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sábado, 7 de mayo de 2011

Dom 15 V 11 Iglesia Emaús: Catequesis pascual, Pan compartido


Publicado por El Blog de X. Pikaza

Tras la serie Moon, que nos sitúa ante un tema clave de Iglesia (fragmentación post-cristiana y creación de empresas universalistas de tinte religioso) vuelvo al evangelio del domingo (Lc 24, 13-35), la parábola catequética de los discípulos de Emaús.
Lo haré en dos partes, que se relacionan, pero que pueden leerse de forma independiente (o quedar sólo en una de ellas).
(a) Ofrezco primero una lectura básica y bastante literal del tema , poniendo de relieve tres motivos narrativos: Reflexión sobre el fracaso de una historia que no ha culminado como habíamos (no ha llegado "nuestro" reino; apertura de la casa a los que caminan con nosotros en la vida, para la conversación y el pan, diciéndoles que que pasen, que hay sitio ante el fuego y la mesa; compartir lo que tenemos en la casa, no sólo el calor del fuego en la noche, y la conversación a la caída de la tarde, sino (y sobre todo) el pan bendito de la vida, que es el signo pascual (el pan que es Cristo)
(b) Presento después, para quienes quieran profundizar en ella, la visión del Mensaje del CELAM (Santo Domingo 1992), que ha marcado época en la Iglesia Católica. Se dice que fue una asamblea nerviosa, estaban divididos los grupos, no se sabía que decir..., hasta que Dom Luciano Mendes de Almeida SJ, de feliz memoria, propuso volver a Emaús, retomando desde allí la marcha, y redactando en esa línea (de forma apresurada, pero hermosa: ¡en poco más de una noche!) la interpretación de este pasaje que propongo en la segunda parte del post.(Benedicto XVI quiere volver a ella en el Sínodo 2012, dedicado precisamente a la Nueva Evangelización).
A partir de este motivo, en los próximos días quiero reflexionar sobre la Eucaristía (la Cena del Señor), y no sólo sobre el día (martes o jueves), como en discusiones pasadas, sino sobre su sentido. Me lo pidió un amigo del blog, le dije que esperara, y debo cumplir lo prometido. Mañana o pasado vuelvo al tema. Frente al matrimonio-espectáculo "Moon", los cristianos ponemos en el centro de la vida la mesa compartida, con el pan de Cristo. Buen domingo pascual a todos, con palabra conversada y mesa abierta.
LECTURA BÁSICA (Lc 24, 13-35)
Comencemos leyendo el texto, fijemos su estructura dramática, marcando los momentos de la trama, la acción de cada uno de los personajes, fugitivos de Jesús luego. Son dos, como lo eran los varones de la tumba vacía, pues sólo de esa forma pueden actuar como testigos oficiales de aquello que han visto y oído. Escapan de la comunidad incrédula (que no ha recibido el testimonio de las mujeres) y después del encuentro con Jesús retornan para encontrar una comunidad creyente, que se reúne en gesto de confesión y canto: ¡ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón! (24, 34).
No han ido con las mujeres al sepulcro, para ungir al cuerpo muerte, ni quedan en Jerusalén, como los otros, sino que escapan, como si la aventura de Jesús hubiera aparecido ante sus ojos como un bello y duro engaño. Cuanto antes pudieran olvidarla sería mejor: la vida no se puede edificar sobre recuerdos vacíos, sobre palabras vanas, visiones de mujeres de sepulcro (cf 24, 11-22).
Al principio está, según el evangelio, catequesis pascual de las mujeres (Mc 16, 1-7 par) a las que bastaba el recuerdo de aquello que Jesús había dicho, estando como estaban al borde de su tumba vacía. Por el contrario, éstos fugitivos de Emaús necesitan toda la palabra de Escritura, necesitan la fracción del pan, tienen que ver a Jesús. De esa manera, su misma gran incredulidad se hará motivo de una más honda y larga catequesis pascual.
