíritu. El destino de la comunidad cristiana es como el del Maestro, por eso necesita de un Valedor, un Defensor en los momentos de persecución abierta o encubierta. Ya el Maestro había afirmado durante su ministerio: "Cuando os lleven ante los tribunales no os preocupéis de vuestra defensa, el Espíritu hablará por vosotros" (Mt 10). Para los momentos en que la Iglesia es urgida a rendir testimonio en defensa de su fe, tienen la garantía de la presencia del Espíritu de Jesús. En segundo lugar, el Paráklêtos-Espíritu estará en medio de la comunidad para crear y garantizar la unanimidad en la diversidad, la comunión en la distinción. La Iglesia, que es comunión unánime en la diversidad y pluralidad de personas, recibe el Espíritu y se hace garante de la unidad. Por eso podemos llamar adecuadamente al Espíritu como el Arquitecto de la comunión en la Iglesia. Hoy, quizá de modo especial, urge la realización de este proyecto de comunión eclesial impulsado por el Espíritu y manifestado visiblemente por los discípulos de Jesús. En tercer lugar, el Espíritu habita en la intimidad de cada creyente. Cada discípulo de Jesús es templo del Espíritu. A esta presencia y actuación se le ha llamado la inhabitación en el creyente.

3ª) Presencia viva de Jesús resucitado.

No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo en vosotros. Con estas palabras se expresa una excelente interpretación de la Resurrección, pero con el lenguaje propio de la escuela joánica. Esta escuela tiene su modo peculiar de comprender y expresar la Muerte y la Resurrección de Jesús como un "viaje" de ida y vuelta. La Muerte de Jesús es un "paso" al Padre (Jn 13,1ss) y la Resurrección como una vuelta que se prolongará a lo largo de todos los siglos.

4ª) Pascua y obediencia a la Palabra.

El que acepta mis mandamientos, y los guarda, ése me ama; al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él. Pascua y obediencia a la voluntad de Dios significa que el creyente ha encontrado en la Muerte de Jesús su liberación. La verdadera libertad arranca y se fundamenta en la verdad (Jn 8,31ss). Y en la libertad puede acoger y cumplir mejor los mandamientos de Jesús que no son pesados (1Jn 5,3) sino más bien ejercicio de la libertad. El amor y la obediencia fueron en las relaciones de Jesús con el Padre un verdadero equilibrio (Jn 15,9-10). El discípulo de Jesús ha de seguir el mismo camino. Y el amor en la obediencia se expresa la más profunda realización humana. Jesús revela a sus amigos los secretos que ha recibido del Padre (Jn 15,13ss). Entre amigos sinceros y verdaderos no hay secretos. Entre los amigos todo se pone en común (Pitágoras). Esta experiencia es un resultado excelente de la Pascua.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)


Pautas para la homilía

Hemos celebrado cinco semanas de Pascua y nos quedan dos para celebrar Pentecostés, por eso la iglesia pide hoy poder “continuar celebrando con fervor estos días de alegría en honor de Cristo Resucitado”. En la celebración de este domingo aparece un aspecto nuevo de la Pascua. En las tres lecturas se hace presente el protagonismo del Espíritu, que es el que da la vida a la comunidad. Por él se sigue obrando en la iglesia “las maravillas del Señor”

“La ciudad se lleno de alegría”

La persecución que se dio en Judea protagonizada con el martirio de San Esteban, obligó a dispersarse sobre todo a los judíos helenistas. El diácono Felipe, que era uno de ellos, predicó a Cristo en Samaría. Realizó allí también los prodigios que en nombre de Jesús hacían en otros lugares. Había llegado hasta ellos la “salvación integral”. Acogían la palabra y quedaban curados muchos enfermos, lisiados y, también, eran liberados los poseídos de “espíritus inmundos”. Todo esto provocó en la ciudad alegría. Este grupo de samaritanos que habían aceptado la predicación, se habían convertido y se habían bautizado, pero aun no habían recibido el Espíritu Santo. Lo recibieron a través del ministerio de Pedro y Juan que les impusieron las manos. Así quedo constituida una verdadera comunidad de creyentes capaces de testimoniar su fe ante los demás.

La presencia del Espíritu Santo es quien hace que una comunidad cristiana sea auténtica. Podemos aceptar el mensaje cristiano de una manera superficial y por motivos espectaculares. Si no se da la presencia del Espíritu no se da una asimilación honda. En una sociedad como la nuestra, donde se vive aún en “estado de cristiandad”, tal vez sea necesario una “nueva evangelización” para recibir de verdad esa presencia nueva de Cristo resucitado a través del Espíritu de la verdad.

