Por Josextu Canibe
“¿De qué estáis hablando por el camino?” les pregunta un desconocido a los dos discípulos de Jesús, que van camino de Emaús, su pueblo. Ellos se sorprenden de la interrogante, pues la noticia que destacaba sobre todas las demás era “lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso, pero que terminó crucificado”. Hoy hablarían probablemente de Bin Laden, o de Bildu o del paro o del futbol. Pero en aquellos días y en Jerusalén la noticia-estrella era lo de Jesús el Nazareno. Los viajeros avanzaban bajo los efectos del pesimismo, de la tristeza, de la desorientación, de la añoranza. Pero el extraño caminante, que se les unió, entró en conversación, después de escuchar sus penas y amarguras, y les explicó todo lo que la Escritura dice respecto al Mesías.
Esta escena es el mejor relato, la mejor definición que se puede hacer de la misa. Si alguien pregunta o quiere saber qué es la eucaristía, se le puede responder: lee esta página despacio y medítala. Por otro lado, esta escena refleja a la perfección muchos momentos de nuestra vida en los que caminamos cansinamente. Y ahí aparece el viajero extraño. Él de alguna forma nos explica el plan de Dios, nos da una visión de la vida según el proyecto de Dios, basándose en la Biblia, y nos invita a la eucaristía, al partir el pan. Claro que todas estas cosas no suceden de una forma clara y directa. Lo hace vestido de amigo, de anciano, de enfermo, de familiar. Pero, sin darnos cuenta nos transmite esperanza, otro punto de vista de la vida. Más aún, en ocasiones, es posible que nosotros seamos ese desconocido que queriendo o sin querer abrimos los ojos de quien se encuentra derrotado.
Aquellos dos discípulos hicieron el trayecto de Jerusalén a Emaús con un espíritu radicalmente distinto al de la vuelta a Jerusalén. No les preocupó ni la distancia, ni la noche. Si al principio notaron que se iban animando y que su “corazón ardía”, después vino la explosión. La razón de este cambio fue que “se les abrieron los ojos y le reconocieron”, con la fuerza que tiene “el ver”.
El evangelio de hoy pone de relieve el valor de la misa, de la eucaristía, del partir el pan, de conocer la Biblia –la Palabra de Dios- , de estar atento a los mensajes que nos llegan de otros compañeros de camino, para superar esos momentos o etapas en las que utilizamos el pretérito imperfecto: “esperábamos”. Le “habían reconocido al partir el pan”. No parece que nuestras eucaristías parroquiales provoquen estos efectos tan positivos. La vida actual reserva multitud de compromisos para el fin de semana, las famosas “gaupasas” tampoco son la mejor introducción para la misa dominical y el que nuestra liturgia sea tan rígida, neutraliza los efectos estimulantes, alentadores de la misa.
Un dato de interés: cuando tuvieron la certeza de que habían descubierto al Señor, no se quedaron como unos pasmarotes sentados junto a la mesa, sino que inmediatamente saltaron y se pusieron en camino para encontrarse con sus compañeros y contarles todo lo sucedido. La Iglesia, nosotros, seremos misioneros el día en que tengamos que comunicar similares experiencias.
Una oportuna oración para hoy: Quédate junto a nosotros que la tarde está cayendo.
Esta escena es el mejor relato, la mejor definición que se puede hacer de la misa. Si alguien pregunta o quiere saber qué es la eucaristía, se le puede responder: lee esta página despacio y medítala. Por otro lado, esta escena refleja a la perfección muchos momentos de nuestra vida en los que caminamos cansinamente. Y ahí aparece el viajero extraño. Él de alguna forma nos explica el plan de Dios, nos da una visión de la vida según el proyecto de Dios, basándose en la Biblia, y nos invita a la eucaristía, al partir el pan. Claro que todas estas cosas no suceden de una forma clara y directa. Lo hace vestido de amigo, de anciano, de enfermo, de familiar. Pero, sin darnos cuenta nos transmite esperanza, otro punto de vista de la vida. Más aún, en ocasiones, es posible que nosotros seamos ese desconocido que queriendo o sin querer abrimos los ojos de quien se encuentra derrotado.
Aquellos dos discípulos hicieron el trayecto de Jerusalén a Emaús con un espíritu radicalmente distinto al de la vuelta a Jerusalén. No les preocupó ni la distancia, ni la noche. Si al principio notaron que se iban animando y que su “corazón ardía”, después vino la explosión. La razón de este cambio fue que “se les abrieron los ojos y le reconocieron”, con la fuerza que tiene “el ver”.
El evangelio de hoy pone de relieve el valor de la misa, de la eucaristía, del partir el pan, de conocer la Biblia –la Palabra de Dios- , de estar atento a los mensajes que nos llegan de otros compañeros de camino, para superar esos momentos o etapas en las que utilizamos el pretérito imperfecto: “esperábamos”. Le “habían reconocido al partir el pan”. No parece que nuestras eucaristías parroquiales provoquen estos efectos tan positivos. La vida actual reserva multitud de compromisos para el fin de semana, las famosas “gaupasas” tampoco son la mejor introducción para la misa dominical y el que nuestra liturgia sea tan rígida, neutraliza los efectos estimulantes, alentadores de la misa.
Un dato de interés: cuando tuvieron la certeza de que habían descubierto al Señor, no se quedaron como unos pasmarotes sentados junto a la mesa, sino que inmediatamente saltaron y se pusieron en camino para encontrarse con sus compañeros y contarles todo lo sucedido. La Iglesia, nosotros, seremos misioneros el día en que tengamos que comunicar similares experiencias.
Una oportuna oración para hoy: Quédate junto a nosotros que la tarde está cayendo.
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