Experiencia de Emaús. Comienzo.
Y he aquí que dos de ellos
del grupo de Once y los otros: cf 24,9),
en aquel mismo día, caminaban hacia una aldea llamada Emaús,
que distaba como una sesenta estadios de Jerusalén.
Y ellos dialogaban entre sí sobre
todas estas cosas que habían acontecido.
Y sucedió que mientras dialogaban y hablaban
el mismo Jesús se acercó y caminaba con ellos.
Y sus ojos estaban cerrados, para no reconocerle. Y él les dijo:
-- ¿Qué son esas palabras que os decís entre vosotros,
mientras camináis?
Y ellos se pararon, quedando tristes.
Y uno, llamado Cleofás, respondiéndole le dijo:
- ¿Eres tú el único habitante de Jerusalén que ignoras
las cosas que han pasado en ella en estos días?
Y les preguntó: ¿Cuáles? Y ellos le dijeron:
- Las referentes a Jesús de Nazaret, que fue varón profeta,
poderoso en acción y palabra, ante Dios y ante todo el pueblo,
cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes,
en juicio de muerte y le crucificaron.
Nosotros esperábamos que él fuera quien debía redimir a Israel,
pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días... (24, 13-21)
Estos fugitivos de Emaús son signo de todos los que han ido caminando con Jesús pero después se han decepcionado, son la Europa postcristiana, gran parte del viejo occidente al que ha “decepcionado” Cristo (o un tipo de Iglesia). No pueden entender la cruz, ni el fracaso de las instituciones antiguas: ¡pensábamos que tenía que redimir a Israel! Como fracasados escapan, huyendo de su propia historia, del pasado de su encuentro con Jesús, con la esperanza rota.
Escapan y sin embargo siguen hablando de Jesús, como si tuvieran necesidad de recrear su recuerdo, de recuperar su figura. Uno se llama Cleofás (24, 18). El otro permanece innominado. Ambos son desconocidos para la tradición ulterior de la iglesia: no forman parte de los Once. Podemos suponer que pertenecen al grupo más extenso de los sesenta y dos discípulos que el mismo Cristo había enviado a predicar durante el tiempo de su vida (cf Lc 10, 1-12).
Sea como fuere, ellos abandonan la comunidad donde sigue reunido el resto de discípulos incrédulos con las mujeres creyentes (cf 24, 9-10.33-35). Parecen el comienzo del fin; empieza a disgregarse el grupo que Jesús había formado a lo largo de su vida. Escapan de Jesús, pero le llevan en su mente y conversación (cf 24, 14). Pues bien, la misma huida viene a convertirse en principio de un nuevo encuentro.Ese momento de decepción, ese intento de evadirse de recuperar la tranquilidad de un pasado sin cruz, constituye un elemento integrante de la resurrección cristiana.
Desconocido de pascua. Catequesis del camino.
Se suele decir que no existe verdadera conversación si es que no viene “un tercero” para ofrecer nueva luz a los dos testigos anteriores, ya decepcionados. Parece que son ellos mismos los que en su decepción están llamando a Jesús: están interesados y quieren que venga a su encuentro y les hable, como un desconocido que pide palabra y se introduce en su conversación.
El desconocido empieza preguntando: se interesa por el dolor de los fugitivos y permite que ellos hablen y digan aquello que esperaban (liberación de Israel) y aquello que ahora sufren (fracaso de Jesús). Para que la conversación resulte verdadera debemos empezar acogiendo la palabra de los otros, no sólo para aprender lo que ellos digan sino también (y sobre todo) para dejar que ellos se expresen y con ello manifiesten su verdad, su intimidad más honda.

Este Jesús pascual aparece como un desconocido que pide lugar y palabra en la conversación de dos decepcionados. Precisamente al fondo de su decepción ellos conservan (y expresan) un rescoldo de fe. Como buen dialogante, les ha invitado a decir, a recordar otra vez, quizá en nueva perspectiva, aquello que ha sido su deseo, aquello que ahora es su decepción.
