Publicado por Entra y Verás
La ascensión del Señor marca un final y un principio. Termina el caminar de la mano de Jesús y comienza nuestro caminar. Hoy la Iglesia celebra la Jornada mundial de las comunicaciones sociales bajo el lema "Promover la nueva evangelización en la era digital". Ojalá sepamos estar a la altura, sin perder el tren de la sociedad; ojalá nuestra palabra pueda seguir resonando en todos los foros, por más modernos que sean.
Pensemos qué sucedió en nuestro primer día de trabajo, o en el primer día que nos tocó hablar en público, o la primera vez que tuvimos que hacer algo por nosotros mismos sin que nos ayudaran nuestros padres o nuestros hermanos mayores. El nerviosismo por hacerlo bien, la inseguridad sobre nuestra capacidad de responder a las expectativas y cumplir la misión que tuviésemos encomendada…
Lo mismo les sucede hoy a los discípulos de Jesús. Es cierto que no pisaron un aula ni recibieron una formación sistemática pero sabemos bien que, a diferencia de otros campos, en la evangelización, en la propagación de la buena noticia, lo que más importa es la experiencia de Dios, no tanto los conocimientos específicos. A Dios se le conoce en la vida. Jesús ordena continuar su misión: anunciar lo que ha dicho y obrar lo que ha hecho; los discípulos lo continúan. La ascensión no marca el final sino que concluye un tipo de presencia y empieza otro nuevo. Es una forma de expresar la exaltación o glorificación de Jesús. Resurrección y exaltación no son dos hechos distintos, sino dos caras de un mismo hecho.
En la descripción que se nos da en la primera lectura se nos dice que una nube se lo quitó de la vista. Pero esa nube no debemos verla como un muro de hormigón o una cámara de aislamiento. Una cosa es cierta que nuestros ojos ya no nos sirven. Ahora es el momento de utilizar los ojos del corazón, pues lo esencial de la vida es invisible a los ojos. Los ojos perciben los rasgos faciales de una persona pero el corazón ve más allá, penetra con su mirada hasta el corazón de la persona y capta lo que siente. El espíritu es quien va a dotar a los discípulos, y también a nosotros, de esos nuevos ojos del corazón, de esa nueva sensibilidad necesaria para todos los que creemos en Él.
Para nosotros hoy también es el momento de que tomemos la palabra, de comenzar a caminar solos, a asumir nuestras responsabilidades. Es la hora de demostrar delante de todos, que hemos aprendido a ser lo que Él nos ha dicho que seamos y lo que Él ha demostrado ser y realizar en favor nuestro. Hoy es un día de fiesta, no de lamentaciones porque nos quedamos solos. La partida de Jesús acaba con nuestras ilusiones infantiles y da paso a nuestra vida cristiana madura. Debemos demostrar que somos capaces de llevar a cabo nuestra misión, ¿Somos o no adultos en la fe? Tenemos que tener claro que podemos llenar muchos libros y marear a más de cuatro con un montón de citas doctrinales y palabras con olor a biblioteca; pero, no es lo mismo exponer verdades cuyo contenido es teológicamente correcto, teóricamente bueno para el mundo, que abrir senderos que faciliten el acceso a la experiencia de Jesús como algo «nuevo» y «bueno» para sus vidas; que creer en Dios merece la pena, que nuestra vida tiene sentido, que no es algo destinado a infelices, ilusos, “comesantos” o “rezarosarios” compulsivos. Y para esto, para que sea creíble, y tenga sentido nuestra fe ya sabéis por donde tenemos que empezar: por luchar sin descanso por eliminar el sufrimiento y la injusticia. La misión que encomienda Jesús es liberadora, no habla de normas y prohibiciones sino que respeta y promueve la libertad y la liberación. Jesús se ha marchado bendiciendo a sus discípulos, envolviéndolos en su amor, derramando bondad; nosotros estamos llamados a continuar esto. Ojalá no tengan que decirnos como a los discípulos: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? pues eso significaría que no hemos entendido ni gorda de lo que significa la resurrección, pues ésta lleva directamente a la misión y al testimonio no a quedarnos con cara de pánfilos amarrados al reclinatorio.