“Para dar razón de vuestra esperanza”

La carta de San Pedro hace una exhortación que viene a ser la consecuencia de recibir la “fuerza de lo alto”, de tener la presencia del Espíritu en nosotros. Se trata de manifestar una conducta acorde con la vida cristiana, que sirva de testimonio para todos. Esto se expresa con una de las formulaciones más bellas del Nuevo Testamento: “dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pida”. Y añade algo muy importante para que nuestro testimonio sea creíble, y que, en nuestro tiempo, el Beato Juan Pablo II recordó a los jóvenes en Cuatro Vientos: “Proponer, no imponer”, refiriéndose a la fe como testimonio. San Pedro, igualmente, invita en esta carta a los primeros cristianos a que den razón de su esperanza “con mansedumbre y respeto y en buena conciencia”. Así es como los que nos rodean puedan volver ”a la vida por el Espíritu”

“No os dejaré desamparados”

Durante estos domingos del tiempo pascual hemos podido comprobar cómo Jesús se hace presente a sus discípulos de diversas maneras, en el cenáculo, en el camino de Emaús, en la orilla del mar… El Resucitado, que es verdaderamente el crucificado, les va preparando para que puedan descubrirle con otra presencia. San Juan hace en su Evangelio una teología de la presencia de Jesús en la primera comunidad. La presencia de Jesús en la iglesia es real. Hemos de contar con esa presencia que anuncia el mismo Jesús: “No os dejare desamparados, volveré”. Esa nueva presencia es la del Espíritu que El nos envía junto con el Padre, por eso podemos experimentar de otra manera su presencia en medio de la comunidad y dentro de nuestros corazones. La misión del Espíritu Santo es continuar la obra del Reino de Dios iniciada por Jesús. El la completa y la adapta a los nuevos tiempo de la historia.

La promesa de Jesús de “no dejaros desamparados” (en griego “huérfanos”, con toda la carga social que en aquel tiempo tenía), tiene un condicionante. San Juan sitúa este fragmento del Evangelio en vísperas de la Pasión. Y la gran preocupación que Jesús tenía en ese momento abre y cierra el texto: que sus discípulos lo amen. Ese amor a Jesús es el que diferencia al discípulo de quien no lo sea. Pero hemos de darnos cuenta que no se trata de amar de palabra:“Obras son amores y no buenas razones”. El amor a Jesús se verifica con lo que él mismo nos dice: “el que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama”. Y la recompensa de ese amor sincero y con obras, es lo más grande que puede esperar un ser humano: “lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él”. Sólo el que ama a Jesús está en condiciones de apreciar la verdad de lo que Jesús dice. Enraizado en la vida de Dios, el discípulo de Jesús es una persona feliz y completa, siempre agradecido, siempre asombrado. Ve y vive lo que el mundo no puede ver ni vivir.

Jesús había prometido: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Esta promesa ha quedado cumplida con el envío del Espíritu que nos enseña toda la verdad y que no nos deja desamparados. En la primera lectura que se ha proclamado hoy vemos como Jesús cumple con su promesa. Por medio de Pedro y Juan el Espíritu desciende sobre los samaritanos que se habían convertido gracias a la predicación y sanación del diácono Felipe. Alguien lo ha llamado el “Pentecostés samaritano”.

La inhabitación del Espíritu en los creyentes es la nueva forma de vivir el Señor Resucitado entre sus discípulos para siempre. Por este motivo podemos decir que la iglesia es en verdad la Comunidad del Espíritu.

Esta comunidad, no puede desentenderse de la presencia del mal en el mundo, que aparece bajo mil formas: hambre, injusticias, pobreza, enfermedad… La Iglesia quiere que tengamos hoy un especial recuerdo de los enfermos. La enfermedad nos ayuda a descubrir la fragilidad y los límites de nuestra condición humana. La enfermedad ajena nos puede ayudar a preocuparnos de los demás. En nuestra sociedad actual tenemos un déficit de “compasión”. Que la Pascua del enfermo nos haga tomar conciencia de esta realidad para ser nosotros también otros “consoladores”. “Paraclito” referido al Espíritu significa “consolador”

“Padre, la resurrección de tu Hijo Jesús fundamenta la esperanza de la nuestra. Por eso podemos repetir con el salmista a boca llena: Yo no he de morir, yo viviré para contar las hazañas del Señor. Ayúdanos, Señor, a mantenernos siempre fieles a tu voluntad y prontos para dar a todos razón de nuestra esperanza. Amén.

Fr. Manuel Gutiérrez Bandera
Virgen del Camino (León)

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