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domingo, 15 de mayo de 2011

Domingo IV de Pascua: Vivir sin sobrevolar


Publicado por Entra y Verás

La vida en abundancia es el mejor legado que nos dejó Jesús. Vivir y disfrutar de las cosas sencillas aparcando el lamento por lo que no se tiene es la forma de manifestar que la puerta de nuestra fe es la de las personas maduras, no es rígida. No confundamos vivir con pasar de puntillas, con sobrevolar. Vivir es desgastarse en el amor y el servicio a los demás.

Confundir la vida con un viaje en ala delta que nos permite sobrevolar los problemas y aterrizar donde queremos es un planteamiento no tan lejano a nuestros días. No es suficiente con ventilar la existencia dándonos un paseíto con el chubasquero puesto. Eso no es vivir a fondo. Eso está más cerca del horizonte vital de un cuadrúpedo que de el de un ser humano. Vivir es reír o llorar de verdad cuando toque, amar incondicionalmente, tener siempre un motivo, unas veces más vivo otras más lánguido para avanzar hacia una meta que merezca la pena; desterrar el miedo al fracaso, ser capaz de aprovechar cada momento y lugar como un descubrimiento de sonidos, sabores, historias… Dice Jesús hoy en el evangelio: Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.

Si nos centramos en la original presentación de Jesús como puerta: Yo soy la puerta. La puerta del aprisco era un lugar estratégico pues a través de ella tenían que entrar todas las ovejas al escuchar la voz de su pastor. La puerta de Jesús es una puerta de entrada y de salida: podréis entrar y salir y encontraréis pastos, es decir, es una puerta de libertad, de responsabilidad. La única condición que tenemos que cumplir para poder entrar por la puerta es amoldarnos a Cristo llevando una vida marcada y guiada por el amor como fue la suya, a la que la muerte no pudo vencer. Ni más ni menos. No es una puerta para perfectos ni para justos, ni para cumplidores…; es para todo aquel que quiera caminar hacia la plenitud. Hoy que casi todos estamos preocupados por la calidad de vida esta “puerta” nos conduce hacia ella de cabeza. La vida en plenitud que brota del evangelio está llena de sentido y de sabor. Ambos son necesarios pero lo importante es no perder el sentido pues sino la vida se nos evapora.

Como seguidores de Jesús debemos esforzarnos en centrar el sentido de nuestras vidas en el amor incondicional, generoso, total, de quien se siente agradecido por que ha sido amado primero y desea que los demás puedan compartir su dicha. Eso implica elevar la mirada un poco más allá de nuestra nariz, un poco más lejos, y dejarnos sorprender, inquietar, emocionar, cautivar o sobrecoger por aquello que siempre nos renueva. Aspirar a lo grande, lo bello, lo bueno, lo profundo, lo pleno… Amar lo amable. Criticar lo malo, y apuntar soluciones, o al menos aspirar a ellas. Dar respuestas, no sólo zarpazos o coces. No huir de lo que pueda estar al otro lado de nuestras opciones, pues sólo quien es capaz de echarse al camino llega a algún sitio.

Esta filosofía vital alimenta la alegría y calidad de vida que dicen haber encontrado quienes viven una vida sacrificada y solidaria entregada a los más desposeídos y marginados. Hoy celebramos la Jornada mundial de oración por las vocaciones. Es muy importante que pidamos continuamente al Señor que suscite personas que quieran dar su vida en servicio a los demás, que quieran responder con generosidad a la llamada que Dios hace a todos los bautizados.

Son muchas las puertas, muchas las ofertas, muchos los caminos, muchos los modos de vida que se nos ofertan y todos dicen conducir a la felicidad. Una vez más la responsabilidad está en nosotros. En nuestra vida cristiana podemos conformamos con una puerta sin retorno, rígida y estrecha, en la que ni siquiera se puede mover la cabeza y debemos escuchar continuamente la voz del pastor, o por el contrario, optamos por entrar por una puerta de libertad y madurez cuya única condición, nada fácil por cierto, es la de que nos comprometamos a vivir a tope en, desde y para el amor a Dios a través del prójimo. De este modo responderemos a Cristo, el buen pastor, que ha venido para que tengamos vida abundante, para que seamos felices y podamos alegrar la existencia de todos los que nos rodean.

Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)

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