En nuestro aquí y en nuestro ahora, como cristianos del siglo XXI, tenemos que anunciar este mensaje de vida, demostrar que nuestra fe es madura. Sabemos que por muchas que sean las dificultades no estamos solos pero no valen excusas. Tenemos que ser audaces y creativos, no rancios, ni taciturnos, condenando y sospechando de todo lo que hace felices a los hombres y mujeres de hoy. Los ojos del corazón rara vez se equivocan. Usémoslos, Jesús nos ha confiado a todos los bautizados la tarea de llenar el mundo con su mensaje.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
Pensemos qué sucedió en nuestro primer día de trabajo, o en el primer día que nos tocó hablar en público, o la primera vez que tuvimos que hacer algo por nosotros mismos sin que nos ayudaran nuestros padres o nuestros hermanos mayores. El nerviosismo por hacerlo bien, la inseguridad sobre nuestra capacidad de responder a las expectativas y cumplir la misión que tuviésemos encomendada…
Lo mismo les sucede hoy a los discípulos de Jesús. Es cierto que no pisaron un aula ni recibieron una formación sistemática pero sabemos bien que, a diferencia de otros campos, en la evangelización, en la propagación de la buena noticia, lo que más importa es la experiencia de Dios, no tanto los conocimientos específicos. A Dios se le conoce en la vida. Jesús ordena continuar su misión: anunciar lo que ha dicho y obrar lo que ha hecho; los discípulos lo continúan. La ascensión no marca el final sino que concluye un tipo de presencia y empieza otro nuevo. Es una forma de expresar la exaltación o glorificación de Jesús. Resurrección y exaltación no son dos hechos distintos, sino dos caras de un mismo hecho.
En la descripción que se nos da en la primera lectura se nos dice que una nube se lo quitó de la vista. Pero esa nube no debemos verla como un muro de hormigón o una cámara de aislamiento. Una cosa es cierta que nuestros ojos ya no nos sirven. Ahora es el momento de utilizar los ojos del corazón, pues lo esencial de la vida es invisible a los ojos. Los ojos perciben los rasgos faciales de una persona pero el corazón ve más allá, penetra con su mirada hasta el corazón de la persona y capta lo que siente. El espíritu es quien va a dotar a los discípulos, y también a nosotros, de esos nuevos ojos del corazón, de esa nueva sensibilidad necesaria para todos los que creemos en Él.
Para nosotros hoy también es el momento de que tomemos la palabra, de comenzar a caminar solos, a asumir nuestras responsabilidades. Es la hora de demostrar delante de todos, que hemos aprendido a ser lo que Él nos ha dicho que seamos y lo que Él ha demostrado ser y realizar en favor nuestro. Hoy es un día de fiesta, no de lamentaciones porque nos quedamos solos. La partida de Jesús acaba con nuestras ilusiones infantiles y da paso a nuestra vida cristiana madura. Debemos demostrar que somos capaces de llevar a cabo nuestra misión, ¿Somos o no adultos en la fe? Tenemos que tener claro que podemos llenar muchos libros y marear a más de cuatro con un montón de citas doctrinales y palabras con olor a biblioteca; pero, no es lo mismo exponer verdades cuyo contenido es teológicamente correcto, teóricamente bueno para el mundo, que abrir senderos que faciliten el acceso a la experiencia de Jesús como algo «nuevo» y «bueno» para sus vidas; que creer en Dios merece la pena, que nuestra vida tiene sentido, que no es algo destinado a infelices, ilusos, “comesantos” o “rezarosarios” compulsivos. Y para esto, para que sea creíble, y tenga sentido nuestra fe ya sabéis por donde tenemos que empezar: por luchar sin descanso por eliminar el sufrimiento y la injusticia. La misión que encomienda Jesús es liberadora, no habla de normas y prohibiciones sino que respeta y promueve la libertad y la liberación. Jesús se ha marchado bendiciendo a sus discípulos, envolviéndolos en su amor, derramando bondad; nosotros estamos llamados a continuar esto. Ojalá no tengan que decirnos como a los discípulos: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? pues eso significaría que no hemos entendido ni gorda de lo que significa la resurrección, pues ésta lleva directamente a la misión y al testimonio no a quedarnos con cara de pánfilos amarrados al reclinatorio.
En nuestro aquí y en nuestro ahora, como cristianos del siglo XXI, tenemos que anunciar este mensaje de vida, demostrar que nuestra fe es madura. Sabemos que por muchas que sean las dificultades no estamos solos pero no valen excusas. Tenemos que ser audaces y creativos, no rancios, ni taciturnos, condenando y sospechando de todo lo que hace felices a los hombres y mujeres de hoy. Los ojos del corazón rara vez se equivocan. Usémoslos, Jesús nos ha confiado a todos los bautizados la tarea de llenar el mundo con su mensaje.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
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