Experiencia pascual, un diálogo
La experiencia pascual viene a expresarse como un diálogo que, de manera casi lógica, termina por centrarse en los grandes argumentos de la historia: el sentido del dolor y la fuerza creadora de la comunión. ¿No sabéis que el Cristo debía padecer? Así empieza el primer argumento del desconocido:
¡Oh faltos de mente y duros de corazón
para creer todas las cosas que dijeron los profetas!
¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas
y entrara así en su gloria?
Y comenzando por Moisés y por todos los profetas
les fue interpretando en todas las Escrituras
todas las cosas que se referían a él (24, 25-27).
Los fugitivos no entendían el sentido de la muerte de Jesús. Esperaban que él viniera como mesías triunfador, a su manera, para imponerse con la fuerza de su gloria (con las armas, si es que fuere necesario); pero han visto cómo ha muerto: fracasado, crucificado. Esperaban la restauración nacional, política, del reino de Israel y han asistido a la muerte del pretendiente mesiánico. Sobre esa derrota de Jesús sólo resultan posibles las habladurías fantasmales de mujeres que dicen ver al ángel de Dios ante un sepulcro misteriosamente vacío (cf 24, 22).
Esta ha sido la dificultad. Jesús, con la voz de aquel desconocido, les responde ofreciéndoles una hermenéutica nueva de las viejas Escrituras. En el fondo, toda la historia del pueblo de Dios y las palabras de la revelación culminan en la muerte de Jesús. Aprender a sufrir, ese es el secreto; dar la vida por los demás, ese es el misterio.
Así les va enseñando Jesús a comprender su sufrimiento, en el principio de la catequesis pascual, a partir de los profetas de Israel. Ellos anunciaron, de algún modo, la exigencia y el valor del sufrimiento como camino salvador, conforme a las palabras recogidas en los Cantos del Siervo de Yahvé (Isaías 40-55). En esta misma línea se sitúan los Salmos que hablan de un justo que sufre. Lo mismo se nos dice en los pasajes posteriores de la literatura helenista israelita, como el libro de la Sabiduría (cf Sab 2).
A través de todos esos testimonios, aducidos por Jesús como palabra de Dios y profecía, descubrimos que el mundo no se salva a base de poder y por las armas, con la ley de la venganza. Sólo quien ama hasta el final, sufriendo por los otros, sin vengarse ni emplear violencia, y así muere por los hombres, puede ser mesías verdadero.
Esta es la catequesis bíblica de la resurrección del Cristo, en la línea de aquello que la liturgia de la iglesia sigue haciendo año tras año al comentar las Escrituras de la Vigilia Pascual: Moisés (el Pentateuco) y los profetas vienen a tomarse así como palabra que culmina y se vuelve verdadera allí donde Jesús ha dado su vida por los hombres.
Entendido de esa forma, como expresión de amor supremo, el sufrimiento y el fracaso no es objeción sino prueba de la mesianidad de Jesús. No es mesías de Dios a pesar de que ha sufrido sino precisamente porque ha sabido sufrir sin vengarse, amando a los demás hasta la muerte. No resucita Jesús a pesar de haber muerto sino precisamente porque ha muerto dando su vida por los otros.
De la profecía al pan partido y compartido
Las palabras del desconocido del camino iluminan nuestra catequesis de la pascua. No es que Jesús haya resucitado a pesar de la Escritura sino que lo ha hecho conforme a la Escritura (cf 1Cor 15, 4). No es que la Ley y los Profetas ofrezcan una demostración objetiva de la mesianidad de Jesús; no es que las viejas palabras se cumplieran de manera externa y unívoca en la muerte y pascua de Cristo. Pero es evidente que entre la Escritura de Israel y el Cristo muerto y resucitado hay una profunda convergencia.
