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sábado, 21 de mayo de 2011

V Domingo de Pascua (Jn 14,1-12) - Ciclo A: CAMINANTE, HAY CAMINO



“Yo soy el camino” nos dice hoy Jesús. “Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar” canta el poeta. ¿Quién tiene razón? Pienso que los dos. Jesús: su vida y su mensaje es camino, pero, después, cada uno de nosotros y de acuerdo a nuestras circunstancias, le tenemos que ir traduciendo.

En la primera lectura de este domingo, tomada de los Hechos de los Apóstoles, nos cuenta un suceso. Con razón se dice que donde hay personas hay conflictos. Nosotros hemos idealizado a los primeros cristianos y es verdad que era buena gente. Pero eso no significa que estuvieran libres de problemas. Surgió un enfrentamiento, que envenenó la convivencia entre los seguidores judíos de Jesús. Resulta que un grupo, los judíos de lengua griega, se quejaba porque atendían mejor a las viudas del grupo de lengua hebrea. Como si aquí, entre nosotros, los que hablan castellano manifestaran su malestar porque Cáritas atiende mejor a los vasco-parlantes. O al revés. De hecho, hay quienes critican porque, según ellos, Cáritas se ocupa más de los de fuera que de los “de casa”.

NO hace falta escarbar mucho para darse cuenta de que uno de los problemas de nuestra Iglesia es el de comunión, de entendimiento entre jerarquía y fieles y de que una de las preocupaciones en política y en bastantes familias es el de la crispación, el de la dificultad para convivir. Aquellos cristianos no iniciaron una batalla, sino que se convocó a toda la comunidad, reconocieron que no estaban dedicando el tiempo suficiente y escogieron a siete candidatos “llenos de espíritu y sabiduría” para que se encargaran de esta tarea. No ignoraron el problema. Hubo buena voluntad y se encontró la solución.

Que nuestra sociedad tiene conflictos lo sabe el menos informado. Y problemas más graves que el de las viudas, del cual nos habla el texto bíblico. Ante ellos se puede tomar al menos tres posturas: Una, primera, la de cruzarse de brazos. Algunos observadores sostienen que nuestra sociedad está anestesiada: no reacciona ni ante los casi cinco millones de parados, ni ante el espectáculo de los que provocaron la crisis mundial, que, lejos de ser juzgados y castigados, han logrado que el mundo se arrodille ante ellos.

Otra respuesta, la segunda, se puede concretar en arremeter contra todo lo que se mueve, en enrocarse en el no, en protestar agresivamente y sistemáticamente. La tercera consistiría en denunciar el problema, en analizarlo, en admitir los aciertos y los errores, las bondades y las carencias, en apuntar soluciones y en ponerlas en práctica. Ni pasotismo, ni histerismo, simplemente responsabilidad. Las tensiones y las dificultades pueden ser positivas, si sirven para detectar fallos y organizarse mejor para actuar constructivamente.

Volviendo al evangelio, son palabras que pronunció Jesús en la noche del jueves, víspera de su muerte, en un ambiente cargado de emoción, jugando con las palabras presencia y ausencia. Aunque la situación de bastantes personas y familias es dolorosa, merece la pena acoger la invitación de Jesús:”No perdáis la calma, creed en Dios y creed en mí”. Lo necesitamos para enfrentarnos al posible malestar. Quizá Jesús nos dirija a nosotros la misma queja que al apóstol Felipe: “Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces?”. De manera similar nos puede decir a nosotros: “Cristianos de toda la vida, tanto tiempo participando en actos religiosos y no me conocéis?”. Que el Señor se nos dé a conocer y que en nosotros haya un deseo sincero de conocerle.

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