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lunes, 23 de mayo de 2011

Evangelio Misionero del Día: 24 de Mayo de 2011 - Quinta Semana de Pascua - Ciclo A


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 14, 27-31a

A la Hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos:
Les dejo la paz,
les doy mi paz,
pero no como la da el mundo.
¡No se inquieten ni teman!
Me han oído decir:
«Me voy y volveré a ustedes».
Si me amaran,
se alegrarían de que vuelva junto al Padre,
porque el Padre es más grande que Yo.
Les he dicho esto antes que suceda,
para que cuando se cumpla, ustedes crean.
Ya no hablaré mucho más con ustedes,
porque está por llegar el Príncipe de este mundo:
él nada puede hacer contra mí,
pero es necesario que el mundo sepa
que Yo amo al Padre
y obro como Él me ha ordenado.

Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL

Un nuevo punto de vista sobre la Cruz
“Ha de saber el mundo que amo al Padre”

A lo largo del capítulo 14, a partir de las tres preguntas de los discípulos, Jesús corrige uno a uno los malos entendidos que éstos tienen sobre su partida.

La respuesta de Jesús los lleva a reconocer su muerte como regreso al Padre y como el comienzo de una nueva forma de presencia. Su partida trae nuevas bendiciones y promesas que habrá que acoger con atención y amor. El “ser discípulo”, en el tiempo pascual, supone básicamente observar estas enseñanzas con un confianza total.

Pero a todo lo dicho (ver Juan 14,22-29; las “pistas” la encontramos el próximo domingo), Jesús agrega cuál es su punto de vista sobre el misterio de la Cruz.

(1) Una aplastante derrota

“Llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder” (14,30b). La muerte de Jesús (y no es sino ver todos los detalles externos del relato de la Pasión) podría parecer la victoria del príncipe de este mundo y de las potencias de las tinieblas, el triunfo de sus adversarios que se han cerrado a Él; matándolo, en la práctica realizan la obra del demonio (ver 8,40-41).

Pero Jesús no es abatido por estos poderes externos, contra su propia voluntad. Él asume voluntariamente su propia muerte, porque sabe que es el camino que el Padre estableció para Él (ver atentamente 10,18).

(2) Un sublime amor

“Pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado” (14,31ª). Su muerte es un signo de su amor por el Padre, que se manifiesta en la obediencia a su querer. Si el mundo debe darse cuenta de esto, mucho más deben hacerlo los discípulos. Creyendo, ellos deben comprender que la muerte de Jesús, que tanto les inquieta, es su retorno al Padre y la perfecta expresión de su amor por Él.

(3) Una enorme seguridad

Con la evocación de la Cruz, Jesús le ha hablado a sus discípulos de lo que pasará antes de que el Espíritu Santo venga. Habló de sí mismo, pero también dice cómo deben asumir los discípulos la eventualidad.
Dos puntualizaciones:

Primero, Jesús debe ir al Padre antes que el Espíritu venga. Esto hará que los discípulos se alegren: “Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo” (14,28). En otras palabras: “Si me amarais, os alegraríais, porque lo que estoy haciendo es para liberarlos de la agonía, de las angustias, de las debilidades que ensombrecen sus existencias”.

Cuando a uno se le muere un ser querido uno debe pensar esto, que murió para entrar en la gloria. Pero se nos olvida entrar en el gozo y en la paz del Señor y comenzamos a sentir pesar de nosotros mismos. Pero Jesús dice: “Si me amarais, os alegraríais de que me vaya al Padre, porque desde la resurrección, en la que todas las limitaciones son superadas, yo les daré fuerzas para superar las vuestras”. Por eso el regreso al Padre debe ocurrir antes que el Espíritu venga.

Segundo, él Espíritu Santo vendrá después que el demonio –el príncipe de este mundo- sea vencido. El resultado es “En mí no tiene ningún poder” (14,30b). La victoria es absolutamente cierta, de ahí que los discípulos deben enfrentar la muerte con confianza.

En esto hay una lección para los discípulos “miedosos”. El Maestro dice: “yo obro según el Padre me ha ordenado” (14,31ª). Aquí hay un ejemplo del amor obediente con el que Jesús quiere que lo sigamos. Venceremos cuando coloquemos todos nuestros combates dentro del camino de obediencia al Padre como Jesús y en Jesús. Es ahí donde viene el Espíritu Santo para hacer real la presencia de Jesús, para explicarnos las palabras de Jesús, para concedernos la paz de Jesús.

Concluyamos la lectura de este capítulo 14 de Juan orando:
“Ahora comprendo, Jesús, que la obra del Espíritu
es la experiencia más maravillosa que pueda haber,
porque en él tú te estás quedando en mí
para llenar mis soledades e inseguridades,
para curar mis penas y mis temores,
para vencer en mis combates.
Glorioso Hijo de Dios, Dios encarnado por mí,
Yo quisiera para siempre estar contigo porque tú estás conmigo;
es más, estás en mi”. Amén.

Cultivemos la semilla de la palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Con base en qué Jesús asegura que la Cruz será la derrota del Mal? ¿En qué me apoyo yo para derrotarlo?

2. ¿De qué manera concreta Jesús le expresa su apasionado amor al Padre? ¿Cómo se lo expreso yo?

3. ¿Con qué actitud deberíamos enfrentar la muerte: la de los seres queridos y la propia?

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