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sábado, 14 de mayo de 2011

IV Domingo de Pascua (Jn 10,1-10) - Ciclo A: OTRO PASTOR, OTRAS OVEJAS



Los jerarcas político-religiosos de Israel habían esclavizado al pueblo, dominándolo por medio del miedo a Dios. Y Dios no consiente que el pueblo que El liberó sea sometido y además en su nombre- al miedo y a la esclavitud. Para eso llega un nuevo pastor al que corresponderán ovejas -¡no borregos!- de otro estilo.

EL MIEDO DE LOS PASTORES

Tenían miedo los pastores de Israel. Jesús acababa de decir que él era «el modelo de pastor», y eso los había llenado de preocupación. Por eso se dirigieron a Jesús, que «paseaba en el templo por el pórtico de Salomón», lo rodearon y, nervio­sos, les preguntaron: «¿Hasta cuándo vas a no dejarnos vivir? Si eres tú el Mesías; dínoslo abiertamente» Jn 10,24). Se entiende su miedo. Los antiguos profetas de Israel se habían enfrentado en muchas ocasiones a los dirigentes llamándolos malos pastores, dedicados a explotar al pueblo en beneficio propio (Jn 10,21; 23,2-7; 25,34-38; Ex 34). Jesús acababa de echarles en cara que, para mantener sus privilegios, estaban dispuestos a todo: a mentir, a matar..., comparándolos con el pastor mercenario a quien «no le importan las ovejas» (Jn 10,11-12). Seguramente presentían que se iba a cumplir la amenaza de aquellos profetas: Dios iba a pastorear su rebaño, iba a ocuparse de su pueblo, mediante un enviado suyo, que arrancaría las ovejas del dominio de los malos pastores (Ex 34,22-24; véase también Sal 23). Por eso, si Jesús era de verdad el Mesías..., se les acababa lo que para ellos era su medio de vida, sus privilegios, la posibilidad de aprovecharse, en beneficio propio de la fe de la gente sencilla. Ya no van a poder seguir asustando a la gente con la amenaza de un Dios cruel ni la van a mantener sumisa diciendo que no se puede saber con seguridad si Dios los habrá perdonado o no; se les acabará el negocio en que han convertido la religión y se derrumbárá el orgullo que sienten por ser -por haberse arrogado ese papel- los intermediarios de Dios. Es lógico su nerviosismo: Jesús acaba de decir que va a dejar vacía la institución religiosa («A las ovejas propias las llama por su nombre y las va sacando...», 10,3), se ha puesto como modelo de pastor porque él da la vida por sus ovejas (10,11) y ha dicho que Dios, el Padre, está con él, mostrándole su amor y garantizando que nadie podrá arrebatarle definitivamente la vida que él da libremente (10,17-18). Si es cierto lo que afirma Jesús y no una fanfarronada...

Por eso los dirigentes, sintiéndose amenazados, se defien­den como pueden, incluso negando, como en el caso del ciego de nacimiento (9,1-38), la evidencia de la vida que sobreabun­daba gracias a la actividad de Jesús. Y aconsejan a la gente que no lo escuchen, que está loco, que está poseído por un demonio (8,48; 9,22.24).


LO QUE MAS IMPORTA

Mis ovejas escuchan mi voz: yo las conozco y ellas me siguen, yo les doy vida definitiva y no se perderán jamás ni nadie las arrancará de mi mano. Lo que me ha entregado mi Padre es lo que más importa, y nadie puede arrancar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.


Lo que los dirigentes quieren es recobrar el control sobre la gente. ¿Qué va a ser de ellos si no lo consiguen?

Es posible que, aparentemente, tengan éxito: habrá mu­chos que, faltándoles el valor necesario para asumir la libertad con todos sus riesgos, vuelvan a someterse al miedo que ellos imponen y, dominados por ese miedo, lleguen a pedir la muerte para quien los quiere liberar (véase 18,35; 19,6-7.12: el término los judíos usado en estos lugares se refiere a los dirigentes judíos y puede englobar también a sus partidarios).

Pero los que han escuchado y aceptado el mensaje de Jesús, los que han empezado a ponerlo en práctica, los que han gustado ya el sabor de la vida que los hace hijos (1,12-13), de la verdad que los hace libres (8,32.36) y del amor que los hace hermanos (13,34-35; 15,12-17), no se van a dejar embau­car de nuevo. Esas son las ovejas de Jesús, aquellos que, haciendo uso de la puerta abierta por la que se puede entrar y salir (10,7-9), han roto con todo lo que significa opresión de la persona humana y se han puesto del lado de Jesús, haciendo propia la tarea de este pastor que han aceptado libremente, por quien se sienten conocidos y queridos y en cuya mano se sienten seguros: «Yo las conozco y ellas me siguen, yo les doy vida definitiva y no se perderán jamás ni nadie las arrancará de mi mano». Porque, y esto es lo princi­pal, Jesús va a defenderlos, incluso con la vida, pues para él ellos son «lo que más importa».

Esas ovejas no son borregos que se dejan llevar, pasivos, sin iniciativa... Precisamente porque están con Jesús, tienen que ser personas libres, adultos, que saben escuchar y que han tenido que responder responsablemente a un mensaje que les asegura definitivamente la vida; ellos son la nueva humanidad, la semilla de un mundo nuevo en el que, si tiene que haber pastores, tendrán que serlo al estilo de Jesús.

Los jerarcas no aceptaron las palabras de Jesús. No podían aceptar un Dios que se hace visible en la débil carne de un hombre de pueblo y que pone esa carne al servicio de la liberación de su pueblo. Y como no podían acabar con Dios, intentaron, otra vez, ocultarlo destruyendo aquella carne en la que se manifestaba: «Los dirigentes cogieron de nuevo piedras para apedrearlo» (10,31).

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