- Los judíos rabínicos no piensan de esa forma. Ellos siguen creyendo que su Biblia (Ley, Profetas, Escritos: nuestro Antiguo Testamento) se basta por sí misma. No hace falta Jesús para entenderla; no es bueno suponer que ella culminen en el sufrimiento de un crucificado, cuya vida se abre en forma salvadora por la pascua, para todos los pueblos de la tierra. Los judíos que no han aceptado a Jesús afirman que su Escritura (Ley Escrita) culmina y se explica de manera más perfecta en los libros y documentos de su tradición oral, recogida en la Misna y el Talmud. Por eso han rechazado a nuestro Cristo.
- En contra de eso, los cristianos podemos y debemos afirmar que el argumento más profundo de la Biblia hebrea (Antiguo Testamento) culmina y se comprende en la nueva perspectiva de la pasión y pascua del Cristo, y se expresa en forma de pan compartido, para todos. La fe cristiana es una nueva forma de entender la ley y los profetas como camino que se cumple y llega a plenitud allí donde Jesús (Hijo de Dios) entrega su vida por los hombres, haciendo así posible la Eucaristía (en pan compartido)
La resurrección del mesías crucificado constituye así el principio hermenéutico cristiano, su punto de inflexión y novedad respecto al judaísmo (y al Islam). No es la expresión de una esperanza final para los muertos, en la que siguen creyendo judíos y musulmanes. Es la resurrección del crucificado, el triunfo ya logrado de aquel a quien los mismos jerarcas de Israel han condenado.
Jesús ha comenzado a ofrecer su catequesis y los caminantes aceptan en parte su argumento, pues como dirán después su corazón estaba ardiendo mientras escuchaban a Jesús (cf Lc 24, 32), pero todavía no le reconocen ni aceptan como Cristo (en ese ardor, nuevo ardor, quiso fundar JP II la nueva evangelización, que B XVI quiere proponer como tema eclesial de este año) . No le entienden aún, pero le aman ya y le invitan a quedarse a cenar en su casa, pues es de noche (24, 28-29).
Este es el momento decisivo. Ellos no creen todavía, pero quieren que quede en su casa, que les acompañe en la cena y el descanso. Quizá pudiéramos decir que Jesús resucitado se revela allí donde alguien sabe invitar al caminante, ofreciéndole su hogar y compañía. Pero el texto quiere que avancemos hasta el lugar de la manifestación definitiva del Cristo. Ellos le ofrecen de comer y él, actuando como padre de familia y señor de la casa, les ofrece el pan. Entonces le descubren:

Y sucedió que, al sentarse con ellos en la mesa,
tomando el pan, lo bendijo; y partiéndole se lo dio.
Entonces se abrieron sus ojos y le reconocieron
y él se volvió invisible para ellos (Lc 24, 30-31).
El invitado se coloca en el centro de la escena y, en lugar de esperar a que le sirvan, diciéndole que coma, asume la iniciativa: ¡Parte el pan y se lo ofrece precisamente a los señores de la casa, que han tenido el gesto de acogerle!. Quizá pudiéramos pensar que han sido los mismos caminantes quienes le han ofrecido la presidencia de su mesa, pidiéndole que parta el pan. El hecho es que lo parte y se lo ofrece, en gesto que recuerda las escenas de comidas ya estudiadas, tanto en perspectiva de multiplicaciones como de eucaristía.
Sólo así culmina el proceso de catequesis: ¡descubren al Cristo en el pan compartido!. No ha sido suficiente la interpretación de las Escrituras, ni la exégesis acerca del valor del sufrimiento y de la muerte por los otros. Para encontrar a Jesús resucitado hay que avanzar en su camino, acercándose a la mesa compartida, al pan que se parte, a la comunidad donde los fieles (creyentes) celebran con gozo la Eucaristía, en gesto que se abre a todo el mundo.
