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miércoles, 4 de mayo de 2011

La Resurrección Reivindica la Fidelidad Humana y el Silencio de Dios


Por Ron Rolheiser (Trad. Carmelo Astiz)

Los teólogos a veces intentan simplificar el significado de la resurrección comprimiendo su esencia en una sola frase: En la resurrección, Dios reivindicó a Jesús, su vida, su mensaje y a fidelidad. ¿Qué quiere decir esto?
Jesús entró en nuestro mundo predicando la fe, el amor y el perdón, pero el mundo no aceptó su mensaje. En cambio, crucificó a Jesús y, en aquella crucifixión, aparentemente deshonró su mensaje. Vemos esto la mar de claro en la cruz, cuando se burlan y mofan de Jesús y cuando le retan: ¡Si eres el Hijo de Dios, bájate de ahí! ¡Si tu mensaje es verdadero, que Dios lo corrobore ahora mismo! Si tu fidelidad es algo más que franca tozudez e ignorancia humana, entonces, ¿por qué estás muriendo de una manera tan vergonzosa?
¿Y cuál fue la respuesta de Dios a esas burlas? Nada, sin comentario, sin defensa, sin apología ni contra-ataque; puro silencio. Jesús muere en silencio. Ni él ni el Dios en quien creía intentaron llenar aquel horrible vacío con palabra consoladora alguna o con explicaciones retando a la gente a mirar un panorama más amplio o a mirar el lado más positivo de las cosas. Nada de eso. Puro silencio.
Jesús murió en silencio, en medio del silencio de Dios y en medio de la incomprensión del mundo. Y con humildad podemos dejarnos escandalizar por ese silencio, así como dejarnos escandalizar constantemente por el aparente triunfo del mal, del dolor y sufrimiento en nuestro mundo. El silencio de Dios puede escandalizarnos siempre: en el holocausto judío, en los genocidios étnicos, en las guerras brutales y sin sentido, en los terremotos y tsunamis que eliminan a miles y miles de personas y devastan países enteros, en las muertes de incontables seres humanos eliminados de esta vida por cáncer y por violencia, en lo injusta que puede ser a veces la vida y en la manera superficial como gente sin conciencia puede violar áreas completas de la vida aparentemente sin consecuencias. ¿Dónde está Dios en todo esto? ¿Cuál es la respuesta de Dios?
La respuesta de Dios la encontramos en la resurrección, en la resurrección de Jesús y en la perenne resurrección de la bondad dentro de la vida misma. Pero resurrección no significa necesariamente rescate. Dios no nos rescata necesariamente de los efectos del mal, o ni aun de la muerte. El mal hace lo que hace, los desastres naturales son lo que son, y las personas que no tienen conciencia pueden violar y saquear incluso cuando se alimentan del fuego sagrado de la vida. Dios no interviene. La separación de las aguas del Mar Rojo no es algo que ocurra cada semana. Dios deja que sus seres queridos sufran y mueran, justamente como Jesús dejó que su querido amigo Lázaro muriera; y Dios dejó también que Jesús muriera. Dios redime, después nos resucita, con una confirmación y reivindicación más profundas y duraderas. Y la verdad de esta afirmación se puede probar hasta empíricamente.
A veces, a pesar de toda apariencia, al fin, el amor triunfa realmente sobre el odio. El perdón triunfa sobre la amargura. La esperanza triunfa sobre el cinismo. La fidelidad triunfa sobre la desesperación. La virtud triunfa sobre el pecado. La conciencia triunfa sobre la insensibilidad. La vida triunfa sobre la muerte. Y el bien triunfa sobre el mal; siempre. Mohandas K. Gandhi escribió una vez: “Cuando me desespero, me acuerdo de que a través de la historia el camino de la verdad y del amor ha vencido siempre. Ha habido asesinos y tiranos y por un tiempo parecían invencibles. Pero al fin siempre caen. Piénsalo: siempre”.
La resurrección, del modo más convincente, se propone eso. Dios tiene la última palabra. La resurrección de Jesús es esa palabra última. Desde las cenizas de la vergüenza, de la aparente derrota, del fracaso y de la muerte, irrumpe perennemente una nueva vida, más profunda y duradera. Nuestra fe comienza justo en el momento en que parece que vaya a acabar, en el silencio aparente de Dios en la muerte de Jesús.
¿Y qué nos exige esto?
Antes que nada, sencillamente que tengamos confianza en su verdad. La resurrección de Jesús nos pide creer lo que Gandhi afirmaba, a saber, que al fin el mal no tendrá la última palabra. Caerá. El bien finalmente triunfará.
Más profundamente, la resurrección de Jesús nos exige echar los dados de nuestras vidas sobre esa confianza y esa verdad: Lo que Jesús nos enseñó es verdad: La virtud no es simplista o ingenua, incluso cuando se la deshonra. El pecado y el cinismo son simplistas e ingenuos, incluso cuando parece que triunfan. Los que se arrodillan ante Dios y ante los otros en conciencia encontrarán sentido y alegría, aun cuando se sientan privados de los placeres del mundo. Los que se empapan de energía sagrada y la manipulan sin conciencia no encontrarán sentido y vida, aun cuando saboreen el placer. Los honestos, les cueste lo que les cueste, encontrarán libertad. Los que mienten y racionalizan se encontrarán como encarcelados en su propio odio, odio contra sí mismos. Los que confían encontrarán amor. Podemos confiar en el silencio de Dios, aun cuando muramos en medio de él.
Podemos vivir en fe, amor, perdón, conciencia y fidelidad a pesar de que todo quiera indicarnos que no son actitudes auténticas. Esas actitudes nos llevarán a lo más profundo de la vida y del amor, porque Dios reivindica la virtud. Dios reivindica el amor. Dios reivindica la conciencia. Dios reivindica el perdón. Dios reivindica la fidelidad. Dios reivindicó a Jesús y también nos reivindicará a nosotros si nos mantenemos fieles como Jesús.

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