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martes, 21 de junio de 2011

Evangelio Misionero del Día: 22 de Junio de 2011 - XII Semana del Tiempo Ordinario


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 7, 15-20

Jesús dijo a sus discípulos:
Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos.
Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán.

Compartiendo la Palabra
Por Enrique Martinez, cmf

VAMOS A CONTAR ESTRELLAS

No me ha resultado difícil identificarme con los sentimientos de Abram en esta escena que precede a la alianza que Dios hará con él. Es la experiencia del desencanto, del vacío, de la «infecundidad». Recordaba esos momentos en que uno se ha ilusionado, empeñado, trabajado, preparado y sudado haciendo algún trabajo... y el resultado no ha sido el esperado. Esos momentos en que las declaraciones u opciones de nuestras autoridades eclesiales o de los responsables laborales no las compartimos, nos duelen, nos escandalizan, o incluso nos parecen abiertamente equivocadas... Esos momentos en los que tu Comunidad o tu parroquia, o la gente en que confiabas te decepciona. Esos momentos en que te miras a ti mismo y te desanimas al ver que no avanzas, que metes la pata, que no consigues que se cumplan tus sueños y proyectos... Esos momentos en que no ves que otros se identifiquen con tus ideales, que no ves un posible relevo, en que te parece que cada vez somos menos, que somos los de siempre, pero más cansados... Esos momentos en que podríamos decir que estamos a oscuras, que se nos ha hecho de noche.
Me tranquiliza y llena de esperanza al ver que Dios se ha dado cuenta del desánimo, la tristeza o el vacío de Abram, y se le acerque, tomando la iniciativa, con este saludo: primero de todo «no temas». Porque sí, el miedo, el temor, el acobardarse suelen ser las reacciones humanas normales ante situaciones que percibimos como sin salida, «negras». En segundo lugar «yo soy tu escudo», no eres tan vulnerable como pensabas, yo no voy a permitir que todos esos sentimientos te dañen, yo te protejo y te defiendo.
Abram reconoce que las cosas le han ido bien, que tiene «cosas» abundantes, recibidas de Dios, pero se atreve a quejarse, e incluso a reprochar a Dios: ¿para qué todo eso si no ve un futuro que le ilusione? No tener futuro es duro, triste, frustrante. Sí, ¿para qué todo eso por lo que vengo luchando, y me esfuerzo, esa Iglesia, ese grupo, esa comunidad, ese grupo de trabajo, ese proyecto que he soñado y construido... si no veo los resultados que quisiera, si se agota conmigo y cualquier otro me sustituirá y hará con ello lo que le dé la gana?
Pero el Dios que se le acerca es el Dios de las promesas, el Dios del futuro, el Dios que abre horizontes, que hace posibles los sueños. Y lo «saca»: «El Señor lo sacó afuera». No sabemos de dónde. Pero lo saca. Este Dios es «el que te sacó de Ur de los Caldeos». Parece como si Dios quiere enseñarle que a veces todo es muy oscuro porque nuestra «tienda» es muy, demasiado pequeña, y entonces es fácil sentirse asfixiado, agotado, aburrido... El Señor que quiere que miremos al cielo (que le miremos a Él) y que nos pongamos «a contar estrellas». Pues sí, hay muchos puntos luminosos en la noche, hay muchos -aunque puedan parecernos pequeñitos- signos de esperanza, la noche no es noche del todo.
Además la «fecundidad» es cosa de Dios. Hay que atreverse a confiar, a ponerse en sus manos. Yo tendré que hacer lo que me pida, por raro que me parezca (vaya cosas que le pide Dios: una ternera, una cabra, un carnero, una tórtola y un pichón... !!!!). Hacer lo que tengo que hacer, probablemente lo mismo que estaba haciendo, aunque «fuera» al descubierto, al raso, dándome cuenta de las muchas estrellas...porque Dios se compromete conmigo. Él hará el resto. Yo seré su «siervo inútil» como explicará Jesús en el Evangelio.
Pero tengo que «creer». «Abram creyó al Señor», le hizo caso, se fió de él. No verá personalmente cumplidas aquellas promesas (la tierra y una larga descendencia), sólo «un hijo de sus entrañas». Es un pobre comienzo. Nosotros, cristianos, hemos recibido un «hijo de las entrañas de Dios». Es mucho más que lo que recibió Abram. Y el horizonte se nos ha abierto infinitamente. No recibiremos una tierra, sino «todo», porque en Él Dios nos ha enriquecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Después de la noche de Pascua no ha sido un puñado de estrellas en el cielo lo que hemos podido ver, sino todo un Sol que nace de lo alto.
O sea: que sí, hay futuro, hay fecundidad, hay horizonte. Pero hay que creer. Hay que confiar. Tengo que creer, tengo que confiar. El Señor ya hará todo lo demás.
Bendito sea el Dios del futuro, el Dios de la promesa, el Dios de la fecundidad y de la vida. Él es nuestro escudo, es nuestro Dios.

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