Una mesa redonda como el mundo, espacio y tiempo de conversación amistosa y de pan compartido, para todos, desde los más pobres, esa es la “prueba” de la Pascua de Jesús. Desaparece él como persona separada (su visión), pero quedan sus signos: la palabra de la profecía (el diálogo abierto para todos, donde todos tienen espacio para decir y escuchar) y, el pan compartido. Una profecía y conversación sin pan compartido no sería pascua. Un par ofrecido sin palabra, tampoco sería pascua.
Así descubren a Jesús precisamente cuando una forma de presencia externa ha desaparecido. Nosotros, herederos de una vieja tradición racionalista y, al mismo tiempo, mágica queremos fundar muchas veces nuestra fe en argumentos científicos y en apariciones. Pero al final de este recorrido no encontramos argumentos de ciencia ni tampoco apariciones: sólo hallamos una palabra sobre el valor de la entrega de la vida (del sufrimiento del mesías) y un signo real, muy concreto (el pan compartido de la vida y el amor para todos los hombres). En esa palabra y ese signo se hace presente el Cristo pascual.
Los discípulos fugitivos ya no necesitan más. Llevaban consigo aquello que buscaban. Querían escapar de Jesús, pero Jesús estaba con ellos. Evidentemente son dos (al menos dos), pues la reflexión sobre la palabra y la fracción del pan exige compañía: tienen en las manos el pan de Jesús; lo comparten y saben que el Señor ha resucitado.
Expansión. Mensaje del CELAM, Santo Domingo 1992
((Ofrece una lectura epocal y misionera de la parábola de Emaús)
III. UNA ESPERANZA QUE SE CONCRETA EN MISIÓN
13. El episodio de los discípulos de Emaús, relatado por el evangelista Lucas, nos presenta a Jesús resucitado anunciando la Buena Nueva. Puede ser también un modelo de la Nueva Evangelización.
2. Jesucristo Ayer, Hoy y Siempre: Jesús sale al encuentro de la humanidad que camina (Lc24,13-17)
14. Mientras los discípulos de Emaús desconcertados y tristes caminaban de regreso a su aldea, el Maestro se les acerca para acompañarlos en su camino. Jesús busca las personas y camina con ellas para asumir las alegrías y esperanzas, las dificultades y tristezas de la vida.
15. Hoy también nosotros, como pastores de la Iglesia en América Latina y el Caribe, en fidelidad al Divino Maestro, queremos renovar su actitud de cercanía y de acompañamiento a todos nuestros hermanos y hermanas; proclamamos el valor y la dignidad de cada persona, y procuramos iluminar con la fe su historia, su camino de cada día. Éste es un elemento fundamental de la Nueva Evangelización.
3. Promoción Humana: Jesús comparte el camino de los seres humanos (Lc 24,17-24)
16. Jesús no solamente se acerca a los caminantes. Va más allá: Se hace camino para ellos (cf. Jn 14,6), penetra en la vivencia profunda de la persona, en sus sentimientos, en sus actitudes. Por medio de un diálogo sencillo y directo conoce sus preocupaciones inmediatas. El mismo Cristo Resucitado acompaña los pasos, las aspiraciones y búsquedas, los problemas y dificultades de sus discípulos cuando éstos se dirigen a su aldea.
17. Aquí Jesús pone en práctica con sus discípulos cuanto enseñara un día a un doctor de la ley: las heridas y gemidos del hombre apaleado y moribundo que yacía al borde del camino constituyen las urgencias del propio caminar (cf. Lc 10,25-37). La parábola del Buen Samaritano nos concierne directamente frente a todos nuestros hermanos, especialmente a los pecadores por los cuales Jesús derramó su sangre. Recordamos en particular a todos los que sufren: los enfermos, los ancianos que viven en soledad, los niños abandonados. Miramos también a los que son víctima de la injusticia: los marginados, los más pobres, los habitantes de los suburbios de las grandes ciudades, los indígenas y afroamericanos, los campesinos, los sin tierra, los desempleados, los sin techo, las mujeres desconocidas en sus derechos. Nos interpelan también otras formas de opresión: la violencia, la pornografía, el tráfico y el uso de drogas, el terrorismo, el secuestro de personas, y otros muchos problemas acuciantes.
4. La cultura: Jesús ilumina con las Escrituras el camino de los hombres (Lc 24,25-28)
18. La presencia del Señor no se agota en una simple solidaridad humana. El drama interior de los dos caminantes era que habían perdido toda esperanza. Ese desencanto se iluminó por la explicación de las Escrituras. La Buena Nueva que oyeron de Jesús transmitía el mensaje recibido de su Padre.
19. Explicándoles las Escrituras, Jesús corrige los errores de un mesianismo puramente temporal y de todas las ideologías que esclavizan al hombre. Explicándoles las Escrituras, les ilumina su situación y les abre horizontes de esperanza.
20. El camino que Jesús recorre al lado de sus discípulos está marcado con las huellas del designio de Dios sobre cada una de las criaturas y sobre el acontecer humano.
21. Exhortamos a todos los agentes pastorales a profundizar en el estudio y la meditación de la Palabra de Dios para poder vivirla y transmitirla a los demás con fidelidad.
22. Reiteramos la necesidad de encontrar nuevos métodos para que a los constructores de la sociedad pluralista les lleguen las exigencias éticas del Evangelio, sobre todo en el orden social. La Doctrina Social de la Iglesia forma parte esencial del mensaje cristiano. Su enseñanza, difusión, profundización y aplicación son exigencias imprescindibles para la nueva evangelización de nuestros pueblos.
5. Un nuevo ardor: Jesús se da a conocer en la fracción del pan (Lc 24,28-32)
23. Pero la explicación de la Escritura no fue suficiente para abrirles los ojos y hacerles ver la realidad desde la perspectiva de la fe. Es cierto que hizo arder sus corazones pero el gesto definitivo para que pudieran reconocerle vivo y resucitado de entre los muertos fue el signo concreto de partir el pan.
24. En Emaús se abrió además un hogar para Alguien que andaba peregrino. Cristo reveló su intimidad a los compañeros de camino y en su actitud de compartir reconocieron al que durante su vida no hizo más que darse a los hermanos y quien selló con su muerte en la cruz la entrega de toda su vida.
25. Concluidos estos días de oración y de reflexión volvemos a los hogares que forman nuestras iglesias particulares para compartir con los hermanos, con quienes construimos lo cotidiano de la vida; en especial con quienes participan más de cerca en nuestro ministerio: nuestros presbíteros y diáconos a quienes deseamos expresar un particular afecto y gratitud. Que la celebración eucarística inflame siempre más sus corazones para llevar a la práctica la Nueva Evangelización, la promoción humana y la cultura cristiana.
6. Misión: Jesús es anunciado por los discípulos (Lc 24,33-35)
26. El encuentro entre el Maestro y los discípulos ha terminado. Jesús desaparece de su vista. Pero ellos impulsados por un nuevo ardor, salen gozosos a emprender su tarea misionera. Abandonan la aldea y van en búsqueda de los otros discípulos. La vivencia de la fe se realiza en comunidad. Por eso los discípulos regresan a Jerusalén a encontrarse con sus hermanos y comunicarles el encuentro con el Señor. A partir de la fe, vivida en comunidad, ellos se convierten en pregoneros de una realidad totalmente nueva: «El Señor ha resucitado y está de nuevo entre nosotros». La fe en Jesús lleva consigo la misión.
27. «Para América Latina y el Caribe que recibió a Cristo hace ahora quinientos años, el mayor signo del agradecimiento por el don recibido, y de su vitalidad cristiana, es empeñarse ella misma en la misión» (Juan Pablo II, Discurso inaugural, 28), sea en su interior que más allá de sus fronteras.

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